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HISTORIA DE CASTROTORAFE POR BENJAMIN ALVAREZ

I N T R O D U C C I O N

El objetivo de este trabajo ha sido la recopilación del mayor número de datos posible relativos a Castrotorafe, dispersados en las diferentes bibliografías, y darles unidad situándolas en su contexto. Quizás resulte demasiado extenso en algunos de sus capítulos, pero eso justifica el afán de hacer comprensible el dato a todo tipo de lector que esté interesado en el tema.

Castrotorafe alcanza su apogeo en plena Edad Media, llegando a rivalizar, junto a Toro, con Zamora, en una de las ciudades de mayor importancia en aquel periodo. Debido a una situación estratégica era fundamental en los planes políticos de algunos monarcas leoneses como Fernando II, Alfonso IX y Fernando III. Por ello, en numerosas ocasiones se reservaron su dominio y fue entregada a la Orden de Santiago en 1176, a la cual perteneció hasta su despoblamiento en el siglo XVIII, salvo en algunos episodios esporádicos en los que, siendo objeto de deseo en la Baja Edad Media de los poderosos nobles, pasó al poder de éstos.

Allí se refugiaron – en 1230- las infantas Doña Sancha y Doña Dulce temerosas de su hermano Fernando III; el infante Don Juan, labró moneda falsa cuando se rebeló contra Fernando IV, y Juan Alfonso de Alburquerque lo utilizó contra Pedro I, para más tarde ser destruido por Enrique II por apoyar a su hermano.

He de resaltar lo costoso que me ha resultado llevar a cabo este trabajo debido a la gran cantidad de documentos que sobre el tema han desaparecido, tanto de los archivos municipales y parroquiales de San Cebrián de Castro, como también de los Históricos Provinciales, Diocesano, Catedralicio y de la Diputación de Zamora.

Los datos más interesantes son los que aparecen en libros manuscritos donde se expresan detalles de las visitas al castillo y su estado, a la iglesia, el número de vecinos, notificaciones y mandamientos al Alcaide del castillo o cura de la iglesia para las reparaciones y mejora de los edificios.

En la Real Chancillería de Valladolid, existen datos referentes a la Encomienda de Castrotorafe sobre un pleito relativo a la posesión y tenencia de una aceña en el rio Esla y próxima a Castrotorafe. Existen además numerosos artículos de prensa, revistas y algún folletín de Zatarain Fernández sobre el mismo asunto.

Hay algunos documentos gráficos que nos muestra cómo fue su estado primitivo, tanto de la fortaleza como de la iglesia; así como de la villa con sus casas. Hasta ahora los pocos rasgos que conocemos son el fruto de la imaginación y el esfuerzo de su reconstrucción en papel sobre la base de los datos que aparecen en las visitas al castillo y a la iglesia.

Las fuentes comienzan cuando Castrotorafe está ya constituida como villa, y se le concede un fuero por el cual se rige el discurrir y devenir de una población; acaban dichas fuentes cuando esta villa es un montón de ruinas y la ampliación del embalse de Ricobayo podrían hacerlas desaparecer para siempre. Es decir: “el Alba y el Ocaso de la mítica Castrotorafe”.

                                

 

SITUACION

Se accede al conjunto a través de dos posibles vías: la carretera nacional 630, a 25 km. de Zamora en dirección a Benavente, o bien a través de la carretera nacional 525 que desde cerca de Galicia por puebla de Sanabria conduce a la nacional 630 muy cerca de San Cebrián de Castro, término municipal al que pertenecen en la actualidad. Desde la carretera se pueden observar parte de lo que se nos presenta como una erosionada dentadura.

Se levantó Castrotorafe en la margen izquierda del Esla sobre un otero con escarpes hacia el río, siendo esta parte, por ello, la de mejor defensa. Sus coordenadas son: 41º 43´ 20´´ -02º 06´ 20´´ -MTN- Manganeses de la Lampreana. Es decir en el límite occidental de la Comarca del Pan y, por tanto, también en el límite de la Tierra de Campos, ya que al otro lado de dicho río se manifiestan, ostensiblemente, las estribaciones de la Sierra de la Culebra. En esa parte, enfrente del castillo y cruzando el río, se encuentra la denominada Dehesa de la Encomienda, haciendo así referencia a su antigua pertenencia a Castrotorafe.

La razón de ser de la villa y el castillo, según todos los indicios, parece ser que se debió a la existencia del puente que ponía en comunicación a Castilla con Portugal y Galicia. También puede ser que dicho puente fuera parte del trayecto de la Vía de la Plata, así al menos lo creyó el historiador A. Saavedra. Precisamente la cuestión de su localización con relación a la Vía de la Plata, ha quedado sin resolver, así como su identificación con el Vico Aquario de los romanos.

 

TERMINOLOGIA

En la bibliografía consultada aparece como : “Castrotoraf” en 1129, en 1143 “Castrum Torali”, “Castru Turafe” en 1153, y por último como “Castro Toraph” en 1156; lo curioso es que todas estas variaciones se dan durante el reinado de Alfonso VII. Consultado el diccionario Crítico Etimológico de Corominas parece provenir de “Castrum-i” y de “Toral-is” que significa “el de mayor fuerza o vigor”;no sabemos si era debido a sus cualidades defensivas o por ser un topónimo.

Nos parece interesante resaltar que aproximadamente a cerca de 14 km., en el trazado de la Cañada, existe el pago de “Venta de Toral” y a 74 km. “Toral de los Guzmanes” en la provincia de León, por lo que nos inclinamos por esta última interpretación, refrendada además por un documento del reinado de Fernando I relativa a la donación que hacen los reyes a San Isidoro con motivo del traslado del santo, apareciendo la expresión de “alia Torale in ripa Estole ad villam Palmaci” que se traduce por “otra villa en el Toral”, al hacer referencia a una villa que cambian con el abad Froila, refiriéndose quizás a Castrotorafe.

Al hecho de que la “l” de Toral se transforme en “F” no se le ha podido encontrar una explicación cierta. Lo que está claro es que no procede, esta transformación, ni del latín ni del árabe. Quizás se deba a una corrupción del lenguaje o una influencia visigótica. No en vano está cerca de Villafáfila que según José María Albaigés “procede de “Villa de Fáfila o Favila”, nombre visigótico. De hecho en esta villa se encontraron en 1923 tres cruces visigóticas de oro que se conservan en el Museo Provincial. Se han producido también hallazgos arqueológicos de esta época en otras zonas cercanas como Moreruela de Tábara, Granja de Moreruela, y, por supuesto la espléndida San Pedro de la Nave, que de su lugar original, en el pantano de Ricobayo, fue trasladada, en los años treinta, piedra a piedra a su actual emplazamiento.

 

FECHA DE CONSTRUCCION Y DESCRIPCION

El actual conjunto de recinto y castillo de Castrotorafe presenta diferentes etapas constructivas, y aunque sus ruinas nos retraen al siglo XII u XI, como mucho, es casi seguro que allí hubo otros asentamientos. En este sentido el profesor Gutiérrez González afirma que responde a la tipología de “refortificaciones de hormigón de cal y canto o mampostería sobre castros” propia de la Plena Edad Media. El mismo autor afirma en otra de sus obras que estos recintos solían tener una extensión media de 9 Ha., su forma era ovalada o cuadrangular, contando con una edificación fortificada en uno de sus ángulos. A estas características se adapta la villa y castillo de Castrotorafe, situándose este último en el ángulo NO., porque al dar en vertiente escarpada al río era el de mejor defensa, y porque era también el más estratégico dada su proximidad al puente cuya protección parece ser la razón de su existencia.

El recinto amurallado exterior es irregular al adaptarse al terreno en que está enclavado, y como se puede observar es también muy extenso, respondiendo así a la tipología señalada por Gutiérrez González. El conjunto del castillo está a su vez constituido por dos recintos –con torreones en los ángulos—que tienen forma trapezoidal. Para Cobos Guerra y De Castro Fernández, “El castillo nació como tal cuando, en un ángulo del recinto amurallado, se levantaron dos muros perpendiculares entre sí, a modo de atajo con torres de planta cuadrada que destacan por su aparejo de sillares en las esquinas. Se aprecia igualmente el relevante de los muros de la cerca que conforman las otras dos paredes del recinto”.

Con respecto a la fecha de construcción, no existe constancia documental de cuando se pudo erigir por primera vez; sí existe alguna de las reparaciones más que de posibles reconstrucciones; pero hay que tener en cuenta que en numerosas ocasiones fue arrasado, lo cual justificaría la variedad de etapas constructivas que se pueden observar en sus ruinas. En este sentido Garnacho habla de dos facturas: las de la villa, y la torre del NO del castillo, pertenecen al siglo XI, mientras que el resto de la fortaleza fue reedificado a finales del siglo XV. Sin embargo, para los autores arriba citados –Cobos y De castro- los restos más antiguos son del siglo XII-XIII (muralla urbana), el castillo sería del siglo XIV, y la barrera, de la segunda mitad del XV.

 

SOBRE EL ORIGEN DE CASTROTORAFE

La falta de excavaciones arqueológicas, que se consideran en casos como este muy necesarias, impide conocer con exactitud el origen y desarrollo de este poblamiento; pero apoyándonos en las referencias de los distintos autores, las características geográficas y morfológicas, y algunos otros datos que se expondrán, se puede suponer que a lo largo del tiempo se ha producido la superposición de diferentes grupos humanos; lo cual, por otra parte, suele ser frecuente cuando la ubicación del castillo se encuentra en un lugar estratégico, con unas determinadas condiciones, como es el caso de Castrotorafe.

 

EPOCA PRERROMANA

Hay indicios de que hubiera ya en la zona, asentamientos de la época prehistórica. Así, Sevillano Carbajal en su Testimonio arqueológico de la provincia de Zamora nos dice que: “Visitamos el lugar el 3 de Octubre de 1961, y hallaos en la parte suroeste, una semiesfera d cuarzo tallada de las que comienzan a verse en el Paleolítico…que servían para situar encima de tres o cuatro de ellas las vasijas de fondo redondo, dentro del fuego, o sea, que para nosotros son el primer antecedente de las trébedes que se ven en algunas cocinas de las casas de pueblos de Zamora”. En esta misma visita encontraron también trozos de tégulas romanas, y parece muy sintomático que en una sola exploración tuvieran la suerte de encontrar dos hallazgos arqueológicos significativos.

Más recientemente, el Departamento de Prehistoria del Colegio Universitario de Zamora ha realizado unos estudios que afirman la aparición de algunos restos del periodo Achelense. Ya en época propiamente prerromana resulta que el Esla es la frontera entre los territorios de astures (oeste) y vacceos (al este), y a tenor de lo que ha dicho el profesor Gutiérrez González también debía estar poblada, puesto que afirma que el foso del castillo podría ser de época prerromana. Por otra parte Garnacho dice que “Castrotorafe debía ser una de las fortalezas del Esla en que se resistieron los astures cuando la guerra de los Cántabros, terminada en tiempo de Augusto”.

 

EPOCA ROMANA

De esta época Sevillano Carvajal encontró dichas tégulas de variados perfiles… abundando los de reborde en cuarto de círculo; tipo que solamente ha sido hallado en lugares que por su situación, como esta de Castrotorafe, nos inclina a creer que en un principio fueron campamentos o al menos puestos avanzados de tropas romanas. De la misma opinión es José María Bragado Toranzo, para quien es posible que Castrotorafe fuera un asentamiento militar, dadas las condiciones generales así como algunos restos arqueológicos. Precisamente, un problema importante de Castrotorafe en esta época es su posible identificación con la mansión de Vico Aquario de la Vía de la Plata de los romanos.

A lo largo de las vías se establecían las mansiones, una especie de estaciones, de parada y fonda, o casa de postas, donde se podía encontrar avituallamiento, hospedaje y recambio de caballerías. Solía haber una distancia de 20 a 25 millas romanas entre ellas. Y según el Itinerario de Antonino el Vico Aquario era una estación intermedia entre Briceo y Ocelo Duri,a una distancia de 72 millas de Astúrica y 57 de Salmántica, que son precisamente las distancias que se miden de San Cebrián de castro a Salamanca y a Astorga. En la monografía de Ruta de la Plata, se detallan el resto de mansiones de dicha vía y se puede observar como el problema de Vico Aquario no es el único con dificultades en su identificación y localización.

En definitiva, podemos decir que Vico Aquario era una mansión, que como tal tenía repuestos de 40 caballos, carros, bueyes, etc., necesarios para el relevo en el trayecto de las tropas en marcha, que era un lugar abierto y era una entidad intermedia, en cuanto a población se refiere.

 

C A P I T U L O I

PRELIMINARES:- Autores y documentos consultados.- Método que se sigue y plan de la obra.

Cuando tomé posesión de la única parroquia de la Villa de San Cebrián de Castro a cuya jurisdicción pertenece la que fue un día importante población de Castrotorafe, recordando lo poco que había leído de su historia y el papel que había desempeñado en ciertas épocas, concebí grandes deseos de adquirir los datos necesarios para formar un juicio exacto sobre su origen y antigüedad, sucesos históricos…….que enemigo jurado de nuestra Santa Religión, paleaban por tanto por su Dios y por su Patria jurando vencer o morir en la contienda, y con sus heroicos escuadrones escribieron páginas de inmortal gloria en la historia de la Patria.

Arrinconados los sarracenos en la parte meridional de España y libres ya Castilla, León, Galicia y Asturias de sus correrías, el ocio en que las Ordenes Militares empezaron a vivir, sus inmensas riquezas y su gran poderío, hiciéronlas intervenir en nuestras luchas intestinas, y las alternativas de grandeza y miserias, de glorias y reveses por que tuvieron que pasar, y repercutir necesariamente en las plazas y fortalezas que poseían. Por otro lado la alta dignidad de Maestre llegó a su poderío tal, que ambicionaban su investidura los infantes y los más opulentos magnates, viniendo a suceder que en lugar de sencillas elecciones que en un principio se hacían conforme los estatutos, llegó época en la que encendióse terrible lucha entre los pretendientes, poniendo en peligro la tranquilidad pública y aún el mismo trono.

Providencialmente ocuparon los solios de Castilla y Aragón dos grande figuras de la historia distinguidos con el hermoso nombre de los “Reyes Católicos”, los que si con su matrimonio consumaron la grande obra de la Unidad Nacional, con su talento político supieron hallar medios para enfrentar la insoportable audacia de la nobleza feudal. En este reinado, también las Ordenanzas Militares fueron objeto de importantes y necesarias reformas, pues nuestros monarcas lograron de la Santa Sede incorporarse a los maestrazgos de la corona, dando con esta medida el golpe de gracia a las divisiones, disturbios y desgracias que acarreaba cada elección maestral.

Tampoco se olvidaron los Reyes Católicos del organismo jurídico, que andaba tan revuelto como los demás organismos y por lo que respecta a las Ordenes Militares, que es lo único que a nuestro juicio e intento puede interesar, diremos que después de incorporarse los maestrazgos a la corona, siendo la multitud de leyes, fueros y usos porque se regían los diversos pueblos de las Ordenes, se creó el “Real Consejo de las Ordenes Militares”, se dividieron los diversos territorios en partidos y, para el régimen de éstos, establecieron gobiernos generales y alcaldías mayores, publicándose en lo sucesivo leyes y dándose reales provisiones que normalizasen la vida de los pueblos y amparasen os derechos de sus moradores. La vida municipal empezó también a vigorizarse y los pueblos adquirieron aquella independencia y libertad tan necesaria que les era para desarrollar sus intereses y salir de la humillante tutela en que les tenían sumidos los señores de la horca cuchillo.

En el nuevo arreglo que las jurisdicciones hicieron de los Reyes Católicos en el territorio de las Ordenes Militares, vióse desde luego que Castrotorafe honraba con una Alcaldía Mayor, siendo convertida en capital de todos los pueblos que la Orden de Santiago poseía en los antiguos reinos de Castilla, León, Galicia y el Principado de Asturias, y esto aguijoneaba en sí más y más, el deseo de conocer su historia. El continuo ojear los documentos que el archivo parroquial tenía, si bien pudo proporcionarme algunos datos, eran de verdad tan escasos, que no podían satisfacer por completo mis intentos, y fuéme preciso por tanto volver la vista a otros lados, y afortunadamente llego a mis manos la extensa vida que del venerable fundador de la Orden de Santiago escribiera el Dr. D. José López de Ayurleta en la que hallé curiosos datos históricos, y pude también convencerme de la exactitud con que en el archivo parroquial se encontraban copiados varios privilegios y donaciones del tiempo de los Reyes D. Alfonso VII D. Fernando II.

Por fortuna también coincidieron mis trabajos con la publicación de las eruditas memorias históricas que de Zamora y su provincia estaba escribiendo el sabio marino e ilustre zamorano D. Cesáreo Fernández Duro, las que dieron gran luz sobre asuntos para mí dudosos y oscuros, y en la parte religiosa, ha servido de faro la historia eclesiástica en especial la publicada por el Dr. D. Vicente de la Fuente.

Me faltaban sin embargo datos para poder apreciar la organización municipal; la vida y costumbres de esta tierra y cuanto con ellas relacionarse pudiera y me dirigí al archivo municipal de esta Villa de San Cebrián de Castro, con entera confianza de hallar cuanto necesitara, máxime cuando en ella era natural que se archivara toda la documentación de la destruida Castrotorafe, puesto que en ella también se estableció la capital y en ella vincularon todos los honores y preeminencias que antes tuviera Castrotorafe, y aunque se aseguraba por personas que tenían motivos para conocer el archivo, ya por su posición, ya por los caros que en el pueblo habían desempeñado, que nada se encontraba en él que se relacionara con el asunto que me proponía, persistí en mi intento de examinarlo. Desgraciadamente conocí enseguida, que en este archivo reinaba no solamente una completa confusión de papeles, pues se hallaban revueltos sin orden ni concierto, sino también que estaba horriblemente mutilado. En una palabra: “el archivo municipal corría parejas con el parroquial; parecía que los dos habían sido custodiados y dirigidos por una misma mano”.

Pude sin embargo tras asiduo trabajo, hallar lo libros de acuerdos, los de cuentas y los de nombramientos desde principios del siglo XVI, y en ellos encontré muchas curiosidades que prestaron materiales para la obra que me había propuesto construir. Con todos los datos que en estos libros y en los papeles de la parroquia pude hallar, con los suministrados por las obras de historia que he ojeado, y no despreciando tradiciones populares, que si bien por lo común se adulteran al ser transmitidas de generación en generación, siempre tienen fundamento de un hecho real y positivo, ordené el pensamiento concebido y principio a escribir esta historia de Castrotorafe.

Creo necesario exponer aquel plan o método que he de seguir en él para mi trabajo laborioso en esta obra. La historia de un solo pueblo resultaría árida y fatigosa la lectura si el autor se concretase a narrar los sucesos únicamente en él sucedidos, abría ocasiones en que sería oscuro y hasta incomprensible el hecho que se relata. Y para evitar estos escollos y dar vida y animación al cuadro me parece oportuno dar una sucinta noticia de aquellos reinados, que influyeron con su marcha en los sucesos que posteriormente ocurrieron en Castrotorafe o de algún modo los prepararon. También me parece conveniente presentar un pequeño bosquejo de la Orden Militar de Santiago, principalmente desde la incorporación de los maestrazgos a la corona, para mejor apreciar la importancia de Castrotorafe en su última etapa. Finalmente, aun cuando esta villa hace ya tiempo que dejó de existir, es necesario continuar la historia hasta la completa abolición de todas las jurisdicciones exentas porque además de la especial organización jurídica civil del territorio, hasta estos últimos tiempos nuestra venerada villa da su histórico nombre a la Alcaldía Mayor y a su corporación municipal.

No limitaré mi trabajo a la descarnada narración de los hechos, cosa que hoy nadie puede hacer, sin caer en ridículo, sino que siguiendo las reglas de una sana y racional crítica, los examinaré imparcialmente exponiendo con ingenuidad mi modesto parecer, ateniéndome con especial cuidado a los tiempos y circunstancias que tuvieron lugar, pues querer juzgar los nombres y las cosas antiguas por el gusto, costumbres e ideas que hoy en día reinan sería una completa aberración. Aun cuando no me hallo afiliado a ninguna escuela filosófica ni política, y por lo tanto soy completamente independiente para examinar y juzgar el porqué de los acontecimientos, veo con sentimiento que hoy se prescinde por muchos de la imparcialidad necesaria para escribir la historia, llevando al hacerlo una idea preconcebida, que puede ser perjudicial en exceso.

Yo huyo completamente de semejante escollo; prefiero se me tache de pobre en mis escritos, a que se me niegue la sinceridad e ingenuidad. Falta el sentimiento de equidad y justicia en aquellos historiadores, que en vez de examinar y apreciar las instituciones con tranquilidad y sin apasionamientos, pretenden dar un sesgo particular e impropio a los sucesos que narran, amontonando a su modo en sombrío cuadro las miserias humanas, explicándolas caprichosamente, y excluyendo a su vez grandes concepciones y agigantados esfuerzos que las mismas instituciones han llevado a cabo en todos los tiempos para sacar la sociedad de la barbarie, e ir construyendo poco a poco el edificio de la civilización cristiana, a cuyo abrigo de los pueblos hallan su propio bienestar. Este sistema es desgraciadamente muy frecuente en la presente época y sirve poderosamente de fuerte ariete a la escuela revolucionaria y descreída para batir en brecha el altar y el trono, sólidos fundamentos del orden social, y a cuyo amigable consorcio debe nuestra España, su grandeza y poderío, su ciencia y su honradez.

Esto no es escribir historia, esto se llama falsear la historia, con el preconcebido plan de envenenar la inteligencia de la incauta juventud, para crear generaciones excépticas y revolucionarias. Podré yo equivocarme con facilidad suma en mis apreciaciones, pero siempre caminaré con el aplomo correspondiente a la respetable idea que tengo formada de la historia y del escrúpulo con que debe manejarse.

Para conservar la debida unidad y necesaria claridad en la narración y exposición de los hechos históricos, pondré al final del correspondiente capítulo copia íntegra de los curiosos documentos que poseo, muchos de los cuales verán por primera vez luz pública, por existir en mi archivo los originales, y de los que ya han sido publicados por diversos autores, en vista de las variantes que existen, me atengo al texto de las copias que obran en los libros parroquiales; pero los acuerdos del regimiento o decretos de los Alcaldes Mayores irán en el lugar correspondiente de la obra, pues por su poca extensión no pueden en manera alguna entorpecer la unidad, claridad y orden que reinar deben en toda clase de escritos. Unos y otros documentos estamparán con su propia ortografía.

Todo cuanto aquí se diga, así es, e prefiero haya pobreza de datos antes de acumular hechos que puedan y deban ser desmentidos, y por la misma razón los que anote, lo haré tal y como lo haya concebido, o con dudosos, y en conformidad también con la verdad religiosa, la que desgraciadamente suela salir mal parada la pluma de algunos escritores.

 

C A P I T U L O II

Primeros invasores de España.- Situación y origen de Castrotorafe.- ¿Porqué se llama Zamora la Vieja?. 

En el laberinto de opiniones sustentadas por nuestros historiadores acerca de quiénes fueron los primeros pobladores de España, basta a nuestro intento decir que los barcos ocuparon todo el territorio comprendido entre los ríos Duero y Esla, y por lo tanto la villa cuya historia vamos a trazar hallose en el terreno por ellos ocupado.

Vinieron después diversas invasiones, pues no parece sino que las tribus de la tierra ambicionaban la posesión de las fértiles campiñas de nuestra Patria, y disputándose unos a otros su ocupación corría la sangre y los campos se llenaban de cadáveres. Llegaron los cartagineses en pos, y cuando ya se creían dueños de la antigua Esperia, sus émulos los romanos apostaron sus brillantes legiones logrando tras larga y cruenta guerra derrotar al bravo cartaginés y extender su dominación por la Península Ibérica. No consiguieron sin embargo disfrutar pacíficamente de su presa, porque el indomable carácter español supo hacerles frente.

Por lo que a nuestro país atañe, basta recordar las hazañas del valiente capitán zamorano Viriato, que con sus aguerridas huestes, supo derrotar en mil encuentros las más ilustres legiones romanas y quebrantar el orgullo y nombradía de sus afamados cónsules. Ya no se atrevían éstos a medir sus armas con el valeroso caudillo español, y viendo la imposibilidad de derrotarlo en buena y honrosa lid, acudieron a la seducción y al crimen, y Viriato murió vilmente asesinado, y después perecieron entre las llamas Numancia y Sagunto, legando glorioso renombre a los españoles, y por fin Roma consiguió tras el largo y rudo batallar asentar su dominio entre nuestra heroica península. Para el mejor gobierno de España, la dividieron en tres grandes provincias, perteneciendo nuestro territorio a la que se denominó “Lusitania”.

En esta provincia romana y al caminar de Zamora a la Puebla de Sanabria, cuando se han andado unos veinticinco kilómetros, cerca ya del Puente de la Estrella descúbrense a las márgenes del río Esla las ruinas de una antigua población. La soledad en que yacen, su abandono y el pintoresco panorama que desde su desierto recinto se contempla, embargan la imaginación del curioso que las visita y se prestan maravillosamente a la leyenda. El viajero al contemplar semejantes ruinas desea saber qué población era la que allí se asentaba, si pregunta a los naturales del país, verá el grande aplomo con que le contestan: “aquella es Zamora la Vieja”, cuando en realidad lo que contemplan sus ojos, es únicamente los restos de la histórica villa de Castrotorafe, asentados en la margen izquierda del río Esla, sobre una pequeña eminencia, que desde San Cebrián de Castro y en dirección N.O. va extendiéndose por espacio de media hora en una suave y apenas perceptible subida.

En la parte norte de su amurallado recinto, y sobre la escarpada y pedregosa margen del rio, se eleva un castillo de torres rectangulares y de forma rectangular con sus dos órdenes de defensas; el primero, o sea, el exterior, consiste en un fuerte murallón almenado, con su ancho y profundo foso, y con cuatro reductos circulares en sus cuatro ángulos; el segundo, o cuerpo principal de la fortaleza aislado e independiente de aquel, se compone de dos grandes torres elevadas, cuadradas, unidas por gruesas murallas que resguardan la plaza de armas y debían servir al mismo tiempo de ciudadela a la guarnición.

Nada puede decirse con certeza del origen y época en que fue fundada esta población, y por más indagaciones que he hecho, no me ha sido posible hallar datos sobre el particular. Si se examinan detenidamente sus fortificaciones construidas de mampostería con buen mortero de cal, notase desde luego, que su construcción parece llevada a cabo en dos distintas épocas, pero relativamente modernas. La muralla de la villa y la torre del N.E. del castillo, denotan mayor antigüedad, pero a lo sumo debieron levantarse en el siglo XI; mientras que la otra torre y el resto del alcázar, cuyas almenas están aspirelladas, debió construirse a últimos ya del siglo XV.

Es sin embargo mucho más antiguo el origen de esta población, figurando en la historia algunos siglos antes como veremos en su lugar. Es más, en mi juicio debió ser origen romano por lo menos, y al emitir este pensamiento me inducen razones que creo de bastante peso. Tenemos en primer lugar el hermoso puente de construcción romana, que partiendo del escabroso cerro que se asienta en la fortaleza, franquea el paso del río a los habitantes de la población; puente que regularmente construiría el emperador Trajano como hizo con muchos de España.

Además de las grandes vías militares con que cruzan nuestra Patria aquellos dominadores, las que describe minuciosamente Antonio Pío Augusto en su itinerario, haciendo detalladamente mención de los puntos que servían de estación, encontramos nombrado el pueblo de “Vicum Aquarium” o “Vicus Aquarium” en la vía que conducía desde Astúrica a Salamántica, colocando dichos vicus a setenta y dos millas de la primera y cincuenta y siete de la segunda, que son precisamente las que separan a Castrotorafe de Astorga y Salamanca. En la vía de Astorga a Zaragoza por Zamora, coloca a “Vicus Aquarium” a dieciséis millas “Ocellum Durii”, que hoy es Zamora, y como la legua española tenía cuatro millas romanas, no queda género alguno de duda ser el “Vicus Aquarium” romano de la antigua villa de Castrotorafe. Corrobora este aserto el notarse aún en las cercanías de la villa algunos restos de la vía romana, al haberse hallado por aquellos sitios algunos sepulcros romanos y hasta en nuestros días, se han descubierto intramuros de la población, varias monedas romanas también, algunas de ellas con el busto del Emperador Claudio Nerón.

Dijimos más atrás, que los naturales del país siempre la han llamado “Zamora la Vieja”, y ahora añadirse debe, que en muchas partes y por personas instruidas, se bautizan con este nombre las ruinas de Castrotorafe, y esto nos lleva como por la mano a indagar la causa o fundamento de semejante dictado. He hecho las indagaciones que me ha sido posible, y hablando en puridad, nada he podido conseguir, pero me parece que no hay razón fundada para sostener semejante nombre que la de la simple enunciación, suena así, como la primitiva Zamora, y en este juicio que he formado, me amparan razones para mí de gran peso.

Sabido es que Zamora es una de las ciudades más antigua de España perdiéndose su función en la oscuridad de los pueblos primitivos y tiempos históricos. Cierto es que no siempre ha sido conocida con el mismo nombre, ni acaso ha ocupado el mismo sitio que en la actualidad.

Hubo un tiempo en que serios ilustrados escritores sostuvieron con formal empeño, que es hija y sucesora de la antigua y heroica Ciudad de Numancia, y aún cuando descienda, por no ser propio de esta historia, demostrar la poca o ninguna razón de semejante aserto, baste su enunciación a fin de que se conozca que fuera Zamora edificada en ésta o en otra época, tuviera antes éste o el otro nombre, y hallárase antes en la margen izquierda del Duero, y después se reedificara en la derecha como algunos suponen, lo cierto es, que no ha habido escritor alguno que no asiente su meritísimo origen.

En los tiempos de los romanos se llamaba Zamora “Ocellum Durii” u Ocello Duro” como Castrotorafe se denominaba “Vicus Aquarium”, de modo que ya tenemos las dos poblaciones existiendo a un tiempo y con nombres diversos. ¿Porqué pues se le llama Zamora la Vieja?. El Padre Mariana en su Historia de España supone, que los árabes dieron a la antigua ciudad de Séntica, como él llama a la “Ocellum Durii” de los romanos, el nombre de Zamora por estar fundada sobre un peñascal y abundar su terreno en piedra que llama turquesa, y de ser esto cierto, con igual fundamento podría llamarse a Castrotorafe, Zamora, pues militan para ello iguales causas; pero en este caso me parece sería una segunda Zamora más bien que Zamora la Vieja.

Cuando a fuerza de luchar y derramar sangre, pudieron los españoles descender ya de los riscos de Asturias y Galicia, y acometer al infiel agareno en el terreno en que fue formado el antiguo reino de León, se empezó a edificar los pueblos arrasados, a repoblar el país y a labrar la tierra que había sido convertida en un espantoso hiermo. Las victoriosas armas de Alfonso III el Magno derrotaron completamente a Mahomet, empujándolo hacia Castilla, y para evitar hiciera nuevas correrías e incursiones en el terreno que se le había conquistado, se trató de fortificar toda la ribera del Duero, y la ciudad de Zamora, que se halló convertida en un montón de escombros, fue nuevamente reedificada y repoblada, y ya fuera porque agradase al victorioso monarca su bello panorama, ya porque la considerase punto de gran importancia estratégica, lo cierto es que fijó en ella su cuasi constante residencia, diciendo varios autores que este rey, o en tiempos de este rey se le dio el nombre de Zamora, y los escritores agarenos la dieron en llamar capital de Galicia.

Como Castrotorafe llegó a ser, como veremos en su lugar, la capital de Castilla, Galicia, León y Asturias, por la Orden Militar de Santiago, se pregunta aquí “¿Serán estas coincidencias causa ocasional de su equívoco habiendo alguien que llegara a suponer estuviera Zamora asentada primeramente en Castrotorafe, y después fuera levantada por Alfonso III en el sitio que hoy ocupa?.

Sea de ello lo que quiera, no echemos en olvido, que el vulgo aficionado por lo común a aconsejar que con el nombre de tradiciones transmite y sostiene de generación en generación, finge historias y narra sucesos que nada significan, o acaso sirven solamente para deducir los timbres del pueblo que quiere enaltecer.

Se ve por lo expuesto, que Zamora figura con su historia propia y con envidiables timbres en la época a que nos referimos, y que nunca ha dejado de ser bañada por las aguas del Duero, mientras Castrotorafe, asentada siempre sobre un peñasco que domina el Esla, tiene también sus timbres y sus glorias peculiares sin necesidad para engalanarse de despojar de sus joyas a la vieja matrona que hoy en día da nombre a toda la provincia. También pudo suceder que llegando a Castrotorafe, según veremos más adelante, a ser la mejor y más fuerte plaza que tuvo el reino de León, y refugio y hasta mansión de nobles y virtuosas princesas, llegase con el tiempo a creerse malamente había sido la capital de esta tierra y por antonomasia es la que diera en llamar “Zamora la Vieja”.

 

C A P I T U L O III

 

Oscuridad histórica hasta el reinado de Alfonso III.- Reinados desde Ordoño II a Ramiro II.- Ramiro III.- Bermudo II.

Aún cuando sabemos la antigüedad de Castrotorafe, y que por lo menos fue fundada por los romanos, sin embargo en el largo periodo de la dominación de éstos en España, ignórase por completo el papel que desempeñar pudiera nuestra villa. Tampoco nos habla la historia de las vicisitudes por que pudiera atravesar en aquella triste época de las invasiones , luchas, incendios y destrucciones con que asolaron el Mediodía de Europa, las numerosas hordas salvajes, que salidas de los espesos bosques del Norte, fueron el azote de los pueblos, siendo España uno de los puntos que más participación tuvo en el general desastre.

La religión católica fue domando estas hordas que parecían indomables, y mezcladas ya y unidas a la raza española, parecía renacer una era de paz en la Península, cuando las brutales falanges de los sectarios de Mahoma sepultan en el Guadalete el trono de nuestros reyes, y con tal empuje se extienden por la nación que nadie puede resistirle, y los que pueden escapar de tan sangrienta acometida, refugiándose los más de una parte en las montañas de Sobrarve y los de la otra en los ásperos riscos de Covadonga, en los que empieza la heroica contienda de la Reconquista.

Castrotorafe, como todos los demás pueblos de nuestra comarca, debió ser víctima del furor agareno, pero a punto cierto nada podemos decir, por carecer completamente de datos. Cuando a fuerza de luchar pudieron los españoles ir extendiendo hacia la llanura el campo de sus glorias, fueron reparando los estragos causados por la irrupción agarena, y al mismo tiempo buscando puntos estratégicos, que fortificados le sirvieran de puntos de apoyo en las sucesivas operaciones. Cuando ya les fue dable llegar a las orillas del Duero, Alfonso III, llamado el Magno, comenzó a sacar de sus ruinas a Zamora, y no sería aventurado conjeturar, que dada la excelente situación de Castrotorafe, se empezara no solamente a reedificar, sino también a fortificar, y que en las diversas correrías de moros y cristianos, no dejara de jugar su correspondiente papel y sufrir las consecuencias de las victorias y de las derrotas.

A la muerte de Alfonso III, se dividió el reino con tanto trabajo y tanta sangre constituído, entre sus hijos D. García, D. Ordoño y D. Fruela, y habiendo fallecido al poco tiempo D. García heredó sus estados su hermano Ordoño II, reuniendo en un solo reino Galicia y León. Nada se dirá de los sucesivos Reyes D. Fruela y Alfonso IV, pues no hubo, que sepamos, en sus tiempos acontecimiento alguno que interesar pudiera a nuestra historia. En el año 930 subió al trono de León Ramiro II, y deseando este monarca dilatar los confines de sus estados a costa de los africanos, preparó un numeroso ejército, dirigiéndose a los campos de Madrid y Toledo; pero las huestes agarenas al ver la acometida, invadieron también nuestra comarca, y aún cuando fueron vencidos, no dejaron de causar estragos y paralizar el movimiento de repoblación y de progreso que se había iniciado en el reino de Alfonso III.

En los siguientes reinados no hubo que temer tanto las acometidas de los sarracenos, por lo que los pueblos fueron prosperando, siendo Castrotorafe una de las poblaciones más favorecidas por la fortuna. Verdad es que dada su excelente posición parecía muy ventajosa para contener nuevas invasiones, y como su feraz terreno era a propósito para producir cuanto necesitar pudieran sus moradores, y las pintorescas riberas del río les brindan con grato esparcimiento, y mientras el Esla les proveyera de exquisita pesca, sus montes les proporcionaban abundante leña, pastos y caza, no es de extrañar que su población creciese, y aún que entre sus moradores se encontrasen gentes de calidad y nobleza.

Por felices y dichosos se tendrían ya los habitantes de este territorio creyendo sin duda no volverían a ser visitados por las gentes del turbante y la cimitarra, pero el rayo de la guerra, como lo llama la historia, el feroz Walí de Córdoba, Alí Almanzor, se encargó de sacarles de su error, reuniendo un grueso ejército en el otoño del 981, y entrando repentinamente en tierra de cristianos, atravesó el Duero, se dirigió a las orillas del Esla y estableció su campamento cerca de Castrotorafe. Repuesta la gente de la terrible sorpresa que le causara tan inesperada incursión, se anima, salen las tropas de improvisto de la plaza, y cayendo cual terrible avalancha contra el enemigo, logran vencerlo.

Al año siguiente falleció Ramiro III, sucediéndole en el trono Bermudo II llamado el “Gotoso”, infortunado príncipe que tuvo que devorar grandes disgustos, pues las ventas, las traiciones, las falsías y las ambiciones entre los grandes, se sucedían sin interrupción, no siendo suficiente a evitarlo, la autoridad del rey hollada y encarnecida como se veía diariamente, teniendo los pueblos que sufrir necesariamente las tristes consecuencias de tan anómala situación.

Por entonces dos célebres monjas acababan de fundar en la ribera del Esla y valle de Tábara el Monasterio de Moreruela; era San Froilán y San Atilano según Don Eustaquio Nanclares en la vida de San Atilano, asegurando Lobera que lo fundó en 985 el mismo Don Bermudo.

Deseando este desgraciado monarca proporcionar a sus pueblos la tranquilidad y el reposo que tanto necesitaban, rogó a los dos santos varones, que con el celo que tanto les caracterizaba, trataran de traer al camino de la virtud a sus vasallos, que tan extraviados andaban en su conducta, a causa de tantas revueltas y contiendas intestinas como había en el reino. Nuestros santos incansables en la obra de propagar las sanas doctrinas de la más exquisita moral, recorrieron casi todo el reino de León, siendo creencia general que misionaron también Castrotorafe.

Varias poblaciones se conjuraron contra Bermudo II y se dice en que la conjura entró también en Castrotorafe, y en tales términos, que parte de sus moradores, especialmente la nobleza, llevaron la felonía al extremo de engañar al monarca, ofreciéndole metida protección y ayuda para lograr se refugiase en la villa, con el fin de atraerlo y entregarlo en manos de los enemigos. Nada de extraño sería que Castrotorafe se contaminase de la lepra de las conjuraciones tan extendidas por desgracia por todo el reino, pero se resiste admitir la conclusión y desenlace del drama, esto es, que el próximo rey a caer en la emboscada, y cuando se hallaba cerca ya de Castrotorafe, tuvo secreto aviso de cuanto se trataba, por lo que huyó secretamente a León donde ordenó fuese arrasada la población, excepto las fortificaciones, y fuese sembrado su caso de sal, prohibiendo en absoluto el que se volviese a reedificar.

Los que sostienen el arrasamiento de Castrotorafe por el rey Bermudo II, fúndanse generalmente en un manuscrito, que con el título de: “Tradición constante y auténtica”, cuenta con minuciosos detalles la conjuración y su castigo, y del que circulan en este país multitud de copias, de las que hemos visto algunas, pero semejante papel, entre pocas verdades históricas contiene tal cúmulo de inexactitudes y tan estupendos anacronismos, como entre otros hablar de la potencia artillera de la plaza y de la Orden de Santiago en los tiempos de Bermudo II, que desde luego puede sospecharse, que su anónimo autor, o no sabía mucho de historia o quiso divertirse con la sencillez de sus cándidos lectores, si es que no se propuso otra cosa peor. ¡ Y el original se dice que procede de un antiguo archivo, y de él ha dado copias autorizadas un escribano en el pasado siglo (siglo XIX).

Sin embargo, puede asegurarse que Castrotorafe se vio en verdad talada y arrasada en el reinado de Bermudo II, mas no por las inconcebibles iras de este apocado monarca, sino por las terribles huestes de Alí Almanzor. Llegaron a conocimiento de la corte mora de Córdoba, las revueltas del reino de León ocasionadas por la ambición y rivalidades de los grandes y sostenidas por las imprudencias de Don Bermudo, y juzgose en ella ser ocasión propicia de apoderarse de las plazas que en anteriores guerras había perdido la gente musulmana. Alí Almanzor acariciaba la idea de vengarse de su pasada derrota, y soñaba ya con los estragos que había de causar a los leoneses los que desgraciadamente en la ocasión presente no habían de quedarse en la categoría de quiméricas ilusiones, pues como pronto veremos, llegó a realizar sus sanguinarios planes.

Puesto Almanzor al frente de un numeroso y aguerrido ejército invade el reino de León, talando y destruyendo cuanto encuentra a su paso. La resistencia que ponerle pueden los pueblos murados, avivan sus feroces y sanguinarios instintos, así es, que no contento con batir a los ejércitos que le hacen frente, cébase en los sencillos campesinos entregando al devorador elemento de las llamas de sus pacíficas moradas, después de haber permitido a la soldadesca entregarse al saqueo y al pillaje. El terror y el espanto cunde por todas las partes y parece presagiarse ya la vuelta a aquellos calamitosos tiempos en que los cristianos hubieron de refugiarse en las abruptas montañas de Asturias.

Ebrio con tanto triunfo llega Almanzor frente a los muros de León, pone sitio a la corte de nuestros reyes, y a los pocos días cae la Ciudad en poder del caudillo musulmán estrangulándola al desenfreno de sus tropas que cometieron toda clase de excesos, el saqueo, el robo, la violación, el incendio, quedando reducida la población a un triste montón de ruinas y escombros. Ya vio Alí Almanzor satisfechos sus deseos de venganza, ya se desquitó completamente del descalabro que sufrió en su anterior excursión; érale preciso, ya que no bastaba esto para satisfacer su vanidad, imponer su ignominioso yugo a los infortunados vencidos, y para ello obligó a los infelices leoneses a transportar en hombros hasta Córdoba, las campanas de su arruinada Ciudad.

Corrióse después hacia Zamora Almanzor con la misma furia y salvajismo, saqueando y arrasando cuantos pueblos encontrase a su paso; en esta general devastación perecieron multitud de poblaciones con tanto trabajo reedificadas en los anteriores reinados, los progresos que habían empezado a lograrse en la agricultura, y el aumento de población debidos a la paz que se venía disfrutando, todo sucumbió bajo el cuchillo del feroz invasor. Entonces pereció Castrotorafe, la que no tardaremos en volverla a ver renacer más rica y más poderosa. En esta guerra, en fin, perecieron varios pueblos para jamás volverse a levantar.

 

C A P I T U L O IV

Alfonso V fortifica a Castrotorafe.- Reinados de Bermudo III a Alfonso VI.- Alfonso VII repuebla a Castrotorafe y le da sus fueros.- Documentos.-

Poco tiempo sobrevivió el desgraciado Bermudo II al desastre y destrucción que causó el ejército musulmán en sus estados, entrando a sucederle en el trono su hijo Alfonso V, joven de corta edad. En los comienzos de sus reinados, conociendo los monarcas cristianos los inmensos daños que se acarreaban con sus divisiones, temiendo que el rey moro de Córdoba continuase invadiendo y saqueando sus estados, celebraron una alianza y juntando en uno los ejércitos de Castilla, León y Navarra, lograron tan completa victoria que las tropas de Almanzor en los campos de Calatañazor, se vieron obligadas a huir para salvarse, de este fiero caudillo, y lleno de rabia y despecho por la gran derrota que sufriera, falleció a los pocos días.

Libres ya nuestros monarcas de tan terrible enemigo, pudo el rey de León dedicarse tranquilamente a ir reparando los estragos causados en las anteriores luchas, empezando a reedificar las poblaciones arrasadas, y la ciudad de León recobró muy pronto su antiguo esplendor y hermosura, gracias al celo, diligencias y hasta a los desembolsos de Alfonso V. No quedó olvidada la villa de Castrotorafe de esta general restauración, y dada la ventajosa posición que ocupaba, no solamente se levantaron sus arruinadas viviendas, sino que se pensó seriamente en convertirla en plaza de armas para que sirviese de baluarte, que contuviera los ímpetus agarenos en ulteriores correrías. Al efecto se rodeó la población de altos y gruesos murallones, y se constituyó una fortaleza a las orillas del Esla.

Alfonso V falleció en el cerco de Viseo, sucediéndole en el trono su hijo Bermudo III en 1027, que falleció a los diez años, heredando la corona de León Fernando I que reinaba en Castilla, por lo que reunió en sus sienes las dos coronas.

Los leoneses recibieron desconfiados y recelosos a este monarca, pero sus grandes cualidades y bellas dotes, y la no interrumpida solicitud con que atendió al mejoramiento de sus estados, tardaron poco en captarle la voluntad y el cariño de sus nuevos vasallos. Continuando la obra generadora de sus dos antecesores siguió reedificando pueblos y proporcionándole moradores.

Al morir este monarca, movido del entrañable amor que a sus hijos profesara, tuvo la desgraciada ocurrencia de repartir entre ellos sus estados quebrantando así la fortaleza y poderío que acababa de adquirir el reino con la unión de dos coronas, dejando en cambio un semillero de discordias y de sangrientas colisiones. Apenas sepultado Fernando I su hijo mayor Sancho II, llamado el “Fuerte”, no pudiendo ver tranquilo dividida la monarquía entre sus hermanos, trató de adquirir por la espada lo que el padre no le diera en el testamento, declarando cruda guerra a sus hermanos siendo el desenlace de su ambición, hallar traidora muerte frente a los muros de Zamora y recaer las coronas de León y Castilla en la cabeza del hijo menor de Fernando I el Magno, que fue proclamado en Zamora con el nombre de Alfonso VI.

Afortunadamente este príncipe en sus empresas contra los sectarios del Alcorán tuvo la dicha de conquistar Toledo, estableciendo su corte en la antigua capital de los godos. Libre ya el reino de León de la presencia de sus enemigos, y sin temor de  que pudiera otra vez verse afligido con el azote de la guerra, pudieron ya Castrotorafe y demás pueblos de tan hermosa tierra y comarca disfrutar de las dulzuras de la paz, y pensar seriamente en su regeneración. Desgraciadamente falleció este gran monarca sin dejar sucesión masculina, y las ambiciones y rivalidades suscitadas entre los que se creían con derecho a la corona vinieron a turbar la paz, sosiego y tranquilidad que dichosamente disfrutaban sus estados.

Falleció poco después Doña Urraca, hija de Alfonso VI, evitándose con estos las funestas consecuencias de una guerra de sucesión, pues habiendo dejado esta infanta un hijo, fue reconocido su derecho a la corona, así es que reunidos en Zamora los nobles, los magnates y los ricos homes, le proclamaron rey de Castilla y León.

Largos días de gloria proporcionó a su Patria este monarca, el que distingue la historia con el nombre de Alfonso VII el Emperador. Dotado de grandes prendas y ayudado por su virtuosa esposa Doña Berenguela, deseando aumentar la prosperidad de sus estados, no solamente continuó sacando de las ruinas los pueblos arrasados por Almanzor que aún no habían sido reedificados, sino que también procuró aumentar el número de sus moradores, concediendo fueros y privilegios a aquellas poblaciones que juzgó más adecuadas a sus rectos fines.

Entre los pueblos que disfrutaron los beneficios de este gran rey, hállase la villa de Castrotorafe. Sea por su ventajosa posición para el comercio y aún para los azares de la guerra, sea por la actividad de sus moradores, por su laboriosidad o por todas las cosas a la vez, lo cierto es que Alfonso VII dio pruebas del singular cariño que profesaba a nuestra villa, aumentando el número de sus habitantes, que según se cree pasaron de curto mil, y concediéndole en 1129 sus fueros y privilegios, otorgándoles por ello jurisdicción sobre extenso territorio, que no solamente abarcaba los pueblos enclavados en los que hoy forman las provincias de Zamora y León, por ejemplo:- Valderas, Bretó, Escobar, etc., sino que se extendía por Galicia y Asturias, como la Vega de Leiche, Fonsagrada y otros. Exime también a Castrotorafe de varios tributos, concede al clero y a las viudas ciertas inmunidades, y por último ordena que las causas y pleitos sean juzgados y sentenciados conforme determina el fuero que el año anterior había otorgado a la ciudad de Zamora.

No ha faltado quien asevere, que lejos de corresponder agradecidos los habitantes de Castrotorafe al interés que Alfonso VII se tomara por esta villa, tramaron una conjuración contra dicho monarca, cuya vida corrió grande riesgo, y que irritado éste con tamaña ingratitud mandó destruir la población y sembrar el casco de sal. Nada en verdad hemos podido averiguar sobre tamaño aserto, que no parece verosímil; los mantenedores de esta conjuración y su desenlace, dicen que Alfonso VII y su esposa fundaron el monasterio, cerca de La Granja (la actual Granja de Moreruela), y que en una carta de donación de varios predios al referido monasterio hacen mención a la felonía tramada por los de Castrotorafe, y que en castigo le cedían al mismo los términos y heredades de esta villa.

Podrá ser cierta la conjuración, pero no lo es que la villa fuera arrasada, pues siguió viviendo y cada vez con más pujanza. Además aquí deben haberse confundido las cosas, porque en ninguna parte que sepamos consta que el monarca donase al referido monasterio la villa de Castrotorafe con sus términos y heredades, ni que los monjes hayan pretendido jamás sus posesiones. Lo que si consta por documento auténtico es que Alfonso VII para mostrar su cariño a D. Ponce de Cabrera, merino mayor de Zamora, y premiar sus grandes méritos, donó en 1153 a este importante personaje porción de terrenos en el término de Castrotorafe, y con su valor y el de otras donaciones, fundó el referido monasterio, según los autores, aunque según otros la fundación se debe al Emperador, y Ponce de Cabrera lo que hizo fue dotarlo y elegir en él su sepultura y la de su esposa.

En vista de tales contradicciones, y la oscuridad que engendran en el ánimo, creemos mejor dejar en la categoría de la duda la conjuración de Castrotorafe contra Alfonso VII, sin hacer comentarios de ningún género, aunque para concluir nos permitiremos preguntar:- ¿ Será por ventura una misma conjuración la que se dice tramada contra Alfonso VII y la que se supuso tramada contra Bermudo II y se habrán confundido las fechas, o habrá sido dividida por alguno en dos conjuraciones?.

Poco tiempo por desgracia estuvieron unidos formando un solo reino Castilla y León. El magnánimo y poderoso Emperador Alfonso VII llevado mas bien del especial cariño que profesaba a sus hijos D. Sancho y D. Fernando, que del bien público de sus estados, otorgó testamento dividiendo entre ambos el reino, así que al fallecer en 1156, D. Sancho se posesionó de Castilla, y D. Fernando se puso la corona de León y Galicia. Muerto D. Sancho a los dos años, dejó un hijo de tierna edad llamado D. Alfonso, y el reino fue víctima de las ambiciones y rivalidades de dos poderosas familias, “los Laras” y “los Castros”, que se disputaron la tutela del rey niño y con ella la gobernación del reino de Castilla.

 

D O C U M E N T O

Fueros dados a Castrotorafe por Alfonso VII en 1929.

“ In Dei nomine. Ego Imperator Alfonsus et ego Emperatriz Domina Berengaria in Domino Deo eterno saluten amen. Novis facimus Cartulan scripturan firmatitis paremedium animarum nostrarum a vovis concilium de Castrotoraf damus vovis términos per amances Villareio, per Leppedroso, per Menesterdo, per Mazarigos, per Magareles, per Lopeso, per Sandaces, per Lovorivio, per Oleros, per lo molino de Portelo, per Veiga de Leiche, per Pedro Siella como ferin Aradvi, et indea Oterdáguila, et entrar en la carrera de Toroet, inde per Valmaior, et inde a Santo Joannes de Moledes, et inde a Bretou, et inde per Cabornias, et inde per Escober, et inde a Font arcada, et inde a Bretolo, et inde a rio Aliste en Astola, et quanto Infantazgo, et quanto rengalengo per termino, et per heredade quantum habent en acuesta comarca bobis concilio de castrotoraf el forno del rio da cenias, et molinos, et de canales, et de voloneras e la quinta a Palacio e de Fonsado de Res el caballero que neglir peche diez y seis doblas algarabidate et martinera, et homeidium, et roubo, et deferidas, et de Echegas, et de Porradas, et de mesaduras varalias grandes o poqunnas juzgadas peitadas proforo de Zamora de Merino e de Rechor et porteros que los corrieren o que los firieren o que los mataren péctelo per foro de Zamora e casa de Clérigo e de Cabaliero e de vidua non tande propinquis quan de estraneis quisquis ille fuerit que un fuerum nostrum irrumpere volourit in primis accipeant iran Dei Patris Omnipotentis et sedeat maledictus et excomunicatus et anathematizatus, et a fitde Christe separatus, et cum Judas traditor Domini sit particeps in inferno inferiori Amen. Facta carta notum die quot erit quarto nonas Februari era millesima, centésima, sexagésima séptima sub manu ejus Vicario D.Alphonso, e la Infanta Domina Elvira en Volanus, et en Castro unde, et in Villarcio.- Rodrigo Fernández Senior de Valderas.- in Sede Sancti Salvatoris Episcopus Bernardus, et sub mano ejus Archi Diaconus.- Archi Presbiter Villelmus.- Ego Imperator Alphonsus, et ego Imperatriz Berengaria a vovis Concilio de castrotoraf qui hanc cartulam facimus et legentem audivimus manos nostras roboramus et hoc signun Sancte Crucis facimus qui viderunt et viderunt.- Martín Ordóñez, Presbiter confirmat.-“

 

C A P I T U L O V

 

Reinado de Fernando II.- Fundación de la Orden de Santiago.- El rey le dona la villa de Castrotorafe.- El Maestre D. Pedro le da sus fueros.- Documentos.-

Fernando II fue mucho más afortunado en León que su hermano D. Sancho lo fuera en Castilla, pues si bien al principio de su reinado lo miraban de reojo los leoneses, hasta el extremo de no quererle reconocer como rey, este monarca logró pronto captarse el cariño de sus vasallos, llegando a ser un rey de gran corazón y bravo, de costumbres muy suaves, liberal y manso, no impidiéndole la enemiga de los reyes de castilla y Portugal, el que se dedicase a procurar el bien de sus estados y a continuar reedificando los pueblos y las ciudades que aún se hallaban destruídas desde las revueltas pasadas.

Al igual que su padre el Emperador, demostró gran cariño a la villa de Castrotorafe, y a los muchos términos con que aquel le enriqueció, añadió otros más Fernando II, cosa que llevaron a mal los salmantinos llegando a levantarse en armas contra el monarca. Así lo vemos demostrado por las siguientes palabras de la Crónica General:- “Porque la Cibdad de Salamanca vencie a las otras cibdades del reyno de León de muchos moradores é muchos términos los cibdadanos e los moradores della asonaronse por aquello que el rey D. Fernando los encortaba sus términos según diximos é los probara y á Ledesma é á Castrotorafe que era otra villa apartada con sus términos é estos términos que les daba eran de los términos de Salamanca”. Estas donaciones que tan mal llevó Salamanca, le fueron hechas a Castrotorafe en el año 1167.

Pocos años después tuvo comienzo la Orden Militar de Santiago, que tantos días de gloria había de proporcionar a su Patria, y como la villa de Castrotorafe ha de ser, no tardando, una de las más preciadas joyas de esta ilustre milicia, no será impropio dar aquí una breve idea de la fundación de la esclarecida Orden.

Allá por los años de 1170 varios sujetos tan nobles y aguerridos como fervorosos cristianos, de quienes era como jefe Don Pedro Fernández de Fuente Encalada, deseando dar principio a una orden religiosa militar de caballería para pelear por su Dios y por su Patria, se congregaron en Cáceres y empezaron a la práctica de cierta vida religiosa, pero considerando luego no les sería posible vivir cual ellos querían, si no tenían sacerdotes que cuidasen de sus almas, y pareciéndoles que para la consecución de su intento, nada más adecuado había que los religiosos del convento de Loyo o Loño cerca de la ciudad de Santiago de Compostela, los cuales eran canónigos seglares de San Agustín, y cuya vida es muy semejante a la que ellos deseaban observar, no descansaron hasta lograr, como deseaban, ponerse bajo la dirección de estos buenos religiosos.

Dieron cuenta luego de su Instituto al cardenal Jacinto, legado del Sumo Pontífice en España, el que aprobó la Orden en cuanto pudo y conforme a las facultades que tenía. Mas esto no sería suficiente para que la nueva milicia tuviera vida canónica, siéndoles por tanto preciso acudir a Roma, teniendo el inefable gozo de que el Papa Alejandro III aprobase y confirmase la Institución en 1175. Esta fue la primera Orden Militar que se fundó en España, que lleva por divisa, en manto blanco, una cruz roja en forma de espada, o sea, de la misma figura y color que la tradición popular cuenta la llevaba el Apóstol Santiago en la batalla de Clavijo, y por esto sin duda, se llamó a la nueva milicia, y desde un principio, Orden Militar de Santiago de la Espada.

Milicia admirable que unió en estrecho lazo la pacífica mansedumbre del cordero con el fiero valor del león; milicia de la cual, mientras el freire se entregaba en el claustro a la vigorosa austeridad de la vida monacal, procurando con sus oraciones y mortificaciones obtener cual nuevo Moisés las bendiciones y los auxilios del Dios de los ejércitos, sus caballeros derramaban animosos su generosa sangre en los campos de batalla para derrotar el enemigo de la cruz, y liberar a España del yugo de los hijos de Mahoma, o sea, para hacer triunfar la fe de Cristo y con ese triunfo alcanzar la independencia y la grandeza de la Patria.

Grande importancia tenía por este tiempo la villa de Castrotorafe, su riqueza, su excelente posición y su envidiable fortaleza, fueron causas del tenaz empeño que desde luego mostró el Maestre fundador de la Orden de Santiago, para que se le donase a Fernando II; pero este monarca amaba mucho a Castrotorafe y se negó a las pretensiones. Entonces el Maestre Don Pedro Fernández, se dirigió al Cardenal Jacinto, respetado y hasta venerado por el rey, para que le pidiera cediese la plaza a la Silla de San Pedro, lo que pudo lograr, firmándose la donación en Zamora en el año 1172, cuya data, según el bulario de la Orden dice así:- “Factum fuit apudzamoran in Camera inqua Dominus Cardinalis iacebat in presentia predicte Domine Regine et Bobonis fratris Domine Cardinalis et Reimundi de Capella Sancte Romme Eclesie Subdiaconi et Maibrandi, etc”.

El Cardenal Jacinto apenas tuvo en nombre de la Iglesia Romana la posesión de la plaza de la villa de Castrotorafe, la traspasó y cedió al Maestro de Santiago; pero apenas llegó el hecho a noticias de Fernando II, sin embargo de ser protector de la Orden, fue tanto el enojo que tuvo, que no solamente anuló semejante cesión, sino que privó a la Orden de todas las donaciones que tanto él como sus vasallos le hubieren hecho.

Pronto pasaron las iras del rey, puesto que en el año 1176, o sea, al siguiente de ser aprobada la Orden por el Papa, expidió en Astorga carta de donación de la villa de Castrotorafe a la referida Orden. Léese en referido documento que el rey Don Fernando en unión de su hijo y sucesor D. Alfonso, da a Dios y al venerable Maestre de Santiago, Pedro Fernández, la villa de Castrotorafe con todos sus términos antiguos y modernos, pero que dicho Maestre y sus sucesores así como todos los caballeros que en lo sucesivo tuviere la Orden, la tengan, disfruten, donen o conmuten según fuera su voluntad, cosa propia y como si fuera obtenida por juro de heredad. Autorizan como de costumbre la donación los Obispos y los Magnates que acompañan la Corte. La copia de este documento obra en el archivo parroquial de San Cebrián de Castro, sacadas como otras copias del tumbo de San Marcos de León, se encabeza con estas palabras:- “Scriptura 2ª, omissa prima”, lo que se refiere indudablemente a la primera donación hecha por el Cardenal Jacinto.

A los cinco años de haber donado la villa de Castrotorafe Fernando II a la Orden de Santiago, la visitó personalmente, y dentro de su fortaleza firmó un privilegio, fecha 30 de Marzo de 1181, devolviendo a la misma Orden cuarenta villas y lugares de que la privó cuando lo de Castrotorafe, entre las que se encuentra Peñausende.

Apenas el Maestre D. Pedro Fernández obtuvo el diploma por el que se le concedía la plaza de Castrotorafe, fue personalmente a tomar posesión de la villa, y allí mismo firmó la carta o pacto que celebró con su concejo, ordenando la vida civil y gobierno de la villa y su término, así como la jurisdicción y el régimen eclesiástico. En este singular documento que en el Bulario de la Orden se llama Fuero concedido por el Maestre al concejo, o pacto celebrado con los habitantes de Castrotorafe, vasallos de la misma, dícese que, por mandato del rey se celebre el referido pacto.

Establécese en él que solamente pueden disfrutar la propiedad de su término los descendientes y herederos de los pobladores de la villa, y que solo éstos pueden reedificar casa en la misma o en su término para vivir en ella, porque si quisieran cambiar de vecindad, habrán de venderla solamente a los descendientes de dichos pobladores, y esto en su justo precio, siendo obligación de los alcaldes de las villas velar por su cumplimiento.

Al hablar de la jurisdicción eclesiástica dícese que todas sus iglesias sean regidas por clérigos naturales de la villa; que fueren hereditarios o propietarios en la misma, y si en alguna vacante no los hubiera, entonces con consejo y autorización del Obispo se propongan sujetos idóneos para que los nombre el Maestre. De aquí se deduce que las parroquias de Castrotorafe les hizo beneficios patrimoniales a favor de los naturales de la villa que fueren legítimos descendientes de los que repoblaron en tiempos del rey Alfonso VII y entendemos quiere decir el Maestre cuando exige que se nombren “clérigos que sint heredetarii in dicta villa”.

En este mismo sentido las entendió el Doctor López de Ayurleta en su vida del Maestre Don Pedro Fernández, poniendo a las palabras que se acaban de transcribir el siguiente comentario:- “Poblose año de mil ciento veintinueve, y así las iglesias tenían herederos conocidos hijos o nietos de los fundadores”. Después hace que los diezmos se dividan en tres proporciones iguales, disponiendo que una tercia sea para el Obispo, otra para los clérigos que rijan las iglesias y la otra para la Orden, a cuyo cargo correría proveerlas de los libros y ornamentos que necesiten.

La Orden Militar de Santiago de la Espada, lo mismo que las de Calatrava, Alcántara y Montesa que se fundaron posteriormente, adquirieron en breve tiempo importancia suma, pues aquellos varones que vivían sujetos a una regla canónica, así como en el claustro eran verdaderos religiosos entregados a la vida de mortificación y penitencia, así también cuando empuñaban la espada, cubriéndose con el majestuosos manto adornado con la cruz propia de su instituto, luchaban denodadamente contra la infiel morisma, conquistándoles multitud de plazas, contribuyendo en gran manera a reconstruir la nación española.

A nadie pues debe extrañar, que en aquellos siglos de guerras, sangre y hierro, los Caballeros de las Ordenes Militares, armados con la cruz y la espada, y colocados siempre a la cabeza del Ejército, para combatir al opresor de su amada Patria y defender su adorada religión libertándola de la opresión del fatalismo musulmán, llegasen a enriquecerse sobremanera.

Falleció Fernando II en el año 1188 y le sucedió en el trono su hijo D. Alfonso, joven de diecisiete años, el que fue proclamado por la nobleza de León, Galicia y Asturias como Rey en el nombre de Alfonso IX.

 

D O C U M E N T O S

Primera donación hecha por Fernando II en 1176 de la villa de Castrotorafe a la Orden de Santiago.

In nomine Domini nostri Jesuchristi Amen. Catholicorum Regum Offitium desse digoscitur Religiossas Personas di ligere ac venerari et eas largis dilactari muneribus ut dando terrena adipisci mercamur Eterna. Hujus siquedem intuiturationis Ego Dominus Fernandus Dei gratia Rex una cum filio meo Rege Domino Aldephonso do Deo et Vobis Petro Fernandi Militio Beti (Beati) Jacobi venerabili Magistro ómnibus que subcessoribus vestris necnon et ómnibus Militibus ejusdem ordinis tam presentibus quam futuris Deo servientibus illam Villam dictam Castrotoraf perterminos nobisimos et anticuos ut ab hac die et deinceps ipsam Villam habeatis cum ómnibus directuris et pertinentiis suis et possidetis donetis commutetis et totas Vestras Voluntates desupra dicta Villa Castrotoraf faciatis Jure hereditario in perpwetuim. Facta carta apud Astoricanmense Februario Era M. CC. XIIII Regnante Rege Dominno Fernando in Ligionense Extrematura Galletia et Asturiis. Ego Dominus Fernandus Dei gratia Rex hoc scriptum quod fieri jussi proprio robore confirmo.- Petri Dei gratia Compostelanae”.

Eclessiae Archiepis copus Confirm.- Joanes Legionensis Episcopus Conf.- Joannis Lucensis Episcopus Confirm.- Arnaldus Astoricen. Episcopus Conf.- Guillemus Zamoren. Episcus Conf.- Vitalis Salamn. Episcopus Cnf.- Petrus Civitate.n. Episcopus Conf.- Alphonsus Aurien. Episcopus Conf.- Rabinadus Mindum. Episcopus Conf.-Comes Urgenllensis Maiordomus Regis Conf.- Comes Gometius dominans in Trastamara Conf.- Fernandus Fontii Conf.- Gundissalvus Ossorii Conf.-Pontius Velaz Conf.- Fernandus Gutiérrez Conf.- Joannes Gallego Conf.- Ego Petrus Joannis Domini Regis Notarius Archi Diacono.- Domino Pelagio de Laura existente Cancelario feci scribere.

 

Fueros dados a Castrotorafe en 1178 por el Maestre fundador de la Orden de Santiago.

“In nomine Dei Amen.- Notum sit ómnibus presentibusqued Nos Magister Petrus Fernandi Militiae Sancti Jacobi Una cum Fratribus nostris et Concilium de Castrotoraf per mandatum et Concesionem Regis Domini Fernandi Facimus: pactum firmisium et perpetuo valiturum statuimussiquidem quet hereditas de castrotoraf et de suo termino non currat alliam partem vadat nisi ad predictam Villam et ad suum Terminum et hereditarios ipsius Villae ibi et in suo termino conmorantes et illi qui fuerint hereditarii in Castrotoraffacient Casam in sadem Villa vel in suo termino et ibi morentur et si alibi morare voluerint non levent hanc hereditaten secum nec vandat eam nisi populatoribus ipsius Villae vel de ejus termino et insuper venderé vel emere hereditatem non possint nisi quod fuerit mensura et si maiori pretio venderi voluerint quam combenit Magistri cum Alcaldibus hoc non consentiam. Omnes etian Eclesias de Castrotoraf vel de suo termino illi clerici qui hereditari sunt in dicta Villa vel in suo termino et ad hoc sint odinei per manum Magistri et concesionem sui Episcopi habeant eas invita sua nisi facerint pro quo eas amitant quarum Decimae sic dividantur una tertia videlicet Episcopo alia clericis alia vero detur predicto Ordini un de libros et congrua Eclesiarum faciant Ornamenta. In ipsas Eclesias quee Clericos non habuerint Comendator cum consilio et auctoritate Domini Episcopi mitat in eas Clericos”. 

 

C A P I T U L O VI

Reinado de Alfonso IX.- Concede los diezmos del portazgo de Castrotorafe a la Catedral de Zamora.- Concordia entre el Rey y la Orden de Santiago.- Reinado de Fernando III.- Concordia con sus hermanas sobre Castrotorafe.-

Alfonso IX mostró desde luego el gran interés que tenía por el esplendor y grandeza de la Orden Militar de Santiago de la Espada, así es que no contento con haber firmado en unión de su padre la carta de donación a la referida Orden de la Villa de Castrotorafe con todos los términos, en el mismo año que subió al trono firmó en Zamora otro privilegio confirmando todas y cada una de las donaciones que le había hecho su regio progenitor.

Con la paz y el sosiego que gozó el reino de León en la época que venimos historiando, y libres ya las gentes de los temores de nuevas algaradas por parte de los sarracenos, fue aumentándose la población, desarrollándose la agricultura, creciendo la industria y el comercio. Castrotorafe vióse tan protegida por la fortuna, que sus fértiles tierras, sus grandes dehesas y sus extensos montes eran alicientes más que sobrados para despertar el afán del lucro en el agricultor y en el ganadero; veíase prosperar nuestra villa, y dada la excelente posición que ocupaba, era un gran tráfico el que en ella se ejercía especialmente en el comercio de ganados y de lanas, criándose en sus feraces dehesas y montes multitud de cabezas y de las mejores clases conocidas tanto de la especie lanar como de la boyal.

Por eso no debe extrañar que sus portazgos rindiesen pingües rentas y éstas debían ser tan considerables que habiéndose incendiado en el año 1205 el hermoso claustro de la Catedral de Zamora, el rey Alfonso IX concedió al Obispo y cabildo de aquella ciudad el diezmo de los referidos portazgos para que pudiesen levantar el nuevo claustro. Y si esta cesión no fuera importante, por su producto, la concesión sería baladí e indigna de un religioso monarca.

El joven Don Alfonso contrajo matrimonio con la Infanta de Portugal Doña Teresa de cuyo enlace tuvieron dos hijas llamadas Doña Sancha y Doña Dulce; pero desgraciadamente resultó que los regios consortes eran parientes en grado próximo, y, como la rigidez de la disciplina canónica de entonces no consentía tales dispensas, por mucho que suplicaron a Roma todo fue inútil; el matrimonio se declaró nulo, y los que se creían casados, tuvieron que separarse con honda pena, afecto del gran cariño que se profesaban. Después contrajo matrimonio el Rey de León con Doña Berenguela, la hija de los Reyes de Castilla, y de este segundo matrimonio nació un hijo llamado D. Fernando, más también resultaron próximos parientes los cónyuges y anulado por tanto este segundo matrimonio.  

Muerto el rey de Castilla sin dejar sucesión masculina fue llamado a sucederle en la corona su nieto, el joven príncipe D. Fernando como hijo de Doña Berenguela.

Alfonso IX de León, ya fuese movido por el entrañable amor que profesaba a sus hijas las infantas del primer matrimonio o ya porque no le pareciera oportuno el que su hijo D. Fernando reuniera en su cabeza las dos coronas de Castilla y León o no sé por qué, lo cierto es que empezó con tiempo a preparar el terreno para que a su muerte le sucedieran en el trono sus dos hijas. Al efecto, conociendo la gran importancia que tenía en sus estados la Orden de Santiago, y las buenas fortalezas que poseía, la colmó de mercedes, celebrando con ella una concordia en 1223, por la que le concedía las villas y castillos de Villafáfila y Cáceres con sus respectivos términos, con la precisa condición de sostener la Orden el exclusivo derecho de Doña Sancha y Doña Dulce al trono de León. Después otorgó testamento y en él las nombró sucesoras suyas.

No sé en qué forma habían de reinar estas jóvenes princesas, si unidas o divididas, dividiéndose entre sí los estados; de cualquier manera que fuese, resultaba un gran mal y las consecuencias no podrían menos de ser desastrosas. Así que murió Alfonso IX empezaron a dibujarse en el horizonte político signos próximos de tormenta. Los magnates del reino vieron llegar la ocasión propicia de satisfacer sus ambiciones, dividiéronse pues, y dividieron los pueblos en dos partidos, sosteniendo unos el derecho de D. Fernando al trono de León, amparando otros la sucesión de las Infantas, y como acontece siempre en circunstancias iguales, si algunos luchaban en defensa del que creía un derecho, los demás trabajaban por lograr su personal medro. El Maestre de Santiago y sus caballeros, por cumplir la palabra empeñada al difunto monarca, y en defensa de las mercedes que en cambio de aquel les otorgaba, comenzaron a ordenar sus huestes, y la cuestión tomó tan fiero aspecto, que ya se presentía el fuego de la guerra civil con sus desastrosas consecuencias.

Las Infantas Doña Sancha y Doña Dulce vivían en Zamora, y no juzgándose la ciudad suficientemente segura para el resguardo de sus personas, el Maestre de Santiago las condujo a Castrotorafe, donde hallarían seguro asilo, porque además de ser una de las primeras y más fuertes plazas del reino, nada absolutamente tenían que temer de sus moradores, siendo como eran vasallos de la Orden.

Afortunadamente no llegaron a romperse las hostilidades, gracias a las relevantes y cristianas dotes que adornaban no solamente a los hermanos contendientes sino a sus augustas madres. Era verdad que si D. Fernando llegó por sus grandes virtudes a merecer la aureola de la santidad, y el que con gran regocijo de verdaderos españoles le rindamos culto en nuestros altares, tuvo por guía y maestra de su educación a su religiosa y prudentísima madre Doña Berenguela de Castilla; y si las Infantas Doña Sancha y Doña Dulce fueron modelo de bondad y de mansedumbre, mamaron tan hermosas prendas en los pechos de su madre Doña Teresa de Portugal cuya bondad y abnegación fueron proverbiales.

Cuando todo indicaba que el derecho de las partes iba a ventilarse en los campos de la batalla, porque las armas han parecido siempre la suprema razón de los reyes, las madres de los contendientes celebraron varias entrevistas a fin de evitar la guerra, logrando que todos vinieran a consentir en su felicísimo acuerdo, del que, si fue ventajoso en alto grado para la nación, nadie en cambio salió lesionado. Reunidos en Benavente se celebró en 12130 una concordia, renunciando las Infantas a los derechos que pudieran tener a la corona de León, en su hermano D. Fernando, y éste a su vez señaló a cada una de sus hermanas una pensión vitalicia de quince mil doblas anuales, que según el Padre Mariana equivalían a treinta mil ducados, con cuyas rentas podían vivir con el decoro propio a hijas y hermanas de reyes. También les concedió en feudo vitalicio la Villa y Castillo de Castrotorafe para que les sirviera de solaz y esparcimiento al mismo tiempo que de vivienda, cuya villa le pidieron las Infantas por ser un lugar ameno y apacible y haberles servido como refugio cuando temieron la guerra.

Como Castrotorafe no era realengo, sino perteneciente a la Orden religiosa-militar de Santiago, el rey escribió al Sumo Pontífice Gregorio IX dándole cuenta de todo lo pactado, y este soberano aprobó enseguida la concordia en todas sus partes. Don Fernando no estaba tranquilo aún, pues su noble corazón, no podía consentir que la Orden de Santiago se viese privada de los emolumentos que le producía la villa de Castrotorafe, que había dado a sus hermanas, y para indemnizarla, firmó en Salamanca a 15 de Enero de 1231 un privilegio que le concedía a la referida Orden, los diezmos de Toledo y las Salinas de Belinchón, por todo el tiempo que vivieran las Infantas y poseyesen Castrotorafe.

Con el acuerdo tomado en Benavente se estableció la paz, el reposo y la tranquilidad del reino, se fundieron en una las dos coronas de Castilla y León para jamás volverse a separar, dando con esta dichosa unión prosperidad y grandeza a aquellas afortunadas comarcas tan trabajadas por espacio de setenta años, por efectos de la división de los estados que hicieron Alfonso VII, con fratricidas luchas, que fueron mengua y baldón del nombre cristiano. Con esta feliz unión, en fin, se formó aquella poderosa monarquía de Castilla que en tiempos no muy lejanos llegara a asombrar al mundo con sus gloriosos hechos.

El Maestre de Santiago D. Pedro González trató de turbar la paz y alegría del concierto que celebraron D. Fernando y las Infantas sus hermanas, y ora fuera por ser fiel al juramento que en su día prestara, de ser mantenedor de estas señoras al trono de León, ora por sus particulares intereses, o por otras causas que ignoramos, lo cierto es que no se adhirió al concierto de Benavente y encastillado en su fortaleza de Castrotorafe negaba obediencia al rey, tratando de resistirle con las armas, pero viendo que nadie seguía su conducta, y por lo tanto que le era de todo punto imposible sostener su facciosa posición, abandonó la villa y huyó a Portugal.

Una vez posesionado D. Fernando de las dos coronas, dirigió todos sus planes a engrandecer la Patria, entrando en sus proyectos como punto principal, la defensa y protección de la fe y religión, hizo cuanto pudo para restañar las heridas que ocasionaron las pasadas luchas entre castellanos y leoneses, haciendo que se abrazaran como hermanos, que habían estado largo tiempo separados, y logró que su reino fuera de los más gloriosos y brillantes que por entonces hubo.

Con el reinado de San Fernando no vuelve a sonar para nada la villa de Castrotorafe, diremos únicamente para terminar este capítulo, que aún cuando hacía largo tiempo había terminado la lucha con los agarenos, en esta parte de nuestra nación, el santo rey, no creyó justo estarse quieto mientras hubiera un rincón de tierra española que dominasen los hijos de Mahoma, por lo que reunió sus huestes y los acometió en los baluartes en que se habían encastillado en las regiones meridionales, con tal pujanza y fortuna, que fue apoderándose de plazas y fortalezas, no descansando hasta que tuvo la incomparable gloria de clavar el estandarte de la cruz sobre los muros de Sevilla.

Digna es también de mencionarse la fundación por este monarca de la siempre célebre Universidad de Salamanca, así como también debemos hacer constar, que a él se debe la prescripción o mandato de que en lo sucesivo todos los documentos públicos se redacten en romance, o sea, en la lengua patria.  

 

 

C A P I T U L O   VII

Reinados de Alfonso X y Sancho IV.- Fernando VII.- El Infante Don Juan de Castrotorafe.- Reinado de Alfonso XI.- Concilio de Zamora.

A un rey santo sucedió un rey sabio. Habiendo fallecido Fernando III en Sevilla en el año 1252, recayó la corona en su hijo Alfonso X hombre dedicado al cultivo de las letras y al estudio de la astrología. Llegó a adquirir el renombre de Don Alfonso X el Sabio, y con él ha pasado a la historia. Deseando dotar a sus reinos de un cuerpo completo de leyes, publicó el inmortal Código llamado de las “Siete Partidas”, el cual rige aún en la mayor parte de las disposiciones. En este imperecedero monumento regula y marca claramente y de forma explícita el derecho de sucesión a la corona haciendo los llamamientos de varón a varón en la línea recta y, sólo cuando ésta falta en la transversal.

El hijo primogénito de Alfonso X, llamado D. Fernando, falleció antes que su padre dejando dos hijos varones que la Historia llama los Infantes de la Cerda, y éstos eran los presuntos herederos de la corona por la misma ley de las Partidas. Mas D. Alfonso, de carácter débil y atemorizado por la rebelde actitud de su segundo hijo, el ambicioso D. Sancho, le declaró heredero del trono, hollando la ley de sucesión que acababa de dar y arrebatando el derecho a la corona a sus nietos, con lo que acarreó serios disturbios a la nación y escandalosas luchas en lo sucesivo.

Don Sancho se había levantado en armas contra su anciano padre, ayudándole en su criminal empresa su hermano el Infante Don Juan, cuyo príncipe anduvo levantando gentes y cometiendo tropelías por esta tierra donde se asienta Castrotorafe.

Fallecido Alfonso X en el año 1284, entró en el goce de la apetecida corona Sancho IV, pero en vez de las delicias que sin duda esperaba gozar, viose obligado a devorar iguales amarguras que él había causado a su anciano padre. Los mismos personajes que le prestaron ayuda en su anterior rebelión, se alzaron ahora contra él, siendo el principal y terrible enemigo contra quien tuvo que habérselas, su citado hermano el Infante Don Juan, alma baja, que llevó a cabo actos indignos que la historia consigna para eterna aprobación. Hombre de aviesos instintos que si antes ayudó a su hermano a revelarse contra el padre para arrebatar a sus sobrinos los Infantes de la Cerda el legítimo derecho que tenían a ceñirse las coronas de Castilla y León, ahora se levanta contra su hermano Don Sancho y favorece y defiende los derechos y pretensiones de sus dichos sobrinos.

Don Sancho a quien la Historia apellida “el Bravo”, pudo contener los estragos del alzamiento, prendiendo a su hermano, que traía saqueada y esquilmada a toda la comarca de Castrotorafe, y haciendo otros sangrientos escarmientos en los demás conjurados. Una vez pacificado el reino, en virtud de las súplicas y ruegos de la virtuosa reina, fue puesto en libertad el Infante Don Juan, pero este mal hermano del rey, no conocía la virtud del agradecimiento, y siendo capaz de obrar noblemente se alzó en armas otra vez, cometiendo la villanía de asesinar frente a Tarifa al tierno vástago de Don Alfonso Pérez de Guzmán, para obligarle a que le entregara aquella plaza cuya guardia le estaba encomendada, cosa que no pudo alcanzar.

Al poco tiempo falleció Sancho IV en Toledo, quedando por heredero del trono a su hijo mayor, niño de nueve años, el que fue proclamado por los Próceres del reino con el nombre de Fernando IV y quedando bajo la tutela de su augusta madre Doña María de Molina. Asaz turbulenta fue la minoría de este rey. La soberbia y la ambición de varios nobles, no podían consentir que éstos mirasen con buenos ojos el que el reino fuera gobernado por una mujer, y deseando apoderarse de la tutela del regio niño, por cuyo medio esperaban acrecentar sus riquezas y aumentar sus poderíos, trataron de promover nuevas alteraciones. El Infante Don Juan olvidándose de los singulares favores que en sus anteriores desastres debió al noble corazón de la reina viuda, no tardó en lanzarse al campo, creyendo era llegada la hora de colocar sobre sus sienes las coronas de Castilla y León, cosa que anhelaba toda su vida y fue siempre el móvil de todas sus acciones.

Alma negra y envilecida, no escrupulizaba medio alguno, por digno que fuera, para ver si lograba sus intentos, así es que viniendo de Marruecos donde se encontraba y con las tropas que le diera el rey moro de Granada, entró en el reino de León con abigarrado ejército formado de moros y cristianos empezando a talar pueblos y campos. Llegó a su villa de Valencia de Don Juan, siendo azote y terror de toda la comarca, apoderándose de pueblos y castillos, entre los que se encuentran Castronuño y Castrotorafe. En esta última villa sentó su corte ilusoria y creyéndose ya rey de veras, acuñó multitud de moneda, inundando con ella toda la comarca con tal prontitud que cuando los pueblos quisieron conocer su falsedad, era ya tal el número que circulaba que, siendo punto menos que imposible discernirla de la buena, causó grandes alborotos, haciendo encarecer notablemente los artículos. De aquí nació sin duda la idea transmitida por la tradición popular hasta nuestros días, de que hubo un tiempo en que Castrotorafe tuvo el privilegio de acuñar moneda.

Duróle poco tiempo la ilusión al revoltoso Infante, porque si llegó a creer que una mujer era impotente para contrarrestar el empuje de tantas fuerzas como entraban en la rebelión, el valor y la discreción de Doña María de Molina le sacaron pronto de su error. Esta virtuosa señora era incansable, acudiendo a todas partes para destruir los planes de los conjurados, dándose maña tal que supo interesar a los pueblos y ciudades en la defensa de la causa y de los derechos de su tierno hijo. Viendo el Infante Don Juan la posibilidad de hacerse dueño del reino por medio de las armas, y no renunciando a sus propósitos, buscó nuevo recurso en la perfidia, aparentando someterse al monarca y haciendo entrega de todas las plazas de que habían llegado a apoderarse.

Fingiéndose después amigo del joven monarca, trató de explorar los ardores juveniles y la inexperiencia de su corta edad sugiriéndole mañosamente sospechas de su madre para que se separara de tan virtuosa cuanto suspicaz señora, y sin tan artera e infame conducta empezó a producir efecto, fue luego descubierta la intriga, por lo que el malvado Infante huyó precipitadamente de la corte, tratando luego de promover nuevos disturbios.

Terminadas estas algaradas del Infante Don Juan, Castrotorafe recobró su vida normal, teniendo la suerte de no volver a ver turbada su paz y reposo durante el reinado de Fernando IV, por lo tanto para terminar con él diremos que este monarca falleció casualmente en el día en que terminaba el memorable plazo que le marcaron los hermanos Carbajales en la célebre peña de Martos, para que compareciese ante el tribunal de Dios a dar cuenta de su justicia, y por este suceso le distingue la Historia con el nombre de Don Fernando el Emplazado.

A Fernando VII le sucedió en el trono su hijo Alfonso XI en el año 1312. No contando a la sazón el nuevo rey más que un año, las mal apagadas cenizas de las discordias habidas en la minoría de su padre, fueron inflamándose otra vez sopladas por tantos ambiciosos como pretendían la tutela real, llegando a tales extremos las tropelías que llegaron a cometer los levantiscos nobles, que obligaron a los concejos de León a reunirse formando una especie de hermandad, para oponerse como un fuerte dique a las invasiones de aquellos y atajar las correrías y depredaciones con que asolaban el país, que tan esquilmado dejaron en la pasada campaña.

En el año 1313 se celebró en Zamora un concilio provincial presidido por el señor Arzobispo de Santiago al que asistieron 15 Obispos; y en él se trató entre otras cosas, de poner coto a los desmanes u abusos que continuamente cometían los judíos en todas partes prevalidos de sus riquezas y de su prepotencia. Para conseguirlo se les privó de tener sinagogas y se les prohibió el ejercicio de la medicina. Damos cuenta de este concilio no solamente por la curiosidad y aún el interés que despertar puede saber tales determinaciones, sino también por creer que en esta época había judíos establecidos en Castrotorafe, como sabemos de manera indudable los hubo en el siglo siguiente al de que hablamos.

Alfonso XI fue bastante disoluto, escandalizando a la nación con sus desenfrenos, y dejando a su fallecimiento porción de hijos bastardos, que en el reinado siguiente fueron alma y vida de tantas revueltas como hubo, causa de tantos daños y perjuicios como sufrieron los pueblos, no saliendo ilesa de la contienda nuestra villa de Castrotorafe, y por último diremos que dieron el triste espectáculo de que un fratricida bastardo se hiciera dueño de la corona de San Fernando.

Por no haber tenido Castrotorafe participación alguna en los hechos históricos acaecidos en el reinado de Alfonso XI diremos para terminar, que este monarca falleció víctima de la peste en el año 1350 frente a los muros de Gibraltar, cuya plaza tenía sitiada.

 

C A P I T U L O   VIII

Don Pedro el Cruel.- Don Juan Alfonso de Alburquerque.- Revueltas en el reinado.- Don Mendo Rodríguez de Sanabria.- Campos de Montiel.- Documento.

Al rey Don Alfonso le sucedió su hijo Don Pedro I de este hombre joven de 18 años, de carácter duro e índole vengativa, así es que el principio de su reinado, fue señalado con crueles y sangrientas guerras, con engaños y traiciones, con destierros y muertes sin cuento como nos refiere el célebre historiador P. Mariana. Por estos sin duda los pueblos empezaron a llamarlo Don Pedro el Cruel y con este nombre ha pasado a la Historia, y aún cuando hoy en día muchos tratan de reemplazar aquel epíteto con el de “Justiciero”, que fue el que llegó a merecer su padre, será muy difícil logren borrar el que por espacio de cinco siglos ha venido dándoles sin género alguno de repugnancia ni de contradicción.

Tenía éste por gran privado suyo, un caballero portugués pariente de la reina, y que había sido ayo del monarca. Llamábase Don Juan Alfonso de Alburquerque y a fuerza de intrigas había llegado a obtener los primeros puestos del Estado. Hombre avaro trató desde un principio de dominar a su educando y dirigirle por mal camino, para saciar mejor su desmedida sed de riquezas, logrando que el monarca le donase muchas y muy importantes poblaciones; y no satisfecha aún su avaricia no dejaba de instarle para que le diese la rica villa de Castrotorafe.

Como éste pertenecía a la Orden de Santiago, el rey Don Pedro escribió desde Valladolid en 1351 a su hermano Don Fadrique que era el Maestre de la Orden, pidiéndole cediera dicha plaza con todo su término al de Alburquerque por los días de su vida. Mucho estimaba Don Fadrique a Castrotorafe, y por su gusto no la cediera, pero no se atrevió a poner el más leve reparo, temiendo las funestas consecuencias que le acarrearía su negativa, dado el carácter irascible y vengativo de su real hermano, por lo cual a los tres o cuatro días de hecha la petición, otorgó el correspondiente documento en el que decía:- “Tenía por bien que Don Juan Alphonso toviese de nos é de nuestra Orden para todos los días de su vida el nuestro Castiello de Castrotoraf”.

Los desatentados amores del rey con Doña María de Padilla, el abandono criminal de su inocente esposa Doña Blanca, y la mancha arrojada sobre el honor de Doña Leonor de Castro fingiendo para ello un casamiento, colmaron la medida del sufrimiento, levantándose en armas la mayor parte de la nobleza formando una liga en la que entraron los mismos hermanos del rey, y de la que era el más activo promovedor aquel Don Alfonso de Alburquerque, a quien pocos años antes había regalado Castrotorafe y otros pueblos, aunque este caballero poco pudo hacer, porque falleció al poco tiempo. El objetivo principal que se habían propuesto los de la liga era obligar al rey a despedir de su lado a la Padilla, y que volviese a unirse con la reina su esposa. Don Pedro salió a campaña para combatir a los rebeldes, fue apoderándose de todas las plazas que llegó a poseer el de Alburquerque y los conjurados entraron en Montamarta, a una legua de Castrotorafe, y la saquearon.

Nunca faltan a los reyes por malos y desgraciados que sean personas que le sean adictas; entre los pocos caballeros que permanecieron fieles a Don Pedro el Cruel, y de los que más señalados servicios le prestaron encuéntrase Don Mendo Rodríguez, señor de Sanabria, natural, según el P. Mariana, de Trastamara, aún cuando los escritores zamoranos lo hacen paisano suyo. Mas sea cual fuere su verdadera cuna, diremos que este caballero fue uno de los que más se distinguieron por su adhesión y constancia en el servicio de su monarca hasta la muerte, prestándole señalados servicios, algunos de ellos, nunca debidos, pues él fue el que trató la mentada boda con la infortunada Doña Leonor de Castro, y para premiarle el rey sus desvelos en servicio suyo, le donó la villa y plaza de Castrotorafe con sus términos, después de que despojó de ella al de Alburquerque.

Tales bríos y pujanza tal llegó a tomar la liga de la familia real y de la nobleza, que el monarca Don Pedro a pesar de su altivez y de su fiereza, vióse obligado a aceptar una entrevista con sus aliados. Se nombraron cincuenta caballeros de cada parte, siendo Mendo Rodríguez de Sanabria uno de los que acompañaban al rey y tuvo lugar la conferencia entre Toro y Morales, en el sitio llamado hoy despoblado de Tejadillo. Allí prometió Don Pedro muy formalmente unirse con su esposa la reina Doña Blanca, y vinieron a aumentar los males que a la nación aquejaban, ya que todo fueron palabras vanas, que al día siguiente se llevó el viento.

Don Pedro el Cruel que en medio de todo era muy astuto, viéndose en la imposibilidad de reducir por medio de las armas a los coaligados, que se habían encastillado en Toro, y que en el ataque que había dado a esta ciudad había perdido mucha gente, trató de ganarlos por medio de halagüeñas aunque falsas promesas. No solamente ofrecía generoso perdón a los que se le sometiesen prestándole el debido pleito homenaje, sino que empezó concediendo a algunos de ellos grandes mercedes. Logró con esta estratagema ir quitando gente a los de la liga, y que dentro de Toro hubiera quien traidoramente le abriera las puertas de la ciudad, por lo que terminó en poco tiempo aquella guerra.

No tardó este desventurado monarca en olvidar sus palabras de perdón, y dando rienda suelta a los instintos sanguinarios, fue privando de la vida a los que se habían acogido a la fe de la palabra real; sin más género de proceso que su voluntad; hasta llevó sus feroces intentos al extremo de querer acabar también con los que se le habían reconciliado al principio de la contienda. El horror a tanta sangre inicuamente vertida, y el natural temor a ser comprendidos en la terrible venganza, que el rey apellida justicia, obligó a muchos nobles y entre ellos a sus mismos hermanos, a huir precipitadamente poniéndose fuera de su alcance, y al poco tiempo volvió en encenderse de nuevo la hoguera de la guerra civil.

Don Enrique de Trastamara, hermano de Don Pedro, fue el rimero que se lanzó al campo, y poco a poco se le fueron uniendo multitud de caballeros, cada uno con sus huestes. Don Pedro de Castilla reunió las suyas para combatir al enemigo, y hallándose los dos ejércitos beligerantes acampados uno frente a otro en los campos de Montiel, Men Rodríguez de Sanabria tratando de prestar un nuevo y señalado servicio a su señor, fue la causa, aunque inocente, de su última desgracia.

Militaba en las filas de Don Enrique un noble aventurero francés, capitán de otros tales. El de Sanabria trató de ganar a este asalariado caudillo para que con sus gentes se pasara a las filas reales, visitándole al efecto varias noches, prodigándose multitud de halagos, y haciéndole grandes y seductoras promesas. “Duglesquín”, como se llamaba este aventurero, fingió no repugnarles semejantes proposiciones, y poniéndose de acuerdo con Don Enrique, llegó a decir a Don Mendo que solamente con su rey ultimaría tan importante asunto, si el señor no se rebajaba a venir a su misma tienda.

Don Pedro ganoso de destruir a su hermano por cualquier medio que fuera, accedió a la petición, por más que no faltaran leales servidores, que le advirtieron tuviera gran cuidado, no le armaran alguna emboscada; pero siendo de corazón intrépido y desconocedor del miedo, dirigiose acompañado de Men Rodríguez de Sanabria a la tienda de “Duglesquín” en una oscura noche, donde la tenue luz de una lámpara parecía prestar un sombrío impotente y siniestro a los objetos.

Al poco tiempo de penetrar el rey en la tienda, y apenas entablada conversación se presentó Don Enrique. Los dos rivales se miraron sin conocerse, pues a la opaca luz que reinaba en la estancia, se agregaba el largo espacio de tiempo que hacía que no se veían. Advertido Don Enrique por uno de los circunstantes, que el desconocido personaje que tenía enfrente era su capital enemigo, arrojose furioso contra su hermano trabándose los dos a brazo partido, pero más robusto y más brioso Don Pedro dio en tierra con su adversario, y con él hubiera concluido, si el caudillo francés no les hubiera dado la vuelta pronunciando aquellas famosas palabras:-“Ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor”. De esta lucha resultó que el infortunado rey de Castilla murió tinto de sangre, cosido a puñaladas por su hermano bastardo. Men Rodríguez de Sanabria fue hecho prisionero a las puertas de la tienda donde esto ocurría.

 

D O C U M E N T O

Carta de Don Pedro I, a su hermano Don Enrique, Maestre de Santiago, para que cediese la villa de Castrotorafe a D. Juan Alfonso de Alburquerque, en el 1351.

            Don Pedro rey de Castilla:- Por quanto yo envío rogar por mi carta á vos Don Fadrique Maestre de la Caballería de la Orden de Santiago é a los otros FReyles de la vuestra Orden que se aytaron convusco en el Cuesvo á Cabildo general en el mes de Mayo que agora pasó de la era desta carta que diésedes a Don Juan Alphonso de Alburquerque mio vasallo e mio Chanciller mayor el vuestro Castiello de Castrotoraf con su villa e con su termino que lo toviese de vos para en sus días a vos por cumplirl el mio ruego otrosí por ayudas que el dichoDon Joan Alphnoso fizo e fará a vos e a vuestra orden tovisteis por bien de dar el dicho castillo. E sobre este Don Bernardo Comendador de Oreja vuestro procurador pidióme merced que vos mandase asegurar é asegurase que despoes de sus días fincara á la Orden libre. Dada en Valladolid a 4 días de Julio de era 1889.

 

C A P I T U L O   IX

Reinado de Enrique II.- Se apodera de Castrotorafe Juan I.- Cede la encomienda de Castrotorafe a D. Alfonso de Tejada.- Don Enrique III.- Don Juan II.- Prisión del Conde de Urgel.- Enrique IV.- 

Don Enrique de Trastamara colocó en su cabeza la corona de castilla; aquella misma corona que él había hollado en sus campos de Montiel con el horroroso fratricidio cometido. Si bastardo fue su nacimiento, no fue más legítimo el medio de que se valió para sentarse en el trono de su padre. Natural era, por tanto, que la hidalguía castellana se resistiera a reconocerle por rey. Encendiose enseguida nueva guerra que cundió por toda la nación, viéndose figurar entre los levantados en armas a muchos de los nobles que hacían pelea contra Don Pedro el Cruel, pues no habían podido sufrir los desmanes de este monarca, mucho menos habían de soportar verse gobernados por un hijo del adulterio que se hizo rey por medio de un crimen.

Una de las poblaciones que más se aprestaron a la guerra fue Zamora y tampoco se quedó a la zaga Castrotorafe. Don Enrique no se dormía ni aperezaba para contrarrestar el esfuerzo de los conjurados, pero como la guerra ardía por todas sus partes, le fue preciso dividir sus huestes, y mientras él acudía a contener personalmente el movimiento por parte de la Braga, mandaba a su mujer Doña Juana y a Pedro Fernández de Velasco a combatir a los zamoranos.

Entre las instrucciones que les dio para hacer la campaña, se encuentran las siguientes referentes a Castrotorafe según vemos en el apéndice a la crónica de López de Ayala.

“Otrosí mandareis alguna compañía a Castrotoraf cerca de Zamora, porque si aún no oviere tomado vuestra voz que desde allí les fagan cada día todo el daño o menoscabo que pudieren en non les consienten coger los panes antes que los cojan ellos que nos con el favor de Dios entendemos facer la nuestra jornada allá á ansí es menester que quando nos allá seamos que fallemos a todas estas compañas en estos logares”. No era de extrañar el que Castrotorafe no obedeciese a Don Enrique puesto que Men Rodríguez de Sanabria y Don Alfonso de Tejada, Maestre de Santiago, eran los principales caudillos que se le oponían en esta tierra. Pero Castrotorafe cayó en poder de Don Enrique II y Don Alfonso de Tejada y Don Mendo se expatriaron huyendo de sus persecuiones.

Al mismo tiempo que Don Enrique trataba de reducir por armas a los que combatían, procuraban ganarse las voluntades de los pueblos con singulares mercedes y conquistar a los más ambiciosos de los nobles con sus larguezas y liberalidades llegando a tal extremo que se granjeó el dictado de Don Enrique el de las mercedes. Afortunadamente había dotado el cielo a este monarca de un carácter bondadoso, y una vez terminada la guerra, dedicose con solícito afán a lograr la felicidad y prosperidad de los pueblos. Reunió cortes en Toro en las que no solamente respondió a las peticiones de los procuradores, sino que arregló un cuerpo de leyes, que vinieron a satisfacer las necesidades que en materia jurídica se sentían en la nación. No es de extrañar, por tanto, que se afirmase en el trono y que los transmitiese pacíficamente a sus descendientes.

Enrique II falleció en Santo Domingo de la Calzada en Mayo de 1379, ciñéndose la corona su hijo Don Juan que fue el primero de este nombre. Aún cuando Don Enrique II había perseguido cruelmente a los que con gran lealtad y firmeza habían servido a Don Pedro el Cruel, y había despojado a muchos de sus bienes, honores y privilegios por lo que estaban expatriados, aconsejó en sus últimos momentos a su hijo y sucesor Don Juan que no perdonase medio alguno para traerles a su lado, y siguiendo los sanos consejos de su padre, trajo de Portugal a Don Alfonso López de Tejada, antiguo Maestre de Santiago, y le nombró alcaide de las fortalezas de Zamora y de Segovia y Comendador de Castrotorafe y Peñausende. Don Juan celebró Cortes en Burgos en las que se confirmaron todos los privilegios y franquicias que sus antecesores habían otorgado a las ciudades y villas del reino.

A este monarca sucedió su hijo Enrique III, llamado el “Doliente” por la poca salud que tenía. Al principio de su reinado fue víctima de la ambición de los grandes capitaneados por el Arzobispo de Toledo, pero después tuvo un arranque varonil de energía y los puso a raya, haciéndoles restituir cuantas plazas y territorios habían usurpado.

Enrique III murió en 1406 dejando su corona sobre la cuna de su tierno vástago Don Juan que apenas hacía un año que había nacido. Si al principio de su reinado pudieron temerse las revueltas que en las minorías de los reyes suelen acaecer, vióse luego la facilidad que tuvo la reina viuda Doña Catalina para regir como tutora del reino, ayudada de su cuñado el Infante llamado de Antequera.

Al principio de este reinado salió del Monasterio de Lupián el monje Fr. Hernando de Valencia con doce hermanos de religión y dirigiéndose a las riberas del Esla junto a Castrotorafe, a un terreno de la propiedad de aquel, construyeron unas celdas o ermitorios para dedicarse a la vida de penitencia. En el centro del río y sobre un peñasco elevado hallaron una ermita dedicada a San Miguel Arcángel y ésta servía para el culto, por cierto que admira la construcción de este santuario en el islote que forma el peñasco, porque si en verano es fácil llegar a él saltando de peña en peña, en el invierno, cubiertas éstas por el agua, es preciso hacerlo por medio de una barca. Aún existen las paredes de la ermita y su puerta ojival, y dentro la mesa del altar y la mutilada imagen del santo.

Siendo insalubre el terreno, se vieron los monjes en la precisión de abandonarlo fundando el convento de Montamarta, al que Fr. Hernando cedió sus posesiones que hoy son un monte con el nombre de “Dehesica”.

En 1412 publicó la reina Doña Catalina una pragmática prohibiendo a los judíos viviesen mezclados con los cristianos para evitar los frecuentes abusos que solían cometer, ordenando al efecto que en todos los pueblos en que hubiera judíos, se estableciesen en un barrio aparte el cual se cercara con un muro en el que sólo se permitía una puerta de entrada y salida, cuyo barrio se conoció con el nombre de judería como el que había en Castrotorafe.

En este mismo año falleció el rey de Aragón sin dejar sucesión y en virtud del acuerdo tomado en la junta de personas notables, entre las que descollaba San Vicente Ferrer, acuerdo conocido con el nombre de ”Compromiso de Caspe”, fue elegido por rey de los aragoneses el Infante Don Fernando de Antequera, marchando luego para sus nuevos estados, quedando la reina viuda de Castilla privada de su compañía y apoyo, aunque afortunadamente no tuvo que lamentar desmanes.

Todos recibieron gozosos en Aragón a su nuevo rey Fernando IV menos el Conde de Urgel Don Jaime, uno de los pretendientes a la corona. Malhumorado este príncipe con la resolución tomada en Caspe, quiso obtener por la fuerza lo que los aragoneses le habían negado con sus votos; por lo que entró con un ejército por los dominios de Aragón, saliéndole al encuentro el rey Don Fernando, quien puso sitio a Balaguer en cuya fortaleza se había encastillado el de Urgel. Tomada la población por las fuerzas reales, fue hecho prisionero el Conde y condenado a prisión perpetua, fue llevado de castillo en castillo, hasta que para evitar las tramas que urdir pudiera si quedaba en alguna fortaleza, fue transportado a Zamora, y desde aquí al castillo de Castrotorafe como más fuerte y seguro; pero al año siguiente fue llevado al de Játiva donde murió.

Juan II de carácter pusilánime, se echó en brazos de su favorito Don Alvaro de Luna, el que llegó a ser con sus atrevimientos causa de grandes alteraciones en el reino, alterando de tal modo los ánimos que no obstante el gran poder que ejercía y sin embargo de tener completamente subyugado al rey, viose obligado a bajar rodando los escalones del alto pedestal en que se había encumbrado, para subir los humillantes peldaños de un cadalso.

En 1454 descendió al sepulcro Juan II y ocupó el vacante trono de su hijo Enrique IV, llamado el “Impotente”, hombre tan afeminado que fue causa de grandes males y no pequeños disturbios. De vida en extremo licenciosa, llegó en su juventud a enervar completamente sus fuerzas, así es que cuando en vida de su padre se apartó de su esposa Doña Blanca, pretextando mil excusas, fue creencia general que a causa de sus vicios y de sus estragos, había adquirido el vicio de la impotencia, por lo cual el Señor Arzobispo de Toledo había declarado nulo el matrimonio.

En 1426 el gran pontífice español Calixto III expidió un breve concediendo a la Catedral de Zamora la mitad de los frutos del primer año en cada vacante de todos los beneficios simples curados, ya fueren seculares, ya pertenecientes a cualquier orden, aún militares, con tal que existen dentro del territorio del Obispado de zamorano, y habiendo vacado uno de los curatos de la jurisdicción de Castrotorafe, el cabildo de la Catedral trató de cobrar la mitad de la vacante, pero el Consejo se opuso basándose en los privilegios que le diera el fundador y en los que concedía ya el tercio de los diezmos al Obispo, originándose de aquí un largo y ruidoso pleito.

Don Enrique contrajo matrimonio con la Infanta Doña Juana, causando grande extrañeza en la corte, la que subió de punto cuando esta señora dio a luz una niña a la que puso el nombre de su madre. Afirmose entonces la sospecha que ya se tenía de la conducta nada honesta de la reina, teniéndose por cierto ser esta pobre niña fruto de la desenvoltura de Doña Juana con Don Beltrán de la Cueva, gran favorito del monarca, y que pagó las mercedes y privanza con que Don Enrique le distinguiera, mancillándole el lecho nupcial. La inocente hija de la reina fue por esta causa llamada la “Beltraneja”, y con este nombre ha pasado a la Historia.

Altamente ofendida la nobleza castellana con tanta inmoralidad, trató de obligar al rey a que pusiera remedio al baldón arrojado sobre el trono, y a que cortase de raíz el gravísimo escándalo que se estaba dando al pueblo. Las esperanzas que abrigar pudieran salieron fallidas, viniendo el rey a empeorar las cosas con sus veleidades, pues tan pronto aseguraba que la Infanta Doña Juana era fruto legítimo de su matrimonio, como confesando su impotencia decía ser hija de Don Beltrán.

No pudiendo ya la mejor y más sana parte de la grandeza sufrir afeminamiento del rey, ni mucho menos aguantar la pujanza de un favorito tan antipático como inmoral, se levantó en armas, y en la plaza de Avila erigió un tablado proclamando en él por rey de Castilla y León al joven Infante Don Alfonso, hermano del desventurado Enrique IV. Este joven príncipe en el que fundaban grandes esperanzas los pueblos, falleció en 1468, y enseguida, fuera por temor a la actitud de la nobleza o porque la conciencia así se lo dictara, Enrique IV declaró heredera del trono a su hermana la Infanta Doña Isabel.

Sin embargo, dando prueba de la debilidad de su carácter, a los dos años jura que Doña Juana la Beltraneja era hija suya, y por tanto su única y legítima heredera. Esta declaración concitó los ánimos ya apaciguados y trátase nuevamente de derrocar a Don Enrique, levantando banderas por su hermana Doña Isabel, mas la noble entereza de esta virtuosa dama, desbarató por completo los planes sediciosos de los conjurados, dejando así transcurrir en paz el poco tiempo que vivió el desgraciado monarca Enrique IV, el Impotente.

 

C A P I T U L O   X

Reyes Católicos.- Los judíos de Castrotorafe.- Guerra con Portugal.- Castrotorafe tomada y vuelta a dejar por los portugueses.- Elección del Maestre de Santiago.-

No habiendo dejado Enrique IV más sucesión que su dudosa hija la Beltraneja, apenas falleció este monarca, empezaron a notarse en el horizonte político señales evidentes de próxima tormenta, porque si bien la mayor parte de la nobleza castellana reunida en la plaza pública de Segovia alzó pendones proclamando reina a la simpática hermana del difunto monarca, conocida con el nombre de Isabel la Católica, casada ya con Fernando V de Aragón; el Arzobispo de Toledo, el Duque de Arévalo y el Marqués de Villena apartándose de la corte, elevaron el pavés a la hija, o al menos a la que sus particulares intereses, llamaban hija de Don Enrique el Impotente, Doña Juana la Beltraneja.

Por este tiempo vemos en España a los judíos con una organización perfecta y completa, pagando sus contribuciones o contingentes correspondientes; así es que el repartimiento hecho en 1474 por Rabí Jacob Abén-Núñez, juez mayor de los judíos, para los servicios y medios servicios de las Aljamas, les correspondió pagar a los que formaban la Aljama de Zamora con los judíos de Castrotorafe, seis mil quinientos maravedíes. El seños Amador de los Ríos, en su historia social, política y religiosa de los judíos explica perfectamente la organización de las Aljamas, y por ser curioso e importante vamos a poner aquí un extracto. “Con el nombre de Aljama constituía cada judería un verdadero concejo que lo formaban los ancianos, vivo recuerdo de la autoridad patriarcal; los adelantados y los cabezas de familia; siendo de su competencia todos los asuntos privativos del orden interior de los municipios y la repartición de impuestos; por último había cogedores, que eran los encargados de cobrar los dichos impuestos”.

Apenas iniciada la Guerra de Sucesión, se presentó en la palestra el rey de Portugal, Don Alfonso, en defensa, según decía, de los derechos que al trono tenía su sobrina la Beltraneja, y puesto a la cabeza de un numerosos ejército, atravesó el Duero y se metió por esta parte de Castilla, por lo que hubo necesidad de sostener una lucha que duró dos años, y casi toda ella, por desgracia, en el terreno que forma la provincia de Zamora. Viose desde un principio tomar partido por el portugués a varios zamoranos de cuenta, por lo que, apoderado de Zamora, confió la guarda de sus torres y fortalezas a hijos importantes de la ciudad.

Desde Zamora fueron tropas portuguesas a sitiar la importante plaza de Castrotorafe, y si bien después de rudo bregar se apoderaron de la villa, sus valientes defensores se replegaron a la fortaleza, donde resistieron denodados ataques de los invasores, hasta el extremo de creerse estos ya impotentes para redimirlos. Avisado el rey Don Alfonso que se hallaba en Zamora, partió inmediatamente para Castrotorafe con buen refuerzo de hombres y artillería, pues reputaba serle la posesión de aquel castillo muy necesaria para sus planes. Asesta pues sus baterías contra la fortaleza y rompe nutrido y vivo fuego, logrando abrir brecha en sus baluartes de la parte naciente, como hoy día puede conocerse al examinarlos, y cuando ya podía creerse dueño de tan codiciosa presa, se ve obligado a abandonarla.

Habiendo observado Juan Porras, zamorano al servicio del portugués, que Francisco Valdés, alcaide de las torres del puente de aquella ciudad, andaba en tratos con Doña Isabel la Católica para hacerle entrega de las mismas, mandó enseguida aviso a Castrotorafe, noticiándoselo a Don Alfonso, por lo que éste se vio obligado a levantar apresuradamente el cerco, en 13 de Noviembre de 1475, regresando a Zamora.

La estrella de la fortuna se eclipsaba a pasos agigantados para los portugueses que caminaban de derrota en derrota. Después de la Batalla de Toro dada en 1 de Mayo de 1476, en la que tan dura lección llevaron los extranjeros, fueron perdiendo todo cuanto en un principio habían conquistado, viéndose por último precisados a volver a su tierra, dejando a los Reyes Católicos en la quieta y pacífica posesión de su corona.

No solamente cuidaba la reina Isabel de los asuntos de la guerra, sino también atendía a todos los negocios de la gobernación del reino. Parece increíble las muchas y largas marchas que tuvo que hacer montada en su blanca acanea sin arredrarle nada, sin acobardarle las escabrosidades de los negocios, sin poner miedo en su gran corazón las dificultades de la guerra ni la altanería de los grandes.

Esta singular mujer, mandada a España por la divina providencia para elevar a nuestra nación a tal grado de altura que llegó a ser la más grande y la más poderosa del mundo, cumplió exactamente en providencial destino, empleando su actividad, su energía y sus virtudes, en llenar a España de glorias, dando al mundo un elocuente testimonio de que cuando un monarca comprende la importancia de su alta misión y tiene resolución firme de cumplirla, es la mano providencial que labra la felicidad de los pueblos.

Seguía aún la lucha entre España y Portugal, cuando ocurrió la muerte del Maestre de la Orden de Santiago; nuevo obstáculo se presentaba con esto a Doña Isabel, pues en aquellos tiempos había llegado la dignidad maestral de las órdenes militares a adquirir tal grado de esplendor y aún de poder, que siempre que ocurría alguna vacante de este género aspiraban a ocuparla los más encumbrados magnates, poniéndose en juego la intriga y en ocasiones las armas.

Conociendo la reina de los peligros que la elección del Maestre de Santiago podía acarrear para su corona, no asentada aún sólidamente sobre sus sienes, abandonó los campos de batalla dirigiéndose a Uclés con tal rapidez que logró llegar a tiempo de conjurar la tormenta que ya empezaba a rugir. Reunido el consejo de los trece caballeros, que era el señalado por los estatutos para hacer la elección, les habló con tal elocuencia de los males que en tan azarosas circunstancias traería a Castilla la ambición de los magnates que se disputaban la elección maestral y les pintó con tan hermosos colores el esplendor y grande honor que resultaría para la misma Orden si accedían a que el Romano Pontífice nombrara administrador de ella por cierto tiempo al rey Don Fernando, que el consejo de los trece subyugado por las elocuentes razones que la reina les expuso, suspendió la elección y se despacharon correos a Roma impetrando la gracia que la reina manifestó ser hasta necesaria.

Mientras la guerra tenía su brillante desenlace llegaron de Roma las bulas pontificias nombrando al rey Don Fernando de Aragón administrador de la Orden de Santiago de la Espada, y usando de las facultades que en las referidas bulas le conferían, tuvo el acertado acuerdo de nombrar Maestre de la misma a Don Alfonso de Cárdenas, que era uno de los magnates y acaso el de más pujanza, que habían aspirado a ser elegidos por el consejo de los trece.

Este Don Alfonso de Cárdenas dirigió una orden, carta o lo que fuere a la villa de Castrotorafe, como tal Maestre de Santiago, siendo de todo punto imposible saber su contenido, ni aún siquiera el objeto de la misma, ni el motivo por el que se escribió, porque si bien el ayuntamiento la conservaba en su archivo, ha desaparecido hace tiempo, como han desaparecido también otra porción de documentos interesantes. En los inventarios que hemos visto desde el siglo XVI al XVIII se incluye este documento como existente y en todos ellos se inserta con las siguientes palabras:-“Otra scriptura en pergamino que comienza: Don Alfonso de Cárdenas por la gracia de Dios Maestre de Santiago”.

Ya hemos visto las peripecias porque en anteriores reinados pasara la villa de Castrotorafe, cambiando de señor con frecuencia, según la voluntad o capricho de algunos reyes, que unas veces reconocían la propiedad que de ella tenía la Orden de Santiago, y otras no. Los Reyes Católicos la devolvieron a su verdadero dueño y desde entonces la Militar Orden a que pertenecía desde que se la donó Fernando II no volvió a ver interrumpida su posesión.

Afirmados los Reyes Católicos en el trono de Castilla, al que se unió poco después el reino de Aragón, por haber sucedido en él Don Fernando a su padre, unión feliz y dichosa, pues con ella y con la toma de Granada, último baluarte de la gente agarena, se realizó la verdadera unión nacional, dirigieron todos sus esfuerzos a consolidar el orden y la paz en sus estados, que tan necesitados se hallaban de tan preciados dones, pues las revueltas pasadas, la debilidad de algunos monarcas y la prodigalidad de otros, habían enriquecido y ensorberbecido de tal manera a los magnates del reino, que se creían iguales al rey, y algunos tenían más poder y disponían de más recursos que el mismo monarca.

El primer cuidado de los Reyes Católicos fue ir mermando los privilegios de los nobles, llegando a lograr con una exquisita prudencia, su gran tacto político y su enérgico carácter, dar el golpe de gracia al feudalismo, hacer nacer la vida municipal, y reconcentrar en la corona todo el poder y autoridad de que antes se veía privada en gran manera. Así prepararon el terreno para llenar a España de aquella gloria y de aquel esplendor, que en el siguiente siglo se hizo dueña y señora de la mayor parte del mundo conocido.

 

C A P I T U L O   XI

Incorporación de los Maestrazgos a la Corona.- Creación de Tribunales de las Ordenes.- Prioratos.- Vicarías.- Encomiendas.-

Para ver completamente satisfechos sus deseos los Reyes Católicos, únicamente les faltaba ya encauza las Ordenes Militares, aquellas famosas milicias que armadas en un principio con la cruz y con la espada, tan importante papel desempeñaron en la gloriosa epopeya de la Reconquista. Enriquecidos hasta el extremo, y cuando ya apenas tenían ocupación propia de su instituto, sus Maestros llanos de vanidad se convirtieron en verdaderos potentados, que tomando parte activa y aún principal en las revueltas y discordias que trabajaron a Castilla, llegaron a creerse iguales, y aún superiores a los mismos reyes, y más de una vez hicieron se bambolearan los mismos tronos.

Difícil parecía la empresa y solamente el ánimo varonil y la energía de carácter de los Reyes Católicos podía acometerla los que habiéndose propuesto concluir de una vez para siempre con la perniciosa pujanza de la nobleza feudal, justo era no cejasen en su empeño. Algo habían ya conseguido con el nombramiento de Don Fernando para la administración temporal de la Orden de Santiago; empero esto no era suficiente, no llenaba sus miras, o resolvía el problema político que habían planteado; necesitaban mucho más, érales indispensable sujetar las cuatro Ordenes Militares, para inutilizar el funesto influjo que ejercer pudieran contra los planes de la monarquía. Para conseguir sus fines mandaron embajadores a Roma que presentaron sus pretensiones al Sumo Pontífice.

El Papa Alejandro VI, oídos los enviados españoles, expidió sus bulas en 1483, por las que, bajo el nombre de “Administración Perpetua” , se incorporaron para siempre los Maestrazgos de las cuatro Ordenes Militares a la corona de España, asumiendo el rey Católico todas las facultades y autoridad que eran privativos de los Maestres. Desde esta agregación concluyeron para siempre las escandalosas luchas que hacía algún tiempo se venían presenciando en la elección de los Maestres, terminaron las ambiciones y tuvo fin un poder que había llegado a hacerse tan temible y peligroso.

Para atender al gobierno y administración de las cuatro Ordenes Militares, se crearon varios tribunales, siendo el principal “El Consejo Real de las Ordenes”, con dos secretarías, una exclusivamente para la de Santiago, lo que prueba la gran importancia que tenía, y otra para las tres Ordenes restantes. Este Consejo refrendaba las mercedes y hábitos que se concedían; proveía los prioratos, beneficios y oficios de las Ordenes, en él se examinaban las informaciones de hábitos, visitas de conventos, encomiendas, casas, fuertes, hospitales y colegios que las referidas Ordenes tenían; y por dicho Consejo se hacían respetar y observar las definiciones que se daban y acuerdos que se tomaban en los Capítulos Generales. Finalmente como alto tribunal de justicia conocía de todas las causas así civiles como criminales de todos los caballeros y freires, y recibía las quejas y las apelaciones de los pueblos sujetos a su jurisdicción, y para poder atender a tantos y tan diversos negocios, contaba con un personal numeroso dividido en varias secciones.

Para el gobierno Eclesiástico de la Orden de Santiago, que es la única de que nos interesa hablar, se dividió su extenso territorio en dos partidos llamados “Prioratos”, y se estableció uno de ellos en la casa matriz de San Marcos en la ciudad de León, y el otro en Uclés. Eran estos señores priores, sacerdotes profesos de la Orden, tenían que estar graduados, y se elegían por tres años; eran verdaderos prelados, jueces ordinarios en todo el territorio de su jurisdicción, y por lo tanto tenían amplias facultades como tiene un Reverendo Obispo en su obispado, exceptuando aquellas cosas que son propias y exclusivas del carácter episcopal. Tenían por lo tanto estos priores su tribunal eclesiástico, y cuando no hacían personalmente la visita de las parroquias sujetas a su autoridad, nombraban visitadores que la practicaban. Tampoco podían proveer los curatos, porque este ramo quedó reservado al Consejo Real de las Ordenes Militares.

Como el terreno perteneciente a las Ordenes Militares no formaba un coto redondo como sucede en la diócesis, sino que se halla diseminado por todo el ámbito de la antigua monarquía castellana, se crearon varios partidos foráneos con el nombre de “Vicarías”. Al eclesiástico que se investía con el cargo de Vicario, no solamente se le daba preeminencia sobre todo el clero de la vicaría, sino que eran un verdadero juez, con jurisdicción en el fuero externo, aunque con sus limitaciones. Una de las vicarías que se crearon fue para el territorio que comprendían las encomiendas de Castrotorafe y Peñausende.

A esta vicaría se le dio el nombre de “Villalba de la Lampreana”, sin que sepamos ni comprendamos por qué. Fue siempre Villalba uno de los pueblos pertenecientes al municipio de Castrotorafe, y lo más lógico y lo más natural parecía que se le hubiera dado el título de Vicaría de Castrotorafe, y ya que hubiera mediado alguna circunstancia que influyera en la mutación del nombre, creemos que éste correspondía a San Cebrián de castro, cuyos párrocos entraron no sólo a gozar de las rentas, sino también de los fueros, de las franquicias y de las distinciones que tuvieren los de Castrotorafe hasta su extinción.

Fuera cual fuere la causa, el hecho es que la vicaría se llamó desde luego de Villalba de la Lampreana, viniendo a resultar que en lo civil, judicial y administrativo era partido de Castrotorafe, y en lo eclesiástico, vicaría de Villalba. Verdad es que si el ayuntamiento y la alcaldía mayor tenían que residir precisamente en la capital, o sea en Castrotorafe, y cuando esta villa dejó de existir, en San Cebrián de castro, en cambio la vicaría, aún cuando llevase la denominación de Villalba, podía ser desempeñada por cualquier párroco del territorio, que teniendo los correspondientes títulos académicos, fuese nombrado para tal cargo sin que por ello tuviera que faltar a la residencia canónica del curato.

Así vemos que ha habido acaso, y sin acaso, más párrocos priores en San Cebrián de Castro ejerciendo el cargo de vicarios que no en Villalba de la Lampreana, como sería fácil demostrar copiando aquí la larga lista de vicarios que ha habido en San Cebrián, hasta el último día de existencia que tuvieron estas jurisdicciones privilegiadas. Además el notario eclesiástico de la vicaría, siempre residió primero en Castrotorafe y después en San Cebrián de Castro.

Cuando llegue el caso de tratar de la alcaldía mayor y del Regimiento de Castrotorafe, creemos sea la ocasión más oportuna de dar una idea de la administración y el gobierno de la Orden de Santiago; ahora para terminar este capítulo, diremos solo cuatro palabras sobre las Encomiendas aunque son mucho más antiguas, pues ya se ha visto en esta Historia cómo se concedió algunas veces a Castrotorafe.

Era la Encomienda una dignidad muy apetecida, con la que solían premiarse los servicios que los buenos caballeros prestaban en la guerra, dignidad que además les producía buenas rentas. Si grande era el honor, y no pequeños los beneficios y los privilegios de los que gozaban los caballeros comendadores, en cambio contraían deberes dependiendo en gran parte del modo como los cumplían, el bienestar de los pueblos que pertenecían a la Encomienda. Debían los Comendadores guardar y amparar estos pueblos, porque desde el momento que se posesionaban de su Encomienda, quedaban los pueblos bajo su tutela, y por ello entraban a gozar la renta que les correspondía.

Los Comendadores vivían en el pueblo de su encomienda en el que tenían su casa o palacio, y debían ser los padres de sus moradores. Habiéndose concluido la guerra de la Reconquista, al clavar los Reyes Católicos el estandarte de la cruz sobre los muros de Granada, último baluarte que los moros poseyeron en España, terminó el fin principal que se propusieron los fundadores de las Ordenes Militares, mas como estas Ordenes Militares religiosas si no tenían ya enemigos que combatir, poseían grandes riquezas, justo era que contribuyesen al sostenimiento de la Patria, y ayudasen al rey en las empresas que necesitase llevar a cabo para repeler sus enemigos.

Disfrutaban, como se ha dicho, los Comendadores de grandes privilegios, tenían el monarca por jefe, como Maestre que era ya de la Orden; no habían por lo tanto de permanecer ociosos, y mucho menos indiferentes, cuando llegara la hora de peligro. Además que sabido es que los derechos y deberes son correlativos, y no pueden concebirse los unos sin los otros, sin admitir una irritante desigualdad. Obligose pues, a los Caballeros Comendadores a que acudieran a la guerra cuando el rey los llamara, llevando cada uno el número de soldados de Caballería que les correspondía manteniéndolos por su cuenta.

La Orden Militar de Santiago de la Espada tenía ochenta y ocho Encomiendas, y los Comendadores que las tenían estaban obligados a servir al rey con trescientos sesenta y ocho lanzas, cada una de ellas con el número que le estaba asignado, según la población de su Encomienda y la importancia o valor de sus rentas.

Castrotorafe, desde luego, fue una de las Encomiendas que la Orden de Santiago tuvo en el antiguo reino de León; el Comendador servía con las lanzas que se le asignaron, y los vecinos de la villa y tierra únicamente militaban bajo sus banderas.

 

C A P I T U L O   XII

Don Antonio de Valencia, Comendador de Castrotorafe.- Reedifica la Villa.- Colisión y pleito con los vecinos de Pajares.- Fin del reinado de Isabel la Católica.-

En la obstinada lucha con que el rey de Portugal trató de arrebatar la corona de Castilla a Doña Isabel la Católica, desempeñó un gran papel un noble y aguerrido militar llamado Don Alonso de Valencia. Cierto es que no siempre obró con la lealtad y fidelidad debidas pues habiéndose pasado al bando portugués, fue uno de los mantenedores más tenaces de la guerra, sosteniéndose temerariamente en la fortaleza de Zamora, cuando ya la ciudad y Castrotorafe y toda la comarca se hallaban en poder de las tropas castellanas.

Derrotados completamente los portugueses cerca de Toro en la batalla del 1º de Marzo de 1476, conoció el Mariscal Don Alonso de Valencia, que le era ya imposible esperar auxilio alguno para sostenerse en el castillo de Zamora, y por lo tanto buscó el medio de congraciarse con los Reyes Católicos. No atreviéndose a presentarse personalmente, se echó en brazos del Cardenal de España Don Pedro González de Mendoza, gran valido de nuestros monarcas, y este eminente purpurado, previa la entrega de la fortaleza, le alcanzó el perdón que anhelaba. Los Reyes Católicos reconociendo las buenas prendas que adornaban a Don Alfonso no solamente le devolvieron los bienes que le habían confiscado, sino también le dieron el castillo de la Encomienda de Castrotorafe.

El cerco que los portugueses habían puesto a esta villa, la toma de la misma a viva fuerza, así como haber sido batido en brecha su castillo, causaron necesariamente grandes destrozos, siendo necesario por lo tanto pensar en su reparación. Don Alfonso de Valencia así que se instaló en Castrotorafe, empezó a reedificar sus muros y a reparar la fortaleza, haciéndola al mismo tiempo más amplia, añadiéndole la torre de la parte SO., y para que las obras se terminaran lo más pronto posible obligó a los pueblos sujetos a su jurisdicción, a concurrir al arrastre y conducción de todos los materiales.

Creyendo sin duda equivocadamente que Pajares de la Lampreana pertenecía al terreno de la Encomienda, por hallarse situado cerca de Castrotorafe y entre los pueblos de su jurisdicción, trató el Comendador de obligar a sus vecinos a que contribuyesen a las obras de reparación de la plaza. Los de Pajares que jamás habían pertenecido a la Orden de Santiago, se negaron rotundamente a tamañas exigencias, por lo irritado el Mariscal de Valencia, trató de obligarles por la fuerza. Al efecto mandó contra Pajares gente armada, y los vecinos del pueblo, que se hallaban en las eras ocupados en sus trabajos de recolección, se resistieron heroicamente en defensa de sus legítimos derechos, y armándose como mejor pudieron, y sin reparar en el peligro, arremeten de improviso a las gentes del Comendador, cayendo con tal ímpetu sobre ellas, que las pusieron en precipitada fuga, obligándolas a refugiarse dentro de los muros de Castrotorafe.

Pasado el suceso y calmado el ardor bélico, entre la reflexión, se examina lo ocurrido, y empiezan a calcularse las consecuencias que podían acarrear a la población, el atrevimiento de sus habitantes y las iras del Mariscal Comendador. Mientras los vecinos más pusilánimes trataron de huir y refugiarse en lugares donde no pudiera alcanzar la ira de Don Alfonso de Valencia, los más serenos y los más reflexivos, muéstranse decididos a no dejarse imponer una servidumbre injusta. Se reúnen en consejo al son de campana tañida, nombran sus representantes, y los envían a Valladolid, donde entablan su correspondiente recurso contra el Comendador de Castrotorafe, por la fuerza que trató de hacerles, al querer imponerles una carga de la que estaban completamente libres.

Seguida la demanda en todos sus trámites, por una Real Cédula expedida en Toro el día 7 de Septiembre de 1481, providenciaron los Reyes Católicos, que los vecinos de Pajares de la Lampreana, habiendo probado que su pueblo era lugar de Behetría de más a más, es decir, independiente y libre, cuyos vecinos podían escoger y elegir el señor que quisieren, y no haber justificado el tal Don Alfonso de Valencia que dicho pueblo fuera solariego en tiempo alguno, como malamente pretendía, no tenían obligación alguna de contribuir a la reedificación de Castrotorafe, ni de prestar género alguno de servidumbre a sus Comendadores. Esta Real Cédula hállase en el archivo municipal de Pajares, o al menos se encontraba pocos años hace, pues se sabe que el curioso pergamino en que estaba escrita fue confiado a un ilustrado escritor que se ocupaba de reunir datos para escribir la historia de Castrotorafe, y falleció antes de lograr su intento. Al que estas líneas escribe, no le ha sido posible examinarlo, pues a los vecinos de Pajares a quien ha preguntado por él no han sabido, o no han querido decirle si el citado documento ha vuelto a no a su destino.

La villa de Castrotorafe no vuelve desde esta época a figurar en las diversas guerras que hubo por esta parte de nuestra Península. El Mariscal Don Alfonso de Valencia al fortificarla artilló sus fuertes, pero sus cañones creo no llegaron a sembrar el terror y el espanto, haciendo estremecer los valles y montañas con su estampido. Gran fortuna sería pues para los habitantes de Castrotorafe el poder vivir pacíficos en medio de las calamidades y desgracias que siempre traen las guerras, y poderse dedicar tranquilos al cultivo de sus campos y a apacentar sus ganados.

Satisfacción no pequeña será también para el historiador no verse precisado a describir en adelante escenas de sangre y devastación, fruto obligado de las luchas armadas, que desgraciadamente llegarán a concluirse cuando el mundo termine, por más que ciertas imaginaciones sueñen con una fraternidad universal, por cierto no cimentada en los amorosos principios del Santo Evangelio. Pero si en lo sucesivo no vemos a Castrotorafe llorar las consecuencias de los desastres de la guerra, los contemplaremos siendo víctimas de los azotes del cielo.

Terminada la guerra de la Reconquista con la toma de Granada, después de siete siglos de un rudo y contínuo batallar, los Reyes Católicos dedicaron todos sus esfuerzos a engrandecer la Patria y a hacer que España fuera una nación fuerte y poderosa.

Principiaron por celebrar Cortes en Toro, donde se hicieron aquellas famosas leyes conocidas con el nombre de la ciudad, en las que no solamente se recopilaron las principales resoluciones dadas en anteriores reinados, sino que también se dieron sabias disposiciones en diferentes materias, como en materia de sucesiones, herencias legítimas y dotes, disposiciones que no obstante el furor y manía que se ha desarrollado en España en estos últimos tiempos por legislar, aún siguen en vigor. El comercio adquirió gran desarrollo, teniendo el de lanas importancia suma por el tráfico contínuo que se hacía con Portugal, por cuya causa Castrotorafe adquirió riquezas y bienestar.

La muerte de Doña Isabel acaecida en 1504, contuvo un tanto la marcha progresiva y regeneradora de nuestro reino. Habiendo tenido los católicos monarcas que ver morir a todos los hijos varones que Dios le diere, quedó por heredera del trono la Infanta Doña Juana, casada en el extranjero con el príncipe Felipe el Hermoso, y corrían en el reino voces de que aquella señora daba muestras de no estar completamente en sus facultades intelectuales; la reina Doña Isabel nombraba en su testamento, como era debido, por sucesora suya a esta infortunada princesa, y encomendaba la gobernación del reino a su esposo el rey Don Fernando y al Cardenal de Toledo Don Francisco Jiménez de Cisneros, cuyo gobierno fue muy accidentado.

 

C A P I T U L O   XIII

Alcaldía Mayor de Castrotorafe.- Organización Municipal.

En lo que nos resta escribir de Castrotorafe, no tendremos que hablar más que del movimiento que van teniendo los organismos nacidos en su mayor parte con el agregamiento de los Maestrazgos a la corona; las luchas establecidas entre sus diversas autoridades, unas por excederse en sus atribuciones, otras por el tesón con que defendían no solamente sus franquicias, sino sus costumbres, aún las más ridículas. Estudiaremos las transformaciones, la decadencia, la muerte de las Ordenes Militares, cuyas vicisitudes sigue necesariamente nuestra villa.

La Orden de Santiago vio, al incorporarse su Maestrazgo a la corona, dividido su territorio en doce partidos, a fin de atender más cómodamente a su gobierno y a la recta administración de justicia. Al frente de cinco de éstos se ponían caballeros profesos con el nombre de “Gobernadores”, y en cada uno de los siete restantes un magistrado letrado, que se apellidaba “Alcalde Mayor”. Uno de estos partidos o Alcaldía Mayor era la de Castilla la Vieja, cuya capital se estableció en Castrotorafe, y se componía de treinta y cuatro ayuntamientos que la Orden poseía en los antiguos reinos de Castilla, León y Galicia, y de aquí el que a nuestra villa se la intitulase Capital de los referidos reinos por la Orden Militar de Santiago de la Espada.

Hace dicho y se dice que los actuales jueces de primera instancia reemplazaron y sustituyeron a los antiguos Alcaldes Mayores; la frase es verdadera en cuanto se suprimieron estas alcaldías y en su lugar se crearon los juzgados, pero no rigurosamente exacta, por cuanto los jueces solamente tienen jurisdicción para conocer en primera instancia de los negocios civiles y criminales, mientras los Alcaldes Mayores eran también jueces de apelación y de visita, y además tenían atribuciones en lo gubernativo y administrativo.

Los Alcaldes Mayores de las Ordenes Militares eran nombrados por el rey como Maestre, a propuesta del consejo de las mismas, y eran los representantes de la Orden y los jefes en el distrito de su jurisdicción, asumiendo en su persona la autoridad en lo civil o gubernativo y en lo judicial. El Alcalde Mayor de Castrotorafe llevaba además el título y atribuciones del capitán a guerra y alcaide de su fortaleza.

En un principio conocían en primera instancia en todos los negocios civiles y criminales, y como la legislación no estaba aún formada, especialmente en cuestión de procedimientos, obraban estos magistrados conforme a su mayor o menor celo e ilustración. El conocer los Alcalde Mayores en primera instancia, era solamente por lo que respecta a Castrotorafe y su tierra, pues en los demás pueblos que formaban el partido, hallándose como estaban tan diseminados, era esto de todo punto imposible, y en estos el conocimiento referido pertenecía a los jueces ordinarios o alcaldes.

Como juez de residencia, estaba obligado dicho Alcalde Mayor, a girar una visita por todos los pueblos sujetos a su jurisdicción, anualmente, a fin de tomar cuentas a los jueces ordinarios y demás justicias, examinando el modo de conducirse en el desempeño de sus cargos; castigando las faltas que cometían, evitando que las justicias locales en vez de perseguir a los delincuentes, echasen capa a los delitos como desgraciadamente ha sucedido y acontece con harta frecuencia en los pueblos de reducido vecindario, y por último protegiendo a los oprimidos y vejados quienes podían presentar sus quejas y reclamaciones ante este Magistrado, contra los abusos de que fueron víctimas.

Estas visitas y juicios de residencia, duraban para el Alcalde Mayor de Castrotorafe, de tres a cuatro meses cada año, teniendo él y sus oficiales correspondientes dietas que abonaban los respectivos municipios; dietas que en nuestro siglo importaban, según datos que hemos adquirido, veinte pesetas diarias para el Alcalde Mayor, quince para el Escribano de la Gobernación y siete y media para el Alguacil, que eran los oficiales que tenían este privilegio tribunal. El Notario o Escribano de la Gobernación de Castilla, como se llama este funcionario, lo nombraba el caballero Comendador de Castrotorafe, y el alguacil era puesto por el mismo Alcalde Mayor.

Autoridad tan especial, la del Alcalde Mayor, que no se reconocía más superior que al Real Consejo de las Ordenes, tenía obligación de presidir y aprobar la elección del ayuntamiento de la villa y tierra; de examinar las cuentas municipales de la misma villa anualmente y de aprobarlas y poner los reparos que juzgase merecían. A continuación del auto de aprobación, estampaban ciertos mandatos concernientes al orden administrativo y gubernativo del ayuntamiento, al bien común, a la defensa de los intereses comunales y a la protección y amparo de los vecinos de la tierra, imponiendo pena a los que los quebrantasen.

El Alcalde Mayor antes de tomar posesión de sus cargos, prestaba juramento en manos del juez ordinario de la villa y tierra, de haberse bien y fielmente en el cumplimiento de su deber, y después de prestado, el Juez lo sentaba en el sillón presidencial y le entregaba las insignias propias de su autoridad, insignias que, lo mismo que la vara del Alguacil Mayor, tenía el regimiento, como compradas con sus fondos. Al acto solemne de la jura y toma de posesión asistía toda la corporación municipal.

En el término preciso de treinta días a contar desde la toma de posesión, estaba obligado el Alcalde Mayor, a prestar fianzas llanas, legales y bastantes a juicio del regimiento, para con ellos poder responder de los daños y perjuicios, así como de los agravios que pudiera hacer a los vecinos de la tierra. Estas fianzas no se alzaban hasta después de terminar el juicio de residencia a que se sometía a este magistrado cuando cesaba en su cargo; juicio que alcanzaba a sus herederos, si la vacante se producía por fallecimiento del que lo desempeñaba. Tan celoso se mostraba el municipio en el asunto de las fianzas, que si transcurrían los treinta días y el Alcalde Mayor no las había prestado, invadía la jurisdicción, asumiéndola algún juez ordinario como si estuviera vacante la plaza.

Después del Alcalde Mayor viene la autoridad municipal de Castrotorafe. No era esta tan moderna en verdad, como aquella, pues sabido es cuán antiquísimo es el poder municipal en nuestra historia. el despotismo feudal tenía asumidos a los pueblos en una opresión parecida a la esclavitud, y esto dio margen a que luchando estos por su independencia se uniesen, y de su unión nacieran en el siglo doce nuestras famosas municipalidades, a las que los pueblos deben su libertad y fueron preciso baluarte para que los reyes fueran saliendo de la vergonzosa tutela en que les tenían los magnates. El poder de estas municipalidades fue inmenso, pues venía a ser una especie de república, en la que se reconocía como poder moderador al monarca.

Componíase el municipio de Castrotorafe de esta villa y las de San Cebrián de Castrotorafe y Villalba de la Lampreana, y los pueblos de Fontanillas, San Pelayo y Piedrahita, los tres con el apellido de Castro. Cada uno de los seis pueblos daba un regidor al ayuntamiento, o sea al regimiento de Villa y Tierra, que era su verdadero nombre, esta era presidida por el Alcalde, que se llamaba juez ordinario y además había otro funcionario que se intitulaba “Procurador General de la Villa y Tierra”. Existen otros dos pueblos, que son Perilla de castro y Olmillos de Castro, que aún cuando estaban sujetos en un todo a la autoridad y régimen de la corporación municipal, jamás tuvieron voto ni representación en ella; pero de estos dos pueblos hablaremos en un capítulo especial.

Aquí debe hacerse constar, que el pueblo de Piedrahita de castro, hállase cortado en dos barrios por la antigua calzada que conduce de Zamora a Benavente, y el barrio de la izquierda de referido camino correspondía al ayuntamiento de Castrotorafe, y el de la derecha estaba sujeto a la jurisdicción real ordinaria del inmediato pueblo de Pajares de la Lampreana; aquel disfrutaba de todas las franquicias, privilegios e inmunidades que tenían la municipalidad de Castrotorafe, y éste, era para la Orden como si no existiese. De aquí que en todos los documentos en que se habla de Piedrahita de Castro se tenía muy buen cuidado de añadir. Barrio de la Orden o barrio de Pajares”. En este pueblo siempre ha habido una sola parroquia perteneciente a la Orden, dándose así la anomalía de pertenecer todo el pueblo a la privilegiada jurisdicción de Santiago en lo espiritual, mientras que en lo temporal, solamente la ejercía en parte de él.

Respecto a la villa de Villalba, situada en el antiguo valle de la Lampreana, cuyo apellido lleva, es tradición constante en el país que no siempre ha pertenecido a la jurisdicción de Castrotorafe, pero fue permutada por otro pueblo que caía distante, y sabiéndose que a mediados del siglo XIII la Orden de Santiago permutó varios bienes por otros que Doña Alfonsa Mayor poseía cerca de Castrotorafe, cabe preguntar si estos bienes serían el pueblo de Villalba con sus términos.

Acerca del nombramiento de concejales, no había una ley general, y la práctica de los pueblos no era uniforme, pues en unos se hacía por elección concejil, en otros por insaculación y en otros cada regidor nombraba al que le había de suceder. En Castrotorafe, seguíase el sistema siguiente, según vemos en las antiguas actas que se conservan.

El primer día de cada año se reunía el Regimiento, acompañando a cada regidor un vecino de su pueblo nombrado por el Concejo, y en representación de éste; presidiendo la sesión el Alcalde Mayor. Primeramente las villas de Castrotorafe, San Cebrián de castro y el pueblo de Piedrahita, únicos que para ello tenían facultad, proponían cada uno un sujeto de su respectiva vecindad, para el cargo de Juez Ordinario; se examinaban por los concurrentes las cualidades de los propuestos y si se reconocía que eran aptos y dignos, se escribían los tres nombres en tres cédulas iguales que bien enrolladas y metidas cada una en un tubo o canutillo de plata se echaban en un puchero, y llamándose a un niño que no pasara de siete años, se le mandaba extraer una de las tres cédulas, y el nombre que contenía era el de la persona que quedaba elegida para desempeñar este importante cargo.

Procedíase enseguida a una elección de regidores, y cada pueblo según el turno que de antiguo tenía señalado, proponía dos candidatos, haciéndose para cada propuesta las mismas operaciones que para la elección de Juez Ordinario. Terminada la elección, la aprobaba el Alcalde Mayor, se llamaba acto continuo a los nombrados, prestaban el debido juramento en manos de aquel magistrado, y les ponía en posesión de sus respectivos cargos.

Al siguiente día de constituirse el Regimiento, se reunía en sesión para conocer el nombramiento del Procurador General de la Villa y Tierra, sujeto que debía distinto de los regidores, y nombrado únicamente por éstos y por el Juez Ordinario. Si durante el año ocurría alguna vacante, bien fuera por defunción o por eximirse legalmente algún individuo, cuya exención tenía que ser aprobada por el Alcalde Mayor, se procedía inmediatamente a cubrir la vacante, eligiendo las formalidades referidas otro individuo de la misma vecindad a que pertenecía el finado o eximido.

Además del Regimiento de Villa y Tierra, había en cada pueblo de los que lo componían, dos regidores de concejo que ejercían la jurisdicción pedánea y ejecutaban las órdenes que le comunicaba el Regimiento, regidores que también tenía el pueblo de Perilla de castro y su agregado Olmillos de Castro, así como el referido Perilla y la villa de Villalba, tenían sus jueces ordinarios, que eran solo pedáneos, especie de alcaldes de barrio, nombrados el de Villalba, por el Alcalde Mayor de Castrotorafe, y el de Perilla, por el Caballero Comendador de dicha villa.

Los jueces y regidores del Regimiento de Villalba y Tierra de Castrotorafe, no podían ser elegidos regidores de concejo de su respectivo pueblo hasta que no hiciera más de dos años que habían salido del municipio, porque aún cuando fuese honroso y distinguido presidir el concejo de su pueblo, se consideraba rebajada la dignidad de los regidores de Villa y Tierra si se admitía el nombramiento concejil antes del tiempo prescrito.

Con la sencilla forma que hemos descrito, de elegir el regimiento y con la cual se lograba tener celosos y probos representantes del pueblo, que miraban los intereses comunales, se evitaban los disturbios que a menudo se ven en los pueblos en los tiempos que hoy corren, cuando llega la época de la renovación de los municipios.

 

C A P I T U L O   XIV

Administración y gobierno municipal de Castrotorafe

Dados los primeros pasos por los Reyes Católicos en el camino de las reformas, y en la senda emprendida para concluir con los irritantes privilegios de las grandes, el poder y la autoridad fueron concentrándose cada vez más en manos de nuestros monarcas. Sin embargo, esto no fue obstáculo alguno para que los municipios continuaran teniendo vida propia, gozando de amplia libertad para administrar sus intereses, defender sus derechos y gobernar sus comunes. Verdaderos auxiliares de la Monarquía, eran ruedas concéntricas que giraban libremente dentro de su órbita, no hallando el menor entorpecimiento en las esferas superiores, pues antiguamente no se conocía ese engranaje tan pesado y tan complicado de la moderna administración, que en época de tanta libertad como se dice ser la actual, ha introducido una centralización tan absorbente y abrumadora que pobre y anémica vida hace arrastrar a los pueblos, sin quedarle aún ni siquiera alimentos para quejarse de su malestar.

En la descripción que vamos a hacer del modo como administraba y gobernaba los intereses y derechos comunales del municipio de Castrotorafe, veremos demostrada esta verdad.

Cuando era preciso tomar algún acuerdo, en acuerdo de suma importancia para el país y el Regimiento de Villa y Tierra no tenía facultades para determinar, o aún cuando las tuviera, creía oportuno oir los pareceres de los consejos, dada comisión al secretario de la corporación para que fuera a todos los pueblos de la jurisdicción, y en cada uno de ellos, al son de campana tañida, se reunían los cabezas de familia en el pórtico de la Iglesia bajo la presidencia de los regidores del concejo. Estos daban caución (por) de “rato por grato”, y nombre de los ausentes y enfermos, acordaba el concejo lo que creía más conveniente acerca del asunto que se les proponía, y concluía nombrando un representante que concurría a la próxima sesión del Regimiento, en la que se tomaba un acuerdo definitivo, que todos los pueblos acataban y cumplían respetuosamente.

En las muchas actas que hemos leído pertenecientes a tres siglos no hemos hallado la menor divergencia. Verdad es que entonces no existían las divisiones, ni los partidos que hoy destrozan los pueblos ni se conocía el charlatanismo de hoy día, que son causa a menudo de que se conviertan las sesiones municipales en pugilatos de pasiones ruines, y en discusiones bizantinas.

El carácter grave, reflexivo, activo y celoso que siempre fue proverbial en la raza española, se ve reinar en los sencillos labriegos habitantes de esta tierra, que formaban el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe. Aquellos rudos regidores de los que muchos ni aún sabían firmar, tomaban acuerdos llenos de prudencia y procurando siempre acomodarse a los que en su conciencia creían ser más adecuados: “a la mayor honra de Dios, al mejor servicio al rey nuestro señor, al bienestar y provecho de la república”, que era la fórmula con que encabezaban todas las actas en sus sesiones.

La mayor y la más preciada riqueza de la tierra de Castrotorafe consistía en los pastos y leñas; todos los vecinos eran ganaderos y en las extensas praderas y feraces dehesas que tenían, mantenían bastante ganado, que vendían con gran estimación, así como sus lanas. A fomentar pues la riqueza pecuaria y forestal dirigía su constante solicitud el Regimiento de Villa y Tierra. Por eso en las antiguas ordenanzas municipales que tenían, se marcaba con previsora idea, el modo y forma en que se habían de dar los pastos y cortar la leña, así como las penas en que incurrían los transgresores.

Esta riqueza forestal de Castrotorafe era envidiada por todos los habitantes de la comarca, así es que muchos ganaderos de los pueblos vecinos que no pertenecían a la jurisdicción, trataban de fijar su residencia en cualquiera de los pueblos de ella, por poder de este modo disfrutar de sus beneficios, residencia que por lo común duraba únicamente desde la primavera al otoño, volviendo luego para su pueblo natal. Sus intentos le salían fallidos, porque el Regimiento, atendiendo a la defensa del bien común, y para evitar que la aglomeración de ganados hiciera insuficiente los pastos, obligaba a observar estrictamente el artículo de las Ordenanzas Municipales en el que se prescribía lo siguiente:- “Todos los que vinieren a vecindar a esta Villa y Tierra, de otras jurisdicciones, tienen que ser admitidos por el Regimiento y dar fianza de vecindad por cinco años”. Hoy no podría hacer esto porque todos los ciudadanos son libres para establecer su domicilio donde mejor les convenga.

Otro ramo de los de gobierno y administración que atendía con singular esmero el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, era el de los límites territoriales. Todos los años giraba una visita por su extenso territorio, citaba a los pueblos y señores que colindaban con él, y renovaban sus deslindes, rehaciendo las mojoneras, y levantando las correspondientes actas en que se consignaba clara y distintamente los límites del territorio municipal. De este modo se evitaban intrusiones y se veía libre el municipio de las enojosas cuestiones que a menudo se suscitaban entre pueblos comarcanos, cuando tienen abandonado este servicio.

Tampoco echaba en olvido este Regimiento el servicio de caminos y servidumbres públicas, haciendo anualmente detenida inspección de veredas, cañadas y cordeles y de todo género de vías, castigando severamente a los que de cualquier modo las interceptara. Admitía las denuncias que hicieran los vecinos y estudiaba el fundamento que pudieran tener, para aplicar el debido correctivo; pero si hallaba que la declaración era falsa, entonces aplicaba rigurosa pena al delator.

Habiendo denunciado en cierta ocasión el regidor de Piedrahita a varios vecinos de San Cebrián de Castro por haber arado el camino carretero, que desde el pueblo denunciante conduce a las aceñas de Castrotorafe, el Regimiento de Villa y Tierra procedió contra los denunciados; mas habiendo probado éstos que tal camino-carretera nunca fue tal y sí una senda de herradura, se citó y emplazó al regidor denunciante para que probase su denuncia. Creyendo sin duda este sujeto que era inmune por pertenecer al Regimiento, no hizo caso a la citación, como tampoco al segundo emplazamiento, y el austero Regimiento lo redujo a prisión, acordando permaneciese en la cárcel hasta que probase la verdad de la delación, o en caso contrario que pagase la pena señalada a los falsos delatadores.

El Regimiento de la Villa y Tierra de Castrotorafe era rico, tenía pingües rendimientos y en cambio sus gastos eran reducidos, pues bien sabido es con cuanto sobriedad y sencillez se hacían los servicios públicos en los siglos que venimos historiando. Los pocos empleados municipales que entonces había contentábanse con mezquinos sueldos y sin embargo servían sus plazas con tanta y más solicitud que ahora. Cuando se creó una plaza de maestro, se le señalaron dos reales de vellón diarios, para que enseñara a leer, escribir y la doctrina cristiana.

Todos los dependientes del regimiento de Villa y Tierra se nombraban anualmente, fijándose edictos señalando el día y hora en que se sacaban a subasta los cargos y se daban al que ofrecía servirlos mejor y más baratos. Hasta el secretario de la corporación se nombraba anualmente, y aún cuando este funcionario fuere probo, inteligente y honrado, por lo que desempeñase largos años el puesto, no se prescindía por eso de anunciar todos los años la vacante y darle cada uno de ellos nuevo nombramiento, renovando cada vez la caución o fianza que tenía que presentar para responder del fiel desempeño de su cargo.

Después que Fr. Hernando de Valencia se retiró a las orillas del Esla a causa de si insalubridad, como dijimos en el capítulo IX y fundó su convento de Jerónimos de Montamarta le cedió y donó la propiedad de sus terrenos, y la Orden vendió estos mismos terrenos, conocidos con el nombre de Dehesica, al Regimiento de Villa y Tierra en 1491.

 

C A P I T U L O   XV

Privilegios y exenciones del Alcalde Mayor, Comendador, tierra y Clero de la Villa de Cstrotorafe.-

Antes de continuar nuestra historia, creemos sea éste el lugar más oportuno de dar a conocer los privilegios, distinciones y exenciones que disfrutaban las diversas autoridades que había en Castrotorafe, así como sus vecinos y moradores, y creemos esto porque la mayor parte de los privilegios tales nacieron en el reinado de los Reyes católicos.

El Alcalde Mayor de Castrotorafe tenía asiento distinguido en la Iglesia, y en las festividades solmenes en que asistía el Regimiento en cuerpo, se colocaba siempre a su cabeza, llevando las insignias propias de su autoridad, que siempre eran contestadas por el erario municipal. El día de la Purificación de la Virgen, llamado vulgarmente de las “Candelas”, asistía a la bendición de los cirios, entregándole al Párroco uno de cera blanda de peso de una libra, el que presentaba el Procurador General, comprándolo con los fondos públicos y este cirio quedaba de la propiedad del Alcalde Mayor.

En muchas cuentas que hemos tenido la curiosidad de examinar, siempre hemos hallada estampada la partida de compra de la vela o cirio de que hablamos, pero en ninguna hablamos de que el Regimiento tomase velas para sus individuos, lo que es una prueba evidente que esto era una honrosísima distinción que se hacía con el Señor Alcalde Mayor.

En la carnecería no podían los talajeros expender carne al público hasta que este Magistrado se proveyera de la que necesitaba, y en la Iglesia tenía su esposa el privilegio de asistir a misa y a los demás oficios divinos colocándose dentro de la Capilla Mayor.

El Caballero Comendador, además de las rentas que le producía su encomienda, y de la casa o palacio que tenía dentro de Castrotorafe, cobraba en la diezmería de esta villa dos novenos y otros dos en el pueblo de San Pelayo. Tenía la prerrogativa de nombrar escribano de la gobernación para la Alcaldía Mayor de Castrotorafe, y Juez ordinario para el pueblo de Perilla de Castro y su agregado Olmillos de castro.

Siguiendo gozando Castrotorafe así como los demás pueblos que formaban el distrito municipal, del beneficio que les concediera Alfonso VII al repoblarla y otorgarle sus fueros, de no pagar pecho ni tributo alguno de los que entonces se conocían, no tenía en los tiempos de que venimos hablando que levantar más cargas que la pequeña pensión anual que se les impuso para la mesa maestral de Santiago, pensión que satisfacía al Regimiento de Villa y Tierra con los fondos comunes.

Siendo además país de encomienda, sus habitantes estaban libres de tomar las armas aún cuando la peste de la guerra asolase la nación, a menos que en ella tomase parte la Orden, porque entonces tenían que alistarse en dando el número de lanceros que estaban asignados a la encomienda.

El clero de Castrotorafe tenía también sus privilegios y prerrogativas:- Antes de hablar de ellos séanos lícito manifestar el gran trabajo que hemos tenido que emplear para estudiar la historia eclesiástica de la villa, y el poco fruto que desgraciadamente hemos podido recoger. Ignórase por completo dónde ha ido a parar el archivo eclesiástico; lógico y natural parecía que se hubiera trasladado a San Cebrián de castro, a cuya parroquia se agregó el territorio de Castrotorafe, y aún es de creer se trasladara, porque en el libro de entablaciones de esta Iglesia hállanse anotadas algunas capellanías, aniversarios y obras pías fundadas en las parroquias de Castrotorafe, y para hacer estas anotaciones con sus apeos, cargas y demás, fue preciso tener a la vista los correspondientes documentos.

Verdad es que si la parroquia de San Cebrián de Castro, no ha sabido o no ha podido conservar su propia documentación, teniendo su archivo tan destrozado y hasta saqueado como el municipal, en vano podríamos buscar, ni menos encontrar aquí, libros ni documentos pertenecientes a la extinguida parroquia de Castrotorafe. Fuerza será por consiguiente contentarnos con lo poco que se ha podido espigar en los papeles desordenados y hasta rotos que nos ha sido dado registrar.

Cuando la Villa de Castrotorafe fue donada a la Orden Militar de Santiago, debía tener más de una parroquia, pues en los fueros que le otorgó el Maestre fundador concedía la regalía de “que todas sus iglesias” fuesen regidas por clérigos naturales de la Villa. Así lo persuade además el crecido número de sus habitantes y el espíritu religioso de aquellas épocas.

En las diversas ocasiones en que Castrotorafe sufrió las amargas consecuencias de la guerra, y cuando su recinto fue destruido por el furor del enemigo, los templos tuvieron que sufrir la misma desgraciada suerte que los demás edificios, y cuando volvió a reedificarse en tiempo de los Reyes Católicos, únicamente quedó un modesto templo, y de aquí en adelante solamente se habla de un solo párroco en la población. Este párroco hallábase investido con el título de “Arcipreste” y por lo tanto gozaba de cierta preeminencia sobre los demás de la tierra.

Ya el Emperador Don Alfonso VII al conceder los fueros a la Villa de Castrotorafe, reconoce la inmunidad de los clérigos y los exime de toda clase de gabelas, y con el tiempo fueron otorgándose otros varios privilegios a los párrocos de la noble Villa.

Tenía el párroco de Castrotorafe la preeminencia de ser preferido en la carnecería a todos, incluso al Alcalde Mayor, y los menudos y las lenguas de las reses las llevaban ellos y no otro alguno. Habiéndosele querido disputar en ocasiones esta prerrogativa, obtuvieron dos provisiones del Real Consejo de las Ordenes confirmándola, ordenándose en ellas, que primeramente se proveyese en la carnecería de carne el Párroco, después el Alcalde Mayor, enseguida a los enfermos, y que al pueblo no le dieran carne los tablajeros hasta que se hubieran surtido los antedichos.

Desde el día de San Martín, once de Noviembre, hasta el último de Abril, puede el mismo Párroco cortar dos o tres cargas semanales de leña de encina en la Dehesa, cortando a horca y pendón. De carrascos roble y jara, puede cortar cuantos carros quiera durante la misma temporada, en los demás montes de la villa y tierra.

El referido párroco es primer patrono, juntamente con el alcaide de la fortaleza, de la pía memoria que para sacar y dotar anualmente a cuatro doncellas huérfanas fundó el licenciado Francisco Alonso, cura arcipreste de la villa.

Tiene así mismo poder para tomar las cuentas de la Iglesia a todas las cofradías, de las pías memorias y de las obras pías, cobrando seis reales de vellón por cada cuenta que tome.

Ha de hallarse presente el día de San Pedro Apóstol a ver diezmar los diezmos menudos haciendo tazmías, llevando por todas estas cosas, un plato de queso y un vellón de lana, y de cada cosa que se diezmaba, una pieza a escoger.

Hacía también las tazmías de lo ganado, sacando del montón una carga de trigo, en recompensa de su trabajo. Cuando se agregó el beneficio de San Pelayo al curato de Castrotorafe, por hacer las tazmías de este pueblo cobraba dos fanegas del mismo grano.                                                                                                                                                                                                      

En las tierras y viñas del curato si las labraba el párroco no se diezmaba; pero si las daba en arriendo, era para dicho señor todo el diezmo, como igualmente lo era todo el que producían las fincas de las cofradías y obras pías fundadas por la Iglesia.

Aún cuando por la disciplina general de la Iglesia, las mujeres no deben colocarse en el Presbiterio, las madres y hermanas de los párrocos de Castrotorafe tenían el privilegio de colocarse en el referido sitio para oir misa y asistir a los demás oficios divinos. Igual distinción se concedió también a las mujeres de los Alcaldes Mayores y de los Jueces ordinarios de la Villa y Tierra, prohibiéndose la subida a tan sagrado lugar a todas las demás mujeres, por nobles y calificadas que sean, bajo la pena de excomunión mayor.

Otros varios privilegios disfrutaban los párrocos de Castrotorafe como ejemplo, la libertad de pastos para sus ganados durante el año; pero por ser de poca monta y para no ser prolijos nos abstendremos de insertarlos.

Todos los referidos privilegios fueron reconocidos a favor de los párrocos de San Cebrián de castro, cuando a esta villa se anejó el beneficio curato de Castrotorafe, si es que no se disfrutaba ya de alguno de ellos. Los párrocos de San Cebrián de Castro tuvieron singular esmero en copiarlos en los libros parroquiales, a fin de conservar siempre viva la memoria de tales prerrogativas, además de custodiar los documentos fehacientes que pudieron obtener, en el archivo de dos llaves que había en la parroquia, debiendo tener una de ellas el párroco y otra el Alcalde Mayor, según estaba ordenado en diferentes autos de visita. Desgraciadamente todo ha desaparecido, archivo y documentos, sin que nos sea posible saber cuándo ni cómo.

Los privilegios ya no existen, los honores y las distinciones han pasado a la historia, así como también han desaparecido los Alcaldes Mayores y los Comendadores de Castrotorafe. Al decidirnos a escribir el presente capítulo, nada más lejos de nuestro ánimo que hacer la apología, mucho menos tratar de defender los privilegios que tuvieron las autoridades todas, pero principalmente el clero de Castrotorafe. No anidaba en nuestra mente tan mezquina idea, y aún cuando no seamos demócratas, al menos en el sentido algún tanto sospechoso que hoy se da a esta palabra en la política liberal, conocemos perfectamente la época en que vivimos. No, nuestro único objetivo ha sido dar exacto conocimiento de cuantas curiosidades hemos podido hallar referentes a Castrotorafe.

 

C A P I T U L O   XVI

Reinado de Doña Juana.- Carlos I.- Prohibe a los Alcaldes Mayores conocer de oficio en las palabras livianas.- Riqueza del archivo municipal.- Decreto de subsistencias.- Documento.-

En cumplimiento del testamento de Doña Isabel la Católica vino a recoger la corona de Castilla Don Felipe, Archiduque de Austria, como marido de Doña Juana, hija de los Reyes Católicos. En Abril de 1506 desembarcaron en La Coruña los dos esposos, y una parte de la nobleza castellana disgustada de la entereza de carácter de Fernando el Católico, trató de sembrar la discordia entre el rey aragonés y el flamenco, esperando sacar mayor provecho de éste.

Don Alonso Pimentel, Conde de Benavente, llevó su atrevimiento hasta el extremo de prohibir al rey Católico Fernando que pusiera los pies en parte alguna perteneciente a los estados del orgulloso conde, por lo que el rey de Aragón se retiró a su tierra, renunciando a la corona de Castilla, no obstante ser reconocida ya la incapacidad de Doña Juana la Loca. Asumió por lo tanto el mando y el gobierno Don Felipe el Hermoso, que obraba en todo conforme a su capricho; pero fallece éste súbitamente en Burgos en Noviembre del mismo año, y tratando la nobleza de aprovechar las circunstancias tristes por las que atraviese la nación, procura renovar las repugnantes escenas de los tiempos de Don Enrique el Doliente, oponiéndose, para mejor lograr sus intentos, a que sea llevado otra vez al gobierno Don Fernando el Católico, siendo los más obstinados el Marqués de Villena y el Conde de Benavente.

Los concejos y las comunidades de Castilla se oponen enérgicamente a las ambiciones de los Magnates, y defienden el derecho del rey de Aragón a regir la corona de Castilla, y merced a esto y a las dádivas con que aplacaron al Marqués y al Conde, dándole al de Benavente la encomienda de Castrotorafe, cesó la oposición y llamaron con gran contento de todos al rey Don Fernando, invistiéndole otra vez con el gobierno para lo cual su desgraciada hija Doña Juana se mostraba cada vez más incapaz, desde que había quedado viuda.

Doña Juana tenía un hijo llamado Don Carlos, que residía en Gante, ciudad donde vio la luz del mundo, y habiendo fallecido Don Fernando en 1516, viose obligado este joven príncipe a venir a encargarse del gobierno de España. Nada diremos de los altercados que tuvo por la negativa de los pueblos a concederle tributos que pedía para ir a Alemania a coronarse Emperador; ni tampoco nos detendremos a examinar la guerra civil que siguió a este suceso, conocida con el nombre de “los Comuneros”, la que terminó en la plaza de Villalar con la decapitación en Abril de 1521 de los tres jefes Padilla, Bravo y Maldonado, porque poco o ningún interés tiene para esta historia.

Viniendo por tanto a los acontecimientos que en este reinado se refieren a Castrotorafe, diremos que hubo Alcaldes Mayores que o por mal entendido celo o por no tener fija una norma para los procedimientos judiciales, o acaso aconsejados por la avaricia, llevaron las cosas a tal extremo que en ocasiones causaban grandes daños a la población, aumentando las rencillas y hasta las divisiones entre sus habitantes.

Acontece con frecuencia suma que suscitándose leve disputa entre los vecinos, dirígense expresiones algún tanto ofensivas, pero pasado al poco tiempo el enojo se da al olvido y los contendientes vuelven a reanudar su buen trato y amistad. Hubo Alcalde Mayor en Castrotorafe que empezó a conocer de oficio en estas pequeñeces, y con las molestias que ocasionaba y las costas, que también ocasionaba, a las partes, era causa de que los que ya estaban reconciliados se enemistasen de nuevo, naciendo aquí gravísimos males. En vista de tamaños perjuicios, el Regimiento de Villa y Tierra celoso por el bienestar de sus administrados, elevó sus quejas al Emperador Don Carlos de Austria suplicándole prohibiese modo tal de proceder.

Aquel poderoso monarca, que, en medio del estruendo de la guerra, no se olvidaba de los demás negocios de su extensa monarquía, dirigió en Noviembre de 1522 una Real Provisión al Alcalde Mayor de Castrotorafe, ordenándole que en lo sucesivo no volviese por ningún pretexto a mezclarse en semejantes asuntos, ni a hacer pesquisas sobre ellos, a menos que alguna de las partes presentase quejas y aún cuando se hubiera pedido justicia por la parte ofendida, si ésta desistía de la demanda, casara de proceder en el asunto, todo lo cual obedecerá bajo la multa de diez mil maravedíes.en tanta estima tuvo el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe esta provisión que los jueces ordinarios tenían sumo cuidado de notificarle a todos los Alcaldes Mayores en el acto de tomar posesión de sus cargos, obligándoles a firmar su aceptación y cumplimiento. Sin duda por el frecuente uso que de ella se hacía estaba tan deteriorada que cuesta trabajo leerle, máxime cuando habiéndose cortado por los dobleces hállanse unidos los trozos con pedazos de papel y obleas.

Este es el documento más antiguo que se conserva en el archivo de San Cebrián de Castro, pues el primer libro de cuentas y acuerdos del Regimiento de Villa y Tierra, que hoy posee el municipio es de principio de 1537. Bien es verdad que mucho antes llevaba por escrito sus cuentas, apeos y otras cosas; por lo que se refiere a la elección de Regidores y acuerdos que tomase en sus sesiones, no debían estos señores cuidarse de consignarlo en papel, cuando hemos hallado un mandato del Alcalde Mayor ordenando que en adelante escribiesen todos los acuerdos que tomase el Regimiento.

En 1540, hallándose ruinosa la casa donde celebraba el Regimiento sus sesiones, hubo necesidad de desalojarla, y con este motivo se hizo un detallado inventario de toda la documentación que poseía, inventario que demuestra la riqueza que en esta materia tenía el municipio de Castrotorafe, y que hoy ha desaparecido. No podemos resistir el impulso de nuestro corazón, de dar a conocer la colección de ricos documentos que entonces tenía, y que de existir hoy serían de gran importancia para escribir la historia de nuestra Villa, pues además de todos aquellos papeles propios de una corporación municipal, tenía los siguientes, según el referido inventario:-

(Todos los claros que se señalan existen en el original).

“ Un libro de quentas en questan trasladadas ciertas scripturas con un privilegio”.

“ Un finiquito de la Villa de Castrotorafe del encabecanto de los años de mil Equis y veinte E nueve Equis e treinta E un anve ques una provisión rreal”.

“ Otro libro enque stan trasladadas ciertas scripturas deg.”.

“Un privilegio escripto en pergamino con el sello de cera y en él El abito de Santiago (aquí hay una palabra borrada) con veneras y comienza nos Don         de la Orden de Santiago”.

“ Otra scriptura en pergamino firmada de dos firmas. En la una dice Juannes Dicaco capallan y en la otra dice Juannes comienza en la Vª de Castrotorafe seys días del mes de Septiembre”.

“Otra scriptura en pergamino pequeña con el sello de cera quebrado comienza sepan cuantos en esta carta viesen como yo el Infante D.Juan y yo del nombre rrey Don Alfonso”.

“Otra scriptura en pergamino que empieza Don Alonso de Cárdenas por la gracia de Dios maestre de Santiago”.

“Otra scriptura en pergamino de pleito                 de tres hojas escritas comienzan D.Carlos por la gracia divina y al cabo firmada de su magestad y refrendada de Pedro Casaciol su notario con el sello pendiente en una cinta morada y la dha caja de plomo”.

“Una provisión sobre pesas y medidas”.

“ Otra provisión del rrey católico sobre ciertas apelaciones que hizo treslago de Villafáfila alcayde de Castro”.

“Una provisión para que las justicias vean una carta y fue dada conforme a la ley de Toledo”.

“Otra para que el Comendador no arriende los términos despoblados a los extranjeros de la tierra ni en ellos perturbe a los vecinos de la tierra”.

“Una carta de venta de la Dehesyca”.

Y en inventarios del siglo XVII y aún en principios del siguiente que hemos visto en el archivo de San Cebrián de Castro figuran como existentes estos documentos y otros muchos, de los que hoy no quedan más rastros que los referidos inventarios, ignorando cuándo y cómo desaparecieron, aunque algunos es muy razonable suponer sirvieron al Licenciado Don Antonio Campor prior que fue de esta villa de San Cebrián, como prueba documental en el ruidoso pleito que a mediados del siglo pasado sostuvo con el párroco de Perilla de Castro sobre pertenencia de los diezmos de Castrotorafe, y unidos a los autos no se pediría el desglose, quedando este archivo sin tales documentos.

En el año 1541 se desarrolló en toda la comarca una plaga de langosta que asoló los campos y produjo hambres y miserias, viniendo a complicar más la situación de los necesitados la avaricia de los pescadores. Siendo la pesca uno de los principales alimentos de las familias acomodadas, hallábase de antiguo establecido que primeramente se vendiera a los vecinos de la Villa y Tierra y al precio señalado, y después, a los extraños. Pero los pescadores desentendiéndose de esta práctica, la llevaron a vender a puntos extraños y a su mayor precio, por lo que, si ellos ganaban, los pobres sufrían gravísimos perjuicios, especialmente en año tan calamitoso.

El Regimiento de Villa y Tierra, ansioso de remediar tamaño mal, presentó sus quejas al Alcalde Mayor Don Fernando de Chaves, y este señor mirando por el bienestar de sus gobernados, publicó en diez de Febrero de 1542 el decreto siguiente:-

“Los pescadores no vendan a mayores precios que los establecidos, a saber: truchas en día de pescado a veinte maravedís libra y en días de carne a medio real; anguilas en días de pescado a quince maravedís libra y en días de carne a trece; barbos y pesca menuda en días de pescado siete maravedís libra y en días de carne seis maravedís libra”.

“Otrosí manda y mandó a los dos pescadores que cuando ensi tomaran alguna pesca que sean obligados a benirse y bengan al dho lugar de San Cebrián donde fue informado que era cabeza de la tierra de Castrotorafe y orque al presente está y reside en él dho Alcalde Mayor del dho partido con el dhpescado haciendo plaza con el portpo y espacio de dos horas y de ay pueden llevar el dho pescado a donde qysiesen lo quem mandó hagan y cumplan los dos pescadores sobre dh pena de los dos seys cientos maravedís repartidos según y por la orden suso dha”.

Ciertamente hoy caería en ridículo quien se atreviere a ordenar una cosa por el estilo; mas para apreciar debidamente los hechos, hay que atemperarse a las costumbres, creencias y prácticas de los tiempos en que acaecen.los principios de la moderna ciencia económica están generalmente basados en la libertad de comercio y en la relación que existe entre la oferta y la demanda, sin tener en cuenta para nada las verdaderas necesidades del pueblo. En el siglo XVI no se conocían los economistas de libre cambio, y en el comercio se atendía a buscar el mejor medio de proporcionar a las gentes la subsistencia cómodamente y con baratura, y de aquí que pasara como corriente moneda la tasa. Entonces, que al decir de los modernos redentores, vivíamos en pleno obscurantismo, se miraba por el bienestar general y hoy en pleno progreso y grande ilustración se da completa libertad a la especulación.

 

D O C U M E N T O

“Real provisión de Carlos I prohibiendo en 1522 al Alcalde Mayor de Castrotorafe el conocer el oficio en las palabras livianas que se dirijan los vecinos. Don Carlos por la graª. De Dios rrey de Romanos y emperador semparaugusto rey de Castilla y León de Aragón de las dos sicilias de Jerusalen de navarra de granada de toledo de valencia de galicia de mallorca de sevilla de cerdeña de cordova de corcega de murcia de jaen de los algarves de algeciras de gibraltar de las islas canarias de las indias yslas a tierra firme del maro océano conde de barcelona señor de vizcaya e de molina duque de atenas e de neopatria conde de cerdeña marques de coristan duque de borgoña e de bravante conde de flandes e de tyrol almor. Perpetuo de la orden de caballería de Santiago por abtoridad apca. A vos el my alcalde mayor de las villa e lugares que la dha orden tiene en castilla la vieja e rreynos de león e galizia salud e gracia sepades que por parte de los vecinos de Castrotorafe é su tierra é jurisdicción me fue hecha relación por su petición que en el my consejo de la dha orden fue presentada diciendo que muchas veces acaesce que algunos vecinos de la dha villa unos con otros riñen é echan palabras é que otras personas por los quitar de henojos los hacen amigos é que después de hechos amigos diz que vos de vtro.ofo. vos entrometeis en hazer pesquisas contra ellos por dhas palabras é las llevais costas e dros. É que por dhas. Costas queda entre ellos mayor enemistad e se crean escándalos por ande que me suplicaban mandare de vro. ofo. non vos entrometiesedes a conocer de losuso dicho é com la mi merced fuere y en el dho my consejo fue acordado que devya mandar dar esta mi cartapara vos en la dicha rrazon e yo tóbelo por bien que lo que vos mando que si algunosvezinos de la villa tovieren palabras livianas unos con otros e se hizieren amigos e dello no se diere queja ante vos non vos entrometays á hazer pesquisas sobre ello ny procedays contra ellos y en caso de que se quejare la parte si se apartare la parte de la tal queja de cosas livianas como dicho es vos mando que no conozcays ni prozedays más sobre ello é los unos ny los otros no fagais ni fagan ende al por alguna mañra. So la my merced e diez mil maravedías para la my cámara. Dada en la villa de Valladolid a veinte días del mes de noviembre año del naoymiento de nuestro señor jesucristo de mill a quinientos veynte é dos años.- Siguen tres firmas que por lo destrozado que está el documento original no ha sido posible leerlas.- Para que no fagan pesquisas ny se prozeda sobre palabras livianas en Castrotorafe”.

 

C A P I T U L O   XVII

Se prohíbe a los Alcaldes Mayores tener teniente sin necesidad.- Construcción de la casa capitular en Castrotorafe.- Decreto sobre celebración de sesiones.- Arreglo de tribunales.- Documentos.

Vamos a entrar en un periodo en el que comenzaron a luchar el Regimiento de Villa y Tierra con los Alcaldes Mayores. Si bien es cierto que hubo magistrados prudentes que supieron regir la Alcaldía Mayor sin dar lugar a rozamientos de ningún género con la autoridad municipal, en cambio hubo otros, que parece que complacieron en suscitar enojosas cuestiones que degeneraban en ruidosas pendencias y terminaban en ruidosos pleitos. Añádase a esto la tenacidad de los regidores en sostener las costumbres antiguas del país, aún las más ridículas, las desgracias causadas por las plagas y las epidemias que no faltaban en lo sucesivo, y a nadie extrañará que en la época que empezamos a historiar, Castrotorafe caminase a pasos agigantados a su ruina y completa desaparición.

Se rompió el fuego de la discordia por la cuestión de los Tenientes que nombraban los Alcaldes Mayores, unas veces por necesidad y otras por su propia conveniencia. Si a simple vista puede juzgarse que la cosa era de poca monta, atendiendo al empeño que ambas partes mostraban en sostenerse, debe pensarse que era asunto de bastante importancia, y por eso es de extrañar se mantuviera la lucha por espacio de un siglo o más.

Cuando los Alcaldes Mayores salían a hacerla residencia de los pueblos que el partido tenía en Galicia y Asturias, alcanzaban permiso para dejar un Teniente en Castrotorafe a fin de evitar los perjuicios que a los vecinos de la tierra pudieran seguírseles si e paralizaba el despacho de los negocios durante la ausencia del magistrado. Los Alcaldes Mayores debían nombrar un Teniente, eligiendo para este cargo persona perita, hábil, competente y que fuera natural del país, según disposición del Consejo Real de las Ordenes, y hecho el nombramiento lo comunicaban al Regimiento de Villa y Tierra para que lo aceptase y diera posesión al nombrado.

Este nombramiento que en un principio fue tan sencillo y natural obedecía a una necesidad, llegó con el tiempo a convertirse en deplorable abuso de los Alcaldes Mayores que o nombraban Teniente sin necesidad o a los nombrados en tiempo oportuno les mandaban continuar ejerciendo aún cuando hubiera cesado la necesidad, contraviniendo de este modo lo que estaba ordenado. El Regimiento de Villa Tierra se oponía a tales abusos como contrarios a los fueros y buenos usos del país y los perjudicados que se seguían a los vecinos, y firmes unos y otros en sus propósitos, resultaban enojosas cuestiones y ruidosos pleitos.

El Bachiller Antonio de Chaves, Alcalde Mayor de esta partido, había pedido al Emperador Don Carlos permiso para poner un Teniente por treinta días a fin de poder entender cómodamente ciertos negocios particulares suyos; pero transcurrió con exceso el tiempo de la licencia y no se daba prisa en renovarlo. El Regimiento de Villa y Tierra le requirió para que quitase el Teniente y no lográndolo, el procurador general del Regimiento en nombre de los pueblos de la jurisdicción presentó la correspondiente queja ante el Consejo Real de las Ordenes y el Emperador Don Carlos despachó una real provisión en 1542 ordenando al Bachiller Chaves que removiese al Teniente, usando él en persona el oficio de Alcalde Mayor, según y cómo lo debe hacer. Andaba además, que cumpliesen esta orden todos los Alcaldes Mayores que en lo sucesivo hubiera en este partido de Castilla la Vieja.

Los jueces ordinarios notificaban esta real provisión a los Alcaldes Mayores al darle posesión. Estos señores en señal de acatamiento, cogían el documento real, lo besaban y colocaban sobre su cabeza, que era la usanza en aquellos tiempos, pero muchos de ellos se olvidaban pronto de su promesa y hacían lo que bien les parecía.

Aunque la Casa de la Tierra, como llamaban a la Consistorial, se había arruinado, por lo que el Regimiento se veía precisado a celebrar las sesiones al aire libre, no se daban prisa los Regidores en arreglarla, siendo necesario que el Alcalde Mayor les compeliese de ello, ordenándoles en 1543 que “aderecen la casa-ayuntamiento de Castro é la cárcel de dicha villa é pongan en ella las prisiones necesarias y que aderecen la horca”. Sin embargo de este mandato, aún tardó el Regimiento cuatro años en cumplir tan sagrado deber.

Siendo reducido el local que antes tenía para hacer en él los compartimentos necesarios, compró una casa contigua con su corral cercado en la cantidad de diecisiete mil maravedíes, otorgándose la correspondiente escritura en 15 de Diciembre de 1547. Mas habiendo fallecido el vendedor Hernando de Villacorta antes de cobrar el precio estipulado, rectificó el contrato haciendo nueva escritura, su viuda por sí, y en nombre de los hijos menores que le habían quedado.

Según las ordenanzas municipales el Regimiento de Villa y Tierra hallábase obligado a celebrar por lo menos una sesión mensual, pero como muchas veces no había asuntos que ventilar, y el municipio se componía de seis pueblos, teniendo algunos Regidores que andar dos leguas para asistir a las sesiones, lo que era en extremo perjudicial en la época de recolección de frutos, o en la crudeza del invierno, el Licenciado Landecho, Alcalde Mayor del partido, mirando por los intereses y bienestar de los Regidores, dio en 1548 el siguiente y curioso decreto:-

“Por es informado su señoría que los altos jueces regidores ban cada jueves primero de cada mes á la villa de Castro á hacer Ayuntamientos é Regimiento sin aver para que de lo cual se sigue daño o perjuicio é los labradores por tanto que las mandava é mandó que de aquí en adelante los dichos jueces ´regidores non vayan á hacer el dicho ayuntamiento é regimiento a la villa de castro los dichos primeros jueves de mes salvo todas las veces que fuere necesario juntarse al dicho ayuntamiento para el bien público é buena gobernación de la dicha villa é tierra se junten é vayan a su rregimiento é que el procurador de dicha villa é tierra les haga llamar para que se junten y lo diga al andador de dicha villa é tierra para que dicho andador los llame á todos é les diga para el día que se han de juntar é se junten para dicho día é den horden solo que bien visto les fuere lo qual hagan y cumplan sopena de mil maravedís para la cámara é fisco de su magestad”.

El Regimiento de Villa y Tierra iba echando en olvido lo que preceptuaban las ordenanzas municipales y en ocasiones varias obraba contra lo que en ellas se disponía viéndose obligado el celoso Alcalde Mayor señor Landecho a mandarlas severamente que “guarden y cumplan las ordenanzas municipales”.

Creado el Real Consejo de las Ordenes Militares cuando los Maestrazgos de las mismas fueron incorporados a la corona, no se hallaron en un principio bien deslindadas las atribuciones que tenían en los asuntos contenciosos. De aquí vinieron a resultar en la práctica dudas, vacilaciones y diversos modos de apreciar las cosas; apelándose en los fallos que dictaban los Alcaldes Mayores, lo mismo ante las Chancillerías que ante el Consejo. Iguales alternativas se observaban en los negocios que tenían que entablar los regimientos contra los Alcaldes Mayores, y la confusión que de aquí nacía, originaba daños y perjuicios a los pueblos, y hasta en ocasiones se veían lastimados en sus fueros e inmunidades.

Los capítulos generales de las Ordenes Militares dirigieron sus representaciones al Emperador Don Carlos de Austria, y a su ejemplo los procuradores generales de las mismas que como monarca y como maestre reglamentara la jurisdicción real ordinaria y especial de las Ordenes, o sea, la de su consejo a fin de evitar conflictos y de ahorrar gastos y librar de perjuicios a los pueblos de las encomiendas. Este poderoso monarca escuchando las peticiones que se le hicieron y mirando por el bien de sus súbditos, dio en Mayo de 1550 una real provisión marcando los negocios que debían dirigirse a las chancillerías y los que eran de la competencia del consejo real de las Ordenes Militares.

En ella se dispone que las sentencias que se diesen por los Gobernadores y Alcaldes Mayores de los partidos en los negocios que versan sobre rentas, derechos, preeminencias o pertenecientes a mesas maestrales, encomiendas, monasterios, hospitales, ermitas y cofradías que consigo tenga aneja espiritualidad, sean apelables únicamente ante el Consejo de las Ordenes; empero las cosas y casos tocantes a estancos y nuevas imposiciones, puedan las partes acudir con sus apelaciones el referido Consejo o bien ante las Chancillerías, según mejor les conviniere.

Carlos V de Alemania y I de España abrumado sin duda con el peso de tantas guerras como tuvo que sostener en Italia, en Alemania y en otras partes, y acaso, agobiado con el remordimiento de faltas cometidas en su juventud, se retiró al Monasterio de Yuste, entregándose a las autoridades de la vida monástica, y renunció a la corona de España en su hijo el Príncipe Felipe en el año 1555.

 

D O C U M E N T O

1ª Real provisión de Carlos I mandando al Alcalde Mayor de Castrotorafe en 1542 quitar al Teniente que había puesto.

“Don Carlos por la divina misericordia Emperador semper Augusto Rey de Castilla de león de Aragón de las dos secylias de Jerusalén de navarra de granada de toledo de valencia de galizia de Mallorca de Sevilla de Cerdeña de cordova de Córcega de murcia de jaen de Algarve de Algeciras de Gibraltar de la yslas canarias de las indias yslas a tierra firme del mar océano Conde de Barcelona Señor de Vizcaya é de Molina Duque de Atenas é de nsopatria Conde de Cerdeña Marqés de coristan Duque de borgoña é de bravante Conde de Flandes é del tirol Administrador perpetuo de la Orden de la Cavalleria de Sant Tiago por Authoridad Appca.- A vos el Bachiller Antonio de Chaves mi Alcalde Mayor de las vilas y lugares que la dicha Orden tiene en el partido de Castilla la Vieja y Reinos de León y Galicia aquende los puertos salud y gracia, bien sabedes que é vra, suplicación di licencia y facultad por una mi provisión librada en el mi conssº. De la dicha orden y sellada con mi sello della para que vro. Lugar pudiéredes poner y pusiéssedes un theniente y agora por parte del concejo de Sant Cibrián me ffue que por que el término de los dichos treinta días que ha que teneis el dicho teniente es pasado y todavía usa el dicho oficio no lo pudiendo ni deviendo hacer os mandase que no lo tuviéssedes y que vos por vuestra persona ussasedes y exerciessedes al dicho oficio de Alcalde Mayor como sois obligado sin sostituyr á otro para cosa alguna de lo ausodicho ó provechar zerca dello con la mi merced fuese y en el dicho mi consentimiento fue acordado que devia dar esta misma carta en la dicha razón é yo tubelo por bien porque vos mando que en siendo pasados los treinta días dichos por que vos mandé dar la Licencia para poner el dicho teniente contándose desde el día que lo recivísteis hasta ser cumplidos no consintáis ni deis lugar que él ni otro alguno con vuestro poder usso más el dicho oficio de Alcalde Mayor segund y como lo deveis hacer y lo mismo hago que hagan y cumplan los otros Alcaldes Mayores que de aquí adelante fueren desse dicho partido sin que se exceda dello cossa alguna y no fagades ende al per alguna manera sopena de la mi merced y de diez mil maravedisses para la mi cámara. Dada en la villa de Valladolid á veinte y un días del mes de Octubre año del nascimiento de nuestro Salvador Jesuchristo de mil quinientos y cuarenta y dos.- Registrada Hernan Sanches.- El Conde Don Enriquez.- Licenciatus Sarmiento.- Dr. Anaya.- El Dr. Regoni.- Brme. de Carvaxal por chanciller.- Yo Francisco Guerrero escribano de la cámara de su cesarea y Catholica magestad lo fice escrevir por su mandato con acuerdo de su Consejo de las ordenes.-

2ª Real provisión de 1554 en la que se marcan los tribunales superiores ante los que se deben hacer las apelaciones de las sentencias que dieren los Gobernadores o Alcaldes Mayores de las Ordenes Militares.

“Don Carlos por la divina clemencia emperador Semper augusto rey de Alemania, Doña Juana su madre y el mismo Don Carlos por la misma gracia reyes de Castilla, de león, de Aragón, de las dos sicilias, de Jerusalen, etc., etc. á los nro.- qqª. Presidentes é oidores de las nras. Audiencias y chancillerías reales que residen en la Villa de Valladolid y Ciudad de Granada por parte de las hordenes de Santtº., Calatrava y Alcántara y de los capítulos generales dellas que últimamente se han celebrado en ellas y que los fiscales é procuradores generales de las dichas ordenes nos ha sido hecha una relación que á causa de aber ido á las dichas reales audiencias I chancillerías reales algunas apelaciones de ss.as mandatos auttos que se pronuncian y dan por los nros.-Gobernadores y jueces de residencia alcaldes mayores y otras justicias de las ciudades villas é lugares de las hordenes de Santtº. Calatrava y alcantara sobre derechos preeminencias é otras cosas anejas y pertenecientes a las messas maestrales encomiendas conventos monasterios hospitales hermitas cofradías y otra cosas que consigo tengan aneja espiritualidad se an seguido é siguen grandes Inconvenientes daños pérdidas á las dhas ordenes y rentas y preeminencias y que para el remedio dello combenía que las apelaciones de todas las cosas sobredichas viniesen y se tratassen ante el qqº. De las hordenes donde se tiene entª. Noticia y experiencia de la fundación rentas derechos y preeminencias dde las dichas hordenes y de todas las cosas dellas tocantes y suplicándonos y pidiéndonos por mrd. Lo mandássemos assi proveer de manera que cessasen los dichos daños é inconvenientes é como la vuestra merced fuesse y nos ha visto lo susodicho mandamos dar cerca dello la pre.te. por la cual es nra. Merced por ahora y de aquí adelante por el tpo. Que nuestra voluntad fuere las apelaciones de todos los pleitos y causas y negocios que se tratasen ante los Gobernadores Jueces de residencia de alcaldes mayores y otras Justicias é Juecces de las Ciudades Villas y lugares de las dhas hordenes y cada una dellas tocantes a rentas derechos preeminencias y otras cosas anejas y pertenecientes á messas maestrales de las dhas hordenes y cada una dellas y á las encomiendas conventos monasterioas hospitales hermitas y cofradías que consigo tengan aneja espiritualidad no pueden ir ni vayan á las dhas nras audiencias y chancillerías reales ni á otra parte alguna sino ante el nro dho. qqº de las hordenes donde mandamos que se haga á las partes á quien tocara Breve y entero cumplimiento de Justicia salvo en las cosas y casos que fuesen sobre stancos y nuevas imposiciones las quales quedan a disposición del dro y leies destos reinos para que la parte se agraviare pueda si quiere nombrar al dho nro.qqª de las Hordenes ó á las dhas nras audas. Y chancillerías reales donde viese que más le conviniere y como en esta nra carta se conte. Y declara y mandamos se guarde y cumpla y execute y contra el thenor y forma de lo en ello contdo.no se vaya y pase y los unos y los otros no fagades ni fagan inde al por manera alguna sopena de la nra merced y de diez mil maravedís para la nra cámara. Dada en la Villa de Valladolid a once días del mes de maio de mil quinientos y cincuenta y cuatro años. Yo el Príncipe.- Yo Juº, Váquez de Molina secrº. De su cessarea y católica mag. La fiece escribir por mandato de su alteza”.

 

 

C A P I T U L O   XVIII

Felipe II.- Castrotorafe pide licencia para hacer roturaciones y se la sujeta al pago de ciertos tributos.- Decretos útiles del Alcalde Mayor Ramírez Gasco.- Despoblación, peste y falta de cosechas.

El año 1556 inauguró su vida con la sorpresa que los correos de gabinete causaron a los pueblos llevando la nueva renuncia del Emperador, y mandando alzar pendones por su hijo Don Felipe como rey de España. Ciñó pues sus sienes el austero hijo de Carlos I con una corona tan grande, que abrazaba lo mejor del mundo conocido tanto del viejo continente como en el nuevo, que a través de los mares descubriera Colón en tiempos de la augusta abuela del Emperador. Acérrimo defensor de la verdad católica fue Felipe II y por esta bella cualidad, ha procurado el protestantismo y su hijuela, el liberalismo manchar su nombre hasta con la calumnia.

Al subir Felipe II al trono, halló la España envuelta en guerra con todo el mundo y para poder sostener el batallador empeño que de su padre hereda, no hacía más que pedir hombres y dinero a la nación, viéndose precisado a aumentar los tributos y a establecer otros nuevos. No siendo esto suficiente se sacaron a pública subasta las hidalguías y varios oficios, vendiéndose además la jurisdicción perpetua y el señorío sobre villas y lugares, empleándose el mayor rigor en la recaudación por cualquiera de estos conceptos y enviándose jueces y comisionados que apremiasen y ejecutasen a los morosos.

Como la principal riqueza de Castrotorafe y de su tierra consistía en la ganadería, existían en el país multitud de terrenos baldíos que siempre fueron considerados como realengos. El Regimiento de Villa y Tierra acudió a Felipe II pidiéndole la facultad para hacer varias roturaciones, licencia que les fue concedida, dedicando los vecinos la mayor parte del terreno que roturaron a la plantación de viñas. Si con semejantes roturaciones se aumentó en esta tierra la producción agrícola, en cambio sus habitantes perdieron la inmunidad de tributos que venían disfrutando desde los tiempos de Alfonso VII, pues la licencia de roturar los baldíos se les concedió sujetándolos a pagar las contribuciones conocidas con los nombres de “alcabalas y cientos”

El Regimiento de Villa y Tierra buscó siempre el medio de satisfacer esta carga, con el menor gravamen posible para sus administrados. El primer recurso que se valía era el arrendamiento de una parte de pastos de invernía y primavera a ganaderos forasteros, y después, si esto no era suficiente, la venta de leña para el carboneo en alguno de sus ricos montes. Únicamente como último y supremo recurso echaba mano del reparto vecinal, que siempre se miró con tedio, conociendo sin duda la imposibilidad de hacerlo con equitativa imparcialidad, dada la limitada capacidad de la inteligencia humana y las pasiones que suelen dominar a los hombres.

Cuando se veía en la necesidad de acudir a la derrama para el pago de tributos, asociaba el Regimiento de Villa y Tierra un vecino de cada uno de los pueblos que formaba el distrito municipal y juntos todos determinaban el contingente con que había de contribuir cada localidad, habida consideración al número de vecinos y riqueza que tenía. Después dejaba en plena libertad a los pueblos, para que en público concejo hicieran la derrama o arbitrasen como mejor conviniese la cantidad que se les había asignado.

Los vecinos tuvieron por estos tiempos la fortuna de ser regidos por dos magistrados sucesivamente, probos y dignos, que además de no tener cuestiones con el regimiento, dieron pruebas de interesarse por el bien de sus administrados. Fue uno de ellos el Alcalde Mayor Licenciado Carrillo que entre los buenos acuerdos que tomó, se halla uno curioso e importante sobre el archivo municipal, que andaba un tanto descuidado y para evitar las dolorosas consecuencias y los perjuicios que podía acarrear el extravío de algún documento dio en 1561 el siguiente acertadísimo y prudente decreto:-

“Ordeno y mando que en lo sucesivo se encierren los documentos en arca de tres llaves, que tendrá una el Juez ordinario, otra un regidor é otra el procurador general é no se abra sin estar los tres presentes ni se saque documento alguno sin estar presente el escribano que escrebirá acta haciendo constar el documento que se saca, el estado en que se halla y promesa de volverlo siendo responsable de todos los daños que se originen si se pierde el documento y so pena de tres mil maravedises á los contraventores”.

Si este sabio acuerdo se hubiera observado siempre, no habría necesidad de lamentar el escandaloso saqueo que ha sufrido el archivo municipal de San Cebrián de Castro, en el que se recogió el antiguo y rico Castrotorafe y de cuyo archivo han desaparecido documentos de gran valor y diplomas de sumo aprecio para la historia.

Al Licenciado Carrillo, sucedió en la Alcaldía Mayor el Licenciado Ramírez Gasco, el que en los varios años que desempeñó este cargo, no dejó de tomar medidas para cortar abusos y corregir costumbres no muy propias de un pueblo religioso. Viendo este señor la afición que se había desarrollado en el Regimiento de Villa y Tierra a los pleitos, con perjuicio de los ya empobrecidos pueblos, tomó en 1562 los siguientes acuerdos:-

“Que no cimienten pleitos ni los sigan en nombre del Concejo é tierra sin primero comunicarlo con dos letrados de ciencia y conciencia y con consentimiento de la mayor pta. Del dicho Concejo y tierra. It. Que compran las leyes de las siete partidas é fueros ordenanzas y premáticas reales y las tengan y guarden en el arca del Concejo. It. Que dentro del mº año siguiente lleven a confirmar y confirmen todas las ordenanzas que tiene fechas al dho concejo y tierra”.

Confinando con los campos de Castrotorafe y su tierra estaban los estados del Conde Alba y Aliste, y sus dependientes traían a mal traer a los habitantes de Olmillos de Castro, cual si fueran vasallos suyos, sujetándolos a sus justicias, y para evitar tamaños desmanes, en el año referido dio el Licenciado Ramírez el siguiente decreto:- “It. Que el dho. concejo y tierra pida en la audiencia rreal de Valladolid las prendas que las justas y guardas del Conde de Alva y Aliste tiene llevadas a los vecinos de Olmillos á costa del concejo y pongan la demanda dentro de los dos meses y siga el negocio y pleito hasta sacar ejecutoria”.

En la cuestión de los presos debía reinar también algún abuso, especialmente si llevaban algún dinero, u objetos de valor, pues en 1563, dicho Alcalde Mayor se vio precisado a tomar el siguiente acuerdo:-

“Mando sola dha. Pena que los jueces de la dha. Tierra en la cárcel ó cárceles della tengan libro en que se sienten los presos que á ellas vinieran y como y por que se sueltan y que bienes traen a dicha cárcel qdo. Los prenden”.

Por este decreto se comprende fácilmente que había compadrazgos para algunos presos, saliendo de la cárcel antes de cumplir la condena, mientras que los que no tenían influencia o dinero se veían tratados con rigor y obligados a cumplir exactamente el tiempo de reclusión. No siendo así no se explica fácilmente el contenido del anterior decreto y el motivo de darlo el Alcalde Mayor.

Este señor parece que se propuso corregir todo género de abusos que fue observando reinaban en la tierra, según las muchas disposiciones que hemos hallado tomadas por él en todos los ramos. Para no cansar al lector, vamos a dar solamente una muy singular, y que para comprender bien su valor exige una explicación.

Las mujeres de esta época de la historia usaban el siguiente traje característico en este país:- “Manteos tan cortos que cubrían poco más de las rodillas, de figura redonda, con bastante vuelo y hechos de bayeta fuerte; jubón de paño abrochado por delante con un cordón de lana, manga ajustada y algo corta, luciendo las extremidades de los puños y cuello de la camisa, que llevaban bordados de lana azul; peinaban el pelo para arriba, recogiéndolo al occipucio en la forma llamada moño, y por último, cubrían su cabeza con una alta mitra o montera de paño”.

A tan extraordinario modo de vestir añádase el ridículo que tenían de montar a caballo, pues lo hacían en la misma forma y modo que lo hacemos los hombres, por lo que el Licenciado Ramírez, calificando esto, de una costumbre no solamente contraria al decoro y recato que la mujer debe guardar en todos sus actos sino ofensivo y repulsivo a la moral pública, dio un decreto prohibiendo terminantemente a las mujeres el que volvieran a montar a caballo de semejante manera.

El Regimiento de Villa y Tierra, que no había dado la más leve muestra de disgusto ni de repugnancia a ninguna de las múltiples medidas que llevaba tomadas el Alcalde Mayor, recibió esta de tan mala manera, como tentatoria a las seculares costumbres de la tierra, que reuniéndose en sesión en el pueblo de San Pelayo, en diez de Septiembre de 1569, tomaron el singular acuerdo siguiente:- “ Por cuanto el Licenciado Don Cristóbal Ramírez Alcalde Mayor de este partido proveyó un auto en que por él mandó que las mujeres de esta juren no anduviesen espernacadas como por costumbre acordaron se apele de dho. auto y que por ello siga demanda el procurador general de esta vª. é tierra”.

No sabemos si para tomar tan estupenda determinación, consultaría el Regimiento de Villa y Tierra el caso con dos letrados de ciencia y conciencia, como hacía poco tiempo les estaba mandando por el mismo Alcalde Mayor; pero creemos que los consejeros serían el alboroto y griterío que formarían las mujeres al verse privadas de su inveterada y ridícula costumbre de cabalgar. Lástima es, no haber encontrado dato alguno acerca de si se puso o no la demanda, y mucho menos si llegó a sustanciarse, porque tan singular y extraordinario pleito, era digno de insertarse en este lugar.

Desgraciadamente la falta de cosechas en 1556 y la peste que a consecuencia del hambre se desarrolló, causaron grandes estragos en la tierra de Castrotorafe, preparando de un modo harto triste el camino de la pobreza y casi la total despoblación del país. Largo fue el reinado de Felipe II y en todo él podemos decir que no faltó el azote del cielo a esta tierra de Castrotorafe. Siete años después la peste de que venimos hablando, hallábase ya tan empobrecida y mermada la gente de la tierra, que una estadística que hemos visto del año 1563, solamente tenía el Regimiento 347 vecinos repartidos entre los siete u ocho pueblos que le componían ¡apenas la tercera parte de los que en tiempos tuvo solamente la Villa de Castrotorafe!.

A esta falta de cosechas siguió una grande avenida de los ríos arruinando multitud de casas, y en 150 una peste tan terrible que se creyó llegaría a despoblarse por completo la tierra, pues llegó el caso extremo de no haber en el próximo Monasterio de la Granja un solo religioso que pudiera bajar a coro, no obstante lo numerosa era la comunidad.

A últimos del reinado de este monarca, se presentó otra epidemia más terrible aún por los grandes estragos que causaba y por duración de tres años, epidemia llamada por unos “landre” y por otros “bubones”. En 1595 fue muy escasa la cosecha y en los siguientes una tenaz y prolongada sequía, seguía apenas permitía brotar alguna que otra espiga, que luego se encargaba de devorar la langosta, lo que ocasionó una espantosa hambre que unida a la peste despobló considerablemente nuestra tierra.

No deben por tanto extrañar las sentidas quejas que exhalaba el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe en varias sesiones manifestando la gran penuria de los pueblos y lo dificultoso que les era levantar las cargas públicas.

 

C A P I T U L O   XIX

Se prohíbe a los Alcaldes Mayores conocer en primera instancia.- Cuestiones con el Alcalde Mayor Sotomayor.- Guerras de Granada y Portugal.- Documento.-

Desde el día que fue instituida la Alcaldía Mayor de Castrotorafe, el magistrado investido con esta autoridad, empezó a conocer en primera instancia en todos los negocios así civiles como criminales, y mientras que para todos los pueblos que formaban el partido era el Juez de apelaciones, la capital resultaba perjudicada y todos los habitantes de los pueblos que formaban el distrito municipal, salían gravemente lesionados en sus derechos e intereses, haciéndoseles de peor condición que a las demás localidades. Efectivamente, mientras cualquier pueblo podía con escasa t débil estipendio sostener sus derechos en grado de apelación ante el Alcalde Mayor, los vecinos de Castrotorafe y si tierra tenían que acudir al Consejo Real de las Ordenes o a la Chancillería de Valladolid según los casos y esto era difícil a muchos por las molestias y excesivos gastos que les ocasionaba tan largo y penoso viaje.

El Procurador General de la Villa y Tierra expuso al Consejo de las Ordenes los perjuicios que ocasionaba a los referidos pueblos, la costumbre de conocer en primera instancia los Alcaldes Mayores, como venía acreditándolo en la práctica de largos años, y Felipe II decretó, que era de la exclusiva competencia de los Jueces ordinarios de Villa y Tierra semejante conocimiento, concretándose los Alcaldes Mayores a ser jueces de apelación.

Al Licenciado Ramírez Gasco sucedió en la Alcaldía Mayor el Licenciado Sotomayor de bien distintas condiciones que su antecesor, dando margen a ruidosas cuestiones, que vinieron a hacer más aflictiva la triste situación que atravesaba la tierra por las diversas calamidades que ya hemos dicho sufría. Entre otras cosas, empeñose este magistrado, tener constantemente un teniente, contraviniendo abiertamente a lo dispuesto por Carlos I sobre la materia. En vano fue requerido varias veces por el Regimiento, para que dejase de obrar tan arbitrariamente, obedeciendo y acatando la provisión real que se le había notificado, pues persistía en su propósito de obrar conforme a su capricho.

Vista la pertinencia de este Alcalde Mayor, no pudo menos el Procurador General de presentar sus quejas ante el Real Consejo de las Ordenes, llevando testimonios dados por escribano público, en los que se hacía constar las veces que había sido requerido con la provisión real ya citada, y las contestaciones que diera todas ellas inconvenientes y alguna hasta indecorosa. Felipe II en vista de tan graves y justificadas quejas, expidió una Real cédula, su fecha tres de Febrero de 1570 en la que se dice al Alcalde Mayor:-

“Vos mandamos que de aquí adelante quando hiziérades ausencia de la dha. Villa de Castrotorafe y lugares de su jurisdicción no dexéis en ella ni en ninguno dellos teniente para que vro lugar administre la justicia salvo quando fuéredes a visitar las Villas y lugares que la dha orden tiene en el Reyno de Galizia y Asturias y entonces el teniente que dexáredes sea persona hábil y suficiente y qual convenga para lo suso dho”.Y nada más dispone el rey tan absoluto y tirano como nos lo quieran pintar sus enemigos, que blasonando de muy liberales, quisiéramos saber lo que harían estando en el poder, con quien desprecia una orden suya; aunque desgraciadamente lo hemos visto.

Como si no bastasen todas las desgracias que llevamos referidas para quebrantar el ánimo de los pacíficos habitantes de la tierra de Castrotorafe, vino a aumentar sus penas la rebelión de los moriscos de Granada. Hacía algún tiempo que el virtuosos Arzobispo de aquella ciudad Don Pedro Guerrero tratando de convertirlos, hizo la visita pastoral con detenimiento, dirigiendo su paternal palabra a aquellos fingidos cristianos. Viendo frustradas las esperanzas que pudiera haber concebido, y que cada vez más se mostraban más tercos, pervirtiendo a muchos cristianos, y tratando de alterar la paz del reino, dio cuenta a Felipe II de cuanto ocurrió y aún pidió las expulsara del territorio español, como único medio de atajar el mal.

Felipe II, aquel monstruo de crueldad, como se empeñan en llamarle sus enemigos desgraciados, solamente por ser celoso defensor del catolicismo, al que ellos desprecian, no creyó oportuno acceder a los consejos de tan venerable prelado, a quien no tardaron en dar la razón los mismos moriscos rebelándose el veinticuatro de Diciembre de 1568. A una misma hora enarbolaron su sediciosa bandera en todos los pueblos de las Alpujarras llenando de horror y espanto a todos los cristianos. Divididos en numerosas turbas, incendiaron templos, destrozaron las sagradas imágenes, saquearon las sacristías, herían y mataban sin consideración, y todo lo llevaron a sangre y fuego no perdonando medio alguno de inhumanidad y fiereza.

Preciso fue entonces tomar serias medidas para sujetar a los rebeldes y castigar sus crímenes. Se mandó por lo tanto alistar por todas partes gente de guerra y a llegar a recursos para combatir con la fuerza, a los que por la fuerza asolaron la mayor parte del antiguo reino de Granada.

A Zamora se le ordenó que prestase trescientos hombres de infantería manteniéndola la tierra por espacio de cuatro meses. La ciudad contestó que para poder cumplir lo que se mandaba, era menester le ayudasen las encomiendas, bahetrías y abadengos y en virtud de esta respuesta se dio una real cédula, en la que se dice.- “Mandamos por la presente que se haga así, y á los Concejos y Justicias de las dhas Villa y lugares de la dha sacada, encomiendas y bahetrías y abadengos que así lo guardan y lo cumplan, y al nuestro corregidor de Zamora que les compela y apremie pª. que los unos y los otros no fagades ni fagan ende al”.

Juntose pues lucido ejército en el que formó también el Comendador de Castrotorafe con la gente de armas de esta Villa y Tierra, y puesto a las órdenes del intrépido Don Juan de Austria, hizo pronto morder el polvo a los sediciosos moriscos.

El Corregidor de Zamora al hacer la recluta de gente y saca de dinero y vituallas exigió a la tierra de Castrotorafe el respectivo contingente, valiéndose de las facultades que para ello se le daban en la real cédula que se acaba de citar. Mas el Procurador General de Villa y Tierra en su justa defensa del fuero que tenía desde muy antiguo, de no pelear más que a las órdenes de su Comendador, acudió al Consejo Real de las Ordenes, reclamando contra la determinación del corregidor. Felipe II dirigió una real cédula a esta autoridad en 23 de Enero de 1570, ordenándole no introdujese novedad alguna en el modo de servir al rey que tenía Castrotorafe, que era pelear a las Ordenes del Comendador, pues no pertenecían sus habitantes a la jurisdicción real de Zamora y por lo tanto, que si las había sacado alguna gente, o tomado algunos maravedís o prendas, que inmediatamente se los devolviese.

En 1580 heredó Felipe II el reino de Portugal, mas no queriendo los portugueses ayudados por los ingleses reconocer la fuerza del derecho, viose precisado el monarca español a hacerles entrar en razón por el derecho de la fuerza, siéndole preciso imponer a los pueblos un nuevo gravamen de hombres y dinero. En Zamora fue encargado del reclutamiento Don Diego Enríquez de Guzmán conde de Alba y Aliste y tratando este señor de sacar también gente de Castrotorafe, viose obligado de nuevo el Regimiento de Villa y Tierra a defender sus fueros e inmunidades, por lo que el Procurador General Juan de Miranda se dirigió a Zamora a protestar de la carga que el conde quería imponer a Castrotorafe. Como estaba aún reciente la cuestión que sostuvieron con el corregidor cuando el levantamiento de los moriscos, tuvo buen cuidado el Miranda de llevar la real cédula que entonces diera Felipe II y con ella en la mano probó la sinrazón y ningún derecho del reclutamiento que trataba de imponerles para la guerra con Portugal.

Aleccionado Felipe II por la experiencia de tantas guerras, del trabajo que costaba y el tiempo que se necesitaba para reunir la gente armada necesaria en casos de lucha, dio los primeros pasos que entonces era posible para crear el ejército permanente, empezando por la instalación de las milicias que serían uniformadas y armadas por los respectivos regimientos y concejos. Los milicianos estarían obligados a servir en el punto que se les designase y para no quedar desamparada la defensa de los demás pueblos, se obligaría a todos los hombres útiles desde la edad de dieciocho años a la de cuarenta y cuatro, a ejercitarse en el manejo de las armas, para que cuando se movilizasen los milicianos quedasen ellos encargados del servicio militar en su propio terreno.

Las jurisdicciones exentas no se libraron de este servicio, así es que en el reparto de milicias que se hizo a la tierra de Zamora en 1583, tocaban setenta y nueve hombres a los pueblos pertenecientes a la Orden Militar de Santiago de la Espada.

No sabemos si el reclutamiento llegaría a verificarse porque Felipe II vio en Septiembre del mismo año avecinarse la muerte en el Monasterio del Escorial, preparándose como buen cristiano a presentarse ante el tribunal de Dios, a dar estrecha cuenta de la vida que tuvo en la tierra.

 

D O C U M E N T O

Real Cédula de Felipe II reconociendo en 1570 el derecho que tenía Castrotorafe de militar únicamente en las filas de la Orden de Santiago, bajo las banderas del Comendador:-

“ D.Phelipe por la gracia de Dios rrey de castilla de león de las dos sezilias de Jerusalen de navarra de granada de Toledo de valencia de galizia de Mallorca de Sevilla de Cerdeña de cordova de corcega de murcia de jaen de los algarves de Algeciras de Gibraltar Duque de Mylan conde de Flandes y de tirol, stc. Á vos el nr. Corrº de la ciudad de Çamora evro lugar thenteen el dho oficio y cada uno de vos a quien esta nuestra carta fuese mostrada salud e gracia sepades que en el nombre de la vª de Castrotorafe y los lugares de su tierra se nos hizo rrelación diciendo que siendo la dha villa sugte. y lugares de su tierra distintos y apartados de la dha ciudad a su juron. sin propósito ni causa alguna os aviades intrometido a los rrepartir ciertos soldados para el levantamiento del rreyno de granada sin tener horden no comisión nuestra para ello y aunque avian pedido e rrequerido mostrasedes la comisión para hacer el dho repartimto. teniades ó no rrepartiesedes a los dos sus gentesó no lo aviades querido hacer y porque siendo como las dhas sus partes eran vasallos de la horden de Santiago y cuando de avia ofrecido servirnos con gente de guerra avia sido y era debaxo de las banderas que se avian levantado por la dha horden y no con la gente desa dha ciudad ni de otra parte y agorad esta preste. jornada tenían de por si gente situada cion que nos poder servir juntamente con el comendador de la encomienda y no ser justo que se ficiese novedad en ello nos pidió y suplicó ver mandásemos no excentasedes al dho repartimto. ni hiciésedes novedad y si algunas prendas las hubiésedes tomado se lo hiciésedes devolver e como la nra me fuese lo qual visto por los de nuestro consejo fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra carta para vos la dha rraçon e nos tovismolo por bien por la cual vos mandamos que dentro de quince días primeros siguientes de cómo con ella fuésedes resquerido incivis ante los de uno consejo rrelacion firmada de vro nombre e signada de un signo en manera que haga fec de lo que cerca de lo suso dho a pasado y passa juntamente con un traslado de la cédula que teneis para hacer el dho repartimto. para que por ellos viendo provean lo que convenga y en el entretanto que por ellos se beelo que se debe hacer si la dha villa de Castrotorafe y lugares se sutierra obieren contribuido con alguna gente de guerra por mandamiento del Alcalde Mayor del ayuntamiº. ó en la horden de Santiago sobreseáis la execución del mandamto. que disteis para que contribuyese con esa dha ciudad la gente que mandamos inbiasedes á la dha guerra de granada y non fagades ende sopª. de nuestra merced y de diez mil marav. para la nuestra cámara solaqual dha pena á cualquier nro escribano que para ello fuese llamado vos la lea e notifique y de al que vos la mostrase testimº. signado de la notifiºn. della porque nos sepamos como se cumple el nro mandato. Dada en Madrid á veinte é tres días del mes de henero de mil é quinto. é setenta años.-Va sobre rraydo para que vala.- El Dor. Diego Gano= El Licdº. Atience= El Dor. Durango= El Licdo.- Fuenmayor= El Licdo. Juan Thomas = yo Juan Arias de Herrera srio de cámara de su magd. la fiice escribir por su mando. con acuerdo de los de su consejo= rregda. Jorge de Otal de Vergara”=.

 

C A P I T U L O   XX

Felipe III.- El Alcalde Mayor Salcedo.- Ruidosas cuestiones entre el Alcalde Mayor D. Pedro de las Cuevas y el Regimiento.- Creación de Jurados.- Castrotorafe sujeta al servicio de las milicias.- Don Alonso Pimentel, Comendador de Castrotorafe.-

Felipe III entró a suceder a su padre, en el gobierno de su reinado tan grande y extenso, que, como decía el Padre Mariana, jamás se ponía el son el sus dominios. Mal empezó sin embargo su reinado, pues no teniendo en cuenta lo trabajada que estaba España con tanta guerra, peste, sequías y hambres como sufrió en los tiempos de Felipe II, se inauguró su reinado exigiendo servicio extraordinario de contribuciones, y el célebre donativo llamado de los “chapines de la reina”, para celebrar su matrimonio con Doña Margarita de Austria, entrando ya Castrotorafe en la obligación de soportar todas las gebalas.

En medio de tantos males como afligían la tierra de Castrotorafe, tuvieron sus moradores la dicha de ser regidos por un buen Alcalde Mayor cual fue el Licenciado Salcedo que procuró corregir los abusos y desmanes que no tuvo tiempo u ocasión de estirpar el Sr. Ramírez Gasco, publicando unas ordenanzas para corregir de todo punto los muchos abusos que venían cometiendo los jueces ordinarios, con grave perjuicio de los pueblos; entre otras cosas manda, que dichos jueces cobren sus dietas con sujeción a arancel bajo la pena de mil maravedíes cosa que antes no hacían.

En las testamentarías y abintestatos, caían cual nube de langosta sobre los herederos, comiendo y bebiendo a cuenta de ellos y para cortar tamaño desmanes, en las referidas ordenanzas se disponía, que cuando un padre deje hijos menores, los “cabeceros o curadores” repartan la hacienda entre los herederos, sin mezclarse en estas operaciones los jueces ordinarios, y después las particiones para su aprobación, sin que los dichos jueces vayan a las casas a comer y beber, bajos las mismas penas.

Al Licenciado Salcedo sucedió en la Alcaldía Mayor el Licenciado Pedro de las Cuevas. Su caprichosa conducta, su tenaz empeño en quebrantar las leyes y fueros del país despreciando sistemáticamente las advertencias que le hacía el Regimiento de Villa y Tierra y su carácter pendenciero, eran por sí más que suficientes para arruinar la tierra de Castro, pues en los pocos años que ejerció el cargo no supo más que suscitar conflictos, llegando en ocasiones a verse envuelto con el municipio en tres pleitos a la vez.

Sin embargo de estar terminantemente prohibido a los Alcaldes Mayores de Castrotorafe conocer en primera instancia en ningún negocio, empeñose el Licenciado Cuevas actuar en ellos, y aún cuando el Regimiento le requería para que desistiese de su abusivo proceder y le notificaba las diversas Reales provisiones que se lo prohibían seguía adelante este Magistrado, llegando al extremo de obligar por la fuerza al juez ordinario a que le entregara diligencias que había empezado a instruir. No pudiendo ya el Regimiento sufrir tanto atropello, acordó en sesión de 4 de Junio de 1601, que:- “Se siga pleito contra el Licenciado Pedro Cuevas, Alcalde Mayor de este partido en razón de que no adroque á sí las causas ni las tome al juez ordinario antes le dexe la primera instancia según costumbre antigua”.

No contento el Alcalde Mayor con la cuestión citada, empeñose también en poner un teniente sin necesidad, originando con esto un nuevo conflicto, viéndose el Regimiento precisado a tomar en la sesión de 28 de Octubre del mismo año, el siguiente acuerdo:-“El Alcalde Mayor de este partido conforme a las provisiones que hay no puede dejar teniente sino estando en los reinos de Galicia y Asturias y al presente está en la villa de Pozuelo de la orden y tiene su tyniente a Tomé Lucas, acuerdan se hagan diligencias para que no tenga el dho tyniente y en razón dello y de lo demás que convenga a la Villa y Tierra gane el Procurador General las provisiones necesarias”.

Presentadas sus quejas por el Procurador General ante el Consejo de las Ordenes expidió Felipe III provisión en 29 de Noviembre de 1601 ordenando al Licenciado Cuevas retirase al teniente bajo la multa de cincuenta mil maravedíes apercibiéndole, “con apercibimiento que vos hazemos que no lo hazdo. y cumpliendo ansi de nuestra parte y á vuestras ynviaremos persona que vos haga guardar y cumplir las dichas y execute en vos las dichas penas”.

Cansada la Corporación Municipal de luchar con el altivo y tenaz Cuevas, y viendo no conseguía hacerlo cumplir con lo que de un modo tan severo se le tenía ordenado, viose el Regimiento en la necesidad de tomar una resolución grave, y reunido en sesión el día 6 de Mayo de 1602, acordó lo siguiente:- 

“De nuevo acordaron se vayan al consejo y se pidan sobre las cartas de las provisiones que en razón dello ay ganadas y las que convengan y además dello se proponga el capitular al Alcalde Mayor y pongan los capítulos que el Procurador General viese que son conbynientes”.

Hasta la visita y juicio de residencia que el Alcalde Mayor debía hacer a todos los pueblos del partido, le interpretó sin duda el Licenciado Pedro de las Cuevas como establecida para su particular provecho, así es que contemplándola como una productiva mina, cuya explotación le correspondía en derecho, en vez de procurar con ella el bien de los pueblos, la convertía en insoportable gravamen, pues las hacía con suma parsimonia, a fin de invertir días y días para cobrar mayores dietas. Los municipios formularon enérgicas quejas y reclamaciones por los vejámenes que les causaba y el de Castrotorafe en la sesión que celebró el 21 de Noviembre de 1601 viose precisado a tomar el siguiente notable acuerdo:-

“Reunido el Ayuntamiento y rregimiento acordaron se presente petición pidiendo provisión para el Alcalde Mayor y juez de rresidencia quando la venga a tomar á esta Villa no esté aziendo la dha rresidencia más que ocho días o diez días porque para lo que esta tierra tiene vecindad y la pobreza della vastan los diez días y que pasados vayan discurriendo por las demás villas y lugares deste partido porque estando sesenta días en esta tierra se le causan muchas vejaciones a los vecinos della”.

Si para tomar la residencia al municipio de Castrotorafe necesitó el Licenciado Cuevas más de sesenta días, sin embargo de vivir en la misma población por lo que debía estar orientado de cuanto en ella ocurría, no sabemos cuánto tiempo emplearía para tomarla en los demás pueblos del partido, que le eran completamente desconocidos.

No terminaron aquí las amarguras que le hizo devorar a Castrotorafe su tristemente célebre Alcalde Mayor Cuevas. Dominado completamente por la avaricia, hizo víctimas de tan innoble pasión a los infelices que tenían algún negocio en su tribunal, dando en la abusiva costumbre de reducirlos a prisión para lograr de este modo el cobro de las costas devengadas llegando en repetidas ocasiones a venderlas judicialmente la pobreza que poseían poniéndoles luego en libertad para que fuesen de puerta en puerta a mendigar el sustento. En vano el Regimiento de Villa y Tierra reclamó enérgicamente moderase el magistrado su conducta y no causara tan grandes perjuicios a sus administrados, porque el Licenciado Cuevas desentendiéndose de tan justas y razonables peticiones, seguía impasible en su modo de obrar.

No pudiendo el Regimiento de Villa y Tierra soportar más tiempo tamañas arbitrariedades, comisionó en forma al Procurador General, para que presentase sus quejas ante el Consejo Real de las Ordenes, como así lo ejecutó, obteniendo una Real provisión en la que se mandaba al Alcalde Mayor, se abstenga en lo sucesivo de tan arbitrario modo de obrar, y concluye con las siguientes palabras:- “Por los del dho nuestro qo. fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra carta y nos tuvimos por lo bien. Por la qe. Mandamos que como en ella fuésedes requerido vos el dicho alcalde mayor que al preste. sois y en adelante fuese de dicho partido no prendais ni tengáis presos a los vecinos de ese partido por las denunciaciones que se les hiciesen pecuniarias dándose por ellas fianzas legas llanas y abonadas de pagar lo que en contra ellos fuese juzgado y sentenciado y no hagáis lo contrario sopena de la nuestra merced y de diez mil maravedíes para la nuestra cámara y so la dicha oena mandamos a cualquier escribano lo notifique y testimº. della. Dada en Valladolid a siete de Diciembre de mil y seiscientos y un años”.

Baste con lo expuesto para comprender los disgustos y perjuicios que tuvieron que sufrir los habitantes de la tierra de Castrotorafe, con un Alcalde Mayor de las condiciones del Licenciado Pedro de las Cuevas. A tan aflictiva situación y a la pobreza que ya reinaba en el país, vino a unirse la sequía y la escasez de cosechas que reinaron en 1604 aumentando tantos males de alteración que por entonces se hizo de la moneda de vellón que causó hondas perturbaciones en el tráfico y ayudó a encarecer más y más los artículos de primera necesidad. La corte empero no tenía en cuenta tantas calamidades y para poder sufragar el aumento que hizo en los gastos, exigía nuevas contribuciones bautizando algunas con el peregrino nombre de “donativos”, que arrancaba a viva fuerza a los pueblos.

En medio de tanta desdicha vieron los habitantes de esta Villa y Tierra una ráfaga de luz en un descubrimiento casual y que les hizo concebir esperanzas de poder remediar su pobreza. A causa de unas excavaciones practicadas en Castrotorafe, notaron que salía mineral envuelto con tierra, dieron cuenta al Consejo del feliz hallazgo y Felipe III concedió permiso en 1605 para explotar las minas; pero sea porque se cortase el filón, o por cualquier otra causa que nos es desconocida, es lo cierto que la explotación no se llevó a cabo.

Por esta época se establecieron los jurados, pues en las elecciones municipales de 1604, hallamos por primera vez, nombrados para el concejo de los que componían el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, dos jurados, y en el acta de sesión de 5 de Octubre de 1613, hallamos el siguiente inciso:- “ Se nombraron por suerte dos comisarios entre los regidores para que juntamente con la justicia puedan conocer y conozcan de todos los casos zebiles y criminales que sucedieren en cumplimiento de lo que su mag. manda en sus rreales zédulas”. Y en la de 9 de Noviembre del mismo año leemos:-Nombraron dos regidores para el oficio de jueces para los plebeyos que vinieran en grado de suplicación á este ayuntamiento”.

No habiendo surtido todo el efecto deseado las disposiciones tomadas por Felipe II, para la creación de las milicias, su hijo Felipe III dio en 1609 órdenes expresas y terminantes a los Corregidores para que procediesen al alistamiento general sin admitir excusas ni pretextos, cuyo alistamiento  extenderían a los pueblos eximidos. En virtud de tan severas disposiciones, fueron comprendidos los pueblos que componían el Regimiento de Castrotorafe en el alistamiento de las milicias. No se ha hallado dato alguno en que conste si trataron o no de hacer valer como en otras ocasiones su privilegio de militar únicamente bajo las banderas de su Comendador, pero en cambio hay muchos por los que se demuestra, que desde esta fecha quedaron sujetos al servicio de las milicias, siendo curiosa la siguiente partida estampada por el Procurador General en las cuentas que rindió en 1618:- “It dos riales que se gastaron en convidar á un alférez cuando vino á hacer el alistamiento de los mozos para las milicias”.

En el año 1610 se construyó la Casa Consistorial en San Cebrián de Castro, estableciéndose las oficinas y salas de audiencia y de sesiones en el piso alto, y en la planta baja la cárcel y la carnicería. Al propio tiempo se notó que la cárcel no era tan espaciosa como se necesitaba, ni tenía ventilación suficiente, y para remediar estos males, el Ayuntamiento en sesión de Marzo de 1613 tomó el siguiente notable acuerdo:- “Dixeron que se hizo la cárcel y carnizeria juntamente por lo que la cárcel quedó pequeña y de poco espacio y no buena vivienda para los presos y conviene hacerlo todo uno porque habiendo presos pasan trabaxos en la cárcel y andan en ella incomodados; y ansí dixeron que acordaban y acordaron y mandaron que la dha cernizería se yncorpore y meta en la dha cárcel y rompiendo la parez que está en medio para que dha cárcel tenga más anchura y no sea tan odiosa á los presos que entran en ella y esto se haga luego”.

Desde Julio de 1608 era Comendador de Castrotorafe Don Alonso Pimentel Estartique hijo del opulento Conde de Benavente, y si no se procuró vivir entre vasallos, evitando rozarse con la pobreza, ser testigo de sus necesidades y librarse y tenderles una mano caritativa trató en cambio de sacarle todo el producto posible valiéndose de medios nada legales. Pareciéndole poco los tres mil ducados de renta anual que le producía, trató en primer término de hacerse dueño de los despoblados y eriales que había en el territorio, prendando y multando a los vecinos por conducto de su administrador, que entraban en ellos con sus ganados o arrancaban a mano una mata de hierba como siempre habían hecho, por lo que el Ayuntamiento le puso un pleito.

Después tuvo maña para engañar al Consejo Real de las Ordenes y sacar una Real provisión a fin de que sus ganados pudieran comer libremente los pastos comunales de la villa y su tierra, alegando que siempre habían gozado los Comendadores semejantes derechos. En cuanto obtuvo la Real provisión tan deseada, se la mandó a su administrador, para que se la notificase al Regimiento, y entraran enseguida sus ganados en los pastos.

La sesión tuvo lugar en veintiséis de Junio de 1617, pero el Regimiento que nunca se había mostrado débil en la defensa de los intereses, derechos y fueros de sus administrados, en aquel mismo día acordó:- Que por el bien común y remedio de los pobres se de noticia a los concejos de los lugares sujetos a esta jurisdicción para que den su parecer si será justo seguirse este pleito o no atento á que por memoria de ombres no se acuerden aver los Comendadores ni sus administradores metido ganado en esta tierra si no es siendo vecinos y el ganado suyo propio”.

Enseguida se mandaron copias del acuerdo a todos los regidores y pedáneos de los pueblos de la jurisdicción, quienes reuniendo sus respectivos concejos en la forma acostumbrada, les propusieron el caso, y habiendo convenido todos en que les asistía razón y derecho en lo que se les comunicaba, el Procurador General de Villa y Tierra entabló un ruidoso pleito que perdió el ambicioso Comendador con costas.

Poco tiempo vivió Felipe III después de esta cuestión, falleciendo en 1621, y sin que volvamos a encontrar en este corto periodo de tiempo, cosa alguna digna de figurar en esta historia de Castrotorafe.

 

C A P I T U L O   XXI

Felipe IV.- Lic. Francisco Muñoz, Alcalde Mayor.- Calamidades públicas.- Disminución de población y pobreza del país.- Carlos II.- Cuestiones con el Alcalde Mayor Lic. Lucas Hurtazu y Hernani.-Documento.

Harto triste es el reinado que vamos a tratar, y se apena el corazón al considerar que solamente desgracias podemos narrar de la tierra de Castrotorafe, antiguamente rica y llena de vida, hoy pobre y agonizante, verdades, y esto aumenta el dolor, que casi todas las comarcas de la nación española se vieron en tan lamentable situación. Las hambres y las pestes que hacía algún tiempo azotaban a nuestra tierra, la tenían en extremo abatida; sube Felipe IV al trono de sus mayores y en vez de ser el padre de los agobiados pueblos, establece tan viciosa administración que vino a aumentar el malestar general.

Felipe IV empezó su reinado estableciendo una junta presidida por él mismo para enterarse de los graves males que aquejaban a la nación y buscar el medio de aplicarles el remedio efectivo; pero o no lo halló o no supo aplicarlo. En 1624 vista la disminución de vecinos que se notaba en muchas partes creó una “junta de población” para examinar las causas; de modo que todo se volvían proyectos y no se llegó a conocer su beneficioso resultado.

Envuelto además en varias guerras, algunas de ellas sin utilidad conocida, exige tal sacrificio de hombres y dinero que ya es imposible a los pueblos soportar tan gravísima carga. Las ciudades con voto en cortes reclaman, las villas dirigen sus lastimeros ayes al trono, y en vez de escucharse los lamentos de la Patria empobrecida, invéntase nuevos tributos, se venden oficios, y no siendo estos suficientes a cubrir los enormes gastos públicos, trátase de que los propietarios cedan al tesoro parte de sus bienes inmuebles. Por lo que respecta a nuestra tierra de Castrotorafe, basta para conocer el lamentable estado en que se hallaba, saber que no teniendo el Regimiento recurso alguno para cubrir sus más perentorias necesidades, se vio precisado a comisionar al Procurador General en 1627 para que buscase quien se lo pudiera y quisiera facilitar a préstamo.

Gracias pudo dar a Dios Castrotorafe, de que en tan calamitosos tiempos no tuviera un Alcalde Mayor que con sus desaciertos o sus ilegalidades viniera a aumentar las penas y tormentas que ya sufrían los vecinos con las circunstancias que atravesaban. Antes bien hallamos en este periodo de nuestra historia un Alcalde Mayor tan digno y tan honrado, que fue sumamente apreciado, por su rectitud y por el interés que mostró en beneficio de sus administrados.

Deseando Felipe IV una regla fija en la cuestión de Tenientes de Alcalde Mayor que tantos y tan largos disgustos había ocasionado, pidió en 1630 un informe detallado al Licenciado Francisco Muñoz, Alcalde Mayor de Castrotorafe, y lo dio en términos tan sencillos y claros, y lleno de tanta prudencia y cordura que muestra en él los bellos sentimientos de su alma. Después de manifestar lo que habían hecho otros Alcaldes Mayores, y aún mismo lo que él mismo había ejecutado en un principio que después conoció era perjudicial para los vecinos dice que proveyó un auto para que el Teniente que se nombrase únicamente mientras hacía él residencia en Galicia y Asturias, conociese de las causas que venían en apelación, y despachara las Ordenes Reales que se recibieran, remitiéndolas al Alcalde Mayor enseguida donde quiera que se hallase, y en cuanto este volviera a la Villa cesaría en su cargo de Teniente.

Con este modo de proceder, añade que ha obrado a satisfacción de los vasallos, librándolos al mismo tiempo de las molestias y vejaciones que solían sufrir los Tenientes. El Rey después de oir al Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, expidió en 24 de Enero de 1632 una Real provisión aprobando en todas sus partes lo dispuesto por el Licenciado Muñoz.

La guerra seguía y el sistema de las levas, dio funesto resultado, pues el desenfreno de la soldadesca era tal, que caía cual nube de langosta sobre los pueblos, que saqueaban y robaban atropellando el honor de las mujeres. Para remediar tamaños males, se acordó con dictamen del Consejo de Estado y guerra, crear un cuerpo permanente de 18.000 infantes repartido en guarniciones, mandando que todos los estados y clases incluso el eclesiástico y hasta las Ordenes Religiosas contribuyesen a su sostenimiento, cada uno según el cupo que se le asignó; así es que los Comendadores de las Ordenes Militares, tuvieron que afrontar ochocientos cincuenta soldados igual al número de lanzas con que antes tenían la obligación de servir; por esta razón a la Encomienda de Castrotorafe le correspondían siete soldados.

Sin embargo, de tanto tributo como se venía exigiendo a los agobiados pueblos, seguía el mal estado de la Hacienda Pública y no hallándose medios de sacar más recursos a los empobrecidos habitantes se inventó en 1636 la contribución del papel sellado, que si en un principio fue módico ha ido progresando en tales términos, que hoy produce al Estado asombrosa cantidad, y ha llegado a ser tan onerosa al pobre pueblo, que se ha hecho insoportable. Viendo los malhadados ministros de Felipe IV que aún no bastaba el remedio del papel sellado a cubrir sus hierros, a los pocos años se decretó al estanco del tabaco.

A repetidas pestes y faltas de cosechas que en anterior reinado afligieron esta tierra, juntáronse las calamidades sin cuento que tuvo que soportar en el de Felipe IV. Ya hemos hablado de los insoportables tributos, y ahora diremos que todos los males de la tierra parece se habían concintado en nuestro país. En 1629 una pertinaz sequía vino a agravar la pobreza que ya azotaba a sus habitantes; en 1650 volvió a verse afligida con otra sequía igual, acompañada de la terrible plaga de la langosta y en 1664 volvió a llorarse la falta de agua que hacía temer la pérdida de la cosecha, viéndose el Regimiento en la necesidad de tomar en dos de Noviembre, el siguiente triste acuerdo:- “En consideración a la mucha falta de yerba y esterilidad del tiempo no se haga arrendmto. por todo este presente año en ningún ganado mayor ni menor en manera alguna”, viniendo a resultar que tantas calamidades sufridas por tantos y continuados años, fueran causa de que viéndose la comarca falta del necesario sustento se despoblase en términos que los pueblos que componían el Regimiento de Villa y Tierra quedasen reducidos a míseras aldeas, y algunos a insignificantes caseríos, llegando entre todos a contener trabajosamente la décima parte de la población que en otros tiempos. Efecto de la despoblación los campos quedaron yermos y la mayor parte del terreno se convirtió en espesos matorrales.

Causa profunda tristeza la lectura de los acuerdos del Regimiento de Villa y Tierra por las sentidas y tétricas expresiones que usa de continuo al determinar en multitud de sesiones poner en conocimiento del Consejo Real de las Ordenes la escasez de vecindario y la pobreza de sus moradores. Tan azarosas circunstancias, no fueron sin embargo obstáculo para que el Regimiento continuase llenando sus deberes con la entereza y virilidad que en sus días más prósperos, defendiendo con tesón sus derechos y privilegios contra toda clase de acometidos.

A tal extremo llegó la pobreza de este país, que en más de una ocasión ocurrió no hallarse con recursos para satisfacer sus contribuciones. Para evitar las desagradables consecuencias que podía acarrear la falta de pago, se dirigía a Zamora el Procurador General y buscaba una recomendación eficaz, o se valía de los medios que su imaginación le sugería, para lograr una moratoria, y la experiencia demostraba que no eran infructuosos los pasos que daba, que en sus cuentas estampaba luego el importe del obsequio hecho el oportuno mediador.

En 1647 deja el pueblo de San Pelayo de presentar candidatos para el Regimiento de Villa y Tierra, y no vuelve en lo sucesivo a sonar su nombre para nada, prueba evidente de que no pudiendo resistir por más tiempo el azote de las públicas calamidades, se hundió para siempre en el sepulcro, quedando solamente hoy día un trozo de pared de su iglesia, como triste recuerdo de su antigua existencia. Fontanillas de Castro se quedó sin habitantes en 1660, pero en 1675 empezó a repoblarse con tres vecinos; Perilla de Castro no se nombraba para nada en los repartos y censos de la población, y Olmillos de Castro se vio reducido a un mísero caserío con ocho vecinos. Toda la tierra de Castrotorafe, en una palabra, asolada con tantas calamidades, viose convertida casi en un desierto.

No debe pues extrañar a nadie que llegase un día, en el que no se encontrasen hombres hábiles para desempeñar los cargos concejiles, especialmente el de Juez ordinario. Por lo tanto en las elecciones municipales verificadas el 31 de Diciembre de 1665, no pudiendo hacerse el sorteo de antiguo establecido, viose precisada la corporación a tomar el siguiente triste acuerdo:- “Atendiendo a que por la escasa vecindad de los lugares no hay personas que pueden entrar en tres suertes para la elección de Juez de la Villa y Tierra como es costumbre y uso de común acuerdo y consentimiento nombraron a Juan Arias vecino de San Cebrián de Castro y pidieron al señor Alcalde Mayor no anulase el nombramiento hecho por la necesidad dha. Y el referido Alcalde Mayor conociendo la triste verdad de lo alegado, aprobó el nombramiento”.

Pocos meses antes de tomar este acuerdo, había caído Felipe IV desde las alturas del solio real en la profunda lobreguez del sepulcro, dejando una corona ilustrada con las grandezas de sus abuelos y empañada con las miserias de su reinado, colocada sobre las débiles y enfermizas sienes de su hijo Carlos II.

Niño de cuatro años era este cuando fue proclamado rey de España, quedando bajo la tutela de su madre Doña María de Austria, a quien faltaba mucho para estar a la altura de su cargo, y las riendas del Estado fueron empuñadas por un ministro extranjero e inepto. No llegó tampoco el desgraciado Carlos II a poseer las cualidades y energías que se necesitaban para curar tanta llaga como corroía al pueblo español; era de genio apocado y a fe que no faltó quien tratara de explotarlo, causando grandes perturbaciones.

Se le llama Don Carlos el Hechizado porque si efecto de su débil naturaleza, su no robusto entendimiento y otras circunstancias tuvo siempre una tristeza hipocondriáca, viose rodeado de personas, que trataron de convencerle era una verdad la repugnante superchería de los hechizos. Hiciéronse en su tiempo pequeñas economías rebajando algo los tributos; pero no se pasó de ahí, por lo que siguió la pobreza y malestar del país.

En cuatro de Marzo de 1663, se dio una Real provisión en virtud de queja presentada por el Fiscal del Consejo de las Ordenes Militares, mandando al Alcalde Mayor de Castrotorafe que proceda criminalmente contra el mayordomo de fábrica de Perilla y Olmillos por haber rendido cuentas ante el vecindario de Alba y Aliste, nombrado visitador por el señor Arzobispo de Santiago, y contra los mayordomos de fábrica de Piedrahita y San Cebrián por haber hecho lo mismo ante el provisor y visitador del Obispado de Zamora, quebrantando con estos actos los estatutos de la Orden de Santiago, los que disponen de tiempo inmemorial, que las visitas de dichas mayordomías, cofradías, etc., las hagan los Vicarios de la Orden a quienes toca privativamente por ser jurisdicción exenta y privilegiada, prohibiendo en absoluto, que ningún mayordomo dé las cuentas a ningún otro juez o visitador.

A las tribulaciones que padecía la tierra de Castrotorafe, vino a unirse la guerra que dio y los perjuicios que ocasionó con su capricho e ilegal conducta, el Alcalde Mayor Licenciado Lucas Hustazu y Hernani, puso por fiador abonado para poder ejercer su cargo a un tal Pedro Ferrero vecino de Manganeses de la Lampreana, sujeto a quien vino recomendado, el que se fue a vivir al derruido pueblo de Fontanillas. Sin renunciar la vecindad de Manganeses quiso aprovecharse de las franquicias y regalías propias exclusivamente de los vecinos de la tierra de Castrotorafe y a mayor abundamiento el Alcalde Mayor lo eligió por su teniente contra todo fuero. El Regimiento se opuso a todo, no siendo escuchado por el Alcalde Mayor, habiendo por lo tanto necesidad de entablar un pleito.

No contento con esto el Sr. Hustazu, empezó a conocer en primera instancia en los asuntos criminales contraviniendo la legislación establecida tanto tiempo hacía. El Regimiento le requirió varias y repetidas veces para que dejara expedita la jurisdicción del Juez ordinario, notificándole a la vez las diversas Reales provisiones que en distintas ocasiones obtuviera sobre el particular, mas el Alcalde Mayor se obstinó en seguir su ilegal modo de proceder, y aquí resultó nuevo pleito.

Aún no se había sentenciado ninguno de los dos litigios, cuando vinieron las elecciones municipales del año 1678 a agravar el conflicto. Era peculiar del Alcalde Mayor presidirlas, y aprobarlas si estaban bien hechas, o anularlas si adolecían de algún vicio. El pueblo de Fontanillas era uno de los que tenían voto para Juez ordinario, pero cuando se despobló en 1660 perdió el derecho, y en estas elecciones contando con tres vecinos, mejor dicho habitantes, trató de recuperarlo, presentándose como candidato el referido Pedro Ferrero. El Regimiento rechazó la candidatura por estar aún por decidir el pleito sobre la verdadera vecindad del tal Ferrero, alegando además, que aún cuando fuera vecino de Fontanillas, bastaba fuera teniente de Alcalde Mayor, y su fiador abonado para declararle incompatible y por lo tanto no lo metieron en suerte para el referido cargo.

Despechado el Alcalde Mayor con su resolución, y viendo frustrados los planes que había formado de hacer a todo trance Juez ordinario a su grande amigo, anuló las elecciones valiéndose de su autoridad. Dio a los regidores electos el cargo como en depósito, y eligió a su capricho un Juez ordinario interino. El Regimiento protestó este modo de proceder ilegal, negándose a entregar la vara de la justicia; pero el Alcalde Mayor que no se paraba en barras, dio en señal de jurisdicción al juez que había nombrado arbitrariamente el bastón que llevaba en la mano. De aquí resultó que el Procurador General se vio precisado a entablar otro pleito contra el Alcalde Mayor, por haber hollado “ los fueros y las costumbres” de la tierra.

En 1680 contrajo Carlos II matrimonio por segunda vez, y no obstante reconocer y confesar que los pueblos estaban harto trabajados y en la miseria, le exigen el donativo forzoso llamado “los chapines de la reina” como había hecho su padre.

El siglo XVII tocaba a su término cuando el Rey Carlos II vio llegada su última hora y con él y con el siglo se extingue la rama austriaca de nuestros reyes, rama que dirigió los destinos de la noble y heroica España cerca de doscientos años. Fecundo fue el siglo XVII en desventuras para nuestra amada Patria, no pudiendo comprenderse como pudo salir de él sin naufragar. ¡Triste herencia era la que el siglo que expiraba dejaba a su inmediato sucesor!.

 

D O C U M E N T O

Informe que el Licenciado Francisco Muñoz Alcalde Mayor de Castrotorafe dio en 1630, por orden de Felipe IV en la cuestión de Tenientes de Alcalde Mayor.-

“SEÑOR:- Vuestra Majestad me manda por esta rreal provisión despachada de pedimento de Alonso Gallego Procurador General de la Villa de Sant Zibrian y su Tierra informe si conviene o no que esta Villa y su tierra aya teniente de alcalde mayor en el tiempo que hace ausencia.-diré señor con toda puntualidad mis sentimientos y lo que la experiencia me ha demostrado en el tiempo que ha que estoy en este officio que ya passa de cuatro años los alcaldes mayores mis antecesores quando salían desta Villa para el Reyno de Galizia que es donde reside el mayor tiempo de su oficio dexaban teniente enella con comisión plena para que pudiese exercer la Jurisdicción en primera instancia en esta Villa y Jurisdicción y en grado de apelación en las que hibiesen conoscido los Jueces ordinarios assi desta Villa como de las Villas y Lugares desta Encomienda de Castro Torafee, encomienda de peñagussende y encomienda de destriana.- Siguiendo en esta costumbre quando salí desta Villa para el reyno de Galizia nombré Teniente natural de la Tierra como los demás mis antecesores lo habían hecho. Este Teniente Exerció El Officio casi dos años al fin dellos reconosciendo que este Juzgado era dannoso á los Basallos y que eran molestados con denunciaciones y achaques que savenmas buscar los naturales que los forasteros, y atendiendo a que en esta Villa y su Jurisson. ay Juez ordinario y que en la Villa de Villalba ay otros Juez y en el lugar de Perilla otro que le nombra el comendador de manera que en esta Jurisdicción que escasamente tiene discientos vecinos repartidos en siete lugares y tres Jueces, por auto que preveí (de que hoy se pide confirmación) limité la Jurisdicción del teniente de esta manera.- Que conosciese de las causas que ante el viniesen en grado de Apelación, que conosciese de las cobranzas que se hacen del subsidio y escusado por ser en esta Villa donde se rrecaudan las pagas que se hacen las Encomiendas y el alcalde mayor ó su Teniente mero executador paesa su cobranza.- Ultimamente que rreciviese en si los despachos órdenes y mandatos que V. Magd. con orden de habiéndolos escusado los remitiese donde quiera que yo estuviese y que esta fuesse su Jurisdicción y no otra alguna.- Con este modo de Gobierno he procedido a satisfacción de los Vasallos rreserbándolos y aliviándolos de las Vexaciones de un teniente que es fuerza ser natural de la tierra.-Y en este modo de Gobierno no se quita ni mengua la Jurisdicción Ordinaria y superior que tienen los Alcaldes Mayores porque esta siempre queda en pie para usar della quando entran en esta Villa y no fue nuevo Juicio el mio antes conforme al estilo que antes había puesto en todo Punto no se consentía teniente y Vuestra Magestad daría licencia a los Alcaldes Mayores para que lo pusiesen por término limitado y de esta permissión temporal y limitada se bino á introducir la perpetuación.- Vuestra Magestad siendo servido podrá mandar de aquí en adelante los alcaldes mayores en los nombramientos que hicieren procedan con esta Limitación que así Juzgo que conbieneal servicio de Dios Nuestro señor Y de Vuestra Magestad y bien y alivio de sus Bassallos; y en todo cumpliré lo que más fuere del real servicio de Vuestra Magestad cuia Vida guarde ntro. Sr. Como estos Reynos han menester. Sant Zibrian de Castro Torafee diez de Diziembre del mil seiscientos y treinta.- El Licdo. Francisco Muñoz”.

 

C A P I T U L O   XXII

Guerra de Sucesión.- Felipe V.- Pobreza del país.- Reforma de los Ayuntamientos.- Cuestión con el Alcalde Mayor, Licenciado D. José Terán y Mier.-

El siglo XVIII inauguró su existencia de un modo triste para España. Carlos II, dejó el mundo sin quedar hijo alguno y fue necesario hacer los llamamientos que marca la Ley de Partida para la sucesión al trono. Desgraciadamente se presentaron dos pretendientes a la corona, ambos descendientes por línea femenina de Felipe II; uno, el Archiduque de Austria D. Carlos, y el otro D. Felipe, Conde de Anjou y nieto de Luis XIV, rey de Francia. No es propio de nuestra historia de Castrotorafe, entrar a examinar cual de los dos pretendientes tenía mayor derecho a ocupar el trono español, por lo tanto nos limitaremos a decir que el pleito se ventiló en los campos de batalla.

Como acontece en esta clase de lucha los españoles se dividieron en dos bandos, prestando las Ordenes Militares su apoyo al conde francés, y cada uno de los pretendientes trajo en su ayuda tropas extranjeras.

Encendióse pues la Guerra de Sucesión, los campos se regaron de sangre; el pobre pueblo tuvo que soportar los gastos y vejámenes consiguientes a la lucha armada y después de tantas batallas y tantos desastres, en que la velidosa fortuna, ora daba el triunfo al francés, ora al austriaco, declaróse al fin a favor del primero concediéndole la palma de la victoria, sentándolo tranquilamente en el trono de los Reyes Católicos. Hubo por tanto cambio de dinastía, y tuvimos por rey al primer Borbón, cuya familia tardó poco tiempo en ocupar todos los solios de la raza latina.

No faltan escritores que hacen grandes elogios de Felipe V mientras otros le censuran acremente. Por nuestra parte solo diremos que empezó su reinado con un carácter completamente reformista, ayudado por los militares franceses que trajo. En materias eclesiásticas también fue grande amigo de novedades; empezó por cerrar el Tribunal de la Rota, arrojando de España al Nuncio Apostólico. Educado en la escuela gaditana, dio alas al más exagerado regalismo llamando al tristemente célebre Macanz, a fin de quejarse de agravios contra Roma. Hasta puso sus ojos en la plata de las iglesias, y se hubiera apoderado de ella, si no temiera perder la corona, pues el católico pueblo español, empezó a dar muestras de su gran indignación. Felipe V, en una palabra, sembró la semilla cuyo fruto recogieron en el siguiente siglo de los liberales.

El célebre francés Urry a quien trajo de Ministro de Hacienda creyendo hallar con su talento la panacea que había de hacer feliz a España, solamente pudo ridiculizar las administraciones pasadas y acometer novedades y reformas en todos los ramos, para dejar las cosas en tan mal estado o peor que las halló.

El malestar de los pueblos llegó a agravarse con los recargos que sufrieron algunos tributos y con la introducción de contribuciones extraordinarias que hoy suelen llamarse anticipos y empréstitos y el ministro francés bautizó con el gracioso nombre de “Donativos a su Majestad” que era tan voluntario como es en la actualidad el descuento forzoso que se hace al clero, del diez por ciento de su mezquina donación y se le llama por el Ministerio “Donativo voluntario”.

Se casó Felipe V en 1701, y a imitación de sus antecesores, exigió la contribución extraordinaria llamada de los “Chapines de la reina”, para hacer los gastos de la boda. Si la tierra de Castrotorafe se hallaba tan pobre, que no podía satisfacer la contribución ordinaria, llegando al extremo de verse precisado el Regimiento a decir en una de sus sesiones: Acordaron se lleve un carnero al esbno Montesinos de Zamora. Para si se puede conseguir alguna guita en el encabezamiento de dhas alcabalas”; calcúlese como estarían de desahogados para poder con el peso de la forzosa contribución denominada “Donativos de su Majestad”. Afortunadamente para estos desgraciados, con la nueva dinastía, se habían introducido costumbres nuevas, y ya no tenían que temer a los rígidos funcionarios que solía tener el austero Felipe II.

Todo esto debía conocerlo a fondo el Regimiento de Villa y Tierra, pues con frecuencia daba comisión a su Procurador General, para que pasase a Zamora y viera el modo de conseguir no se obligara a la tierra a pagar los recargos, o cuando menos se disminuyera la cuota que se le había asignado, concediéndole al mismo tiempo la tregua que fuere necesaria para poderlo pagar más cómodamente.

El argumento que solía emplear el Procurador General para convencer a los encargados de los tributos, tenía una proposición mayor unas cuantas libras de anguilas o truchas, y debía ser de tal fuerza, que el defensor de los intereses municipales solía volverse para el pueblo altamente satisfecho del resultado obtenido con el manejo de su especial lógica. De aquí podría sobrevenir que parte del recargo se transfiriera a otros pueblos, que por carecer de rio tan atractivo como el Esla, no les fuera dable formar tan contundentes silogismos, como si manejaran truchas. Pero a los habitantes de la tierra de Castrotorafe, es bien seguro les tenía fuera de cuidado este desenlace, pes lo único que les importaba era conseguir sus intentos.

Y esta clase de negocios, no debían tratarla en secreto ni de un modo indirecto sino a claras, porque en las sesiones que celebraba el Regimiento de Villa y Tierra, se proponía en términos precisos, y en el libro de acuerdos estampaban con todas sus letras, los regalos que el Procurador General había de hacer a Zamora, o las cantidades que había de invertir en semejantes obsequios. Entre los muchos acuerdos que se podrían citar, además del carnero regalado al escribano Montesinos, como se dijo más arriba, basta para muestra el tomado en la sesión de 15 de Enero de 1725. Dice así: “Acordaron que el Procurador General regale al Recaudador de Zamora, dos pavos o un carnero, pollos, perdices y unos conejos para que suspenda el cobro de contribuciones”.

Con la misma franqueza que se acordaron estas cosas las ponía en práctica el Procurador General, y después incluía en las cuentas municipales las cantidades que se invertían en hacer estos regalos, sin embargo de tener que presentarlos para su examen o aprobación en la Intendencia de Zamora, causándonos grande admiración el que no se pusiera el más leve reparo a semejantes partidas de gastos.

En el reinado de Felipe V se introdujeron varias reformas en la constitución y organización de los ayuntamientos. En su virtud se alteró la forma secular que tenía el Regimiento de hacer sus elecciones, así es que en vez del sorteo de candidatos como se dijo en su lugar, el Juez ordinario proponía los tres sujetos, uno por cada pueblo de los que tenían derecho a ejercer este cargo, y enseguida votaba “viva voce” al que más le agradaba, y continuaban votando los demás regidores de la misma forma; después los regidores hacían su propuesta de dos candidatos cada uno, y a cada propuesta se ejecutaba igual votación. Los jueces ordinarios tomaron la denominación de alcaldes ordinarios o del estado llano, y además se crearon los alcaldes del estado noble, recibiendo el municipio de esta tierra, con esta nueva creación grave herida en su robusta y antiquísima organización.

Se creó también la plaza de regidor de primer voto, al que comúnmente se llamó regidor decano, que desde un principio tomó para sí la Villa de San Cebrián de castro y siempre fue desempeñado por un hijodalgo de la villa; este regidor se abrogó desde luego el derecho de regentar la Alcaldía Mayor en todas las vacantes, derecho que siempre correspondió a los jueces ordinarios o alcaldes. Con esto los regidores decanos vinieron a tener más preponderancia que los alcaldes, dando con ello margen a varios conflictos y hasta causando en varias ocasiones perjuicios.

Siendo regidor decano Don Lorenzo Arias, y estando con tal encargado de la Alcaldía Mayor, el Regimiento le promovió un pleito por abuso de jurisdicción. Desgraciadamente era pariente suyo el Procurador General, el que en vez de mostrarse celoso defensor de los intereses de la corporación que representaba, se acostó del lado de su consanguíneo, el regidor decano y dejó pasar el término probatorio. Con la anómala conducta dio lugar a graves y escandalosas cuestiones, causando perjuicios de monta por los incidentes que tuvo que sostener el ayuntamiento y los nuevos recursos que se vio obligado a entablar para sostener su acción y derecho.

Debemos advertir aquí, que Felipe V para arbitrar recursos había mandado hacía pocos años vender cien ejecutorias de hidalguías y entonces empezaron esos hidalgos lugareños que a todo tenían derecho, pero que a nada se veían obligados.

En el año 1734 siendo Alcalde Mayor de este partido el Licenciado Don José Terán y Mier promovió ruidosa cuestión con el Ayuntamiento, por empeñarse en nombrar un teniente suyo sin necesidad; contraviniendo la jurisprudencia sentada sobre la materia, agravando más el mal, nombrando para dicho cargo a un sujeto incapaz legalmente para ejercer la jurisdicción, pues extendió la credencial a nombre de Don Alonso González de Reyero y Villarroel joven que no contaba más de veintiún años de edad. El nombrado se presentó muy ufano al ayuntamiento reunido en sesión de veintiocho de Abril y exhibiendo el nombramiento de Teniente de Alcalde Mayor, pidió y hasta exigió se le diera posesión de su cargo.

El municipio no pudiendo aceptar semejante nombramiento por ser contrario a las reales pragmáticas que tenían sobre el particular, pidió a Don Alonso que presentara la partida bautismal, para justificar que era mayor de veinticinco años y por lo tanto tener aptitud legal para ejercer cargos públicos. Sabedor de esta resolución el Alcalde Mayor, se presentó en la sesión apremiando al Juez ordinario y regidores, para que sin demora alguna dieran posesión a D. Alonso González de Reyero de Villarroel del cargo de Teniente de Alcalde Mayor, y no pudiendo conseguirlo, dice el acta de la sesión:”que se resolvió a dar esta por sí, como en efecto lo hizo, entregándole señal della un bastón que su merced tenía, y mandó que el dho Ayuntamiento lo tenga y obedezca por el theniente en todas las cosas y casos pertenecientes al ofiio sin contradezirle en nada, y además impuso cien ducados de multa a cualquier indivíduo que lo contradigere o impidiere.  

   Don Alonso González de Reyero de Villarroel, creyéndose herido en su vanidad y humillado su orgullo por la noble entereza que había mostrado el ayuntamiento en la defensa de sus derechos, presentó al día siguiente un escrito al Alcalde Mayor, en el que usando frases y epítetos depresivos para los que componían el municipio, se querellaba de agravios hechos a su persona y dignidad alegando en él, que era “Hijodalgo y el más rico de la Villa mientras que los individuos que componían el municipio pertenecían todos al estado plebeyo”. Para remate de fiesta asegura que todos estaban borrachos cuando le negaron la posesión.

El Alcalde Mayor en vista del escrito presentado y quejoso además de la virilidad con que rechazó sus demasías, procedió a formar sumaria de oficio a los capitulares. Pero estos individuos no se intimidaron por esto, y confiados en el derecho que les asistía, entablaron la correspondiente demanda en la Chancillería de Valladolid contra el Licenciado Don José Terán y Mier. El demandado fue citado y emplazado en forma, pero no compareció a responder a la demanda por lo que siguieron los autos en rebeldía, hasta que terminados, se dictó por la sala el siguiente definitivo auto:-

“Señores Arriaga – Colmenero – Galiote.-

Rebócase el nombramiento y posesión dada por Don Joseph Therán a Don Alonso González de Reyero, todos los demás autos obrados por dho Alcalde Mayor, y por lo que dellos resulta contra este, se le condenaen cincuenta ducados de multa, los cuarenta aplicados a la Cámara de su Magestad y gastos de Justicia, por mitad, los seis para los pobres de la carzel y los cuatro para los dos porteros de las dos salas ordinarias y en las cotas de este pleito. Valladolid, Julio veinte de mil settezientos y treinta y quatro”.

Consentido el auto y hecha la tasación de costas se dio comisión a Juan de Cantabranas para que procediese a la busca del Licenciado Don José Terán y Mier Alcalde Mayor del partido de Castilla la Vieja y le compeliese al inmediato pago de cuanto fue acordado, con facultad de proceder a todas las ejecuciones, ventas, trances y remates de bienes que fuere necesario.

El moderno liberalismo no deja de clamar contra el despotismo y tiranía de la Casa de Austria y sin embargo hoy que tanto se habla de libertad no se obra como entonces. Hemos visto varios Alcaldes Mayores de Castrotorafe quebrantar repetidas veces reales provisiones y pragmáticas sensaciones; los pueblos han recurrido en queja por los perjuicios que les causaban tales alcaldes mayores con su modo de proceder, y los pueblos eran escuchados, y los monarcas expedían cartas y sobrecartas recordando lo que estaba mandado para que se cumpliera. Hoy si algún gobernador civil comete algún desmán, sabe de antemano que cuenta con la impunidad, porque si el pueblo se ha vejado, cree inocentemente que es una verdad el derecho de petición y reclamación que le concede la Ley, y acude en queja al Gobierno, pronto recibe triste y amargo desengaño.

 

C A P I T U L O   XXIII

Decadencia de las O. Militares.- Centralización administrativa.- Se merman las facultades a los Alcaldes Mayores y los privilegios al Regimiento.- Fernando VI.-

Si en un principio las Ordenes Militares fueron sagradas milicias, cuyos individuos se consagraban a Dios y a la defensa de la fe, en sus últimos tiempos se convirtieron en objeto de aristocrática vanidad. Al ser aprobadas por la Silla Apostólica, les dio una regla de vida, siendo la de Santiago de la Espada de San Agustín, para que estrechándose en los rigores de la clausura se ciñera con el cordón o cíngulo de los tres votos monásticos:- “Obediencia, pobreza y castidad”.

Pasado el fervor de los primeros tiempos de la institución y atraídos los caballeros por el goce de las cuantiosas riquezas que llegaron a acumular, fue relajándose la disciplina hasta el extremo de verse precisado el Romano Pontífice a dispensar la obligación de emitir voto solemne de castidad monástica, pudiendo por lo tanto casarse los caballeros, haciendo promesa de continencia conyugal, quedando la continencia religiosa y la vida común solamente para los freires y las monjas de las mismas órdenes militares.

Los Maestres llegaron a gozar de una excesiva preponderancia que a veces fue funesta, y de aquí vinieron las intrigas, las luchas y hasta los temores de una guerra cada vez que vacaba un maestrazgo, y esto obligó a los Reyes Católicos a que pidiesen al Sumo Pontífice que incorporase dichas dignidades a la corona a título de administración perpétua. Mucho se ganó con semejante medida; pero no fue suficiente a contener el estrago que el tiempo y las circunstancias iban haciendo en dichas órdenes. Al concluir la gloriosa epopeya de la Reconquista, terminó el fin principal que se habían propuesto los esclarecidos varones que fundaron las Ordenes Militares, y una vez clavados en los minaretes de la hermosa Granada el estandarte de la Cruz, los caballeros de las mismas quedaron reducidos a una completa ociosidad, que con el tiempo les fueron en extremo perjudicial.

La más asombrosa vanidad fue introduciéndose en las costumbres y cuando habían terminado los peligros de las batallas, solo se pensaba en aumentar los privilegios. Los hábitos de las religiosas milicias se convirtieron en el siglo XVII en patrimonio exclusivo de la nobleza, naciendo de aquí aquellas largas, ridículas y costosísimas informaciones que se veía obligado a practicar el que aspiraba a ser admitido como caballero en una Orden Militar, o como estudiante en uno de sus Colegios Mayores.

En la época de la Reconquista se pedía al aspirante información de limpieza de sangre, es decir, necesitaba demostrar que era cristiano viejo por todos los cuatro costados, y por lo tanto que no descendía de raza de moros ni de judíos con los que tenía que luchar. Terminada la guerra esta sencilla información vino a convertirse en un pueril y vanidoso expediente justificativo que por las venas del presentimiento corría “sangre azul”. Esta justificación era contraria en un todo por todo al espíritu de las constituciones de las Ordenes que respiraban modestia y humildad cristiana en tal grado, que la regla de la Orden de Santiago de la Espada, disponía en uno de sus capítulos, que al caballero que hiciera alarde de nobleza, se diera una disciplina en el refectorio: “pero en cambio era muy conforme a la ridícula e insoportable vanidad que se había desarrollado”.

¿Consiguieron por ventura las Ordenes Militares con semejantes alardes conquistar su antiguo esplendor y reanimar sus ya agotadas fuerzas?. Muy al contrario; durante el siglo XVII las hallamos en el mismo estado de postración a que se habían reducido hacía más de cien años, y su antiguo brillo se oscurecía cada vez más. Los mismos monarcas de Felipe IV parece se habían propuesto aniquilarlos llenándolas de ridículo. Este mismo rey parece se propuso arrastrar por el lodo los pendones de las Ordenes Militares al pretender que sirvieran para combatir los insurgentes de Cataluña.

Viene el siglo XVIII y Felipe V, el primer Borbón que ocupó el trono español, educado en la frivolidad y veleidad francesas, al tratar de reemplazar la austeridad y gravedad de la corte española con la ligereza y soltura que había aprendido en Versalles, hizo resentir naturalmente hasta las costumbres. Su afán de reformarlo todo, y rodeado de ministros y consejeros franceses tan reformistas como él, le llevaron a poner también mano en las Ordenes Militares, gloriosa institución que no fueron capaces de comprender. Felipe V empezó a organizar, es verdad, el ejército permanente creando regimientos de Infantería y Caballería, armando la Infantería con fusil y bayoneta, y trató al mismo tiempo de organizar los escuadrones de las Ordenes pero lo hizo en tan mala forma, que los convirtió en regimientos reales de Caballería, y con esta medida asestó el golpe de gracia a las dichas Ordenes las que podemos considerar como muertas desde este momento.

La nobleza empezó a retirarse a la Corte en tiempos de Felipe IV donde malgastaba alegremente sus rentas, sin importarles un ardite la miseria y privaciones que sufrían sus antiguos vasallos. Las encomiendas vinieron a ser distribuidas por los monarcas entre sus favoritos, adornándoles así con un brillante título al que iban anejas pingües rentas, viniendo a resultar que los agraciados con una encomienda, seguían en la Corte entregados a las intrigas palaciegas, o iban de corregidores a una capital; ponían un administrador al frente de su encomienda para que mirase por sus intereses y procurase aumentar sus productos desentendiéndose ellos por completo de las cargas que le eran anejas, y muchos ni llegaron a saber dónde estaba el territorio que les daba nombre y riquezas.

Al dar Felipe V el golpe mortal a las Ordenes Militares todos los organismos quedaron resentidos, y sus autoridades vieron notablemente mermadas sus facultades. Empezó a oponerse un movimiento de centralización administrativa, que había de producir necesariamente perjuicios, y gastos a los pueblos y aumentar el número de empleados, que además de hacer subir con sus sueldos los gastos públicos, entorpecían el movimiento y la vida municipal, por la tramitación que era necesario seguir en todos los asuntos.

Desde este reinado apenas aparece la figura del Alcalde Mayor en la vida de esta tierra; pues solo dan muestras de su existencia la Administración de Justicia y la aprobación de las elecciones municipales, que ya ni aún siquiera presiden. Todas las demás funciones que desde su creación vinieron ejerciendo ya en el orden civil y político, ya en el administrativo les fueron quitadas traspasándoselas a los Corregidores y a los Intendentes de la capital de provincia o sea, a Zamora. Sin duda algunos Alcaldes Mayores conocedores del importante papel que había desempeñado sus antecesores, no contentándose con la estera más limitada ya en que ellos tenían que obrar, trataron de hacerles memorables promoviendo ruidosas y escandalosas cuestiones.

El Regimiento de Villa y Tierra vio también cercanas sus antiguas libertades y abolidos sus más preciados privilegios. Dejó de rendir las cuentas ante los Alcaldes Mayores, viéndose precisado a llevarlas anualmente a la Intendencia de Zamora. Exenta en un principio esta jurisdicción de pagar tributos, no exigiéndosele más que una modesta pensión para la mesa maestral de la Orden de Santiago, ya en tiempo de Felipe II tuvo que entrar a satisfacer su correspondiente cuota en las alcabalas y cientos a consecuencia de la facultad que obtuvo de roturar baldíos y realengos, Felipe IV aumentó la carga obligándola a la paga de nuevos tributos y Felipe V hizo que entrara de lleno a satisfacer todas las gabelas ordinarias y extraordinarias que sus ministros de Hacienda inventaron. Hasta se vio precisado el Regimiento de Villa y Tierra a contribuir con el contingente que les señalaron a las obras de reparación de los pueblos de León, Valladolid, Salamanca, Zamora y Toro y algunos otros más.

El gran privilegio de que gozaba esta tierra de no militar sus hijos más que a las órdenes y bajo las banderas de su Comendador, privilegio que con tanta entereza defendió, ya cuando el levantamiento de los moriscos de Granada, ya cuando la Guerra de Sucesión con Portugal, privilegio que el austero y grave Felipe II reconoció y confirmó de nuevo; se vio malherido en tiempo de Felipe IV al obligar a los pueblos a dar mozos para las milicias, y vino a morir en manos de Felipe V. Verdad es que al convertir los escuadrones de las Ordenes Militares en regimientos reales de Caballería, se comprende que cesara para los pueblos de las encomiendas las exenciones del servicio militar a las órdenes del Rey. Viose por lo tanto el Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe obligado a dar hombres de guerra, y vituallas cuando la corona hacía algún alistamiento, sino también a tener siempre dispuestos dos mozos para las milicias con su correspondiente equipo y armamento, del que se hacían entrega unos alcaldes a otros bajo inventario. ¿Qué restaba ya a esta tierra de sus antiguos usos, fueros y privilegios?.

A mediados de 1746 falleció Felipe V ocupando el trono su hijo mayor con el nombre de Fernando VI, joven tímido, melancólico, reflexivo, honrado, bondadoso, más amigo de la paz que del brillo de las armas. Tuvo la fortuna de rodearse de buenos ministros, siendo el más hábil, inteligente y celoso del engrandecimiento de la Patria el Marqués de la Ensenada, del que podemos decir que fue la personificación del reinado de Fernando VI, como creador que fue de casi todas las ideas y agente de casi todas las mejoras que entonces surgieron.

Poco tiempo por desgracia vivió tan buen monarca, y durante su corto reinado no registramos hecho alguno particular referente a nuestra historia de Castrotorafe y su tierra, como no sea la alegría que debió experimentar por los grandes beneficios que reportaba a España entera con su celosa administración que permitió introducir una bien entendida economía en la Hacienda, fomentando todos los ramos en especial la marina, y logrando que la nación gozase de una prosperidad de que hacía años carecía. Y sin embargo de tanto trabajar en aumentar la marina y otros servicios públicos pudo Fernando VI aliviar los pueblos del peso de tantos tributos como los traían agobiados disminuyendo unos y suprimiendo por completo el que su padre inventara con el gracioso título de “Donativo al Rey”.

No hay flor sin espinas; no pudo por tanto ser plácemes solamente el reinado de Fernando VI, y los españoles vieron mezclada la alegría con la tribulación, pues en el año 1763 fue tan escasa la cosecha en este país, que hubo hambres en abundancia y a los dos años ocurrió el terremoto llamado de “Lisboa” por los grandes estragos que causó en la capital portuguesa, sintiéndose también sus terribles efectos en el territorio que hoy forman las provincias de Zamora y Salamanca.

Falleció Fernando VI en Agosto de 1757 siendo aún joven, sintiendo el pueblo mucho su muerte, lamentando la brevedad con que descendió al trono; porque la templanza de su gobernación, el esmero con que había atendido a las necesidades de sus súbditos y el patrocinio que había dispensado a todos los méritos, eran suficientes motivos para que este rey se hiciera querer de todos. Adornado de un corazón noble, era económico en sus gastos particulares para remediar liberalmente las necesidades ajenas; era más sensible a los efectos de la humanidad en general que a los de la amistad en particular; su amor a la paz lo hizo enérgico para resistir las instigaciones del extranjero y hasta el apremio de varios individuos de su familia, y a esta paz sostenida durante su reinado, así como a la inteligencia y dirección del Marqués de la Ensenada se debe el desarrollo de nuestra monarquía, las mejoras de nuestra situación material emprendidas por Fernando VI y que a su muerte quedaran henchidas de riquezas las arcas del tesoro, para que continuara su sucesor la obra por él empezada.

 

C A P I T U L O   XXIV

Carlos III.- El Comendador D.Juan de Mazariaga.- Los pueblos de Perilla y Olmillos de Castro.-

No habiendo dejado hijos Fernando VI fue llamado a ocupar el trono que quedó vacante su hermano Carlos III teniendo precisión de renunciar a la corona de Nápoles que hay ornaba en su frente. Muy diversos han sido y son los juicios que de este monarca han emitido los historiadores, según las ideas y opiniones profesadas por cada uno de ellos. Los liberales y todos los desafectos a la religión y a la Iglesia lo suben hasta las nubes y lo llaman el “Gran Rey” no teniendo inconvenientes en hacer coro con ellos los enemigos de la institución monárquica. Los sinceramente católicos lo juzgan con severidad, manifestando que le faltó mucho para llegar a merecer aquel dictado.

Era sí, Carlos III profundamente religioso, justificando en sus resoluciones y de conducta muy honrada, inauguró su reinado perdonando a los pueblos lo que le adeudaban por razón de alcabalas y rentas de millones. Se aprovechó de los tesoreros que le dejara su hermano en las arcas reales, promoviendo con ellos multitud de obras públicas y prosiguiendo el plan por aquel comenzado, de mejoras y adelantos materiales, siendo muy justo, el que por todo ello se le tributen alabanzas merecidas.

Desgraciadamente las buenas cualidades de Carlos III de nada sirvieron para la marcha política de los negocios públicos, porque habiéndose rodeado de ministros imbuidos en las perniciosas máximas de la enciclopedia francesa, y en lo que entonces se llamaba filosofismo y hoy se traduce por descreída revolución, inauguraron un periodo de reformas inconvenientes que los españoles miraron con prevención. Entregada la dirección del reino a hombres como el Conde de Aranda, grande amigo de Voltaire y de otros impíos allende los Pirineos, no pudo menos de resultar un reinado bastante desfavorable para la Iglesia de España.

Fue tal la desgracia que tuvo Carlos III en buscar ministros que hasta los hombres más célebres por su ciencia y por la rigidez de sus costumbres, como fueron Campomanes y Floridablanca, profesaban un regalismo tan exagerado, que coartaron la justa libertad de la Iglesia hasta el extremo de quererla convertir en una oficina del Gobierno. La expulsión de los Jesuítas “por causas que S.M. se reservaba” y que nunca llegaron a revelar, valiéndose para llevar a cabo dicha expulsión de medios despóticos y brutales; la causa del Obispo de Cuenca; las tentativas de desamortización eclesiástica y las continuas luchas con la Santa Sede, dan de este reinado muy triste idea para los amantes y defensores de la Santa Iglesia Católica al paso que llenaba de regocijo a sus adversarios, pues en su gobierno tenemos el génesis de la persecución liberal de nuestra Santa Madre; aquí en fin, empieza la calle de la Amargura del largo calvario que viene recorriendo hasta nuestros días.

Al morir Fernando VI o recién coronado Carlos III fue nombrado Comendador de Castrotorafe el señor Don Juan de Mazariaga, que como sus inmediatos antecesores, siguió viviendo en la corte entregándose al goce de sus rentas y a disfrutar de los placeres y de las orgías palaciegas. En Noviembre de 1663 habíase expedido por el Real Consejo de las Ordenes una provisión ordenando que cada Comendador tuviese como carga obligatoria el dar dos mil maravedíes anualmente de limosna, para los pobres de la Encomienda, los que en la de Castrotorafe se destinaron desde un principio a la compra de paño del país para vestir a los más necesitados.

Buen cuidado tuvo desde luego el señor de Mazariaga de cobrar las rentas de la Encomienda, pero sin duda creería que en ella no había pobres desvalidos que carecían de abrigo, y por eso dejó transcurrir ocho años sin dar un solo maravedí para cumplir con esta leve carga, y solo Dios sabe si hubiera pasado toda la vida sin acordarse de ella, si el Regimiento de Villa y Tierra no le hubiera hecho comprender su deber en esta materia, obligándole judicialmente a afrontar los dieciséis mil maravedíes que por este concepto debía. Con este dinero se compraron cincuenta varas de paño que enseguida fueron repartidas a los pobres por los párrocos y pedáneos de los pueblos en la forma que siempre se había acostumbrado.

En 1786 se desarrolló una epidemia de fiebre maligna, que causó grandes estragos no solamente en esta tierra sino en todo el territorio que forma el Obispado de Zamora; y por si acaso no fue esta peste bastante para castigar a los hombres señalóse el año siguiente con una sequía tan grande, que asoló por completo los campos, produciendo la consiguiente miseria.

Habiéndose sostenido ruidoso pleito sobre la pertenencia de los términos de Castrotorafe entre los pueblos de Perilla y Olmillos de Castro, por un lado, y San Cebrián de Castro por otro, cuyo pleito tuvo lugar en los tiempos de Carlos III, creemos sea este el lugar oportuno de dar a conoce aquellos dos pueblos haciendo una reseña de ellos, con la que quedará terminada la descripción de la especial organización municipal de Castrotorafe.

En los dilatados montes que poseía Castrotorafe al otro lado del rio Esla, los que se hallaban a gran distancia del poblado, comenzaron a construirse cabañas para servir de albergue a los pastores. Estas chozas comenzaron a convertirse en caseríos y vinieron con el tiempo a formar dos aldeas o pueblecillos, poniéndose para los dos un párroco y denominándoles “Perilla de Castro” y “Olmillos de castro” como edificados en territorios propios de Castrotorafe y dependientes de su autoridad. Situados al O. de esta Villa, y distantes el que menos una legua de ella, pertenecieron siempre a la tierra, pero jamás tuvieron voz ni voto, ni aún representante ni representación en su Regimiento.

En cambio los dos pueblos componían un Concejo regido por un Juez ordinario y dos regidores nombrados estos cada uno por su pueblo respectivo y el Juez ordinario por el Comendador de Castrotorafe, y la aprobación del Alcalde Mayor. La jurisdicción del Juez ordinario no salía fuera de los egidos, goteras y faceras de ambas aldeas, pues únicamente era jurisdicción pedánea, y en todo lo demás tanto el juez como los regidores estaban sujetos a la autoridad, jurisdicción y leyes del Regimiento de Villa y Tierra.

Los terrenos, montes y praderas de Perilla de Castro y Olmillos de Castro siempre fueron del dominio de Castrotorafe y propiedad común de la tierra, así es que el Regimiento de Villa y Tierra determinaba por sí y ante sí el deslinde y amojonamiento de los términos de estas dos aldeas, según consta en los libros de acuerdos, sin contar para nada con la justicia pedánea ni con los moradores de la misma. Los vecinos de Perilla y Olmillos, que generalmente se dedican al pastoreo y elaboración del carbón, arrendaban a la Villa de Castrotorafe los pastos, leñas necesarias para el ejercicio de sus industrias.

La pobreza y escasez de recursos les obligaban a menudo a roturar pedazos de terreno a los alrededores de los pueblos, pero el Regimiento de Villa y Tierra se echaba encima inmediatamente, como propietario del terrazgo, obligándoles a abandonar su cultivo y a restituirles a su primitivo estado de pradera. La misma pobreza les impulsaba a menudo a cortar leñas sin previo permiso, en los montes para la elaboración del carbón y el citado Regimiento les prendaba, multaba o encauzaba según la magnitud del daño que hacían, como consta en multitud de acuerdos del mismo Regimiento.

Con el tiempo lograron ser admitidos estos dos pueblos al disfrute de los pastos comunales de la tierra, no porque para ello alegaran derecho alguno, pues jamás pudieron presentar documento que lo justificara, sino por compasiva tolerancia de los demás pueblos de la jurisdicción.

Siendo Perilla y Olmillos dos pueblos que acababan de nacer cuando Castrotorafe tocaba sus linderos de la decrepitud, empezaron a moverse con la impetuosa fogosidad propia de la juventud falta de reflexión y como careciendo de aquella prudencia que solo se adquiere con la madurez de los años. Hallábanse dotados de un genio tan especial, que en cuanto se les citaba para comparecer ante el regimiento de Villa y Tierra para que respondieran del daño que habían causado con sus ilegales roturaciones de terreno, o cortando leña, nombraban enseguida una comisión, que echándose a los pies de la autoridad municipal, le suplicaba lacrimosamente les considerase como vecinos y como hijos de la tierra, y además tuviera compasión de su necesidad y hasta de su miseria mas en cuanto obtenían la gracia que solicitaban, volvían a cometer iguales desmanes.

La compasiva lenidad del Regimiento, en vez de ser agradecida por los vecinos de Perilla y Olmillos, les infundía ánimos para continuar firmes en sus ideas de creerse y hacerse iguales a los demás pueblos que formaban el ayuntamiento llegando un día en el que hasta pretendieron colocarse encima de todos. Cuando Castrotorafe dejó de existir, sus términos al igual que los de San Pelayo que también desapareció, fueron agregados a San Cebrián de Castro, sin que los demás pueblos objetaran lo más mínimo; pues bien, Perilla y Olmillos llegaron a pretender que fueran suyos exclusivamente, negándose a reconocer el dominio de San Cebrián, y por ende a reclamar el pago de los diezmos de su párroco, so pretexto de hallarse en plena y antigua posesión del territorio.

El Licenciado Don Antonio Campos y Salcedo, prior de San Cebrián en el reinado de Carlos III se vio obligado a llevar a los tribunales al párroco y vecinos de los pueblos, y para probar la justicia con que reclamaban su derecho jurisdiccional y percibo de diezmos sobre el territorio de la antigua Castrotorafe, se vio precisado a costa de grandes desembolsos y penosas investigaciones, a buscar los fueros concedidos por Alfonso VII a la Villa, la donación de ésta y su tierra a la Orden de Santiago, las donaciones hechas a la misma Villa, el origen de los pueblos con que contendía, y el ningún papel que habían desempeñado en la constitución del Regimiento de Villa y Tierra, y pertrechado con tan poderosas armas, derrotó completamente a los adversarios, haciéndoles perder el pleito con costas.

Asentada la Villa de Castrotorafe en la margen izquierda del rio Esla que corre junto a sus muros y teniendo a un cuarto de legua al O. a San Pelayo, a igual distancia al E. a Fontanillas, y a San Cebrián a poca más distancia al S.E. y hallándose los términos de los tres lugares confinando con las murallas de la población, se comprende claramente, que Castrotorafe tenía por precisión que poseer sus términos a la margen opuesta del río.

Siendo la capital de toda esta tierra, no debía ser de peor condición que los demás pueblos sujetos a jurisdicción. Entonces se daría la inconcebible anomalía de que siendo aquellos una especie de arrabales de la noble Villa, fueran más afortunados teniendo sus términos propios y peculiares, mientras ésta, cercada por sus muros, estuviera aprisionada dentro de ellos, cual fuerte anillo de hierro sin poder disponer de un palmo de terreno fuera de sus calles, casas y plazas. Su proverbial riqueza no tendría fundamento alguno, porque los extensos y productivos terrenos comunales, como la misma palabra indica, pertenecían por igual a todos los pueblos que formaban el antiguo Regimiento de la Villa y Tierra de Castrotorafe.

Existe al otro lado del río frente por frente a Castrotorafe, separado de la población únicamente por la tabla de aquel, y hermoso y poblado monte, conocido aún hoy con el nombre de la “Encomienda de Castrotorafe” el que en tiempos fue campo de labor, y en la época del pleito de que venimos hablando, prueba el Licenciado Campos y Salcedo, que aún se conocían en él los surcos de las antiguas tierras, las divisiones de las fincas y se encontraban algunas cepas, como pobre vestigio de su antiguo y rico viñedo. Este monte que se extiende hacia Perilla, era por lo tanto el que tenían los vecinos de Castrotorafe como terreno propio dedicado a la agricultura, por más que los moradores de Perilla quisieran probar en el pleito, que siempre habían arado hasta llegar a los muros de la Villa, cuya eserción no les fue dado justificar.

Como las donaciones reales habían sido hechas a Castrotorafe antes de que existieran Perilla y Olmillos, retados estos dos pueblos para que presentasen documentos justificativos de habérseles concedido a ellos semejantes terrenos, quedaron completamente desconcertados y sin poder responder cosa alguna. No les quedaba por consiguiente más recurso que decir o que habían comprado los terrenos en cuestión a los vecinos de Castrotorafe, o que se habían agregado (los vecinos) a su término cuando la Villa fue despoblada; pero ni aún así se atrevieron a tocar siquiera estos puntos ante el fundado temor de verse llenos de ridículo.

Es más, en las frecuentes denuncias que el Procurador General de la Villa y Tierra daba, aún después de haber sido despoblada Castrotorafe, contra los vecinos de Perilla por sus continuas intrusiones, en estos terrenos, lejos de alegar sus derechos de propiedad lo que sería más expedito, reconocían su falta, se humillaban pidiendo perdón, y suplicaban que no se les mirase como extraños sino como hijos pobres de la tierra.

Últimamente lograron ser admitidos en la comunidad de que hablaremos en eu respectivo lugar reportando con su admisión varios beneficios y hasta consiguiendo tener en ella un representante. Hasta tuvieron maña para aprovecharse del desconcierto que por todas partes introdujeron los triunfadores revolucionarios de la época actual, valiéndose de las circunstancias para apoderarse de los terrenos que no hacía cien años quisieron en balde apropiarse, y haciendo pasar como perteneciente a sus propios, el tan debatido monte de la Encomienda, en el que hay un soto que pertenecía a la Iglesia de Castrotorafe y a los párrocos de San Cebrián, cuando fue todo vendido por el Estado. Los de Perilla recibieron gozosos las láminas del ochenta por ciento y se cobran tranquilamente el importe de sus cupones.

 

C A P I T U L O   XXV

Carlos IV.- Fernando VII.- Guerra de la Independencia.- Ley municipal dada por D.José Bonaparte.- Fin del reinado de Fernando VII.-

En Diciembre de 1788 dejó Carlos III de existir y ocupó el trono su hijo Carlos IV, príncipe honrado y virtuoso, pero de carácter débil y para mayor desgracia casado con una princesa altiva, orgullosa, dominante y tachada de mujer de costumbres libres. Esta señora encumbró a D. Manuel Godoy desde simple guardia de corps a los más altos puestos del Estado sin embargo de carecer de instrucción y de dotes para ellos, así es que fue un hombre funesto para el Rey y para España. En Carlos IV empieza la que podemos llamar segunda decadencia de nuestra Patria, regida por el favorito Godoy, hombre sin sentimientos religiosos, que mancilló el tálamo real, y en su fato orgullo estorbándole los hombres llenos de ciencia y experiencia del anterior reinado los persiguió cruelmente, obligando al Rey a que los desterrase de la Corte.

La Iglesia española no puede menos de mirarle con tedio por los golpes que descargó sobre ella. Godoy no solamente continuó legislando por su propia cuenta y autoridad en materias eclesiásticas, sino que destruyó muchos beneficios y no pocos establecimientos de beneficencia, y se apoderó de los bienes de las cofradías para convertirlo todo en rentas del Estado, o mejor dicho para devorarlo, arruinando el culto de muchas parroquias, como aconteció con la mayor parte de las pertenecientes al antiguo Regimiento de Castrotorafe, entregando en cambio de sus bienes unos vales con interés, de los que no se han cobrado ni aún réditos, y por lo que únicamente han servido para aumentar los legajos de papeles que encierran archivos parroquiales.

Godoy logró rodear a Carlos IV de ministros como Urquijo, Cabarrús y Caballero, que si eran tan ineptos como aquél en cambio le superaban en Jansenismo, así es que pusieron a España en el borde del cisma cuando falleció Pío VI en 1799. Mas bien parecían mandatarios de la Revolución francesa, que consejeros de un rey católico y gobernantes de una nación que tanto amaba sus religiosas tradiciones, así es, que acaso sin pensarlo, iban preparando el terreno para que un día no lejano el ejército revolucionario francés invadiera nuestro territorio y nuestros padres devorasen la amargura de ver encadenada su independencia nacional.

Al principio del reinado de Carlos IV viose ya España precisada a sostener una guerra desastrosa con Francia. Nuestro sufrido y valiente ejército mal dirigido y peor asistido, no solamente tuvo que retirarse de la frontera sino que principió a perder terreno en Cataluña y Navarra: la ciudad de San Sebastián fue saqueada e incendiada, y el enemigo llegó a sentar su planta del lado de acá del Ebro. Esto obligó a España a aceptar una paz deshonrosa, por la que Godoy recibió el pedantesco y ridículo título de “Príncipe de la Paz”. Tantas imprudencias y tan grave modo de dirigir los negocios públicos, obligaron al monarca a imponer nuevos tributos a los pueblos harto agobiados ya con tantas cargas como venían aportando.

Como si no fueran bastantes las amarguras por que pasaba España, vinieron las inclemencias del cielo a aumentar las penurias y aflicción de los pueblos. Si el siglo XVIII se despidió con una terrible sequedad que duró algunos años, llegando al extremo de no llover un solo día en este país de Castrotorafe en el espacio de dos años, vino el siglo XIX con lluvias torrenciales, y especialmente el año 1802, llegando a temer las gentes se renovasen las aterradoras escenas del diluvio universal. Como consecuencia de estos temporales, los labradores no podían dedicarse a las faenas agrícolas, faltaron las cosechas, los artículos de primera necesidad, se pusieron a un precio fabuloso, y el espectro del hambre en pos de sí una epidemia que causó hondos estragos. Viene el año 1804, trae también consigo malos temporales, hambres y pestes, y el único remedio que halla Godoy en tamaños males, consiste en pedir quintas y contribuciones extraordinarias.

Si Godoy pudo ver satisfecha su desmedida vanidad al emparentar con Carlos IV casándose con Doña Teresa de Bordón, hija primogénita del Infante Don Luis, y al verse elevado a la dignidad de Príncipe, como este título era meramente honorífico, su ambición le obligó a buscar el medio de enriquecerse, y para lograrlo no titubeó en entrar en relaciones íntimas con la República Francesa esperando que Napoleón le constituyese en Principado a costa de Portugal, y hasta de la dignidad e intereses de España. El juego quedó conocido por los españoles y en el motín de Aranjuez, arrojaron ignominiosamente al desventurado favorito, que había vendido la Patria del pedestal que se había fabricado.

Las tropas francesas empezaron a traspasar sin obstáculo la frontera española, que Godoy le había franqueado, y el desgraciado Carlos IV no sintiéndose con fuerza bastante para sostener una corona que había tratado de empeñar sus favoritos, la colocó sobre la cabeza de su hijo primogénito Don Fernando en Marzo de 1808. Dos meses después entraron los franceses en Madrid, el pueblo se armó como pudo para resistirle y fue acuchillado. El rey y toda la familia real fueron llevados prisioneros a Francia, y obligados a renunciar a la corona en Bayona.

El rey cautivo, la religión hollada, los templos del Señor profanados y saqueados por el ejército invasor, fueron causa más que suficiente para que España entera diera un grito de indignación potente que resonó desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar. La traidora política de Godoy, su ambicioso egoísmo habían franqueado al enemigo nuestras plazas fuertes y nuestros arsenales; nos tenía sin tropas y sin generales, había que luchar contra un ejército numeroso y aguerrido, pero nada de esto importaba; los altos dignatarios de la Iglesia tomaban parte en las Juntas populares para promover el alzamiento general, y donde quiera que había un español se improvisaba un soldado, y salen valientes guerrilleros al campo, y aquel enemigo ebrio con tantos triunfos obtenidos en toda Europa, sufre inesperada derrota en los campos de Bailén.

Napoleón, aquel coloso de la guerra, que tanto acataba la voluntad del pueblo soberano cuando estaba abajo, encumbrado en la cima del poder, no reconoce más autoridad que la suya y empieza a repartir coronas entre sus parientes, y nombre rey de España a su hermano José. Los cortesanos de Godoy que carecían de sentimientos religiosos y monárquicos se pusieron de parte del usurpador, y convencidos de la aversión que les tenía el clero y las personas religiosas no guardaron ya miramiento alguno con ellos.

En Agosto de 1809 suprimió el intruso todos los conventos así como las Ordenes Militares, de cuyos bienes se apoderó después, despojó a las iglesias que pudo de la plata y hasta de los vasos sagrados.

La tierra de Castrotorafe como inmediata a la frontera portuguesa, estuvo siempre ocupada por el ejército francés, sufriendo vejámenes sin cuento. Vio sus iglesias tristemente convertidas en cuarteles o en cuadras para caballos, y los objetos destinados al culto no solamente eran profanados sino robados. La iglesia de Castrotorafe se vio profanada el 11 de Enero de 1809 por un batallón francés, que se levantó contra los vasos sagrados, con los ornamentos y con todo cuanto en ella había de algún valor. Al poco tiempo un escuadrón de dragones robó la iglesia de San Cebrián, y del archivo municipal quedó porción de papeles en la plaza pública.

El intruso monarca auxiliado por sus franceses consejeros continuó legislando en todas las materias en consonancia con los principios de la revolución francesa, así es que fue minando uno a uno todos los fundamentos sociales que habían sostenido a la sociedad española, sin duda para establecer una nueva que sirviera de sostén a su ilegítimo poder. Llegó el turno como no podía menos de acontecer a las corporaciones municipales, y se dio una Ley de Ayuntamientos cuyas bases eran diametralmente opuestas a la secular organización municipal de esta tierra de Castrotorafe. El titulado Gobernador General de sexto distrito, a cuya autoridad venía sujeto este país, circuló una orden mandando que inmediatamente se procediese en todo el territorio de su mando a poner en práctica la nueva ley municipal.

El Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, en una respetuoso exposición que dirigió el Gobernador General, hizo ver, que si se obligaba por referida disposición a que cada pueblo de los que formaban el Regimiento constituyese un municipio independiente, grandes serían los trastornos que sufriría esta tierra, pues siendo como eran comunes sus bienes y sus intereses para los seis pueblos que componían el Ayuntamiento, y no habiendo posibilidades para repartirlos, por la posición especial que tenían, varios de esos pueblos se verían necesariamente privados de los recursos más indispensables para subsistir.

A duras penas y con gran trabajo pudieron lograr del General francés, el que quedara interinamente en suspenso el artículo que trataba del modo como se habían de formar los ayuntamientos, continuando el de la tierra de Castrotorafe según estaba constituido, hasta que el Gobierno Central resolviese lo que creyera oportuno en este caso particular. Afortunadamente no hubo tiempo de tomar acuerdo sobre la petición del Regimiento, pues la victoria que nuestras armas consiguieran en Arapiles y la derrota de los franceses en Vitoria, dieron fin a la intrusa monarquía de José Bonaparte.

El municipio de la Villa y Tierra de Castrotorafe vio gozoso disiparse la nube que amenazaba su existencia, creyendo de buena fe, que ya no tenía más peligros que temer. No podía siquiera imaginar que las doctrinas volterianas que Francia traía inscritas en sus banderas habían de germinar en España, por lo que abrigada la firme persuasión de que arrojados los franceses de nuestro suelo, seguiríamos rigiéndonos por nuestras leyes, nuestras tradiciones y nuestras costumbres. Al pensar así este antiguo Regimiento se engañó lastimosamente, no tardando en sufrir la más amarga de las decepciones.

Fernando VII libre de su cautiverio regresó a España en 1814 aclamado por el pueblo y escoltado por el ejército. Desgraciadamente aunque era un Príncipe religioso deslucía los actos de piedad y devoción a que se entregaba públicamente, con su vida privada, entregándose a una camarilla compuesta por gente inmoral y soez,, siendo además de carácter débil e inconsciente. Así vemos que si antes de entrar en Madrid disolvió las Cortes de Cádiz anulando la Constitución del año XII, y mandando que se tuviera por nulo y sin ningún valor todo cuanto aquellas habían hecho y decretado, ordenando al mismo tiempo que arrancaran de los libros de todos los Ayuntamientos las actas del periodo constitucional, en el año veinte, habiendo triunfado la sublevación de Riego, juró la Constitución por él maldecida.

A consecuencia de esta sublevación se convocaron de nuevo las Cortes, las que desde un principio entraron de lleno en lo que llamaron el camino de las reformas, y la Iglesia española tuvo que llorar los daños que le habían causado sus malos hijos, mayores aún que los que le causó Bonaparte con sus afrancesados Consejeros. El clero se puso en pugna con el Gobierno, los españoles sensatos odiaban a los liberales, la nación se dividió en dos bandas y estalló la guerra civil. El Duque de Angulema vino en apoyo de la monarquía, entrando en Madrid en Mayo de 1823. Se operó de una reacción política y dividido el partido realista en dos fracciones, tuvo Fernando VII habilidad bastante para inclinarse a favor de ninguna, logrando con esta conducta tener paz.

Aún cuando aseguró la tranquilidad pública y se mejoró la situación de la Hacienda, y las costumbres se suavizaron mitigándose poco a poco los odios que había encendido la politicomanía, se iba desarrollando otra plaga, que en no lejanos días había de producir bien amargos frutos. La juventud estudiosa leía con avidez los muchos libros nocivos que clandestinamente se introducían, envenenando sus inteligencias, y así se fue formando aquella generación que a la muerte del rey había de trastornar todo el sistema de gobierno.

Fernando VII casó por tercera vez y última con Doña María Cristina de Borbón, y si de sus anteriores matrimonios no tuvo ocasión de sucesión, esta señora le dio dos hijas, y poco después de nacer la última, el Rey tras larga y penosa enfermedad, entregó su alma a Dios en 29 de Septiembre de 1833. Apenas contaba tres años de edad la tierna Infanta Doña Isabel, y al colocar la corona de España sobre la cuna que dormía su inocencia, podemos decir que colocaron una pesada corona de espinas, que había de atormentar cruelmente durante su largo reinado a la infortunada Doña Isabel II.

Fernando VII dejó a su esposa nombrada no solamente tutora y curadora de sus dos hijas, sino también regente del reino y como tal Reina Gobernadora. En este concepto dio María Cristina un manifiesto a la nación prometiendo lo que luego no cumplió.

 

C A P I T U L O   XXVI

Regencia de María Cristina.- Cortes constituyentes.- Supresión de la Alcaldía Mayor.- Supresión del Regimiento de Villa y Tierra.- Mancomunidad de Castrotorafe.

El Infante Don Carlos María Isidro de Borbón hermano mayor de Fernando VII se presentó en el campo reclamando el derecho a ceñirse la corona de sus abuelos fundándose en lo que disponía la Ley de Sucesión, empezando enseguida a formarse por doquier partidas armadas defensoras del Infante, encendiéndose una desastrosa guerra civil que duró siete años. Don Carlos enarboló la bandera de las antiguas tradiciones patrias y Doña María Cristina inscribió en las suyas los principios liberales, de modo que la lucha entablada, no sólo fue una cuestión dinástica sino también una guerra de principios y doctrinas políticas. Los de un partido se llamaban realistas, carlistas; los del otros cristianos, liberales y los dos bandos se perseguían encarnizadamente, y ambas partes tomaban sangrientas represalias.

El cólera, ese misterioso y terrible azote salido de las orillas del Ganges asentó su inmunda planta en nuestra querida Patria segando vidas y más vidas, en pueblos y ciudades, y sembrando el espanto y el horror en todas partes. El clero secular y regular con ardiente caridad se coloca al lado de los apestados, y recibe el último suspiro de los que fallecen, y aún cuando unos y otros sean abandonados por sus propias familias, y la abnegación y compasiva solicitud de los Ministros del Señor a favor de los apestados, hace numerosas víctimas entre el clero.

El 17 de Julio de 1834 fue más aciago para Madrid; el cólera extremó aquel día sus asoladoras fuerzas; nadie se atrevía a asistir a los atacados más que los religiosos, y para premiar el heroísmo de su virtud, algunos malvados hicieron correr la voz de que “los frailes habían envenenado las fuentes”. Una sociedad secreta había preparado el terreno; los asalariados asesinos corrieron a desempeñar su papel, y los inocentes religiosos eran degollados en sus conventos y éstos saqueados. El contagio se propagó a otros puntos, y a ciencia y paciencia del Gobierno, y en la secreta connivencia de algunas autoridades, se cometieron en España aquellos bochornosos crímenes, que enlodaron ignominiosamente las páginas de nuestra historia contemporánea imprimiéndole una mancha que jamás lavará el liberalismo.

Bajo tan funestos auspicios se inauguraron las Cortes a últimos de Julio del mismo año, siendo uno de los primeros actos la supresión del antiquísimo voto de Santiago. Cuando se acercaba el aniversario del ignominioso degüello de los frailes, el Gobierno que nada había hecho para castigar tan incalificable delito, quiso celebrar a su modo el referido aniversario y completar la obra de los sicarios, decretando la extinción de la Compañía de Jesús ocupando sus temporalidades. Y poco a poco fue expulsando religiosos de sus conventos, hasta que vino a decretar la exclaustración general. Si los asesinos habían hundido un puñal en el corazón de inocentes víctimas, el Gobierno consumó a sangre fría la obra que aquellos comenzaron con arrebato y furor, siendo abundante el mes de Octubre de 1835 en disposiciones contra el clero español.

Las Cortes aplicaron al Erario público los bienes de todos los conventos; decretose su venta dándolos a menos precio al que quería tomarlos, y con el pretexto de destinar su valor a la extinción de la deuda pública, lo que se hizo fue improvisar escandalosas fortunas y buscar el medio de aumentar los secuaces del liberalismo, aborrecido por los españoles, ligando sus intereses con la nueva causa. A tal extremo se llevó la dilapidación de los bienes monacales, que muchos de ellos se llegaron a pagar con las rentas del primer año; y si tratamos de pinturas, libros y alhajas, el robo fue tan grande, que quedó en proverbio, llegando a verse por las calles de Madrid, a las queridas de algunos Ministros luciendo alhajas de la Virgen de Atocha. ¡ Si consistiría en esto el verdadero envenenamiento de las aguas que se imputó a los pobres frailes!.

Paulatinamente se habían mermado las atribuciones de los Alcaldes Mayores, hasta venir a quedar reducidas únicamente a la administración de Justicia. El Alcalde Mayor de Castrotorafe entrando el siglo actual, conocía ya en su primera instancia y aún llegó a vérsele alternar con el Juez ordinario en la instrucción de sumarios; es decir, que cualquiera de las dos autoridades que tuviera primeramente conocimiento de la comisión de un delito, ésta era la que instruía diligencias, seguía el procedimiento y pronunciaba sentencia.

Las Cortes después de haberse cansado de legislar a su sabor en materias eclesiásticas, y dejando ya destrozada la Iglesia española, entraron de plano en la innovación de todos los ramos de la pública administración. Llegado el turno a la administración de Justicia, suprimieron las Alcaldías Mayores, creando en su lugar los partidos judiciales de primera instancia. Con esta reforma, sucumbió para siempre el partido de Castilla la Vieja por la Orden de Santiago, desapareció la Alcaldía de Castrotorafe, y los pueblos de esta tierra fueron agregados al Juzgado de Zamora, excepto Perilla y Olmillos de Castro que pasaron al establecido en Alcañices.

No podían comprender los sencillos habitantes de esta tierra de Castrotorafe, como españoles ilustres, muchos de los cuales habían arriesgado valerosamente su fortuna y su vida para expulsar de nuestra Patria las tropas napoleónicas, podían dar al olvido nuestras veneradas tradiciones que tantos días de gloria habían dado a la nación. No acertaban a creer que derribasen el árbol secular de nuestras leyes, para reemplazarlo con las ideas y novedades de la revolución francesa, aquellos aguerridos varones que tantos lauros conquistaron luchando contra el ejército invasor. Eran demasiado inocentes nuestros pobres labriegos para poder comprender cómo los bravos adalides de nuestra independencia nacional, pudieron derrotar a los soldados franceses, quedando al mismo tiempo aprisionados entre los pliegues de las banderas que habían abatido completamente y humillado.

Porque los habitantes de esta tierra eran de todo punto enemigos de novedades; amaban a su Patria y a sus reyes punto menos que a Dios; seguían sus costumbres y defendían sus fueros y privilegios con inalterable fidelidad y creían que en ellos tenían cuanto podían apetecer. No es pues de extrañar que saludasen con sus públicos regocijos la reacción del año veintitrés y llegasen a creer cándidamente que los patrocinadores de las nuevas ideas habían reconocido su error. ¡ Cuánta no sería su sorpresa, cuando a la muerte de Fernando VII levantó de nuevo la cabeza el liberalismo!. Para estas honradas gentes, liberalismo e impiedad eran sinónimos, como lo daban a entender públicamente, y lo demostraron claramente en el desvío y algo más que manifestaron hacia el Vicario de San Cebrián de Castro porque era partidario del sistema liberal. Cada decreto que daban las Cortes que afectaba a la Iglesia, les confirmaba más y más en su persuasión.

No salían estos pobres de sorpresas, y no puede calcularse la que causó la supresión de la antigua Alcaldía Mayor, llenándolos de pena y dolor. Pero el golpe que más le hirió, la disposición que más daños le causó, fue la Ley de Ayuntamientos Constitucionales; porque esta ley venía a destruir por completo su antiquísimo Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, y a romper para siempre la unión más que secular de los pueblos que la formaban. Y por mucho que recibieran todos el rudo golpe que recibían, les fue completamente imposible resistirse al cumplimiento de la ley; así como tampoco era racional esperar excepción alguna en su favor de un gobierno que tenía por lema, “la extinción de toda clase de privilegios”.

Tuvo pues el Regimiento de Villa y Tierra que resignarse con su desgracia y disolverse, procediendo los pueblos que lo formaban a constituir cada uno su ayuntamiento constitucional. Semejante innovación no pudo menos de abrir honda y mortal herida en el corazón de la tierra de Castrotorafe, pues teniendo sus intereses comunes para seis pueblos y hallándose aquellos repartidos en varias localidades no podía continuar tan amparados como antes con la nueva organización municipal, hallándose por lo tanto expuestos a un gran quebranto, el que necesariamente tenía que influir de un modo siniestro en el bienestar de los referidos pueblos. Para defender estos su propiedad colectiva y comunal y seguirla disfrutando como correspondía, establecieron una comisión o junta llamada “Mancomunidad de Castrotorafe” de la que eran vocales un vecino de cada uno de los pueblos que la formaban, teniendo su correspondiente secretario, y eligiendo entre ellos su presidente.

Este presidente era una especie de juez que celaba porque reinase el debido orden y concierto en el reparto de cargas, disfrute de beneficios, arriendo de pastos y castigo de dañadores en el término comunal. Era esta junta o mancomunidad, una necesaria aunque disimulada continuación del antiguo e histórico Regimiento de Villa y Tierra, en lo que concernía a la riqueza e intereses comunales, salvándose por entonces el país de su completa ruina. Pero cuando un vetusto edificio comienza a desmoronarse, los puntales que le arrima el dueño así como los pequeños reparos que hace allí donde ve amenazar más inminente ruina, sirven a lo sumo, para prolongar por corto tiempo la precaria existencia del mismo; porque llega un día en que ya es imposible resistir la demoledora acción del tiempo, y pegando un estampido ábrese como una granada y se derrumba por completo.

Así aconteció con la riqueza comunal de Castrotorafe, tiempo hacía que estaba amenazada de muerte, sirviéndose de poderoso puntal evitando su pronta desaparición la junta de la mancomunidad; pero empezaron sin tardanza a soplar los vientos de la ambición y se fue desmoronando. Repartida como se hallaba su riqueza por los términos municipales de los distintos pueblos que componían su Regimiento, y aún teniendo ricas dehesas enclavadas en otros de distinta jurisdicción, como por ejemplo Villarrín de Campos, todos ellos creyeron era llegada la hora de hacerse dueños de aquella porción de terreno comunal de la antigua Castrotorafe, aprovechándose para ello la confusión que no pudo menos de introducir el nuevo orden administrativo establecido por el régimen liberal. Empezaron por lo tanto los pueblos a trabajar en este sentido, aguzando cada uno su ingenio cuanto pudo para hallar medio fácil y expedito de lograr cada uno sus intentos.

Los pueblos de la mancomunidad tuvieron siempre la pretensión de que el presidente había de ser cada año de un pueblo, aún cuando jamás tuvieron algunos derecho a dar Juez ordinario al antiguo Regimiento, siendo todavía más extraño tuviera semejantes pretensiones Perilla de Castro, cuando nunca tuvo ni voz ni voto en el Regimiento y fue admitido en la mancomunidad por pura equidad.

Con esta variedad de presidentes de la mancomunidad vino a suceder que creyéndose dueños algunos de ellos del antiguo archivo de Castrotorafe, se llevaron sacos de legajos para sus casas con el pretexto de enterarse detenidamente de los intereses de la mancomunidad, desapareciendo para siempre muchos documentos, y de este modo llegaron a faltar escrituras de compra o donación de los terrenos que radicaban en sus respectivos términos municipales, con lo cual vinieron a lograr sin que se les pudiera contradecir, que dichos terrenos se tuvieran por bienes propios de los referidos pueblos.

Cuando empezaron las cuestiones de nombramientos de presidente de la mancomunidad, el municipio de San Cebrián de Castro, fundándose en que esta villa fue declarada capital de la tierra del desaparecido Castrotorafe, y por lo tanto que en ella se fijó la residencia del Alcalde Mayor, y a su Casa Consistorial se trasladó el archivo del regimiento de Villa y Tierra, pretendió que a su alcalde correspondía por derecho ser presidente de la mancomunidad de Castrotorafe, y como ésta se lo negase, promovió un pleito que ganó el Ayuntamiento de San Cebrián.

Los alcaldes de esta villa una vez declarados presidentes natos de la mancomunidad, trataron de poner coto a los abusos cometidos por los anteriores presidentes, en el asunto de extracción de documentos del archivo; pero ya fue algo tarde, el daño ya estaba hecho, si no es que alguno de estos alcaldes no pecó también en la misma materia, porque tampoco se hallan documentos ningunos que hagan referencia a la propiedad mancomunal que existía en el término municipal de San Cebrián de Castro.

Tenemos en virtud de lo manifestado que el antiguo y rico archivo de Castrotorafe, empezado a destrozar por los franceses al principio del siglo actual, ha venido a convertirse en un mísero esqueleto, habiendo desaparecido de él documentos de inestimable precio, por los que se demostraba la gran riqueza que un día poseyó la Villa y Tierra, los privilegios de que disfrutaban y necesariamente habían de suministrar datos importantes para escribir detalladamente su bella historia.

 

C A P I T U L O   XXVII

Isabel II.- Revolución del 68.- Amadeo de Saboya.- República.- Extinción del Tribunal de las Ordenes.- Bulas de Pio IX.- Restauración.- Formación del coto redondo.-

Le revolución liberal había recorrido su camino. Al degüello de los frailes, saqueo de conventos y confiscación de sus bienes, entre los que debemos contar los de las Ordenes Militares, sucedió el levantamiento de Espartero y su nombramiento como Regente del Reino. Sino este soldado frailes para perseguir, halló a Obispos y sacerdotes a quien oprimir y vejar al grito de “viva la libertad de hablar y escribir”, y todo por supuesto para que “se cumpla la voluntad nacional”, que era su frase favorita.

Se despojó a la Iglesia de sus bienes que se regalaron o poco menos; se desterraron Obispos por sólo el delito de cumplir celosamente con sus deberes, se les prohibió conferir órdenes, y se hizo en fin cuanto fue posible para que las iglesias quedaran huérfanas y los fieles sin ministros que les suministraran el alimento espiritual. La dureza inmotivada con que el clero había sido tratado desde 1840 al 43, había predispuesto no sólo a éste, sino a todas las personas religiosas contra la regencia. Al estallar el pronunciamiento de 1843, el clero no tomó parte en él, se contentó con alegrarse de la derrota de Espartero, que era lo menos que podía hacer.

Isabel II fue declarada mayor de edad calmándose en gran parte los ánimos; los odios y las persecuciones se amortiguaron y la tempestad parecía alejarse. Se alzaron los destierros de los Obispos y sacerdotes que habían sido confinados, se dejó en libertad a los Prelados Diocesanos para conferir las órdenes sagradas, y para abrir concursos y proveer en propiedad los innumerables curatos que estaban vacantes. Elevado al solio pontificio Pío IX, se reanudaron las relaciones con la Santa Sede y enseguida se trató de dotar de Pastores a las sedes vacantes, pues solo había dieciséis Obispados ocupados. La Iglesia de España no olvidará nunca el gran tino que el Sr. Vahamonde Ministro de Gracia y Justicia tuvo en 1847 para buscar sacerdotes tan eminentes para proponer para los avispados, así como tampoco a su sucesor Sr. Arrazola que completó esta obra en el año siguiente.

Quince años de trastornos, persecución y dilapidación de la Iglesia y cosas eclesiásticas, habían trastornado por completo la disciplina eclesiástica, y no era posible subsistiera ni el culto ni el clero en la situación que les había colocado la revolución. Entabláronse por lo tanto las negociaciones entre las dos potestades supremas, las que dieron por resultado la celebración de un Concordato publicado como “Ley del Reino” en 1851. En él se resolvieron importantes puntos de disciplina eclesiástica y se fijó de un modo terminante la situación en que habían de quedar las cuatro Ordenes Militares, que es lo que de esta materia interesa a nuestra historia. Por el artículo 3º de este Concordato se dispone, que para conservar cuidadosamente los recuerdos de una institución que tantos servicios ha prestado a la Iglesia y al Estado, se marcase un coto redondo para que en él ejerzan los Reyes Católicos de España la jurisdicción eclesiástica, que como gran maestre de las mismas le corresponde, conforme a las bulas pontificias que le conferían tal dignidad, y que los pueblos que actualmente perteneciesen a las referidas Ordenes y quedaran fuera del acto, se incorporasen a las Diócesis en cuyo territorio estuviesen enclavados.

Empezaron a tomarse disposiciones encaminadas a plantear lo estipulado en el Concordato, pero el pronunciamiento progresista de 1854 paralizó los trabajos y abrió un nuevo calvario para la Iglesia. Espartero volvió al poder, y el triste desastroso bienio de su gobierno, puso las cosas en peor estado que habían tenido. Al menos en las anteriores Constituciones se había tenido la prudencia de escribir que la religión católica era la única verdadera, y la que profesaban los españoles con exclusión de cualquier otra, pero en la que se celebró en 1855 se establecía paladinamente la libertad de los cultos. Esto alarmó sobremanera al pueblo, y al año siguiente se operó una contrarevolución que arrojó del poder a Espartero con sus progresistas.

La semilla quedó sin embargo sembrada. En las aulas, en los libros, en los periódicos se sostenían las más disolventes doctrinas y se educa una juventud, que en no lejanos días, había de sacar las funestas consecuencias de los deletéreos principios que le inculcaban en sus inocentes corazones. El principio religioso hallábase hondamente quebrantado, y el Monárquico tan debilitado, que los hombres pensadores sentían aproximarse los rugidos de la tormenta llamando la atención de nuestros gobernantes. Desgraciadamente se tuvo a estos grandes talentos por visionarios y soñadores, riéndose de sus tristes augurios, pero el año 66 saltaron los primeros chispazos, que si pudieron apagarse, no por eso se extinguió el volcán que teníamos encendido bajo nuestros pies.

El liberalismo no podía menos de producir sus naturales frutos. Hijo de la protesta y del libre examen, no admitía el yugo de ninguna ley, ni de autoridad alguna, y mucho menos de la Autoridad Divina. El masonismo y la demagogia juntaron sus fuerzas y en Septiembre de 1868 resonó en la bahía de Cádiz un grito estridente, aterrador:- “España con honra”, como si la nación más grande del mundo hubiera estado deshonrada con su fe y su virtud; únicamente descendió su pedestal cuando el liberalismo inició la era de los motines y de los pronunciamientos militares, porque cada vez que se gritaba “Viva la libertad” en la península, se cometían desmanes y crímenes sin cuento y en América se arrancaban los más ricos florones de la monarquía española. Y liberales eran los que dieron este grito en Cádiz cuyo primer resultado fue arrojar de España a la infortunada Reina constitucional, que si alguna falta cometió, fue llenar de honores y distinciones y hasta de riquezas a los mismos que ahora la ultrajaban.

Y si no se respetó la realeza que representaba, menos se consideró la realidad de la dama, pues no faltaron almas bajas que trataron de enlodar su nombre y reputación personal, sin que aquellos hombres que tanto habían figurado durante su reinado se atrevieron a defenderla. Unicamente los diputados carlistas se levantaron indignados a defender el honor de la señora a quien nunca adularon cuando fue Reina.

En la memoria de todos están los estragos que la revolución causó por todas partes:-“la Constitución democrática que se promulgó en 1869, conteniendo principios eréticos, y el despotismo con que quiso el Gobierno obligar al clero a jurarla, el que lleno de dignidad se negó a hacerlo. Se le privó por esto de su escasa dotación, se le vigilaba por sospechosos, se le perseguía de mil modos, y sufrió heroicamente la persecución y el hambre prefiriendo antes morir que vender sus conciencias”. Hubo sí, alguna lamentable excepción; se vinieron algunos clérigos liberales que juraron la Constitución, pero fueron en tan escaso número que apenas fue notado y estos por lo común pertenecían al clero de las Ordenes Militares, como tuvimos a los Vicarios de San Cebrián de Castro y Fuentelapeña en la provincia de Zamora. En cambio muchos altos funcionarios del tiempo de Isabel II no obstante blasonarse católicos la juraron por no perder la jubilación o cesantía, y si despreciaban al clero liberal, no tenían inconveniente en hacer coro con lo que motejan al clero católico de avaro e interesado.

Los revolucionarios necesitaban para sus fines particulares un rey democrático y a fe que no le faltaron pretendientes para tan especial como poco airoso papel, siendo uno de ellos el célebre Espartero, pero los padres de la patria eligieron por los medios que todo el mundo sabe al Príncipe italiano Don Amadeo de Saboya. Fue una comisión a llevarle el acta de su nombramiento y a presentarle pleito homenaje en representación de España, cuando los españoles en todo pensaban menos en querer reyes extranjeros. Y lo trajeron a nuestra Patria sentándolo en el trono de San Fernando y de los Reyes Católicos y luego le juraron inquebrantable fidelidad. ¡Pobre Don Amadeo!. Antes se la juraron mil veces a la desgraciada Dona Isabel y sin escrúpulo alguno de conciencia, la arrojaron de España del modo más ignominioso que concebirse puede.

A Don Amadeo nadie le echó, es verdad, pero fue porque aunque extranjero, conoció bien pronto a los que lo trajeron, y les dijo:- “ Ahí va la corona, que ni me pertenece y puede brillar con tales políticos”, y renunció, marchándose para su país natal, harto pesaroso de haber salido de él.

Acaso creerán superfluo cuanto venimos diciendo en este capítulo, pero creemos sea muy oportuno presentar este pequeño bosquejo de la última revolución, y su marcha hasta que dio en guerra con las Ordenes Militares, y concluyó con el único vestigio que aún existía de la antigua organización de Castrotorafe y su tierra.

Verdad es que el liberalismo con la sañuda guerra que desde su aparición declaró a la Iglesia, llegó en 1835, a suprimir todos los conventos, colegios y hospitales que tenían las Ordenes Militares, apoderándose de todas sus rentas. Los títulos de Caballeros y Comendadores quedaron únicamente como cruces honoríficas, con las que estos últimos tiempos ambicionaban adornar su pecho algunas personas, que si algún servicio han prestado a la religión, acaso, acaso, hayan contribuido con sus escritos o con sus votos a hacer rodar una lágrima por la mejilla de nuestra Madre Iglesia. En cambio muchos de ellos habrán enronquecido gritando: “abajo los privilegios”, porque en este siglo democrático tiene la historia necesidad de hacer constar, que con el mismo furor que se atacan los antiguos privilegios del clero y de la nobleza, se ambiciona poseer un título nobiliario y verse colmados de privilegios y distinciones; así como los que abominan de la cruz del redentor no tienen más que anhelo que llenar su levita de cruces.

De la antigua organización de las Ordenes Militares no había quedado en pie más que la jurisdicción eclesiástica, y ésta endeble y maltrecha, hijo todo de la manía que se apoderó de los progresistas de legislar en materias eclesiásticas, para lo que ninguna competencia tenían. En su afán de reformarlo todo, dieron una viciosa organización al Real Consejo de las Ordenes, convirtiéndolo en tribunal de las mismas; destituyeron al Gobernador eclesiástico de la Orden de Santiago, que estaba canónicamente elegido, y nombraron ilegalmente otro, que si no podía ni debía admitir el cargo, hizo en cambio concebir dudas sobre su ortodoxia.

Con la supresión de los colegios y conventos de las Ordenes, fue poco a poco concluyéndose el personal de las mismas, siendo necesario echar mano al clero secular para cubrir las vacantes. La invasión de la política liberal en campo eclesiástico, agravó el mal que se experimentaba, y costaba trabajo encontrar sujetos idóneos para desempeñar los más importantes cargos eclesiásticos en estas jurisdicciones. El clero diocesano repugnaba por lo común admitir colocaciones en las mismas, y los Obispos por causas de todos conocidas miraban hasta con prevención al clero exento. De aquí resultaban males y perjuicios para los pueblos, que con el tiempo se fueron agravando notablemente y pedíase con ansiedad el oportuno remedio que solamente podía hallarse volviendo a la unidad de régimen y de jurisdicción.

Los bienes mancomunales del antiguo Regimiento de Villa y Tierra, sitos en el actual término municipal de San Cebrián de Castro, aún existían en pie sin que nadie se hubiera acordado de desamortizarlos. Al poco tiempo de establecerse un Gobierno y una administración hijos de la revolución de Septiembre de 1868, una comisión de vecinos de esta villa, formada y presidida por su Vicario eclesiástico, clérigo liberal y muy apegado a las ideas entonces dominantes, se presentó al Gobernador de Zamora pidiéndole que, tales bienes se declarasen pertenecientes exclusivamente a los propios de esta villa, declaración que alcanzaron con facilidad suma.

Cierto es que semejante medida se tomase lesionando los derechos de los demás pueblos que formaban la mancomunidad de Castrotorafe, pero también es verdad que no podían querellarse, porque todos los que pudieron habían procedido de la misma manera con los bienes que radicaban en sus respectivos términos municipales. El único pueblo de la mancomunidad que salió perdiendo en este juego, fue Piedrahita de Castro, por no haber existido en su término ninguna parcela de bienes comunales que poseía el antiguo Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe; pero se callaron sus vecinos y perdieron la parte que corresponderles pudiera.

Una vez que todos los bienes fueron reconocidos como pertenecientes a los propios pueblos en que radicaban, fueron comprendidos en las leyes desamortizadoras. La administración pública procedió inmediatamente a su venta y fueron comprados generalmente por personas que no vivían en la localidad y sacrificaban a los pobres colonos llevándoles crecidas rentas. Los vecinos de estos pueblos al quedarse sin estas riquezas, se vieron privados de los grandes emolumentos que de ellos obtenían, y están sufriendo ya las tristes consecuencias de semejantes privaciones. ¿Qué utilidad reportaron por tanto a los que pidieron la venta?. Ya vendidos los bienes mancomunados de Castrotorafe, tuvo que disolverse su mancomunidad, y con ella desapareció hasta el último vestigio del secular y privilegiado Regimiento de Villa y Tierra de la célebre Castrotorafe.

Memorable será siempre en los fastos de la historia de España el once de Febrero de 1873. Dada cuenta a las Cortes de la renuncia que hizo Don Amadeo de Saboya a la corona, se reunieron los Senadores y Diputados en el Congreso, declarándose en sesión permanente. Aquello era más parecido a un club demagógico que al palacio de la representación nacional; todos los prohombres del liberalismo hacían pujas de republicanismo, y los que trajeron a Don Amadeo como rey democrático, y los que pocas horas antes eran sus compañeros responsables, eran los que más entusiasmo demostraron por la forma republicana; así vimos con asombro que unos ministros monárquicos y un parlamento monárquico, establecieron en una noche la república democrática en España.

El gobierno que se estableció dio enseguida suelta a sus instintos antirreligiosos, y al compás de la más desenfrenada licencia que se otorgaba para todo lo malo eran cruelmente perseguidos por doquier, la Religión, la Iglesia y sus Ministros. Los templos del Señor fueron horriblemente profanados por inmundas bacanales presididas muchas de ellas por las autoridades, y creyendo muchas de éstas que sus principales méritos habían de basarse en poner fuera de la ley a los católicos, se entregaron a tales excesos contra ellos, que muchos para poner en salvo su amenazada vida, viéronse obligados a refugiarse en las filas del ejército carlista que dominaba por completo las provincias del norte y del centro. De este modo vimos a las mismas autoridades republicanas alimentando la hoguera de la guerra civil, con sus excesos y sus atropellos contra los católicos, dando no pequeño incremento a las filas del señor Duque de Madrid que reinaba en media España con el nombre de Carlos VII. Viéronse obligados a incorporarse a estas filas muchas personas que jamás habían soñado con empuñar las armas, entre las que había no pocos, que ni aún siquiera estaban alistadas al partido carlista, pero que en esta bandera encontraban únicamente defensa y el amparo de sus convicciones religiosas y monárquicas.

Entre tanto el gobierno central, que podemos decir que aún siquiera dominaba en Madrid, cometía verdaderos estragos con sus disposiciones en materia religiosa; parecía que su única pesadilla era la Iglesia llegando a creer que aniquilándola lograría concluir con l ejército carlista. Una de las más graves determinaciones que tomó, y la única que a nuestra historia interesa fue suprimir “ab irato” el Tribunal de las Ordenes Militares, confiriendo sus atribuciones y su jurisdicción al Tribunal Superior de Justicia. Con tan singular disposición quedó el extenso territorio de las Ordenes sin cabeza, la autoridad y la jurisdicción eclesiástica s vio impedida porque el Tribunal Supremo era nulo para entender en materias eclesiásticas; los Obispos no podían extender su autoridad a los pueblos que no pertenecían a su jurisdicción y las relaciones con la corte Pontificia hallábanse rotas. Grave fue el conflicto y grandes las ansiedades que produjo tan dacroniano decreto.

Sabedor el Sumo Pontífice del estado en que se puso a los pueblos las Ordenes Militares, acudió con amorosa y paternal solicitud al remedio, expidiendo dos Bulas, una para las Ordenes Militares y otra para la de San Juan de Jerusalén, disponiendo que todos los curatos pertenecientes a las mismas se agregasen a la Diócesis en cuyo territorio estuviesen enclavadas, entrando los reverendos Obispos de lleno a ejercer su jurisdicción episcopal. Para hacer la agregación canónica de tales curatos daba la comisión al Excmo. Señor Cardenal Arzobispo de Valladolid como delegado de la Silla Apostólica, y este señor empezó desde luego y con laudable celo a cumplir su cometido.  

Desgraciadamente había en varios curatos de las Ordenes sacerdotes que les gustaba más vivir en la libertad de que gozaban que no estar sujetos a la disciplina y ser vigilados por la autoridad diocesana; clérigos liberales en fin, y que en su mayor parte habían jurado la Constitución. Cuando terminado el correspondiente expediente canónico, se declararon sus curatos definitivamente agregados a las diócesis correspondientes y los Prelados trataron de tomar posesión de ellos, se declararon los referidos sacerdotes abiertamente hostiles negando la debida obediencia a las Bulas Pontificias, no faltando algunos que amotinaron a sus pueblos y no permitieron entrar en ellos a los representantes de los Prelados. Afortunadamente nada de esto pasó en los curatos de la antigua tierra de Castrotorafe, antes bien, todos sus párrocos recibieron con muestras de júbilo y sincero acatamiento al Señor Obispo de Zamora.

Los clérigos liberales que negaron su obediencia a sus nuevos Prelados se creían inmunes para obrar así, por      que se veían apoyados en sus tendencias cismáticas, si es que no fueron excitados también por ciertos personajes que de la oscuridad habían subido a la cúspide del poder gritando como energúmenos: “ que la Iglesia debía caer y desaparecer”. Fue preciso por lo tanto que los Tribunales eclesiásticos procedieran contra los rebeldes, fulminando contra ellos la sentencia de excomunión y deposición. Se nombraron ecónomos para los curatos de los depuestos, y en muchas partes las autoridades locales poniéndose de parte de los excomulgados, que seguían ejerciendo el Ministerio, impedían la entrada en el templo a los sacerdotes enviados por los Prelados, creando conflictos y hasta luchas en los desgraciados pueblos.

No era posible soportar ya por más tiempo el estado de abyección a que había sido conducida España. Las cortes republicanas con sus grandes destinos nos conducían al abismo, lo cual visto por un bravo y pundoroso militar, el General Pavía, cogió una compañía de soldados, que entrando el 3 de Enero de 1874, con la bayoneta calada en el salón de las Cortes, mandó a los diputados desalojaran inmediatamente el local, y aquellos valientes que tanto se ensañaban contra el clero y las monjas no aguardaron a que se les repitiera el mandato.

Al poco tiempo las tropas que operaban en el centro a las órdenes del general Martínez Campos dieron el grito de “viva Alfonso XII” que fueron secundado otros cuerpos del ejército, y el hijo de Isabel II desembarcó en Barcelona, y desde allí se dirigió a Madrid sin tropezar en el camino con los fieros republicanos. Con este acontecimiento y con la terminación de la guerra civil, se logró la restauración de la monarquía de la rama de Doña Isabel II. No fue en verdad verdadera restauración, porque quedaron en pie muchos de los principios proclamados por la Revolución de 1868 y rodearon a Alfonso XII y fueron sus ministros no pocos de los que se levantaron contra su madre, algunos de los cuales habían llamado públicamente espúrea a la raza de los Borbones, y no hicieron retracción alguna ni de sus errores revolucionarios, ni del ignominioso dictado aplicado a la familia real.

Sin embargo se logró mucho para la paz religiosa de la nación pues se reanudaron las relaciones con Roma, y empezó enseguida a tratarse del arreglo de las Ordenes Militares. Al efecto se entablaron las oportunas negociaciones entre las dos Supremas Potestades, dando por resultado expedir la Santa Sede una Bula creando en Ciudad Real el coto redondo de que trata el artículo 2º del Concordato de 1841, poniendo al frente un Obispo prior con su correspondiente cabildo catedral, cuyos capitulares deben cruzarse caballeros de una de las cuatro Ordenes Militares, y en cuyo territorio ejercerán los Monarcas españoles jurisdicción maestral.

Los curatos que formaban el antiguo Regimiento de Villa y Tierra de Castrotorafe, al dejar de pertenecer a la Orden de Santiago de la Espada, fueron incorporados al Obispado de Zamora, y con este acto concluyó por completo toda la antiquísima y privilegiada organización de la histórica villa de Castrotorafe.

 

C A P I T U L O   XXVIII

La Santísima Virgen de Realengo.- Antigüedad y celebridad de su culto.- Ruina de su Iglesia.- Traslación de su imagen a San Cebrián de Castro.- Estado actual de su culto y veneración.

Desde la más remota antigüedad la Villa de Castrotorafe y toda la tierra a ella sujeta, así como los pueblos comarcanos pertenecientes a otras jurisdicciones habíanse consagrado de un modo especial al culto y veneración de la Santísima Virgen María. En el templo principal de esta villa tenían una hermosa imagen de esta Divina Señora de antiquísima escultura y conocida con el gráfico nombre de “Virgen de Realengo”, pero cuyo origen no puede señalarse con certeza.

Sabido es que cuando ocurrió la general irrupción de los agarenos en nuestra Patria, los españoles fervientes devotos de la Virgen, tuvieron especial esmero en librar las imágenes de su bendita madre, de las profanaciones que pudieran cometer los enemigos de su fe y religión, y para ello las ocultaron cuidadosamente en cavidades que abrieron en la tierra. Cuando fueron reedificándose los pueblos y cultivándose los campos arrasados por los sectarios de Mahoma, se hallaron muchas de las imágenes enterradas, y de aquí vienen por lo común las historias de apariciones de la Virgen que nos refieren las piadosas tradiciones de muchos pueblos.

La Virgen de Realengo patrona de Castrotorafe, si atendemos a la antigüedad de su escultura y al nombre especial que lleva, nos será lícito suponer, que o fue hallada en las excavaciones que se practicaron para reedificar Castrotorafe en tiempo de Alfonso VII o acaso donada a esta villa por dicho monarca y su esposa Doña Berenguela cuya piedad fue bien notoria a sus súbditos. No es posible resistir los vehementes impulsos que el corazón siente de hacer una detallada descripción de su culto, veneración y homenajes que esta venturosa tierra tributaba a esta excelsa reina y su querida patrona; y aún cuando en el curso de la historia se han presentado en varias ocasiones para hablar del asunto, se ha omitido intencionalmente el hacerlo, para reunir todos los datos de un capítulo especial, consagrado a nuestra amadísima Reina y Señora, cual es el presente.

La imagen del Realengo representa a la Virgen Santísima sentada en un sillón, cual noble y majestuosa matrona, teniendo en su purísimo regazo a su Divino Hijo, alegre, juguetón, con una mano tendida hacia el rostro de su madre Santísima como en actitud de hacerle una tierna caricia, o bien para demostrar al desgraciado y al afligido que allí tienen el consuelo y el auxilio por qué suspiran, porque en la Santísima Virgen encontrarán todos el socorro de sus necesidades y un fortísimo escudo que les pondrá a cubierto de las asechanzas y de los golpes que asestarles puede el mundo. en no remota época una despiadada mano, atrevióse a destrozar la escultura devastándola por la parte posterior, si pretexto de que la imagen era muy pesada para sacarla en procesión. Desde entonces se acudió al recurso de vestirla, lo que la afea bastante y hace un aspecto desagradable, pareciendo que la imagen está manca de un brazo; y la parte posterior del niño tiene que mostrarse al exterior por una abertura practicada en las ropas de la Virgen. De aquí ha nacido la creencia general del vulgo, de que “ la Virgen de Realengo perdió un brazo en una batalla dada contra los moros”.  

Colocada se hallaba la Santa imagen en un precioso “camarín” construído en el centro del altar, y a sus pies y pendientes de una cadena, colgaba una ensangrentada cabeza humana, que el pueblo llamaba “la cabeza del moro”. No es fácil saber la significación que esto tenía, si atendemos a la tradición del país, era un recuerdo de una gran victoria obtenida por los hijos de la villa, contra el ejército mahometano, que trató de apoderarse de la población, y encomendándose sus defensores al amparo y protección de la Virgen de Realengo, no solo se libertaron del feroz enemigo, sino que en acción cortaron la cabeza del jefe que los mandaba. Pero o la imagen es muy anterior a Alfonso VII o no es fácil admitir el hecho; acaso sea una alegoría de la promesa que Dios hizo a Adán, de que la Virgen aplastaría la cabeza de su infernal enemigo, y como el mayor que en los tiempos de la Reconquista tenían los españoles, era el infiel sarraceno, fácil es supiera el escultor esta imagen para hacer concebir a los sencillos y religiosos habitantes de la Villa la más completa confianza en la Santísima Virgen de Realengo.

Debajo del camarín encontrábase el arca santa de la alianza, conteniendo en su fondo el cordero sin mancilla, que fue sacrificado en ara de la cruz, por el amor infinito que profesaba al hombre. En el sagrado recinto en que se venera esta imagen, recibía el recién nacido el agua regeneradora del bautismo, la pudorosa doncella veía santificados sus castos amores con la bendición nupcial, y el mísero mortal, al terminar la carrera de su vida, hallaba pacífico y santo reposo para sus huesos, porque la Iglesia de la Virgen de Realengo, era templo parroquial y con el tiempo vino a ser la única parroquia de Castrotorafe.

Rica lámpara de plata iluminaba incesantemente el templo, y los destellos de su luz difundiéndose por el espacio a través de los vidrios de sus ventanas, eran cual luminoso faro que señalaba a habitantes del contorno el anchuroso puerto en que podían ponerse a cubierto de los peligros que les rodeaban al luchar contra las encrespadas olas del mundo, y que allí encontrarían también refugio contra los huracanes que sin cesar levantan en el corazón las pasiones y la concupiscencia.

Los religiosos habitantes de Castrotorafe y todos los pueblos de la tierra acudían presurosos a implorar el auxilio y protección de la Virgen de Realengo. Veíase con frecuencia al intrépido guerrero postrado humildemente ante la santa imagen pidiendo guiase su brazo en la lucha que a emprender iba contra el infiel morisma. Allí unidos en santa hermandad el noble y el plebeyo, la tierna doncella y el curtido labrador oraban con fervor esperando confiados que la Purísima Virgen María les colocaría a todos al abrigo de su manto. No había desgracia, no amenazaba peligro alguno, que no se esperase ver conjurado con la valiosa intercesión de la Santísima Virgen de Realengo patrona y abogada de toda la tierra de Castrotorafe, porque esta Divina Señora veían los devotos habitantes del país, la ayuda, el amparo y la protección que necesitaban.

Lástima grande en que hayan desaparecido todos los documentos antiguos pertenecientes a Castrotorafe, porque esto nos imposibilita de hacer una completa historia del culto de la Virgen de Realengo; tenemos pues que conformarnos con empezar los detalles en los últimos del siglo XVI que es donde alcanzan los datos que existen y ya en esta época lo hallamos como culto tradicional y antiguo, culto fervoroso, y no solamente común y en general a toda la comarca, sino también protegido por el Regimiento de Villa y Tierra.

Ya en esta época era tan general la creencia y convicción que tenían todos de que únicamente a su excelsa patrona debían el alivio de sus males, la curación de sus dolencias y el socorro de sus infortunios que, empezó a verse el camarín de la Virgen de Realengo lleno de “votos”, o como dicen los naturales de la tierra de “milagros”; porque son evidentes signos de religioso agradecimiento, por el favor especial que el Señor les otorgara por intercesión de María Santísima. Tampoco escaseaban lienzos representando milagrosas curaciones, o extraordinarias salvaciones de inminentes peligros que habían obtenido los que de corazón encomendaban a la Virgen Santísima de Realengo, siendo muy general la creencia de que era una imagen muy milagrosa.

Aún se conservan algunos cuadros antiguos al lado de otros modernos dedicados a la Soberana Reina por sucesos de la época presente:- “votos y milagros custodiados en el templo con singular religiosidad y que apreciados en su verdadero valor y sin darles más autoridad que le corresponde, manifiestan clara y evidentemente la gran fe de estos habitantes, así es que sería temeraria imprudencia no respetarlos y si alguno se atreviese a hacer la más insignificante demostración en contra, se expondría a las justas iras de un pueblo herido en una de las más delicadas fibras de sus religiosos sentimientos”.

Felices las gentes que buscan y hallan en la religión el paño que enjuga el llanto de las miserias humanas; dichosas las almas que esperan el remedio de sus males y el consuelo de sus infortunios en un ser privilegiado, como es la Santísima Virgen, adornada de todas las gracias, a la que aman de todo corazón y a la que invocan en todos los trances de la vida. Para estos infortunados mortales, no hay pena de agobio, no hay contratiempo que abata, no hay peligro, por grande que sea, que no puede salvarse.

Mas para aquellos desventurados que en mala hora olvidaron las máximas religiosas que aprendieron en el dulce regazo de su cristiana madre, y entregados a los desvanes del mundo, y obcecados en un fino racionalismo no creen o aparentan no creer en la vida inmortal, por más que se llamen espíritus fuertes, son cobardes, que cualquier contratiempo, la más leve adversidad, el más insignificante infortunio, les amilana, les aterra. La fe y la devoción de la Virgen, son eficaz bálsamo que cicatriza las llamas del corazón humano:- la impiedad, la incredulidad, no admitiendo más que la vida presente, no hallan otra medicina para los males morales que los atormentan, que el suicidio.

De tal manera se propagó la devoción a la Virgen de Realengo, que en el siglo XVII hallamos datos ciertos del gran número de devotos que de muchas partes venían a encomendarse a esta milagrosa imagen. Y en solemne función que el Regimiento de Villa y Tierra le hacía anualmente el día de San Gregorio, 9 de Mayo, celebrábase una romería muy concurrida, teniendo la obligación de asistir a la festividad todas las parroquias que pertenecían al distrito municipal, con cruz y pendón alzados, acompañados de un individuo de cada casa, bajo la multa que asignaban las ordenanzas, aunque a decir verdad, nunca fue necesario imponer multa, porque iban los pueblos en masa.

Desde muy antiguo empezaron también a asistir a esta solemnidad otros muchos pueblos, con sus respectivas procesiones, llegando a establecerse la obligación de hacerlo, por voto prestado, por 16 pueblos habiendo años que por especiales circunstancias, como por ejemplo cuando la epidemia de la langosta o las grandes sequías agostaban los campos, llegaron a reunirse hasta las procesiones de 22 pueblos. Además de esta solemnidad se celebraba otra el lunes de Pascua de Pentecostés, y ésta la costeaba la antiquísima y rica Cofradía de la Virgen.

Pero no se necesitaban estas funciones para ver concurrido el templo, por ser diario el culto especial que se tributaba a esta sagrada imagen. Y por las donaciones de fincas que le hacían sus devotos, con el gravamen de ciertos sufragios; ya por la fundación de una capellanía con el encargo de una misa todos los sábados, ya finalmente por la no interrumpida concurrencia de fieles a implorar el auxilio de María Santísima o a rendirle acción de gracias por los favores recibidos, podemos decir que el templo de Realengo jamás se cerraba, no interrumpiéndose en él la oración y el sacrificio.

Y en cuantas calamidades públicas sufría el país, y cuando la mano del Señor elegía o afligía a los pueblos prevaricadores con esas enfermedades misteriosas que diezman los pueblos, enfermedades que el moderno racionalismo no puede explicar por mucho que escrudiñe y analice la ciencia, el Regimiento de Villa y Tierra, disponía una solemne rogativa, o un solemne novenario a su excelsa patrona, ordenando asistieran a él todas las parroquias de la jurisdicción bajo la multa que asignaban las ordenanzas municipales. No por eso dejaron de tomarse las precauciones que dicta la sana razón, pues sabían muy bien aquellos antiguos regidores, que si Dios deje obrar libremente las causas segundas, obligación tiene el hombre de cooperar con los medios que tiene a su alcance, a combatir los males físicos que le atormentan.

Ya hemos expuesto en su lugar correspondiente lo aciago que fue el siglo XVII para esta infortunada tierra, con tantas plagas como la azotaron, y entonces es cuando más se demostró la gran fe y la profunda devoción que todos los pueblos comarcanos profesaban a la Virgen de Realengo. Pero entre todos puede decirse que descollaba Montamarta, sin embargo de poseer el famoso santuario de Nuestra Señora del Castillo. En el año 1627, una gran sequía afligía la tierra, y para implorar del cielo remedio del agua, el Regimiento de Castrotorafe, de acuerdo con el de Montamarta, llevó en procesión de rogativa a este último pueblo la Virgen de Realengo gastando ciento setenta y ocho reales de cera, y además se mandó guardar el día como festivo imponiendo pena al que trabajara.

Apenas repuestos del temor del hambre por causa de esta sequía, viéronse los habitantes de este territorio, azotados en 1629 con otra sequedad tan grande, y el Concejo de Montamarta vino en procesión a Castrotorafe a hacer una función a la Virgen de Realengo, gastando el Ayuntamiento de esta villa veintiséis reales en convidar al de Montamarta. Además hizo por su cuenta un novenario de misas y el último día llevó en procesión a Montamarta a su adorada patrona, empleando ciento sesenta y seis reales en comprar cuatro blandones y algunas velas menudas para la procesión. En 1630 también fue llevaba procesionalmente a Montamarta la Virgen de Realengo, y para dar mayor solemnidad al acto, trajo el Regimiento de Castrotorafe una música de Villalpando, que fue tocando en la procesión, abonándole por su trabajo treinta y tres reales.

Vuelve en el año 1664 a verse afligida esta tierra con su pertinaz sequía, los abatidos vecinos dirigen sus miradas suplicantes a su amorosa madre la Santísima Virgen de Realengo, de cuyo patrocinio esperan el remedio que ha de salvarles del hambre, y el Regimiento de Villa y Tierra, siguiendo las piadosas tradiciones de sus padres, se reunió en sesión el día 15 de Abril y tomó el siguiente acuerdo que demuestra la religiosidad que entonces reinaba, así como las costumbres de la época:- “Que el miércoles postrero de este mes se trayga a nra. señora de rrealengo en procesión a la iglesia parroquial de esta villa a donde se le va azer un novenario Y el dia San Gregorio nueve de mayo á de volver a su vendita casa En procesión Y para traerla y llevarla se de cuenta á los lugares circunvecinos para que vengan en procesiones Y ensinias Y el que quisiere con disceplina la pueda traer Y se advierte que á los lugares de la jurisdicción en las á de apremiar”.

Y en aquella terrible plaga de la langosta que en este mismo siglo XVII vino a aumentar la miseria que ya sufrían los pueblos con tanta sequía, y que dieron por resultado la casi totalidad despoblación de la tierra, el Regimiento de Castrotorafe destinó parte de sus fondos a la extinción del insecto, apremiando severamente a los habitantes para que cooperasen al mismo fin. Al mismo tiempo que ponía los medios naturales, para combatir la plaga, buscaba el auxilio del cielo y la protección de la Virgen levantando en las viñas un altar de campaña al que se trasladó procesionalmente la imagen sagrada de Nuestra Señora de Realengo. En aquella improvisada capilla se celebró por espacio de nueve días consecutivos el Santo Sacrificio de la Misa, predicando todos los días un monje de la Granja de Moreruela, y a la conclusión de los Divinos Oficios se bendecía el campo. A estos solemnes cultos concurría diariamente el país en masa.

La religiosa creencia que todos abrigaban de que por la intercesión de la Santísima Virgen de Realengo el Señor les dispensaba sin cesar sus divinos favores, hizo tan famoso el culto y veneración de esta sagrada imagen, que todos los pueblos de la comarca, aún los que pertenecían a otras jurisdicciones, así que sufrían alguna calamidad, o se veían amenazados de cualquier peligro, solicitaban el que les permitiera llevar a su respectiva parroquia tan venerada y milagrosa efigie para hacerle un novenario. Este santo empeño de los pueblos llegó a ser causa de que la Virgen de Realengo anduviese frecuentemente por los caminos y de iglesia en iglesia.

Sin duda para evitar los abusos que con semejante práctica pudieran cometerse, los Iltmos. Sres. Priores de San Marcos de León, usando de su autoridad prelática, llegaron a ordenar que la Virgen de Realengo, como imagen que era de especial y solemne devoción, no pudiera sacarse en procesión en lo sucesivo sino con las condiciones siguientes:- Primera, en las públicas aflicciones que sufriera el país previa la licencia obtenida por escrito de su señoría ilustrísima o de su previsor. Segunda, en las necesidades graves, siendo éstas reconocidas por el Vicario de Villalba de la Lampreana, otorgando este señor el correspondiente permiso.

Esta prudentísima y hasta necesaria medida, lejos de contener los religiosos deseos de los pueblos, parece ser que contribuyó a inflamar su devoción, pues despreciando las incomodidades, los peligros y los gastos de su largo y penoso viaje, acudían con frecuencia suma a solicitar la necesaria licencia para que saliera en procesión la Virgen de Realengo, y ver así satisfechos los más vehementes deseos de sus religiosos corazones, siempre que se veían agobiados por la desgracia.

El antiguo y hermoso templo de la Virgen de Realengo desapareció en una de las destrucciones que sufrió Castrotorafe, construyéndose después otro más modesto que es el que ha llegado hasta nuestros días, y suficiente para el escaso vecindario que quedaba en la población. Y aún cuando la villa llegó a despoblar y su beneficio curado se agregó a San Cebrián de castro, continuó la iglesia de Realengo gozando de los honores y preeminencias de la iglesia parroquial. Por lo tanto allí continuaba la reserva del Augusto Sacramento de nuestros altares, se administraba el Bautismo y el Matrimonio, y se daba cristiana sepultura a los escasos habitantes que aún quedaban dentro y fuera de los muros.

A principios del siglo XVIII Fontanillas empezó a repoblarse de nuevo y sus habitantes tenían que recibir los Sacramentos o en Castrotorafe o en San Cebrián de Castro. La población de Fontanillas aumentaba día a día, mientras que la de Castrotorafe casi había concluido en los tiempos del Licenciado don Pedro Rabanales párroco de San Cebrián y sus agregados que también fue Prior de San Marcos de León y su provincia eclesiástica, y atendiendo este Ilustrísimo Señor al de mayor comodidad de los fieles, trasladó en 31 de Mayo de 1750, el Santísimo Sacramento al lugar de Fontanillas, suprimiendo la reserva en Castrotorafe. Continuó sin embargo en esta villa la pila bautismal, habiéndose celebrado también algunos matrimonios en la misma, hasta cuasi la terminación del siglo. Concluyó pues en aquella época de ser iglesia parroquial de la Virgen de Realengo quedando reducida a santuario.

Sin embargo de esto, la fe y la devoción a la Santísima Virgen de Realengo continuó inflamando los corazones de los religiosos habitantes de la tierra comarcana siguiendo invocándola en sus necesidades, celebrando los mismos solemnes cultos que en los días de mayor esplendor y grandeza de la Villa de Castrotorafe y proclamándola por reina de sus corazones, y señora de sus almas. Para que el santuario estuviera debidamente custodiado y para que los devotos de la Virgen hallasen abiertas las puertas del templo cuando a él acudiesen llevados por su fe, construyese frente al mismo una casa donde morase un ermitaño nombrado por el prior párroco de San Cebrián de Castro cuyo ermitaño tenía a su cargo la limpieza y aseo del templo, y la obligación de tener siempre encendida la lámpara que lucía delante de la sagrada imagen.

Las calamidades afligieron a esta tierra a principios del siglo en que vivimos y los estragos que en ellos causaron los franceses durante la Guerra de la Independencia, fue causa de que en 1814 se extinguiera la antiquísima y célebre cofradía de la Virgen de Realengo, viéndose al mismo tiempo los moradores del país imposibilitados para continuar celebrando el culto a la Virgen y sus solemnidades con la ostentación y esplendor que siempre habían acostumbrado.

Los trastornos que el liberalismo causó a España, con la guerra civil que duró siete años, los motines y asonadas que ponían a menudo en peligro la Patria y las profundas divisiones que nacieron en los pueblos entre los blancos y negros era imposible pensar en nada. Este cúmulo de circunstancias imposibilitaron en gran manera al Doctor Don Domingo de Robles Calzada, Prior y Vicario de San Cebrián de Castro, para llevar adelante su gran pensamiento de devolver al santuario de Nuestra Señora de Realengo su antigua grandeza y esplendor. Verdad es, que con la reacción del año veintitrés se fueron calmando las pasiones y apaciguando los ánimos, y que desapareció la desafección que los vecinos de San Cebrián habían tenido hacia su Vicario por que profesaba ideas liberales, llegando al extremo de asaltarle la casa y quemarle porción de papeles y libros, diciendo contenían heréticas doctrinas que aquel señor profesaba. Cierto es, que la confianza en el celoso y sabio Doctor Rodríguez de Robles iba reinando en el corazón de sus feligreses, y todos esperaban de este señor grandes cosas al contemplar llenos de gozo la asiduidad y el interés con que empezó a reedificar el templo parroquial que yacía por el suelo; pero el terrible cólera morbo asiático se presentó cual ángel exterminador en España, sembrando el luto y la desolación por todas partes, llegó a San Cebrián de Castro y una de sus primeras víctimas fue su Vicario, el Doctor Don Domingo Rodríguez de Robles y Calzada.

Le sucedió en ambos cargos de Prior y Vicario, el señor Don Juan Mejía y Mejía, colegial mayor, como el anterior, en el del Rey de Salamanca. Las notables prendas de carácter que le adornaban, le granjearon muy pronto el aprecio y estimación de cuantas personas lo trataron; pero de genio y condiciones más a propósito para manejar la espada y la lanza que el hisopo y el incensario, no tuvo celo alguno por la iglesia, así es que el santuario de Nuestra Señora de Realengo, trabajado por la acción del tiempo, y resentido a causa del completo abandono en que hacía algunos años se la tenía, empezó a desmoronarse.

Muy fácil hubiera sido entonces llevar a cabo las obras de reparación que fueran necesarias, porque herida la religiosidad de estos pueblos con los excesos que cometió el gobierno progresista del célebre bienio del 54 al 56, y mucho más cuando vieron que éste se apoderaba de los bienes y propiedades que tenía el santuario, todos hubieran acudido a porfía con los recursos de que hubieran podido disponer, a poco que se les hubiera excitado. Desgraciadamente no hubo quien promoviera el asunto, y el señor Vicaria Mejía, al que de derecho correspondía la iniciativa, siguió en su lamentable apatía. Esto fue causa de que el santuario se arruinase, y fuera preciso trasladar la sagrada imagen de la Virgen de Realengo con todos los objetos que en la ermita había, para la villa de San Cebrián de Castro. En esta traslación desaparecieron algunas cosas: “la Virgen fue depositada provisionalmente en la ermita de la Santa Cruz, pobre y pequeño santuario que había a la entrada del pueblo, y el magnífico retablo de Realengo se encerró en las paneras de la Casa Parroquial, para ir desapareciendo poco a poco, juntamente con otros retablos, sin saber cómo y cuándo se consumó el despojo.

Honda pena causó en todos los devotos de la Virgen de Realengo verla salir de aquel venerado templo, en el que tantas generaciones habían estado llorando sus infortunios y al que habían acudido buscando el alivio de sus penas. Al nuevo albergue que se preparó a esta sagrada imagen acudieron desde luego los buenos devotos con sus oraciones, sus ofrendas y sus votos, alimentando en sus corazones la grata esperanza de que llegaría pronto el suspirado día de volverse a reedificar el histórico templo de Castrotorafe, para que la Virgen de Realengo tornase a ocupar el secular trono que la piedad de nuestros religiosos antepasados allí le habían dedicado.

Aún cuando algo disminuyó la devoción y entusiasmo que profesaban todos los pueblos de esta tierra a la Virgen de Realengo, con ser ésta trasladada a la ermita de la Santa Cruz, aún continuó siendo el centro de las devociones, y la festividad de San Gregorio se celebraba con algún esplendor. Sobre todo el pueblo de San Cebrián de Castro dio inequívocas muestras de ser digno depositario de tan inestimable tesoro, pues todos los domingos y días festivos estaba abierto el santuario y se veía de continuo lleno de gente que acudía a encomendarse a la Virgen. Y cuando la epidemia colérica hizo en 1855 su terrible visita a esta villa, era pequeño el local de la ermita para contener tanta gente como a diario corría presurosa tanto de noche como de día a buscar en el patrocinio de la Virgen de Realengo el auxilio necesario para verse libre de tan terrible azote.

Cuando vino la revolución de 1868, vieron estos sencillos habitantes desecha para siempre la ilusión que tenían de volver a reedificar el templo de Castrotorafe para restituir a la Santísima Virgen su antigua morada. El gobierno revolucionario lo vendió, y el comprador lo desmanteló enseguida, empleando la teja, la madera y cuanto le fue necesario en la construcción de un parador que creía que había de producir pingües rendimientos, pero tuvo que abandonarlo al poco tiempo no existiendo de él más que insignificantes ruinas; las paredes del santuario aún existen abandonadas y su perímetro se encuentra lleno de escombros entre los que crecen las malezas que albergan a multitud de alimañas.

De este modo tan desgraciado terminó aquel venerado y secular templo donde los pueblos de la comarca habían buscado sin interrupción durante tantas centurias el único ambiente que puede desvanecer las borrascas y tempestades que el huracán de las pasiones levanta en el corazón humano. Y la desgracia cuando empieza a perseguir a una persona, parece se complace en hallar medios de aumentarle la pena y el padecer, así vemos que ocurrió con la sagrada imagen de la Virgen de Realengo; una vez arrojada de su amado aposento de Castrotorafe, tenía que verse privada del humilde albergue que se le preparó en la ermita de San Cebrián de Castro, y sus religiosos devotos devorar la amargura de verla obligada a pedir hospitalidad en otra iglesia.

Un Ayuntamiento poco escrupuloso y dominado por personas de ideas bastante liberales, al verse en la necesidad de construir una escuela de niñas, tuvo la peregrina idea de apoderarse de la ermita para este fin, sin respetar el sagrado lugar ni los sentimientos de toda la población y para acallar los rumores del vecindario justamente alarmado y contener el fuego de la ira que ya empezaba a manifestarse, empezó a correr la voz de haber dado semejante paso únicamente para evitar la vendiese el Gobierno como intentaba, porque no permitía la ley hubiese en los pueblos más templos que los parroquiales. ¡Grosera superchería que encubría sus secretas intenciones!. Las repetidas protestas del párroco y las enérgicas reclamaciones del Reverendo señor Obispo de Zamora, de nada sirvieron; el Ayuntamiento de San Cebrián de Castro siguió obstinado en su mal camino, y la Virgen de Realengo se vio arrojada a su segunda y humilde morada. Fue por lo tanto preciso trasladarla al templo parroquial, donde fue colocada en un pobrísimo y arrinconado altar colateral donde parece que se la entregó al olvido.

Y puede decirse que allí fue arrinconada y olvidada; porque si bien es cierto que el vecindario de San Cebrián de Castro continuaba encomendándose a su poderosa intercesión, también lo fue que el culto a esta sagrada imagen podía darse por concluido. De tantos pueblos como desde la más remota antigüedad acudían con sus procesiones, ya únicamente lo verificaba el de Fontanillas de Castro; las gentes iban dejando de venir a venerarla, y todo indicaba que se iba perdiendo por completo hasta la idea de lo que antes se hacía para honrar a la Santísima Virgen de Realengo.

No por eso faltaban almas piadosas que lloraban en secreto el estado de abandono en que se hallaba la antiquísima y venerada patrona de Castrotorafe y su tierra y suspiraban anhelando el que llegase un día en que volviese a establecerse el perdido solemne culto que se le atributaba. Dios oyó sus oraciones y sus plegarias. El que escribe este libro condolido al ver lo que pasaba, fundó nuevamente la Cofradía de la Virgen en 1885, obteniendo la debida autoridad del Prelado para instalarla canónicamente; y al celebrar la primera función apenas podía dirigir la palabra al pueblo, pues continuamente le interrumpieron los suspiros, sollozos y clamores de los devotos de la Virgen Santísima, que derramaban abundantes lágrimas de gratitud. Al siguiente año, eran ya numerosos los cofrades de uno y otro sexo que se habían alistado en la Santa Hermandad, y aunque el templo es bastante espacioso, no cabía en él la gente el día de la función, por el numeroso concurso que acudió de todos los pueblos limítrofes.

En el año 1886, se terminaron las obras del templo parroquial, que como se dijo ya, había empezado a construir el señor Vicario Doctor Rodríguez de Robles. En el altar mayor se construyó un camarín tan modesto como permitía la pobreza en que hoy se hallan todas las parroquias, y en él se ha colocado la imagen de la Santísima Virgen de Realengo, llenado esto de júbilo a los devotos amantes de su patrona y abogada.

Esperamos confiados en que el Señor bendiga todos estos actos para acrecentándose la fe y la devoción de los habitantes de esta tierra en la antigua patrona de Realengo, vuelva a celebrarse su culto y esplendor y entusiasmo que se tenían en días más felices, y continúen ellos disfrutando del poderoso auxilio y eficaz protección de la Santísima Virgen como lo disfrutaron sus abuelos cuando acudían a venerarla en su santuario de Castrotorafe.

 

 

DESCRIPCION DE CASTROTORAFE

La desaparecida villa de Castrotorafe, importante bastión de la Orden Militar de Santiago, se encuentra situada a unos 28 kilómetros de Zamora capital, siguiendo la carretera nacional 630 con dirección a Benavente. Los pueblos próximos son Fontanillas de Castro y San Cebrián de Castro.

Hay que señalar que Castrotorafe no sólo comprendía estos pueblos sino que además tenía los pueblos de San Pelayo, Piedrahita, Villalba de la Lampreana, Olmillos de Castro y Perilla de Castro. Pero a su vez tenía otras poblaciones que correspondían a su coto partido, como fueron Porto, Pías y Barjacoba en la zona de Sanabria. En el reino de Galicia tenía posesiones en San Agustín. También tenía posesiones en los pueblos e Cubillos, La Hiniesta, San Agustín, Revellinos, Villafáfila, etc. otros términos de su Encomienda eran Gamonal, San Pedro de Muélledes, Castilcabrero, Santa María de Moscas, etc.

Toda la villa se encontraba en una llanura y en lo más alto del terreno se encontraba ubicado el castillo-fortaleza, lugar desde donde se tenía una mejor visibilidad del contorno de la villa y sus dominios, a la vez que se utilizaba para proteger el puente, elemento vital para esta villa.

El conjunto arquitectónico de Castrotorafe se basa en los elementos característicos de todo núcleo de población medieval: un castillo, una villa, una iglesia, unas tierras y rodeando todos estos aspectos una muralla. Primeramente describiré las murallas, las cuales rara vez siguen la línea recta, motivado esto por la propia orografía del terreno, escarpado en unos sitios, llano en otros y rocoso en algunas partes. Analizando lienzo por lienzo, el de la parte de poniente, la que domina el río, tiene una longitud de 250 metros aproximadamente y en el que hay una de las puertas del recinto cuyo nombre es “Portillo de la Coraja”. Es de destacar en este lienzo que casi todo él está a ras de suelo, sin parapeto que lo proteja e incluso en la parte que está pegando al castillo no hay muralla. El lienzo del mediodía era el de mayor longitud, con una distancia de 270 metros aproximadamente en donde podremos encontrar la segunda puerta de todo el recinto: “Puerta del Sol”, desde la que se partía hacia San Pelayo y las aceñas existentes en el río Esla.

La muralla de la parte de levante, medía una longitud de 180 metros y en ella se encuentra la entrada principal:”Puerta de San Cebrián” y que también iba a dar a Fontanillas de Castro. Y para finalizar este recorrido de las murallas, la del lado norte era la más grande con unos 355 metros de largo aproximadamente. Hay que destacar el pésimo estado de conservación de todo este elemento, bien sea por la mala fe y obra de algunos que se dedicaron a coger piedras como un bonito recuerdo o incluso para la construcción de alguna casa.

Del puente, tan solo quedan vestigios y cepas de sus pilares, que se pueden ver cuando el embalse de Ricobayo ve menguadas sus aguas. Puente que tuvo su importancia en los siglos XII, XIII y XIV, ya que era paso obligado entre las tierras castellanas y gallegas. Tenía este puente doce arcos, se cree que fue de origen romano a juzgar por el tipo de construcción. En el siglo XVI se derrumbó definitivamente, suceso éste que precipitó la caída de la población y pérdida de importancia de dicha villa. Hecho éste no aislado, pues se produjeron otros factores que determinaron su caída e importancia. Cuando el embalse de Ricobayo está muy por debajo de su nivel normal se pueden ver los pilares y en su margen derecha se observarán marcas de los canteros que lo construyeron o repararon.

Lo más destacado de todo este conjunto arquitectónico es la fortaleza, que estaba situada en lo más alto de la zona que comprendía esta villa de Castrotorafe. La fábrica del castillo, así como de las murallas, era de mampostería y mortero de cal, excepto las esquinas, que eran de sillar para reforzar y conservar mejor el edificio. El castillo tiene una forma irregular, se asemeja a un trapecio. Está constituido por dos recintos, separados por un foso. El recinto exterior tiene cuatro cubos, cada uno con su garita, bóveda y ventana respillera. Al margen de los datos que aparecen en los documentos sobre el castillo, citaré algunos a modo de introducción: “Castillo desmoronado, muralla de cal y canto, puerta grande de dos hojas y de tres varas de altura, vestigios de una puente levadiza, al costado del norte, sobre la puerta un escudo: con conchas, castillos y leones, en medio de la plaza había un pozo, enterrado y lleno de piedras”. La muralla y el cubo del lado noroeste son del siglo XI y el resto se debe a Pedro González de Mendoza, obra que realizó en el siglo XV.

La iglesia se encontraba en el lado sur de la villa. Hoy solo quedan los restos de su espadaña y paredes de la casa del cura o ermitaño. La iglesia era de una sola nave a juzgar por sus propias ruinas y por la propia constatación en la documentación investigada. El retablo principal se encuentra hoy día en la iglesia parroquial de San Cebrián de Castro y la imagen del Santísimo está en Fontanillas. La iglesia de Castrotorafe estaba dedicada a la imagen de Nuestra Señora de Realengo, Patrona y Titular del Concejo de Castrotorafe. Existen dos teorías sobre el origen de esta imagen, una de ellas es que apareció en los procesos de reconstrucción de la villa por parte del rey Alfonso VII y otra teoría es que fue donada por este Rey. Más datos acerca de la Virgen de realengo y su iglesia los encontramos en el documento existente en la iglesia de San Cebrián de Castro y que expone algunos aspectos claves para su estudio, tales como reparaciones, gastos, obras menores, etc., y que cita el Señor Nieto González en su obra.

En el propio Archivo Histórico Diocesano de Zamora, existen varios libros referentes a la fábrica de la iglesia de Nuestra Señora de Realengo. Estos libros se encuentran en los registros parroquiales de San Cebrián de Castro (Sig.155), haciendo una cata se pueden estudiar las tierras de la iglesia de Santa Marina (aneja a la de Castrotorafe), del beneficio de San Pelayo, del de Fontanillas (…). Tierras de la Cofradía de Animas de la fábrica de Nuestra Señora de Realengo (libro 17). Otros apeos son los propios de la iglesia de Nuestra Señora de Realengo, parroquial de Castro. Más datos son los que se refieren a los libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora de Realengo y de San Antonio Abad de la villa de Castrotorafe.

El pueblo de San Pelayo se encontraba aguas debajo de Castrotorafe, en la margen izquierda del río Esla, entre las aceñas de Santa Clara de Zamora y la barca que llevaba el título de “San Pelayo”. Más abajo se encontraba un cañal cuyo propietario fue la Orden de los Jerónimos de Montamarta. Hoy día sólo queda de San Pelayo un muro de piedra que se ve cuando el cauce del Esla ve menguadas sus aguas.

Las aceñas que hoy se pueden contemplar son, siguiendo el discurrir del río Esla, las siguientes: justo debajo del castillo de Castrotorafe, un pequeño torreón que dista muy poco del antiguo puente era la aceña del “Igal”, a continuación estaba la de “Flores”, en la cual había una zuda, de unos 650 pies de largo, siguiendo el río había dos aceñas juntas, “Presamediana” y “Pisones”, para terminar, las aceñas de Santa Clara, que pertenecían al convento de Santa Clara de Zamora. Salvo las aceñas de Flores, las demás estaban ya arruinadas en 1762.

 

TITULO DE LA ENCOMIENDA DE SAN CEBRIAN DE CASTRO

Yo, Carlos Moretón, escribano de Su Majestad y de sus reinos y señoríos, vecino de esta villa de San Cebrián de Castro, doy fe y verdadero testimonio a los señores que el presente vieren, como hoy día de la fecha, por parte de Don Luis Antonio Blanco, estante al presente en esta villa, capellán del Señor Marqués de Galiano, comendador de la Encomienda de ella; se me hizo exhibición del título de dicha Encomienda, que Su Majestad el Sr. D. Felipe V, que Santa Gloria haya, fue servido librarle en Aranjuez en diez de mayo del año pasado de mil setecientos y treinta y seis años. Firmado de su real mano y refrendado de Don José Antonio de Zuasi, su secretario, el cual dicho título se halla firmado de cuatro señores consejeros del Real de Ordenes que su tenor a la letra es como sigue:-

 

Título de la Encomienda de San Cebrián de Castro

Don Felipe, por la Gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córcega, de Murcia, de Jaén, Administrador perpetuo de la Orden y Caballería de Santiago, por autoridad apostólica, a vos cualquiera religioso de la dicha Orden de Santiago, mi capellán, sabed que por decreto de dieciocho de febrero de este presente año de mil setecientos y treinta y seis, en atención a los servicios de Don Juan Pablo Galiano, ejemplo de Guardias de Corps en la Compañía Italiana, tuve a bien de concederle la Encomienda de Castrotorafe en la misma Orden de Santiago, que se hallaba vacante, libre de toda pensión; y hallándose el referido Don Juan Pablo Galiano, caballero profeso de la dicha Orden de Santiago, en virtud de este mi título, le hago merced de la expresada Encomienda de Castrotorafe, para que goce de todos sus frutos, rentas y de sus diezmos, recompensa y equivalencia, que tenga o tuviere con sus anejos y pertenencias y os doy poder y facultad para que en mi nombre y por mi autoridad, como tal administrador perpetuo, podáis hacer y hagáis colación y canónica institución al dicho Don Juan Pablo Galiano de la referida Encomienda de Castrotorafe y de su recompensa y equivalencia con sus anejos y pertenencias, libre de toda pensión, como va dicho y así colado e instituido.

Es mi voluntad que sea Comendador de ella durante su vida y que goce de sus frutos y rentas desde el día que, hecha la descripción que es obligado, tome la posesión de la referida Encomienda y de sus anejos y pertenencias, desde cuyo día ha de empezar a gozar de los frutos y rentas de ella y mando a los Concejos, Justicias y Regimiento, Caballeros, Oficiales, Escuderos y Hombres de cualesquier pueblo, en que tiene o tuviere cualesquiera rentas, diezmos, frutos y primicias y a los administradores, fieles, cogedores, terceros de granos, mayordomos y otras personas que fueran obligados a dar, pagar, coger y recaudar los frutos y las rentas de más cosas de la Encomienda expresada que acudan con todo ello al dicho Don Juan Pablo Galiano a quien su poder tuviere por el tiempo que gozase desde el día, que como va dicho, hecha la descripción, tomare la posesión y le admitan, hallan y tenga por tal Comendador y de la recompensa y equivalencia que tenga o tuviera con todos sus miembros y anejos y le guarden y le hagan guardar todas las honras, gracias, mercedes, franquezas, libertades, exenciones, prerrogativas, inmunidades y lo demás que le tocare, según se hizo y debió hacer con los demás comendadores, sus antecesores, sin que le falte en cosa alguna, pena de la mi merced y de diez mil maravedís para la mi Cámara a cada uno, que lo contrario hiciere y porque según bulas apostólicas y establecimientos de la Orden de Santiago y lo últimamente resuelto sobre consulta de mi Consejo de las Ordenes de veinte y ocho de abril de mil seiscientos y noventa y ocho años, la mitad de los frutos y rentas de las encomiendas de ella, de los dos primeros años siguientes al día en que el Comendador tomare la posesión, han de ser para las medias anatas(rentas) en las formas que se ha observado uniformemente en las Ordenes de Calatrava y Alcántara, sin confundirse las vacantes con las medias anatas, para que se gasten y convierten en reparos y mejoramientos.

Mando al dicho Don Juan Pablo Galiano no se entrometa ni por sí, ni por interpósita persona a tomar, ocupar ni recaudar nada que sea perteneciente a la media anata de la Encomienda, ni a impedir la cobranza de ella, so pena que será obligado a restituir y pagar lo que así tomare y recaudare con el cuarto tanto por obras pías; y porque a causa de haber habido mucho descuido en algunos Comendadores en hacer gastar el dinero procedido de medias anatas, han recibido las obras y reparos en las encomiendas notable daño, queriendo proveer de remedio conveniente, se hizo un auto con acuerdo del Capítulo General en que se mandó que los Comendadores que fueren provistos en encomiendas o sus mayordomos en sus nombres fueren obligados, dentro de un año contado, desde el día de las provisiones que se le dieren de ellas, a tratar y conferir con la persona que fuese nombrada por veedor de las obras de dichas encomiendas, en que obras y mejoramientos era necesario y conveniente, se gastase lo procedido de medias anatas e hicieren relación de ello, firmada de sus nombres y la remitiesen al Capítulo General siéndole y si no al mi Consejo de las Ordenes, para que proveyesen como se habían de hacer dichas obras y si no lo ejecutasen, pasado el término señalado, mandasen al Capítulo General o el Consejo a dicho veedor, que sin tomar parecer, ni acuerdo del Comendador, hiciesen relación de las obras y conforme a lo que por ella pareciere, proveyese se gastaren las medias anatas en lo que más viere conveniente y para ejecución de lo referido, nombro al veedor y obrero mayor de la provincia y mando al dicho Don Juan Pablo Galiano cumpla este auto y porque conforme a otro breve Apostólico, todas las vacantes de las encomiendas de la dicha Orden están aplicadas al Tesoro de ellas, además de la media anata antigua, que debe pagar conforme a lo referido, mando al dicho Don Juan Pablo Galiano no se entrometa en la cobranza de lo caído y que cayere de la renta de la Encomienda de Castrotorafe desde el día de su vacante hasta el en que por su parte se hiciese la descripción y tomare la real, vel quassi posesión de ella, como va dicho, que es desde cuando ha de empezar a gozar de sus frutos y no antes, por pertenecer al Tesoro todo lo referido a la vacante en la cual ni en la media anata antigua causada por la muerte del último comendador, no ha de intervenir en manera alguna, so la misma pena en que ha de incurrir si contraviniere a la cobranza y recaudación de la media anata antigua, conforme a lo que va prevenido en este mi título, por haberse de cobrar y beneficiar conforme a las Ordenes y despachos que estuviesen dados y se dieren y constase por certificación de los contadores del Tesoro y también mando al dicho Don Juan Pablo Galiano, que antes de tomar posesión, haga descripción particular de la Encomienda ante la Justicia y cura de ella y escribano conocido, de todo lo que tuviere y le tocare así de encasamiento como del fuerte, poniendo con distinción el estado de los edificios, casas, heredades, granjerías y demás casas y miembros de la Encomienda para que claramente conste lo que hay en ella y de lo que está bien o mal parado y de lo que lo ha de menester reparo y de la forma en que está todo cuando se le entrega, de manera que cuando la deje se sepa, entienda y venga en conocimiento de los daños o mejoras que en su tiempo se han hecho, so pena, que no lo haciendo o cumpliendo así, pierda la mitad de sus frutos y rentas que le tocare el primer año, las cuales desde luego aplico para obras pías, que se distribuyan dentro de ella. Y de la dicha descripción ha de sacar tres traslados: uno para que se lleve el Archivo del Convento de Uclés; otro para que quede en su poder y el tercero para el contador principal de las medias anatas y dentro de un mes como el dicho Don Juan Pablo Galiano tomare posesión, envíe testimonio a la Contaduría, con su claridad, de que no haciéndolo así y sacado certificación de haberlo ejecutado, no ha de poder usar ni gozar de los frutos de dicha Encomienda y asimismo en conformidad de lo dispuesto por la Bula de Clemente X de veinte y siete de julio de mil seiscientos y sesenta y ocho, mando al dicho Don Juan Pablo Galiano, que a continuación de la descripción que hiciere de las rentas, bienes y posesiones de la dicha Encomienda de Castrotorafe le haga asimismo con asistencia del cura y justicia, que a lo menos sea un alcalde o regidor, del estado de la fábrica de la iglesia o iglesias parroquiales que tuviere y de los ornamentos con que se hallare, su estado de calidad, todo con individualidad y que hasta tanto que lo haya ejecutado, no pueda tomar posesión de la Encomienda, siendo de su obligación presentar esta descripción con la de la Encomienda, debajo de la misma pena de apercibimiento por haber de andar unidas y sacar las copias que está prevenido para las descripciones de los miembros de la Encomienda, poniéndola en los mismos lugares y oficios que está. Y porque se ha reconocido que muchos comendadores cuidan de cobrar sólo las rentas de sus encomiendas, descuidándose en recoger los títulos y papeles pertenecientes a los miembros de la encomienda de que resulta, que unos derechos se pierden y otros se hacen litigiosos y en muchos se introducen las villas, ocasionándose esto:- “de que los herederos de los comendadores difuntos o sus mayordomos se queden con los instrumentos y se pierden y porque de esto reciben las Ordenes y sus Encomiendas gravísimos perjuicios que necesitan pronto y eficaz remedio”.

Mando, asimismo, al dicho Don Juan Pablo Galiano que al tiempo que haga la descripción de los miembros de la Encomienda, como va dicho, sea obligado a pedir al Comendador o su alcalde, administrador o arrendador, todos los instrumentos pertenecientes a dicha Encomienda y sus miembros y derechos de cualquiera calidad que sean, recibiéndolos por inventario y dando recibo de ellos, con advertencia que el tal inventario se ha de incluir en la descripción de los miembros de la Encomienda, para que conste siempre al sucesor o por el ejemplar que se ha de poner en la Contaduría de la Encomienda o por el que se debe enviar al Archivo de Uclés, entendiéndose que esto tiene el mismo vigor y ha de tener la propia práctica que la descripción como parte y perfección precisa de ello, pues poco importa que se describan los miembros y alhajas de dicha Encomienda de Castrotorafe, sino se recogen y conservan sus títulos y en caso que el dicho Don Juan Pablo Galiano al tiempo que haga la descripción de la Encomienda no halle los referidos instrumentos sea obligado a hacer diligencias para cobrarlos del comendador antecesor suyo, a otra persona en cuyo poder estuvieren, expresando estas diligencias en dicha descripción en lugar del inventario, dando cuenta al dicho Consejo, para que mande lo que debe ejecutar y asimismo mando al mencionado Don Juan Pablo Galiano, que al principio de cada año, presente su fe de vida en la Contaduría de Encomiendas de la Orden de Santiago, para el goce de los frutos y rentas de dicha Encomienda del año antecedente con calidad de que si no lo ejecutare así, anualmente, no se le acudirá con el producto de dicha Encomienda. También mando que todo lo referido se cumpla y observe, sin embargo, de lo dispuesto por los Capítulos Definitorios Generales de la Orden de Santiago y los de Alcántara y Calatrava que se aliviaron el año mil seiscientos y cincuenta y tres y de otra cualquier cosa, que haya en contrario en que dispenso por esta vez, quedando en su fuerza para en adelante.

Y declaro haber pagado el mencionado Don Juan Pablo Galiano lo que lo tocó satisfacer por razón de mesada (cosa que se da o paga de todos los meses) y no se debe el derecho de la media anata por no haber breve para su cobranza. Que así es mi voluntad y que este título y de la certificación que ha dado Don Mauro Barela, escribano de Cámara de dicho mi Consejo, en dos de mayo de este presente año , por la cual consta, que en virtud del auto del mismo Consejo, se mandó que en el ínterin, que dicho Don Juan Pablo Galiano da la confianza correspondiente con bienes, raíces, para la seguridad de las cargas de dicha Encomienda se depositen en las arcas del tesoro Ordinario de la dicha Orden, diferentes alhajas de plata, las cuales están tasadas en once mil ochocientos y noventa y ocho reales de vellón y quedan con efecto depositadas en dichas arcas, con más, cuatro mil ochocientos y diecinueve reales en dinero y en especie de oro. Con todo lo referido consta de dicha certificación, se ha tomado la razón por los contadores de las medias anatas de la Orden de Santiago en el término de dos meses y por la Contaduría General de la distribución de mi Real Hacienda, donde están incorporados los libros del Registro General de Mercedes y no se haciendo así, sea de ningún valor ni efecto.

Hecho en Aranjuez a diez de mayo de mil setecientos y treinta y seis. Yo el Rey. El Marqués de Villanueva del Prado Don Tomás Antonio de Guzmán y Espínola. Don Leonardo de Bibanco Angulo. Don Pedro de Rosales y Medrano. Yo Don José Antonio de Zuasi, Secretario del rey, Nuestro Señor, lo hice escribir por su mandado. Está rubricado, registrado. Don Juan de Ortega. Chanciller: Don José de Meaurio. (….)

Concuerda con el título original que me fue exhibido, en el que están a su continuación las anotaciones de las tomas de razón que en él se encargan. Y en fe de ello, de pedimento de dicho Don Luis Antonio Blanco, doy el presente que signo y firmo en la villa de San Cebrián de Castro a veinte y cuatro días del mes de julio del año de mil setecientos y cincuenta y dos en cuatro hojas útiles, con esta del signo.

 

Carlos Moretón (Rúbrica)

 

 

“Recibí el título original que entregué a exhibir a dicho Moretón para dar testimonio de él, en dicha villa de San Cebrián de Castro, dicho día, mes y año dichos”.

 

                               Don Luis Antonio Blanco y Puga (Rúbrica)

 

 

MISTERIOS Y LEYENDAS DE CASTROTORAFE

En todas las buenas historias existen los misterios y leyendas, Castrotorafe no iba a ser menos, por eso rebuscando archivos y revistas he encontrado algunas que quiero dejar aquí plasmadas.

La leyenda de Flora

Llegó a ser la memorable villa de Castrotorafe tan insigne y opulenta, que se captó el nombre de ilustre y con razón así se la denominaba el vulgo, no solo por su bellísima situación alta y dominante, desde donde se divisaba sin obstáculo la redondez de su circunferencia, sino que, por su incomparable adorno y magnificencia, ninguna podía competir en un recinto de más de ochenta leguas en contorno. Su trato y comercio, era por entonces uno de los mayores de la península, como lo atestiguaban los mercados semanales que había y las dos ferias tituladas de Botijero y San Bartolomé, que más tarde fueron trasladadas, la primera a Zamora capital y la segunda a la ciudad de Toro, a un mismo tiempo era plaza de armas de las más inexpugnables de cuantas contaba España, ora por la fortaleza de sus murallas, baluartes, parapetos y castillo, ora por estar construida exclusivamente para la defensa de toda invasión. Dominaba el castillo al fortísimo puente de piedra situado sobre el río Esla, cosa que impedía el paso al enemigo para lograr su triunfo; finalmente siempre había de guarnición muchos soldados infantes y de a caballo, los primeros para hacer las guardias en las cuatro puertas llamadas del Sol, la del Río, la de Fontanillas y la del Puente y los segundos para las salidas.

Contaba esta ilustrísima villa por el año 985 reinando en León el ínclito Don Bermudo (llamado el Gotoso) con un vecindario incluso el de sus arrabales que lo eran San Cebrián, San Pelayo y Fontanillas de cuatro mil habitantes, bien provistos de leña, carbón, pesca, caza y hortaliza por la proximidad de su caudaloso río, montes, huertas deleitosas, floridas alamedas, paseos y jardines primorosos que recreaban a la vista melancólica y entusiasmaban al corazón más entristecido. Casas de aceñas con sus pesquerías en el susodicho río Esla que a más de ser productivas, servían de grandísima diversión a los forasteros naturales.

De esta suerte campeaba y florecía la población en el reinado del citado monarca Don Bermudo II a quien pertenecía su propiedad; pero como en la posteridad se oscurecen y finalizan los más encumbrados y sobresalientes proyectos de los hombres, quizá por los grandes y enormes pecados que descaradamente cometen a la vista de su creador a quien nada se le oculta, sobrevino a este pobre rey –si así puede llamarse por su desventura- que el poder de los Sarracenos se apoderase de su tierra y de la mayor parte de su reino, cosa que le hizo nacer un furor inexplicable, resolviendo retirarse porque así se lo amonestaron para su seguridad, a su villa de Castrotorafe. Mientras esto acaecía por la corte de S.M. un hecho tuvo lugar en la consabida villa de Castrotorafe.

El ilustre Gobernador Sr. Don Juan Crisolle, tenía una hermana niña de edad de diez y seis años llamada Flora, la cual sostenía relaciones amorosas con un gallardo mancebo descendiente de los Valles. Entonces como ahora al poseer un joven el corazón de una deidad, no falta quien envidia su felicidad, máxime al ver que en quien tiene cifrado todo su albedrío, desprecia y desatiende todas sus investigadoras miradas. Por eso el gentil joven mancebo Don Gerardo Valle, pues este era el nombre, mirábale con cierto escrúpulo, un page o escudero de la hija del gobernador de Castro que no ha mucho había entrado a sus servicios, desde la fecha que sucedió lo que voy a narrar.

No obstante el espíritu adivinador de nuestro Gerardo y el interés que a la sazón se había tomado en vigilar la conducta de Luis, que así se llamaba el page, ignoraba completamente la inclinación que este había sentido hacia la hija de su nuevo amo y señor , la bella Doña Flora, casi desde los primeros días de su llegada a Castilla, inclinación de pura simpatía al principio, empero había ido creciendo insensiblemente hasta observar todas las potencias del joven escudero. De tal suerte estaba apasionado de ella, que un día habiéndola oído celebrar las trovas de un poeta famoso, (cuyo nombre se traga la historia) y manifestar afición a los versos, dicho se está, que despertóse en él con viva fuerza el estro que en su inteligencia germinaba, y comenzó a trovar, por solo el mero capricho de complacer al ídolo de sus pensamientos, con tal arte que a todos hechizaba.

La hermosa Doña Flora le aplaudía como los demás, y esto solo era para el pobre joven un premio inapreciable. Conservaba este, sin embargo, en su corazón oculta la ardiente llama que le abrasaba, con tanto sigilo y recato que nadie podía sospechar, ni aun la misma Doña Flora, el amor de que era objeto. La joven por su parte distinguía y apreciaba al page entre todos los criados de su padre, cosa que no le sentaba muy bien al mancebo Don Gerardo.

El buen Luis, no por reflexión, porque el amor puro y verdadero no raciocina, sino por instinto, dedicaba todas sus facultades a la consagración de un talento que tan grato parecía a Doña Flora, desatendiendo en tanto el manejo de las armas, que algún día podía elevarle al rango de caballero. Por supuesto que creía imposible llegar a unirse a su amada; pero procuraba hacer solo aquello que fuese de su agrado, conservándose empero en la más meditabunda reserva, tanto es así, que se alejaba de las gentes a sitios solitarios, para dedicarse a un amor irrealizable y sin esperanza.

Dejemos pues por un corto momento a nuestro Luis en sus meditaciones, y trasladémonos a una noche tranquila y clara, en que la luna reflejaba un rayo sobre los objetos con claro resplandor y permitía distinguir el rostro encantador de la hija del gobernador de Castrotorafe, que se hallaba recostada en uno de los góticos balcones del castillo, que daban al jardín y desde el cual se disfrutaba de la vista del campo; un poco intranquila parecía que se hallaba a juzgar por sus movimientos.

Reinaba en el castillo un silencia sepulcral, que solo era interrumpido por un anciano monje de cabeza calva, llevando el hábito de la Orden de San Benito, que con voz pausada leía un pergamino a presencia del padre de la hermosa Doña Flora. Era de noche hemos dicho, y cuatro velas de cera amarilla, con su llama vacilante por las corrientes del aire que entraban en la extensa estancia, más que iluminaban asombraban; distinguíanse apenas las vigas pintadas y descarnadas del techo. En el fondo de aquella estancia se alzaba un gran lecho, cuyo techo de encina esculpida; estaba sostenido por cuatro columnas. Los demás muebles que decoraban la habitación, consistían en estantes donde había vajilla en armarios, en mesas macizas y sillones con armas, trofeos propios de aquellos remotos tiempos.

El anciano monje que leía en alta voz se hallaba colocado delante de una pesada mesa, sobre la que tenía extendido el pergamino que antes hemos dicho. Estremecíase cuando los gritos de los centinelas se dejaban oir en medio del silencio y callaba de pronto, encogiéndose de hombros, empero pronto volvía a continuar su tarea a la enérgica señal del valeroso Don Juan Crisolle, que sentado al otro lado de la mesa en un enorme sillón de elevado respaldo, le escuchaba con la mayor atención.

Aquel personaje de modales tan bruscos e imperiosos, había pasado ya del término medio de la vida. Su rostro varonil, su cutis curado al sol, estaba surcado de arrugas, su bigote y sus cabellos eran enteramente blancos; su estatura era alta y derecha; sus apretados músculos manifestaban que no se resentían todavía de los años y la vejez. Una gorra de pana cubría su cabeza y llevaba un ancho vestido forrado de pieles. Llevaba también bordadas sobre el pecho sus armas, según costumbre de la nobleza de aquellos tiempos.

Había oído con una extrema atención la leyenda del monje, mas recordando sin duda que su hija se hallaba sola en su estancia, una vez concluida la lectura, se levantó e hizo que hiciese otro tanto el clérigo.

El monje dejó el pergamino que leía, sobre la mesa y siguió los pasos del gobernador, y ambos penetraron en la estancia de la bella Flora, la que al sentir el ruido que producían las pisadas de los dos personajes, cerró precipitadamente la ventana en que la dejamos, marchando al encuentro de su padre. Pero al mirarle frente a frente, y al reparar en su demudado semblante, exclamó con sobresalto:

.Padre mío. ¿Qué tenéis?

Nada, hija mía, no es nada, contestó el padre con voz sorda: espera, espera.

Y encaminándose a la puerta exterior, la cerró cuidadosamente, blandeando las barras y los cerrojos para cerciorarse de su seguridad. Después de esto, volvió a donde estaban su hija y el anciano monje, y en el mismo tono lúgubre y receloso les dijo:

Seguidme, tenemos que hablar.

Flora y el monje siguieron los pasos de Don Juan, y penetraron en una estancia más pequeña, que había sido dividida recientemente en dos departamentos. El más pequeño servís de dormitorio; el más grande parecía un gabinete de estudio y un taller de platero. Había en un extremo una mesa de roble llena de pergaminos de folio, instrumentos de física, y sobre unas tablas clavadas en la pared, multitud de hierbas químicas, encerradas en frascos de vidrio. En el otro extremo había un reducido hornillo de fragua, y en el centro de una pieza un ancho banco cubierto de herramientas, objetos de oro y plata, unos en barras, y otros modelados, todos ellos perfectamente concluidos y colocados en una especie de andén.

El Gobernador puso la campanilla sobre el banco, cerró la ventana de la habitación, arrastró un taburete forrado de baqueta, indicando a su hija y al monje que tomasen asiento y él lo hizo en otro más usado, que le servía ordinariamente para el trabajo. La joven y el anciano monje se sentaron, y aguardaron en silencio a que se les preguntase.

Flora, hija querida, dijo el Gobernador después de un corto intervalo de silencio, procurando reprimir la emoción que a su pesar revelaba su voz; hace cuarenta años que vivimos en este magnífico castillo, que la mano de Dios nos ha deparado como un asilo contra la malicia de los envidiosos bien lo sabeis….

La joven quiso hablar; pero su padre se lo impidió, prosiguiendo.

Te hago sufrir….escucha Flora. Tu madre murió al darte vida. Tu ignoras lo que es morir….Solo has visto algunas de tus amigas bajar a la tumba coronadas de lirios y blancas rosas y vestidas de gala como para una fiesta; sabes que no han vuelto de su eterno viaje, porque son felices en la mansión de los justos. La muerte es para ti lo desconocido, no comprendes el dolor que deja en pos de sí, ni el abandono que la sigue..Mañana tal vez, cuando vengas ansiosa al despertar el alba a dar el ósculo matutinal a este quebrantado anciano, puedes hallarle yerto; entonces volverás el rostro a todas partes, y solo verás escollos fríos levantarse imponentes a tu alrededor; acaso también descubrirás abismos cubiertos de risueño follaje; vendrán luego las tempestades….¿Quién te defenderá?

Imagináis un porvenir demasiado triste, dijo la joven: ¿Qué peligros hay, que no aparte la mano del Señor de la cabeza de sus siervos?

Los peligros que ellos mismos buscan, y los que nacen de las leyes fatales que rigen el mundo, contestó el padre. Si yo no hubiese dicho: Flora, hay en la tierra enemigos acérrimos de tu padre y tuyos, evita su encuentro, porque pueden turbar nuestra paz, hoy ha llegado ese momento fatal y angustioso. Ayer al despedirme de ti y del reverendo Fr. Domingo, recibí un mensaje del rey en el que me dice que esté dispuesto para recibirme como corresponde, pues habiéndose extendido los Sarracenos en la mayor parte de su reino, quiere pasar aquí ahora una temporada mientras la guerra toma otro giro. Ahora que estáis enterados de lo que ocurre y que sabéis a ciencia cierta que es envidiado mi mando por algunos favoritos del Monarca Don Bermudo, comprenderéis que nos es indispensable a todo trance evitar la llegada del Rey a esta villa, aunque para ello sea menester que le salga a buscar y le detenga en el camino el frio de la muerte.

Señor, exclamó el anciano monje con timidez, nunca os he oído hablar de cosas tan lúgubres como las que acabáis de referir. No sabéis que vuestra vida pertenece al Rey.

Siempre he desaprobado, os acordaréis, vuestra desgraciada rebelión con los maguates del Rey, y os he aconsejado implorar clemencia.

¿Pensáis por ventura que aunque el corte de la daga de un asesino, cortase la cabeza del Monarca, conseguiríais vuestro desacertado proyecto?

¡Callad, fraile imbécil! Interrumpió el conde; no quiero oir más charla impertinente. ¿Creéis que me he vuelto loco para oir semejantes necedades?. Mi resolución es irrevocable mientras quede en pié un torreón de este castillo y un hombre de armas para defenderle; no me resignaré a perderle en manos de la baja envidia. No hay que volver a hablar más de esto, o veréis de lo que soy capaz.

El eco de su voz irritada intimidó a Flora. Solo Fray Domingo pues este era el nombre del incógnito monje, conservó la calma.

Señor Gobernador, dijo, vuestra ceguedad y cólera me dan lástima… Creedme, en vano intentareis contrariar los destinos del cielo, la voluntad de Dios no es tan leve que pueda torcerla el furor de una humilde criatura. Desechad vuestro criminal proyecto. Abrid los ojos y no deis un paso más en ese camino de la perdición.

¡Vive Dios! Le interrogó el Gobernador, o calláis o os mando prender. He dicho y vuelvo a decir que hay necesidad de evitar la llegada del rey a esta villa. A ti hija mía, te encargo le digas al valeroso Don Gerardo que si te ama de corazón, ponga los medios para interceptar el paso a Don Bermudo: para eso os he llamado. Estas son mis órdenes; os podéis retirar.

El monje y Doña Flora bajaron respetuosamente la cabeza y se marcharon cada uno a sus respectivas estancias.

Una vez sola la bella Doña Flora en la habitación en que la dejamos por ves primera, se entregó al más profundo abatimiento; así pasó un gran rato, acaso una hora.

En todo este tiempo había vuelto cien veces la vista a la estancia, y otras tantas la dirigió al jardín.

Por último, hubo un momento en que sus mejillas se coloraron, sus ojos brillaron como dos estrellas y tendió los brazos hacia la estancia: a poco llegaba a su lado un gentil caballero. Era el apuesto Don Gerardo, que al notar la ansiedad de su amada, al ver que esta con su dulce y celestial mirada le interrogaba, le dijo:

Perdona, amada mía, mi tardanza; el deber me ha separado algunos minutos más que de ordinario de tu lado.

¡Hoy te esperaba con más impaciencia que nunca!.

Tú sabes, añadió el joven, que tenemos enemigos que combatir, los cuales no nos dan poco que hacer; son adversarios fuertes y astutos que llevan sus miras hasta el trono.

Y dime, Gerardo mío, ¿no has encontrado a mi padre al paso?. Te ha enterado de…..

Sí, Flora, me ha comunicado una cosa que en honor a la verdad sea dicha, lo haré por ti.

¡Oh…..sí, sí, es un verdadero sacrificio que no sé con qué corresponder.

Con tu amor, hermosa Flora.

Eso ya sabes que lo tienes. Ahora, prosiguió la joven ¿Me juras que en nada te apartarás de las instrucciones que te dé?.

¡Lo juro por la cruz de mi espada! Le contestó el joven.

Sé que lo cumplirás, porque circula por tus venas la sangre noble de los Valles.

Habla, pues, que escucho atento.

Una vez, amado mío, que mi enérgico padre te ha elegido detener con tu puñal al Rey Don Bermudo, sin duda pensando él que por ese medio se convertirá en dueño absoluto de esta hermosa villa de Castrotorafe, elige entre mis escuderos o pajes el de más confianza para que ponga en las manos del Rey un escrito en que conste que unos cuantos descontentos de esta vecindad atentan contra su vida. Sí, Gerardo mío, haz lo que te digo, prefiero la miseria al crimen. ¿Qué sería de ti si llevases a cabo lo que mi padre desea?.

Comprendo demasiado que es una ceguedad de tu padre. Pero para colmo de tu desdicha, te diré que ya tenía concertado el plan.

Y, ¿de qué manera? Exclamó fuera de sí la bella Flora.

Pérez, muy sencillo. Lino es un buen chico, y sobre todo muy fiel. Mañana, antes que oscurezca, parte para salir al encuentro del Rey y hacerle sabedor de lo que me has dicho. Yo, con mi gente de armas, me apuesto en el paraje de la Noticia (hoy monte de San Cebrián) fingiendo, como es de suponer que es el sitio destinado para acometer al Rey. Tu padre queda satisfecho, y no sospecha nada.

Perfectamente, Gerardo mío.

Entonces hasta mañana, que ya es hora de que descanses, amada mía.

Hasta mañana, y que cumplas tu oferta.

El gentil mancebo Don Gerardo abandonó aquella estancia que le era tan grata, dirigiéndose hacia su casa.la luz que se veía pocos momentos antes en el balcón del Castillo se amortiguó más, y la sombra de la hija del Gobernador dejó de aparecer en los vidrios de colores.

Media hora después cabalgaba Lino camino de Benavente.

Hemos dicho al principio de esta historia que a causa de la invasión de los sarracenos en el reino de León y de Castilla, resolvió el Rey Don Bermudo retirarse a su villa de Castrotorafe, en donde se juzgaba con mayor seguridad: pensamiento que aprobó toda la grandeza, y sin más detención se pusieron camino a dicha villa.

Caminaba el ínclito Monarca con toda su corte hacia la consabida villa de Castrotorafe, y una jornada antes de llegar a ella o sea cerca de Benavente, le comunicaron el mensaje de que era portador el escudero Lino.

Al día siguiente el Rey con toda su comitiva se dirigió a León, donde llegó con próspera salud.

Bien pudo aquel monarca de luego a luego, mejor informado de la crueldad y traición de los de Castrotorafe, tomar una justa satisfacción contra ellos que sirviera de ejemplar castigo en los futuros siglos; pero al contrario, con gran disimulo escribió manifestando el gran pesar que le había causado el no haber entrado en su ilustre villa, hallándose a una jornada distante de ella, porque se lo había impedido cierta nueva Corte; y de este modo reprimió en sí la aflicción que a todas las horas del día le tenía sin sosiego.

Pero viéndose por una parte cercado de sus mortales enemigos los sarracenos, y por otra parte el riesgo de la traición maquinada por sus desleales vasallos de Castrotorafe, vino a encontrar mucho alivio en sus continuos sobresaltos en dos venerables monjes, siervos de Jesucristo, que predicaban su divina doctrina en las montañas del recinto de la Corte, con cuya evangelización obraban repetidos milagros que causaban la admiración de los que los presenciaban: incontinenti envió a llamarlos a fin de consultar con ellos el conflicto y temores que incensamente le rodeaban. Llegaron a palacio los dos monjes Froilán y Atilano, y estando en la presencia del Rey, con su acostumbrada humildad y modestia le rogaron se dignase ordenarles lo que fuera de su agrado. Luego al punto el monarca les satisfizo su petición con dilatado y claro razonamiento de cuanto le pasaba, suplicándoles encarecidamente que supuesto que era de pública notoriedad el eficaz remedio y consolación que daban a las almas en sus necesidades, se compadeciesen de la suya por ser de los mayores y más extraños padecimientos que podían ocurrir a los hombres de esta ciudad.

En obsequio de tan justa súplica, tomó la palabra Froilán diciendo de aquesta manera: “Habéis de saber oh grande y piadoso Rey, que cuantos infortunios e infidelidades experimenten los hombres en este pasajero mundo, vienen por mandato de su Creador, y como ignoran la causa de qué provienen atribuyen a desventura semejantes excesos, olvidados de su eterna salud y remedio de sus almas, sin considerar su peligro. Este tan formidable descuido, se origina de dos causas: la una proviene de que los hombres están entregados a lo terreno, y no saben sentir otras heridas más que las que tocan al cuerpo animal, sin lo demás que afecta a lo interior y la otra causa es porque los príncipes de las tinieblas son invisibles, y como los hombres carnales no lo ven, tampoco los temen, y por eso el peligro es tanto más cierto cuanto es menos manifiesto y las heridas tanto más mortales cuanto menos sensibles. Considerad ahora oh Rey si hay dolor tan terrible como ver a los mundanos oscurecidos y olvidados de tal peligro”.

Con este tan santo y saludable consejo, el Rey quedó hecho cargo de que la gravedad de sus pecados y abominación eran el origen e instrumentos de sus desventuras, con cuyo convencimiento el reconocido monarca se hincó de rodillas delante de los dos Santos varones, pidiéndoles entre sollozos y lágrimas su bendición, para disponerse a hacer una buena confesión.

Retiróse el Rey a su oratorio y haciendo un extracto y verdadero examen de su relajada vida, confesó todas sus culpas con perfecto dolor de haberlas cometido, ofreciendo a su Creador nunca reincidir en ellas.

Los dos venerables monjes antes de partir amonestaron al Rey que sin demora de tiempo partiera a combatir al enemigo Sarraceno, que aunque desigual en el número de gentes de armas, llevando a Dios en su apoyo conseguiría una completa victoria. Hízolo así el Rey, y en menos de cincuenta días de combate, reintegró a su corona la parte del reino que había perdido.

El convertido soberano en acción de gracias por la restauración de su casi perdida monarquía, quiso manifestar su generosidad y magnánimo proceder a favor de los dos monjes San Froilán y San Atilano, para lo cual, les fundó un nuevo monasterio en el sitio donde hoy se halla (hecho asilo de las aves y bestias del campo) por haberlo derribado la furia infernal de los Sarracenos; el de Moreruela de Tábara, cuya lamentable ruina a fuer de verdaderos zamoranos ni puede ponderarse ni menos hay noticia de haberse cometido igual entre los hombres más fieros y enemigos más cercanos de la religión católica.

Aunque las cosas del Estado estaban ya calmadas gozando de una paz tranquila en el reino de León, sin embargo, Don Bermudo II no podía desechar de sí la traición maquinada por los de Castrotorafe, juzgando que de no proceder al digno castigo merecido en su malograda intención sería dar lugar a mayores y nuevos intentos. Unas veces le asaltaba en su mente la idea de mandar degollar a todos los autores y cómplices de tan criminal delito, empero le detenía la consideración de que tal vez esta medida desagradaría a Dios por lo rigurosa. Otras pensaba desterrarlos de sus dominios y confiscarle sus bienes, empero también le sorprendía, pareciéndole esta determinación impropia de un Rey cristiano. Por último imaginó que el único medio que entonces darse pudiera, para impedir en lo sucesivo tan inesperadas rebeldías, y conformándose en un todo con esta resolución su real Consejo mandó que en breve término se desalojara la villa y se demoliera y sembrara su terreno de sal; donó al Gobernador de ella al cual suponía que se debía el aviso oportuno que había recibido el monarca, el castillo de Benavente y las villas que formaban el término o jurisdicción de Castro las otorgó e hizo merced de ellas al reedificado convento de Moreruela donde Froilán y Atilano sus consejeros celestiales se hallaban de abad y prior respectivamente.

Antes que cumpliera el plazo prefijado, el Gobernador de Castrotorafe acompañado de su hija Flora, el gallardo Don Gerardo y el fiel escudero Lino, emprendió su viaje para instalarse en su castillo de Benavente. Mucho debió de padecer el corazón de Don Juan a la vista de aquella noble mansión que había de ser destruida en parte.

Durante la viajata, Don Gerardo contó a su futuro suegro como se había valido para fingir su deseo, y que el generoso Lino había sido el conductor del mensaje que saben nuestros lectores.

Después de haberle oído Don Juan se hincó de rodillas y dio gracias a Dios, que había salvado su honor y su casa por medios tan sencillos y naturales como han visto los lectores. Lino entonces más que un escudero de Don Juan Crisolle, fue su mayor amigo. Poco después en el castillo de Benavente se verificaron las bodas de los dos jóvenes Don Gerardo y la bella Flora con toda la pompa y brillantez que merecía su categoría.

El infeliz de Lino, desde entonces dejó enmudecer su laud y a la muerte de Don Juan, profesó en el monasterio de Moreruela donde finó. Los dos esposos se amaron eternamente y vivieron felices según cuentan las crónicas.

 

RELACION DE COMENDADORES, ARRENDATARIOS

Y ADMINISTRADORES DE LA ENCOMIENDA DE CASTROTORAFE

Años           Nombres                                           Cargos          

1476             Alonso de Valencia                           Comendador

1492               Sancho de Castilla                             Comendador

1495               Enrique          Enríquez de Guzmán         Comendador

1506-1527     Alonso Pimentel, C.Benavente         Comendador

1536               Enrique Enríquez de Guzmán         Comendador

1571                 Juan Pimentel, Conde Luna           Comendador

1597               Julio Pimentel                                    Comendador

1597               Alvaro Rodríguez de Bez                   Administrador

1604               Juan Vigil de Quiñones, C.Benv.     Comendador

1608-1617       Alonso Pimentel Estartique             Comendador

1617                  Francisco Ramos                               Arrendatario

1625                   Manuel Pimentel                               Comendador

1626-1628         Fernando de Quesada                       Arrendatario

1629-1653         Manuel Suárez                                  Arrendatario

1653                   Bespasiano Gonzaga                         Administrador

1671                     Francisco Fernández                       Administrador

1679                   Lorenzo Arias                                    Arrendatario

1680-1687           Bespasiano Gonzaga                         Comendador

1687-1688           Francisco Rodríguez                         Arrendatario

1688-1708           Francisco Gerónimo de Eguía         Comendador

1708-1711             Manuel González Riesco                 Arrendatario

1710-1733             Antonio Marín de Gurea                 Comendador

1733-1736             Manuel Cavero                                 Arrendatario

1736-1761             Juan Pablo Galiano                         Comendador

1736-1739             Alonso González Riesco                 Arrendatario

1761-1764             Josef González de Prada                 Arrendatario

1762                      Miguel Laxo de la Vega                 Comendador

1763-1771               Juan Ignacio de Madariaga           Comendador

1771-1774               Joaquín Fernández San Román   Arrendatario

1774-1792               Manuel de Moncada                        Comendador

1775                         Domingo del Barrio de la Torre     Arrendatario

1792-1818               Josef de Moncada                           Arrendatario

1818-1821                 Félix Nicolás de Prada                   Arrendatario

 

 

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E P I L O G O

 

Del año 1878 disponemos de un grabado que muestra el fuerte deterioro a que fue sometido desde 1774. En 1942 y 1943 ya hay las primeras disposiciones que intentan poner freno a la continua expoliación de piedra a que se ve sometida, por ellas se notifica a Doña Vicenta Aguado –vecina de Manganeses- y a Don Claudio Casado que se abstengan de extraer piedra.

En la actualidad lo que queda sólo puede calificarse de vestigio; el famoso foso que José Avelino Gutiérrez González califica de protorromano está hoy lleno de tierra, y el área del recinto, dedicada toda ella al cultivo del cereal; el castillo queda metido en una hondonada, es casi un pozo, debido a ese relleno de las tierras exteriores, de manera que resulta difícil imaginar las primitivas proporciones, reconocer la puerta de entrada, el foso, así como la estructura de sus dependencias interiores. Y podemos decir que queda casi la mitad de lo que aparece en el grabado anterior de 1878. Y aún es peor la situación de los restos de la iglesia, pues tan sólo queda un pequeño trozo de muro a punto de derrumbarse.

Llegamos, así, al final de este trabajo que recoge toda la información publicada hasta ahora sobre la villa y castillo de Castrotorafe. Como resultado podemos concluir que en este trabajo se pueden distinguir en líneas generales, en lo relativo a la evolución histórica, tres partes. La primera parte comprende desde la prehistoria hasta la Plena Edad Media, concretamente hasta 1129 –fecha del Fuero de Castrotorafe-, en la que todo lo expuesto, aunque fundado, puede ser catalogado de hipótesis. La segunda parte abarca la Plena y Baja Edad Media, periodo en el que la historia de Castrotorafe aparece en todo su explendor y con abundantes fuentes documentales. La última parte comprende desde finales del siglo XV hasta su despoblamiento; en ella recogemos las noticias procedentes de los informes de los visitadores, algunos de los cuales se reproducen en esta trabajo, dada la dificultad de acceder a la correspondiente bibliografía.

Espero que este trabajo, contribuya a resaltar la importancia histórica de Castrotorafe, a que se conserven sus deteriorados restos, y a que se inicien unas excavaciones arqueológicas en condiciones que nos den nueva luz para clarificar de una vez por todas su evolución histórica.

 

 

 

(NOTA:- La desidia y el abandono de los mandatarios de San Cebrián de Castro en aquellos tiempos, tanto municipales como eclesiásticos, por no custodiar debidamente cuantos documentos había referentes a la historia de Castrotorafe, hacen que quede un tanto incompleta, sabiendo además que los documentos que desaparecieron podían aportar grandes datos a esta historia, por ser los que corresponden a los periodos donde más actividad existía en la fortaleza y su entorno).

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 POR BENJAMIN ALVAREZ

A orillas del Esla: Castrotorafe

Un despoblado que fue enclave fortificado

Castillo de Castrotorafe.


Castrotorafe es un despoblado que se encuentra a orillas del río Esla, en el término municipal de San Cebrián de Castro(Zamora), en las inmediaciones de la antigua carretera nacional 630 de Zamora a Benavente. Se accede a él por una pista de tierra que arranca perpendicular a la citada carretera, a unos 2 km. al sur de Fontanillas de Castro y que conduce a una de sus antiguas puertas. El sistema defensivo aprovechaba una amplia meseta con brusca caída hacia el río y delimitada por dos pequeños barrancos que desaguan en éste.

Actualmente conserva buena parte de sus lienzos de muralla, construídos con mampostería pizarrosa y mortero, pero en muy mal estado de conservación. Asimismo guarda en su interior un castillo, constituido por dos recintos en forma de trapecio irregular. 

Murallas.
Todo el conjunto –cerca amurallada y castillo- fue declarado Monumento Nacional el 3 de junio de 1931. El castillo, además, goza de la protección oficial conforme al Decreto de 1949, sancionado por la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español. En la actualidad ambos inmuebles figuran en el inventario de la Junta de Castilla y León como Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de "Zona Arqueológica" y "Castillos", respectivamente.

La primera mención en las fuentes documentales conocidas parece ser del año 1038, cuando se cita el territorio de “ad Torabe” o “Adtorabe”, próximo al monasterio de Moreruela, en una donación de la condesa Sancha, hija de los condes Munio Fernández y Elvira.

Castrotorafe recibió el fuero de Zamora por Alfonso VII, en 1129, en el contexto repoblador del reino de León, asignándole un primer alfoz. Su hijo, Fernando II repobló la villa, tal como recogen la Crónica de Rodrigo Jiménez de Rada: "este rey don Fernando pobló ... Castrotorafe en el obispado de Zamora". En febrero de 1176, el rey leonés entregó Castrotorafe al maestre de Santiago y a los freires de dicha Orden: "villam dictam Castro Toraf per terminus novissimos et antiquos"; dos años después, en 1178, el maestre Pedro Fernández, le concedió un nuevo fuero, que fue confirmado por el propio Fernando II.


Es en esta época cuando debió construirse un primer recinto amurallado y, quizás, levantarse un puente sobre el Esla. La defensa del puente y la guarda de su castillo aumentaron la notoriedad de Castrotorafe a principios del siglo XIII. La villa fue objeto de sucesivas disputas entre Orden de Santiago, el obispado de Zamora, el Papa y las hijas del Alfonso IX, Sancha y Dulce. 

Castillo
En 1202 Alfonso IX concedió a la catedral de Zamora el diezmo integro del portazgo de Castrotorafe para la reedificación del claustro de San Salvador y el de San Miguel, impuesto que estaría estrechamente vinculado, como ocurre en otros lugares, con la gestión y el control del puente. El arqueólogo granadino Manuel Gómez Moreno sitúa la construcción del puente a finales del siglo XII, señalando que constaba de doce o más arcos "ya hundidos, sobre pilas de corte poligonal contra la corriente y espolones a la parte contraria, con bien torpe criterio. Sus cimientos perseveran dentro del río, y otras cuatro pilas, hechas de sillería gruesa, surgen sobre peñas en la margen contraria". En el siglo XV estaba ya destruido, según información recogida por la visita a la Encomienda santiaguista en 1494: “Visytamos una puente que está baxo de la fortaleza en dicho Ryo, la cual está cayda, los arcos de ella, salvo tres que están sanos, y todos los pilares de los otros paresçen ençima del agua grand parte; fuemos ynformados que no saben sy se cayó o sy la derrocaron porque no ay memorya de onbres que dello se acuerden".

Paramento interno de la muralla.
En el siglo XIV, Castrotorafe fue señorío de Juan de Alburquerque; posteriormente, el rey don Pedro entregó la villa a Men Rodríguez de Sanabria. Enrique II ordenó destruir su castillo. En la centuria siguiente, durante la guerra de sucesión castellana, el ejército portugués le puso cerco. De nuevo pasó a pertenecer a la Orden de Santiago, cuyo comendador, Alfonso de Palencia, hizo obras de reparación. El proceso de despoblamiento de la villa comenzó a partir del siglo XVIII.

Arruinado el puente, el único medio de cruzar el Esla fue mediante una barca. En la visita que, por provisión real, hicieron en 1528 Diego Ribera, comendador de Cieza y Pedro Gil, cura de Guaza a las encomiendas santiaguistas, en la relación de rentas que el Comendador de la orden tenía en la villa de Castrotorafe se anota: “Tiene más el dicho Comendador, en la Barca, nueve mil e quinientos maravedís”; esta se sacaba en arriendo.

Tronera.
Esta misma visita nos revela la existencia de una ermitadedicada a Santa Marina situada en las inmediaciones del río Esla, con lo que los paralelismos con respecto al puente de Castrogonzalo son más que evidentes: “Visitación de la hermita de Santa Marina çerca de la villa de Castrotorafe [...] Los dichos visitadores mandamos a Pedro de Constante, cura de Castro Torafe, que pues lleva la renta de la dicha hermita, que haga hazer dos esquinas de la dicha hermita, que están caydas hazia la parte del río, las quales haga de cal y canto, conforme a la pared que está echa". La ruina del puente mermó, sin duda, la prosperidad de la villa. De hecho, a partir del siglo XVI las referencias a esta villa escasean en las colecciones diplomáticas.
       
          En 1751 era ya despoblado. En las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada, de 1751, se señala que solo habitaba una persona, el ermitaño o santero que cuidaba de la iglesia. Las Respuestas indican que  "en este despoblado se actúa y se opera según lo que coge de territorio su cercado, que lo está todo del derredor de piedra amurallado, con sus cubos, y tiene cuatro puertas arqueadas por donde se entre en él, cada una con su nombre, y tiene de Levante a Poniente cuatrocientos pasos, y de Norte a Sur cuatrocientos y diez, de circunferencia medio cuarto de legua". El castillo se describía así: “Hay un castillo, con su vivienda alta y baja, que está inhabitable. Tiene su atalaya y barbacana, y es propia de los poseedores de la Encomienda de Castro, que hoy lo es el Marqués de Galiano [se refiere a Juan Pablo Galiano y Chinarca, I Marqués de Galiano desde 1746], Caballero del hábito de Santiago, Intendente del Real Sitio de San Ildefonso, y se dice que antiguamente residían en él ocho comendadores, y como hoy no lo ejecutan, está dicha castillo destruido y arruinado por abandono".  
Cubo de la muralla del castillo.
    
       En la actualidad, la titularidad del conjunto de las ruinas del castillo, muralla y ermita corresponde a la Diputación Provincial de Zamora, en virtud de cesión gratuita del Estado, otorgada en escritura pública de fecha 5 de noviembre de 1976, con el fin de atender a su conservación. En 2008 la Asociación Hispania Nostra incluyó Castrotorafe dentro de la Lista Roja del Patrimonio.

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JUAN CARLOS

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